miércoles, 3 de abril de 2024

Joan Guerrero vuela


No es la foto que más le identificará, pero es la foto que recuerdo con más cariño. Hoy que nos ha dejado Joan Guerrero, vuelvo a compartir esta foto. Una foto de la campaña de Catalunya Sí que es Pot, elecciones catalanas, año 2015. Se nos ocurrió hacer una paella en Can Sisteré, como era mes de septiembre, no creíamos que haría tanto calor, no pusimos nada que nos cubriera y estuvimos a pleno sol con la única protección de unos diarios de campaña que utilizamos a modo de sombreretes improvisados. Siempre me gusta decir que en esa foto parece que somos de una de esas sectas que están esperando la nave espacial que ha de llevárselos hacia un mundo mejor. Y ahí estaba Joan Guerrero, el fotógrafo, intentando no asarse mientras llegaba el plato de comida. Porque el Guerrero siempre estaba. Daba igual la concentración, la manifestación grande o pequeña, el acto, el evento o la movilización. Daba igual si no había nada de eso. Antes, mucho antes de que legiones de fotógrafos asaltaran nuestra vida inmortalizándola de manera más o menos artística y con aparataje costoso, Joan Guerrero ya estaba ahí con su cámara al hombro. Y seguía estando ahí. Hasta el último momento, siguió su búsqueda del instante, del gesto, de esa cosa que a ti te parece que no tiene importancia y que él convertía en una alegoría de la sencillez, sobre todo de la gente, de las personas comunes, de las cosas que hacemos, del carro que arrastramos, de las pipas que nos comemos en un parque, del vuelo de una hoja en Can Zam, de la pelota que golpeamos, de un charco y lo que se refleja en el charco, de lo que fue nuestra Santa Coloma y de lo que es. Joan Guerrero ha sido el que ha puesto imágenes a lo que somos. Durante décadas, si querías saber quiénes éramos y quiénes somos, tienes que mirar las fotos de Joan Guerrero. Y sus documentales. En sus últimos años, se lanzó a una tarea audiovisual que, de manera absolutamente personal, y posiblemente fuera de cualquier canon, volvía a su tema recurrente: la gente sencilla y Santa Coloma. Un esfuerzo por recoger algo más que una narración elaborada, sino simplemente una manera de ver la ciudad, de manera desestructurada, imperfecta, pero que llega más que cualquier esfuerzo publicitario por vendernos algo que no somos. Joan Guerrero nos deja y con él se va una de esas personas que sabían cosas, cosas de nosotros, de nuestra historia, de la historia de nuestra ciudad, también otras cosas, como las cosas de esas gentes de izquierdas y esas personas con fe que en un tiempo pasado, no tan lejano, alcanzaron un grado de compromiso con la vida que hoy nos parece imposible, ciencia ficción. Y Joan Guerrero era una de esas personas que podría estar con cualquiera, que podría ser nuestro, vuestro, suyo y nadie podría nunca recriminarle nada. Porque los suyos éramos todos. Dos fotos suyas, podrían ser muchas más, decoran nuestro local. Una foto a Rafael Alberti en un mitin y otra mítica de Lluís Hernández en el balcón del Ajuntament delante de una plaza de la Vila abarrotada de gente. Pero seguro que hay mil fotos que todos pueden considerar que son suyas, porque son parte de nuestra historia. Joan Guerrero se va y nos libera los días y ya no podremos seguir su agenda repleta de presentaciones de nuevos libros, de reediciones, de exposiciones, de presentaciones de documentales, de nuevos proyectos, de una actividad incansable por enseñarnos cómo somos, cómo vivimos, qué nos conmueve, qué nos importa. Se va Joan Guerrero y nos quedamos sin escuchar nuevas historias sobre canciones que le cambiaron la vida, sobre personas humildes que conoció en sus viajes, sobre recuerdos de su infancia, sobre una Santa Coloma que peleaba y combatía, sobre todo lo que tenemos dentro y lo que podemos ser. Porque no solo hacía fotos, había que escucharle hablar. Joan Guerrero era un maestro, todo el mundo se lo decía. El Vell Guerrer, le gustaba decir. A mí me gustaba tratarlo como si fuera alguien sin edad, y sin tanta aura, porque a poco que pudieras hablar con él, esa imagen venerable se transformaba en un genio incontenible, alguien que nunca había dicho su última palabra, que no había captado todavía lo que tenía que captar. Recuerdo un acto que montamos sobre PSUC y movimientos cristianos donde agarró el micro y se rebeló contra el relato oficial, una furia. Y por eso no se descolgaba de su cámara, supongo, para no olvidarse de cuál era su cometido. Mostrarnos. Explicarnos. Se va el viejo Guerrero y cumpliendo el tópico, más que nunca, nos queda su trabajo. Quién nos explicará ahora. Al final, Joan ha cogido la nave.  

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