jueves, 21 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Ya hacía tiempo que no le pasaba, pero le pasó. Le habían encargado buscar algún arreglo para un reloj de la familia, un reloj que no tenía más valor que el sentimental y que se había parado. Posiblemente fuera la pila, le dijeron. Tendrás que ir a lo de Applebaum y preguntar a ver qué se puede hacer. Así que salió a la calle con el reloj en el bolsillo. Tuvo que comprobar antes de llegar que no se había equivocado de dirección, que se equivocó de dirección, porque hacía tiempo que no iba a lo de Applebaum y posiblemente no hubiera ido nunca pero es de esas cosas que crees que has hecho y que no has hecho, como fuera, el caso es que se había pasado y tuvo que volver sobre sus pasos. La mañana tampoco era propicia para ir deambulando, se centró y encontró el tienducho. Tocó el timbre y el propio Applebaum salió a abrirle. De inmediato se situó detrás del mostrador y escuchó lo que le decía el otro con el reloj en la mano. Debe ser la pila. Seguro que es la pila. Lo que pasa es que esta pila. Voy a ver si la encuentro. Y fue entonces cuando le pasó. Otra vez.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Que quede claro que la húngara no sabía jugar al ajedrez, o mejor dicho, sabía jugar pero no era la Polgár precisamente. Cualquiera de las Polgár. La húngara trabajaba de periodista en un diario deportivo de Budapest. Escribía sobre partidos de fútbol que jugaba la selección o bien partidos relevantes que se daban en el extranjero así como la participación en competiciones europeas de los equipos de la ciudad. Sabía mucho de fútbol y no le importaba la política. Cuando todo empezó a desmoronarse, cuando ya estaba desmoronado, conoció a Fred McClusky, un periodista americano que había venido a vivir la aventura del fin del comunismo. Al principio, McClusky le pareció un gilipollas, poco a poco fue sintiendo pena por él y finalmente le cogió cariño. Cuando McClusky le confesó que se había enamorado de ella, la húngara sintió que se había metido con las dos patas en un cubo lleno de mierda calentita y que aunque la mierda era mierda igual, no se encontraba a disgusto. La húngara y McClusky finalmente se casaron, aunque McClusky era evidentemente bastante más mayor que ella, pero no lo suficiente como para ser un anciano. Se casaron en Budapest y ella le dijo que, mientras él trabajara, ella querría seguir viviendo en su ciudad. Él se fue a Oriente Medio, hizo un reportaje sobre el régimen sirio, quiso entrar en Irán y allí sufrió unos mareos que le obligaron a volver a los Estados Unidos. La húngara se negó a acompañar a McClusky a su país y le dijo que ella le esperaba en Budapest. Él le dijo que se lo tomaba como el anuncio de una ruptura y ella simplemente no contestó a la penúltima carta. La última era una petición de divorcio que ella firmó encantada. La húngara no sabía jugar a la ajedrez y tampoco esta historia nos va a aportar nada más que unos minutos de distracción antes de pasar a temas que, si no son más interesantes, serán al menos diferentes.
martes, 19 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Poco después de la caída de lo que hemos convenido en llamar régimen comunista en Hungría, llegó a Budapest un periodista americano bastante afamado por entonces y hoy bastante olvidado, llamado Fred McClusky. McCluscky había comenzado su carrera haciendo reportajes sobre la América rural de los cincuenta, fue a Vietnam en los sesenta, nos contó el horror de Camboya en los setenta y desde América latina hizo exactamente lo mismo en los ochenta. En cuanto olió lo de la caída del Muro y demás, supo que tenía que estar ahí. Y se trasladó a Budapest con la intención de introducirse en un marasmo en el que las fuerzas de la revolución democrática y los comunistas que quisieran aferrarse al poder o quizás vivir una nueva invasión soviética y la represión y todo aquello que ya se vivió una vez. Y no se vivió de nuevo. Lo único que hizo McClusky en Budapest fue enamorarse de la ciudad. Hasta entonces había vivido en ambientes poco urbanos, rurales, pero Budapest era otra cosa. Tardó mucho tiempo en enviar una primera crónica. Hablaba de una ciudad decadente, pero viva, vieja, pero joven, revolucionaria, pero que miraba atrás. McClusky se aburrió de Budapest y se fue a Oriente Medio. McClusky no escribió nada sobre Budapest. Pero se casó con una húngara. A su edad.
lunes, 18 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Bueno, bueno, eso es lo que tú piensas, pero en realidad aquel equipo se ha mitificado mucho por el rollo político. Claro, porque interesa decir que aquel equipo era tan bueno porque se deshizo después por temas políticos después de la invasión soviética y también porque nos gustan mucho esos equipos que son tan buenos y tan mágicos y que acaban siendo derrotados por alguien más práctico, en este caso los alemanes. Lo mismo le pasa a la Holanda de Cruyff, aunque aquí no influye tanto el tema político, incluso se oculta, por el tema del mundial de Argentina, donde también perdieron ya sin Cruyff. Equipos bonitos, que juegan fenomenal y que acaban perdiendo. Contra Alemania, principalmente. Alemania, perder contra Alemania. Alemania habitualmente suele perder, pero en esto del fútbol se han creado un aura de invencibilidad que luego pienso que trasladan a todo lo demás esa sensación de infalibilidad, porque a ver, los alemanes no ganan nunca y mejor que no ganen, también te lo digo. Así que todo eso que me dices de los alemanes, los alemanes, los alemanes nada y mejor que así sea, y lo de los húngaros, pues si quieres un día te hablo yo de los húngaros que también tengo para ellos.
viernes, 15 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Tenía la cara redonda, era lo primero que te llamaba la atención. La Hruskova había sido bailarina durante su juventud, pero se casó y abandonó la danza. Ahora tenía la cara redonda y una tienda de zapatos en la calle Principal. Yo iba siempre con mi madre a comprarme los zapatos a la tienda de la Hruskova. Siempre me llamaba la atención su cara redonda, sus ojos redondos, su peinado redondo. Para hacerla rabiar, siempre le pedía a mi madre que me comprara zapatos de punta. En la tienda de la Hruskova no había zapatos así. Mi madre siempre me acababa comprando unos zapatos duros como piedras, para que durasen mucho. La Hruskova no había vuelto a bailar desde el día de su boda. Yo ya no era un niño cuando fui por última vez con mi madre a su tienda. Mi madre me había explicado su historia. Cuando entramos, le pedí que nos bailase algo. Y ella contestó que no podía porque no tenía zapatos de punta, que eran los mejores para bailar. Me pareció una excusa muy mala. O muy obvia. No sé.
jueves, 14 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Yo no estaba allí como estaban ellos, que estaban de vacaciones y parecía que estaban siempre de vacaciones pero no, en realidad no estaban de vacaciones, estaban trabajando allí. Eran una familia numerosa, eran primos, hermanos, sobrinos, abuelos, primas, hermanas, sobrinas y abuelas. Maridos y mujeres. Residían en una gran casa que parecía un hotel. O quizás habían comprado un hotel para que pareciera una casa. Yo los veía todos los días porque me habían encargado la reparación un pequeño puente que entraba hacia el mar. Paseaban por allí todos los días. Captaba sus conversaciones, sus risas, reflexionaban, hacían negocios. Principalmente, de lo que trataba su vida, era de la defensa acérrima de eso mismo, poder pasear por aquel puente de manera despreocupada, pero preocupada por si alguna vez aquello pudiera acabar. Trabajaban estando allí y demostrando que podían estar allí. La reparación de aquel puente duró meses. La seguridad, los materiales. Tanto tiempo allí, pasó que Masha, que se había quedado viuda hacía un par de años, se fijó en mí. Masha era un poco mayor que yo, no mucho. Un día me preguntó cómo iba el trabajo. Otro día me preguntó si teníamos fecha para acabar. Un día se quedó allí conmigo charlando. El puente sigue allí, cerrado al público.
miércoles, 13 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Nos conocimos en un bar. Ella iba con un grupo de gente. Yo iba con otro grupo de gente. Ella trabajaba en una empresa. Yo no trabajaba. Ella parecía feliz. Yo estaba contento. Intercambiamos unas palabras, ella quería pedir algo, el de la barra no atendía, le dije nosequé. Me dijo nosecuantos. Nos reímos. Ella se fue con su grupo. Yo volví con el mío. Pasan los años y recuerdo ese momento cada día de mi vida como un momento decisivo. Lo plasmo en mis novelas, en mi poesía, lo revivo en las canciones que escucho, cada cuadro que miro contiene su cara, en las películas reconozco su sonrisa. Nos fuimos a vivir juntos. No es lo mismo.
martes, 12 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Todo comenzó con una discusión estúpida sobre Calamaro y su deriva. Estábamos en un bar y comenzó a sonar una canción, no sé si de Calamaro o de Los Rodríguez, y como siempre Laia puso mohín de disgusto y comentó que puto facha de Vox y esas cosas. Y como siempre, yo le dije que sí, que se le había ido la pinza o que quizás siempre había sido así, pero que tenía canciones chulas. Que yo me enganché mucho a la de Flaca o la de Yo soy un loco, y que incluso había ido a un par de conciertos suyos, si no tres. Y que el disco de El Cantante, que era de versiones, me gusta todavía mucho, aunque no lo puedo poner porque yo también tengo una Laia interior que me dice, qué asco de facha. Y fue entonces cuando el Salva, que siempre conocía a alguien, nos comenzó a contar que conocía a alguien con una historia con Los Rodríguez. El tipo, al parecer, era un apasionado de la historia rusa. Comenzó siendo el típico niño sovietizado, de padres comunistas, que militó en juventudes y se aficionó a la historia y cosas rusas. Pero cuando cayó el Muro y los comunistas se vieron fuera de juego, él no se dio por aludido y trucó su pasión comunista por una pasión filoeslava. Comenzó a dejarse el pelo y la barba largas, como un pope ortodoxo. Hablaba de cosas raras, cosas que ya no tenían nada que ver con cosas comunistas. Y un día, al cabo de los años, le escucharon tararear 'déjame atravesar el tiempo sin documentos', durante un encuentro de antiguos nosequé. Le preguntaron, cómo es que te gustan Los Rodríguez, que son argentinos, cuando llevas años a base de folklore eslavo y coros y danzas... Les contó entonces que el padre del pueblo ruso, de donde proviene incluso el nombre de Rusia, era Rurik o Riurik, que se sospecha que era un guerrero varego, es decir un vikingo, que conformó un estado con las tribus eslavas y que dio nombre tanto a la dinastía como al propio país. Y que Rurik significa lo mismo que nuestro Rodrigo, que también es un nombre germánico. Y que así, Rusía no sería otra cosa que un país de Rodríguez y que en realidad Los Rodríguez no son otra cosa que Los Rusos. Yo esa historia ya la había escuchado. Laia dijo entonces que al día siguiente tenía una movida y se fue.
lunes, 11 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Vivíamos todos en aquel piso. Nos habían dicho que era el cúmulo de la modernidad y que estábamos rompiendo esquemas. Construyendo un mundo nuevo, a partir de unas relaciones horizontales, de tejer una comunidad, fraterna, pero Schröder no quiso participar. Desde el primer día, comenzó poniendo pegas. Decía que compartía los objetivos, que estaba de acuerdo en que algo había que hacer respecto al tema, pero que no veía claro que aquello fuera a salir bien y que, aún saliendo bien, no entendía cómo eso de vivir todos juntos en el mismo edificio iba a cambiar de alguna manera el sistema. Schröder vivía solo en un pequeño apartamento, minúsculo, no tenía cocina propia ni tampoco cuarto de baño. Se aseaba en una especie de lavabo comunal que tenían en un edificio extrañísimo del barrio antiguo. Y la cocina también se llevaba a través de un sistema por el que desde la taberna de los bajos se les suministraba un menú diario que se les sumaba al alquiler que pagaban. Schröder nos decía que él ya estaba viviendo en un régimen semi comunal y que no entendía en qué estaba cambiando su vida con aquello. Nosotros le decíamos que lo que contaba era la vida en común, que se establecían una serie de relaciones que desmontaban convenciones familiares y de clase. Y él solo veía que iba a seguir cagando no cuando quisiera, sino cuando pudiera.
viernes, 8 de noviembre de 2024
Rock Bottom - Maria Trénor
En la vida real, el final de la historia que se cuenta en la película es este:
La película se llama Rock Bottom y nos quiere contar de manera un tanto libre, la gestación de un disco absolutamente único que se llama Rock Bottom y que materializó Robert Wyatt después de que Robert Wyatt viviese la traumática experiencia de quedarse atrapado a una silla de ruedas después de caerse por una ventana en una fiesta y ver así como su carrera como músico se viese seriamente afectada. Pero la película de Maria Trénor nos cuenta esto y no nos cuenta esto. Porque yo no soy un biógrafo de Robert Wyatt y menos de Alfreda Benge, pero y qué. Porque la película cuenta una historia, una historia que pudo ser aunque uno sospecha que no fue así, que eso no pasó como nos cuenta, o quizás sí y lo que tú crees saber de la historia de Robert Wyatt no es todo lo que deberías saber. Ni de Alfreda Benge. Y eso que al comenzar la película se nos dice que el mismo día que salió este disco, Robert Wyatt y Alfreda Benge, se casaban. 1974, aunque todo comenzó antes. La película. La película, así por decirlo pronto, es una delicia si te gusta la música de Robert Wyatt. Si no eres quisquilloso con el rigor histórico y con las licencias poéticas y con todo un poco, si no crees que eso no pasó así y te abstraes de eso, la película no quieres que acabe. Porque en la película pasan cosas y suenan músicas que uno pensaba que jamás escucharía en compañía de otros que no fueran su compañera o mi hermano. Porque cuando en las primeras escenas, cuando se nos cuenta la historia de la fiesta y uno está haciendo cábalas de si eso fue así o no fue así, si esa Caroline puede ser la Caroline que inspiró la canción... de repente se sacan de la manga que Robert toque la canción, O Caroline. Y esa maravilla de canción, sonando, interpretada por unos músicos animados, Robert, David... hace que todo se te olvide y que asumas que sí, que a lo mejor esto va de sacarse de la manga muchas cosas, pero que suene esta canción que abre el primer disco de Matching Mole, el de los topos en la portada, la banda que formó después de salir de Soft Machine y que no es otra cosa que el mismo nombre en francés, que suene esta canción significa todo. Y la historia, la relación tempestuosa entre Robert y Alfie, Alifib, en Mallorca, con las adicciones que a uno le chirrían un poco, porque uno sabe que Robert era de beber pero no de otras cosas, pero da igual porque salen los topos, y los erizos y toda esa simbología y poco a poco se van desgranando las canciones del Rock Bottom, un disco con unas letras muy particulares que hablan precisamente de esa relación de amor tenso entre Robert y Alifib, una historia que en la película transcurre entre flipadas y cuelgues y donde un Daevid Allen que uno sabe que estuvo allí, en Mallorca, pero que no sabe si eso que se dice fue verdad o no, invita a Robert a tocar y Robert se saca de la manga Signed Curtain. Y si O Caroline era grande y bonita, Signed Curtain es estar muy arriba. Y muy abajo. Y tampoco es del Rock Bottom, pero parece que, de manera insospechada y no sé si involuntaria por parte de la directora, como parte central de la película, más incluso que las canciones del Rock Bottom, que es lo que pareciera que es el tronco de la película. Pero es que Signed Curtain es demasiado. Y así, la película nos hace de fondo a una música psicodélica, íntimista, brutal, salvaje y oscura y dolorosa y un no sabe qué más. Canciones compuestas antes de y canciones después de. Y sale también Kevin Ayers, porque tiene que salir, claro. Y sale también Mike Oldfield, porque tiene que salir, claro. Toda la banda. Y no hace falta comprobar si pasó o no pasó. Solo que hay una historia que podría encajar en esa música. Como pasa cuando escuchas una canción y te la llevas a tu terreno. Quizás ese terreno imaginado, dibujado, planteado por Maria Trénor no es el que tú crees, pero es igual, porque esas canciones pueden servir para ponerte patas arriba sepas o no sepas, conozcas o no conozcas. Y uno sale del cine dando gracias, escuchando los comentarios que dice la gente sobre la verosimilitud, con una sonrisa en la boca, porque ha pasado una hora y pico escuchando y viendo y teniendo la cabeza ocupada en Robert Wyatt. Y eso es bueno.
Pequeños cuentos centroeuropeos
Básicamente me enamoré de él porque me dijo que trabajaba en la Terlenka. Yo no sabía qué era la Terlenka, yo solo era un pobre comunista que tenía obsesión con todo lo soviético, lo que me sonara a centroeuropeo, al Pacto de Varsovia, a lo ruso, todo eso, ya sabes. Yo no sabía lo que era la Terlenka y me enteré después. Como ya no podía reconocer el error, lo reconduje con lo del hilo rojo. Me dejó de todas maneras.
jueves, 7 de noviembre de 2024
Lenin celebra
Que sí, que sí, que la fiesta, que el aniversario, que todos contentos, que la emoción, que te acuerdas, que si el cañonazo, que si fue ese día, que si la cosa ya venía de antes, que si el cañonazo no fue el cañonazo, que si aquel estaba y ahora no está, que si aquel se fue, que si este que vino de dónde salió, que sí, que todo eso, que si fíjate qué tiempos, que si tú estás igual, que si vaya cagada, que si cagada de qué, que hubo cagadas, cagadas tú, idiota, gilipollas, vendido, traidor, flojo, mierda, cerdo, rata, bueno, que no nos liemos otra vez como nos hemos liado toda la santa vida o al final me acabaré yendo, joder, no te vayas, es que al final me ponéis negro, pero es que tío, ni tío ni nada ostia y además no soy tío de nadie soy camarada, sí, camarada, es que ya ni eso camarada, ni llamarnos camaradas, es que la gente, que sí, que la gente, bueno, a lo que vamos, saca ya las copas y brindamos y nos vamos, es que ni eso, es que ni estar un rato juntos, que sí, que joder, que hoy vamos a estar felices celebrando que es el aniversario, que por lo menos eso lo hicimos bien, que al menos en ese momento estuvimos ahí, venga, joder, que el recuerdo de ese momento tan bonito nos sirva para impulsarnos de alguna manera en estos tiempos, has empezado ya con el discurso, qué discurso, ah que no había discurso, que no estoy dando ningún discurso que solo estoy hablando de las cosas, es que a veces hablas y parece un discurso, es que ese es nuestro problema que siempre parece que estamos hablando como con intención de algo y a veces pues simplemente le apetece a uno hablar y comentar y ya está, pero es que a ver somos lo que somos, y qué somos.
miércoles, 6 de noviembre de 2024
Trump
Echémosle la culpa a alguien. Digamos que ya lo sabíamos. Pensemos que era inevitable. Todo estaba encaminado a facilitar el triunfo de Trump. La candidata era mala. Parece que lo hagan adrede. ¿Se ha dicho ya que los problemas de la clase trabajadora han sido dados de lado y que Trump sí que conecta? ¿Se ha dicho ya que el problema es? Reflexionemos sobre cómo puede ser la gente tan ignorante, tan estúpida, tan poco como somos nosotros. Nosotros. ¿Se ha dicho ya que este triunfo de Trump en realidad no es ni tan grave ni tan importante ni significa ningún cambio porque si le preguntamos a la gente de Gaza van a seguir siendo masacrados igual? ¿Se ha puesto ya encima de la mesa que hay que refundar algo? ¿Se ha manifestado ya que es necesario abrir debates? ¿Hemos hablado de los medios de comunicación? ¿No es acaso evidente que se ha producido una polarización del voto y que se ha forzado tanto la máquina que al final la gente se asusta, los hombres se asustan, los blancos se asustan, los ricos se asustan? Era inevitable. La democracia no funciona. Estamos en manos de descerebrados. ¿Se ha dicho ya que la guerra de Ucrania se va a acabar? ¿Es usted parte de alguno de esos colectivos que se van a ver perjudicados de alguna manera por la presidencia de Donald Trump? ¿No? ¿Entonces de qué se preocupa? No nos preocupemos y no nos pongamos estupendos. Si usted simplemente es un hombre, incluso una mujer, que va de su casa al trabajo y se preocupa por sus findes de ocio y a dónde va a ir de puente, no tiene ningún problema. No se meta en follones. Consuma, haga por vivir. Hagamos por vivir. Incluso una mujer. Todo esto ya lo sabíamos. Hemos perdido, hemos dejado muy atrás el umbral del dolor. Hace años que nos hemos acostumbrado a cosas que nos hubieran parecido inimaginables. Opiniones, relatos, haitianos comiendo gatos, invasión de inmigrantes, niños que van al cole y que vuelven siendo niñas. No hay mucho más que añadir. Recordemos estos años de democracia y de cierto bienestar, no universal, pero bueno, apañadito, que hemos tenido. Con cariño.
martes, 5 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Salimos de allí sin saber qué nos había querido decir. Nos había convocado de manera urgente, no podía esperar. Y una vez allí nos soltó un rollo que no parecía tener tampoco demasiado preparado acerca del futuro y de cómo este futuro estaba ya escrito en el pasado. Pero lo dijo de una manera y empleando un tiempo absolutamente innecesario. Mientras volvíamos a casa, Demianski me dijo que se sentía un poco cansado de todo, que en muchos momentos pensaba que lo que él había considerado en un principio como fundamental se había diluído tanto que no entendía qué estábamos proponiendo en este momento y sobre todo qué era lo que estábamos diciendo sobre el día de mañana. Eso era.
lunes, 4 de noviembre de 2024
Elecciones en los Estados Unidos. ¿Da lo mismo?
Mi padre era (es) un proveedor de frases, refranes y dichos que me sirven para ilustrar infinidad de momentos de mi vida o de situaciones varias de la política, cultura o lo que se ponga por delante. Uno de ellos decía que 'lo mismo me da que me cague un perro que una perra'. Y ese dicho, precisamente, es lo contrario de lo que pienso que se dirime en estas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos que se dirimen mañana mismo. Así que, con urgencia y a riesgo de ser considerado un iluso, algo naif e incluso un desnortado liberal, me posiciono y digo que no, que no es lo mismo que gane Kamala Harris que lo haga Trump. No da lo mismo. Incluso personas a las que tengo estima en lo profesional e intelectual me argumentan que, a fin de cuentas, que gane Trump no cambia demasiado el escenario político y que, a fin de cuentas, incluso es mejor para la política global que gane el señor naranja porque 'Estados Unidos no se mete en guerras'. Este argumento, que la Administración Trump no se ha metido en conflictos en el extranjero, no inicia guerras, etc., mientras que los demócratas están obsesionados con esa idea de expandir la libertad por el mundo pisando todos los charcos, creo que no se ajusta a la realidad, ya que la maquinaria bélico-diplomática-económica de los norteamericanos no descansa y ahí sí que da lo mismo que una u otra opción esté al mando. El mando quiere proteger los intereses de quienes tienen intereses y los norteamericanos los defienden como sea y dónde sea. Les ha importado un comino siempre y les seguirá importando el tema de la libertad, la democracia y los derechos humanos siempre y cuando su negocio lo demande. Ese no es el problema. El problema lo tenemos con que Trump y lo que representa y lo que está manifestando y promoviendo y fomentando durante estos años y lo que va a promover, significa una regresión absoluta en lo que hemos considerado un consenso sobre ciertos derechos que parecían extenderse a amplias capas de la población. Que Trump gane las elecciones significará el ascenso de una ideología ultraconservadora, pero no simplemente de derechas, no, algo diferente, algo peor, algo que ya habla de que la democracia está acabada y no sirve y sí, puede que a la izquierda más fuera de órbita le parezca genial que la democracia 'ya no sirve', pero no lo va a sustituir un régimen de soviets de campesinos y soldados, sino un consejo de administración, algoritmos, CEOs y fundamentalistas religiosos. Y tú no vas a poder hacer absolutamente nada. No en los Estados Unidos únicamente. El influjo que este resultado electoral en la consolidación y normalización de partidos que ya no tienen en el sistema democrático una vía de juego, sino que piden otra cosa. Y esa cosa es el horror. Un horror que toma las calles, que invade el debate público, que contamina las opiniones, que se normaliza y que incluso alcanza el poder en países con democracias, culturas, clases ilustradas, festivales de cine y ferias del libro. Todo eso, que ya está aquí y que ya se vive, será corregido y aumentado de nuevo porque nada menos que un presidente de los Estados Unidos está en esa locura. Si la presidencia de Reagan supuso un antes y un después para el ascenso y consolidación del neoliberalismo en todo el mundo, las presidencias de Trump pueden ser demoledoras para todo lo que signifique diversidad, pluralidad, libertad, dignidad, y sí, democracia, aunque los comunistas y los marxistas leninistas tuerzan el morro y piensen que bueno, que cuanto peor mejor y que de ahí saldrá algo positivo. Vivir en Rusia, vivir en China, vivir en los países del Golfo, vivir en lugares donde puedes comprar y divertirte pero no opinar. Ese sería el futuro. Y sí, una victoria de Kamala Harris puede que no signifique otra cosa que prolongar la agonía, y que la matanza en Gaza se extienda a más lugares, y que haya una guerra en China. Pero creo que el abismo al que nos enfrentamos, comenzando por los propios Estados Unidos y llegando a la propia Santa Coloma es lo suficientemente grave como para tomarnos esto en serio. Trump no representa lo antisistema, y si el sistema es algo parecido al régimen de libertades controladas que tenemos hoy día, efectivamente apuesto por el sistema antes que por una puta mierda de dictadura fundamentalista, racista, terraplanista, turbocapitalista y salvaje. Prefiero que no gane Trump, no quiero que gane Trump. Tengo miedo de que gane Trump. No es lo mismo.
Pequeños cuentos centroeuropeos
Me decía, es que soy pintor. Y yo siempre le miraba como quien mira a un niño al que le preguntan qué quiere ser de mayor y te dice que quiere ser astronauta. Soy pintor. Jarek vivía con su pareja en un pequeño piso y había dedicado una habitación minúscula a lo que él consideraba su estudio de pintura. Allí se pasaba las horas. No pensaba en buscar trabajo, simplemente pintaba o hacía cosas relacionadas con la pintura. Es que soy pintor. Por las mañanas se dedicaba a buscar inspiración, se sentaba en los bancos y contemplaba el cielo, o el cauce del río, o cómo los pájaros sobrevolaban el barrio. Comía algo, poco y se encerraba en la habitación a pintar durante toda la tarde hasta que a las nueve salía a la taberna, también a coger inspiración. A eso de las once volvía a casa y seguía pintando. No pintaba lo mismo por la mañana que por la tarde. Pero era malísimo. Quizás él lo sabía y, mientras estaba pintando mal no estaba haciendo mal otra cosa.