lunes, 31 de agosto de 2020

Siete días en Navarra. Avispas, cuajada, macarrones, vacas, verde, caminar y frontón.


Pasar sin solución de continuidad de Andalucía a Navarra, a la parte de Navarra boscosa y frondosa y verde es una experiencia total. Atravesar La Mancha primero, Castilla después, también. Nunca he hecho ese trayecto, desde Vilches hacia el Norte. Primera experiencia. Segunda experiencia. Nunca había estado en Navarra. Luego te das cuenta de que aunque no hayas estado en realidad has estado porque la diferencia entre estar en Euskadi y esa parte de Navarra, pues como que no. A menos que distingas entre distintas partes de Navarra y de Euskadi. Y esa es otra cuestión. Tercera experiencia. Los amigos. Los amigos son tuyos o son de otro. Los amigos pueden ser adquiridos, surgir con el tiempo, la gente puede ser conocida, conocida tuya, amigos de alguien y con el tiempo tuyos también. A qué llamamos amigos. Vamos a ir a algún sitio, aunque será difícil, vamos a ir todos y todas, los que podamos y tengamos ganas, vamos a ir por ejemplo... no sé, a Navarra. Alguien se toma la molestia de buscar una casa y ya está. En Navarra, en Aldatz, al ladito de Lekunberri. No sé dónde vimos que había wifi, no había ni cobertura. Y qué. Nos hemos apañado. Y la mar de bien. 

Siete días en Navarra que tienen como marco la fama de Navarra y de toda Euskal Herria como lugar 'donde se come de puta madre'. Y comenzamos con la controversia. El primer día macarrones. En Altsasu. Frente al bar donde pasó todo. Qué pasó. Altsasu es la ciudad o pueblo navarro donde tuvo lugar la pelea entre unos guardias civiles de paisano y unos chavales que terminó y sigue con nueve encarcelados. Pues enfrente un menú. En Navarra se come muy bien. Macarrones. De siete días en Navarra, al menos cuatro fijos pasta. 

Navarra y Euskadi. Te gusta Navarra y te gusta Euskadi. Tienen paisajes increíbles. Tienen una cultura que te atrae. Está el Athletic Club, naturalmente. Has escuchado rock radical vasco hasta hartarte. No sé si me gustaría vivir en el País Vasco. No sé si me gusta tanta mitificación de lo vasco. De lo puramente vasco. No hay críticas hacia lo vasco. Todo está bien, son como son, son así. No me gusta la perfección. Me encanta el País Vasco. Me encanta ir de pintxos, me gusta ir a los bares, me da igual de qué sean y no me molesta si son herrikos. 

Viaje de una semana a Navarra y Euskadi. Una casa con nueve personas. A dos de ellas les apasiona el tema de las excursiones y las rutas y hay rutas y excursiones casi todos los días. Una primera ruta desde el pueblo hasta Beramendi ya nos deja, me deja mejor dicho, crujido casi para el resto del viaje. Es un paseo de unos pocos kilómetros. Pero ya me deja k.o. Y descubrimos que hay un frontón justo al lado de casa. El deporte. Deporte de hacer deporte, no pasear ni correr ni esas historias. Deporte de moverte raro. Frontón, pelota, pared. Me encanta. Pero como siempre, tengo los brazos menos fuertes de toda la comarca y no llego a poder competir con auténticos profesionales como el Aitor o el tallo del Sancho. Hasta el Natxo y el Albert le dan mejor. La Alba es mil veces más valiente. Pero ahí estoy. Le doy poco, pero ahí estoy. Y lo más importante, la rodilla no me da miedo.

Nueve personas. Un viaje, una semana con nueve personas con las que llevo tiempo coincidiendo en bares, cenas, reuniones de amigos, pero una semana es una semana. Seamos claros. La política, todos nos conocemos del tema, del rollo, pero yo soy el que canta. Un poco. Bastante. Pero con no hablar de política o con tener claro que la política es todo y que sin hablar también se hace política, pues vamos haciendo. Nueve personas diferentes en Navarra, en una casa sin internet, pero ocho de ellas ya están acostumbradas a organizarse entre sí, por lo que poco hay que hacer. Dejarse llevar. Todo está bien. Y es que todo está bien. Ya no recuerdo si el segundo día fuimos al nacimiento del río Urederra y dimos otro paseo o fue el tercer día y el segundo fuimos a Leiza a hacer otro paseo que fue una ruta y ahora no recuerdo dónde comenzamos y a dónde llegamos. En Leiza fuimos por unos parajes espectaculares. Vimos un cromlech, me hice la foto de homenaje a Gong con la camiseta de Gong. Caminar por senderos y veredas, caminillos y pistas, equivocarnos, volver para atrás, cuestas, más veredas, zarzas y puentes que resbalan. Vacas.

Animalitos. Somos más de piso que un enchufe y cada bicho que vemos es como una sacudida de electricidad. Una cabra, una oveja, una vaca, un ternerito. Un ternerito! Un caballo, un burro, un mulo, un perro, todo nos parece maravilloso y es que lo es. Ver vacas es como que te da paz. Ver una vaca como esta de la foto, una Atom Heart Mother en toda regla, es como que te quedas mirándola y... o verlas en la carretera. En todas las carreteras. En los caminos, con sus hermosas bostas que parecen redondos de ternera. Precisamente. Vemos animales y vemos plantas y vemos árboles. Y sí, no hay un verde como el verde que vemos en esa tierra. Y vemos helechos y vemos robles y la Patri y el Sancho se saben todos los nombres de las plantas y los demás vamos, voy, pues muy con el gancho y a penas sé no caerme mientras camino. Caminar y caminar. Tres o cuatro días a base de caminos y paseos y luego frontón por las tardes noches. Y esos cuerpos hechos cisco que no se mueven de moverse de verdad desde hace mil siglos, doloridos y mal. Y al día siguiente mal.

Paseo a Beramendi, ruta por Leizalarrea y el nacimiento del Urederra y parque de Urbasa. Luego hablaremos del Txindoki. ¿Qué problema tengo yo con los hosteleros navarros? El segundo día, yendo a comer, ante la pregunta de qué es una cuajada, se me ocurre apuntar que la cuajada es una especie de yogurt pero más contundente. Y recibo una reprimenda de muy señor mío por parte de la camarera que poco menos que da una clase magistral sobre la cuajada de una manera absolutamente innecesaria porque con decir, hombre, igual no es pero más o menos, lo salvaba. Debería haber profundizado en la cuestión con el tema del patxaran y ya hubiéramos acabado del todo. Por comentar, creo que el sentido del humor no es igual en ninguna parte pero allí parece que menos. Si te quieres hacer el simpático, mal, si te quieres hacer el gracioso, mal, incluso si te quieres 'hacer el vasco', mal. Todo mal. Quizás el truco será no hacer nada y mirarlo todo con admiración y embeleso. Excepto con el gremio de las tiendas de deportes, donde tuvimos experiencias gratificantes buscando pelotas de frontón y donde incluso me compré una sudadera de una marca de ropa local que para el fresquete me va a venir más bien que todo. 

El Txindoki. No me quedó claro si tenía tal o cual altitud. Un monte en Gipuzkoa. Lo que yo pienso que es una ruta, un paseo, a ascensión lenta hacia algo parecido a la cima se convierte en una ascensión interminable que intento pasar de una manera tranquila. Quiero ir a un ritmo suave, pero el afán por llegar al final y dejar de sufrir me hace parecer la liebre del grupo. Y cuanto más subo más ganas tengo de llegar. Confundo un par de veces el fin de una perspectiva con el final de todo y cuando me quiero dar cuenta estoy subiendo una pendiente que lleva a una pared y algo me dice 'Antonio, la hipertensión'. Me doy cuenta de que voy ya dando bandazos. Me siento a comtemplar la pared que  tengo delante. Es solo una pequeña pared, un murete, con las manos se sube fácil, pero yo ya no estoy para bollos. Me rindo. Me quedo aquí. Todo el mundo la va a subir, menos yo. Todo el mundo va a llegar hasta el final, menos yo. Y me vuelvo hacia atrás y me quedo mirando como los demás suben y me envían fotos desde la cima. Iba el primero pero no llegué. Durante la bajada cometo los errores habituales y me sale un dedo negro que todavía arrastro. Todo encajaba. El hombre que no llegó a subir al Txindoki. Cogemos el coche y nos vamos a Ordizia a tomar una birra. Y en Ordizia hay una estatua de Fray Luis de Urdaneta, cosmógrafo y marino e introductor del cristianismo en Filipinas con dos filipinos besándole el... Nos volvemos rápido a casa. Hay que jugar al frontón aunque no tengamos fuerza para nada. Pero hay que darle unos palazos. 

Una barbacoa es un espacio colaborativo donde se liman asperezas si las hubiere y se encuentran puntos de acuerdo. Me dedico a mirar y hacer de pinche transitorio. Nos vamos a poner como osos. La carne se compra en Lekunberri. Yo tenía un profe, el profesor Javier, el Franki, que era navarro y se llamaba Sesna Sesna y era familia de Lekumberri, jugador de Osasuna. Fuimos a Leitza que es el pueblo de Iñaki Perurena. Sé muchas cosas yo de esta zona. De Lesaka, otro pueblo donde fuimos, era un ciclista. Pero no sé. O puede que fuera Laiseka y confundo. Confundo seguro. Si no se habla de política, se habla de Messi, más puntos de acuerdo. O si no, la tontuna.

La tontuna, la broma al peso, el chiste al por mayor, también une. Así que si de cada cosa, de cada palabra, de cada tema, puedes sacar una canción, una frasecita, una rima gilipollas, o algo, todo se va puliendo y se convierte la semana en una sucesión de disparates y sandeces sin cuento aderezadas con bellas canciones de esplai a la hora de cenar que yo que sé. Que habrá que repetir. 

El último día nos sublevamos y ya no andamos más. Ya se acabó caminar y mucho menos coger bicicleta. No. Ez. Y nos fuimos unos pocos a ver Elizondo, el pueblo donde transcurre la trilogía del Baztán, nos hacemos las fotos de rigor en el puente y en las mantecadas y a beber pastores. Dos o tres pinchos y estamos cenados. Comidos, perdón. Precioso pueblo y gran día de paseo. Y de no hacer nada, que hacer nada también hay que saber hacerlo. Y nos vamos a Lesaka a reunirnos con el grupo y en Lesaka vamos a un bar donde ponen reggae y donde hay un altarcito dedicado a Mikel Laboa y se llama Zaldio Ostatua y ostatua es hostal. Luego vamos a la herriko y las escaleras del sitio me gustan y les hago una foto que se quedará como una de esas fotos que haces y que no borras y que no sabes porqué. Y bebo pacharán y no he llegado a ver ni una botella de pacharán así que no sé. Más frontón. Nace un club pelotari. De esta fijo. De esta...

Es una barbaridad decir que descontando la barbacoa, el mejor día que comí fue en Alfajarín volviendo. No sé si lo es. 

Días fresquitos en Navarra. Por las mañanas refrescor, luego calor achicharrante y por las noches otra vez fresquete pero fresquete de frío. Tapadicos. Días de bromas chorras, de recordar la cuajada, de escuchar una retransmisión de traineras eta bueno, de ver a la chica que hace zumba en la tele de Irún (tá, bat, bi, hiru... ta), de doblar películas, de ir evitando las avispas y descubrir que este es el año de las avispas y que ahora mismo titulo el artículo con lo de las avispas. O con invictus. Un no parar. La Eu es el no parar. Una digna competidora en la cucamona y la tontunez. Y así hemos pasado los siete días. Evitando los esfuerzos, maravillándonos con los animalitos, los terneritos, con Messi, comiendo y bebiendo, disfrutando de los manjares de la Esme, aprendiendo a no hacer nada con el Sancho, esquivando la vigorexia del Albert y la Patri... preguntando por política vasca y carteles varios al Aitor... lo que se dice convivir. 

Siete días en Navarra que creo que se pueden perfeccionar todavía más el año que viene. No digo ya en Navarra. Pero que también. Ha sido un placer. 

Quince días de Agosto. Vilches, Cádiz y Vilches siempre.


Son muchos días y no sabe uno qué contar sin que suene a lo mismo que ya contaste antes de irte. Lo vivido durante los días en el pueblo ha sido más o menos lo que esperábamos antes de ir y las cosas que tiene uno que contar se parecen a lo que ya suponíamos. Por lo que ha costado contar algo que no suene a la misma canción y con los mismos protagonistas. Han habido cosas nuevas, han habido cosas bonitas, han habido experiencias que se tienen que repetir, pero en general y, supongo, en algún momento se me ha notado algo más de lo necesario, todo ha sido raro, diferente, distinto, no lo sé. 

Vilches. No íbamos a hacer nada en verano porque no se podía, porque todo está mal y al final han sido unas vacaciones de aquellas de ovación y vuelta al ruedo. No preguntes porqué, pregúntate hasta cuándo vas a poder hacerlo y disfruta mientras puedas. Vilches otra vez. Por una vez no entramos al pueblo desde el lugar que lo hacemos siempre y no hicimos lo de... no lo contaré más veces. Vamos a comer con mis primos y mis titos a Linares y empieza a preguntarse uno a quién se parece más o quién se le parece más, su primo Jesús o su prima Ana. Al tito Antonio ya está claro que sí y hace tiempo de eso. Comemos y sin solución de continuidad nos vamos a Vilches y antes de nada vamos al cementerio a ver a mi padre, o el lugar donde está la urna y vemos la lápida y tiene las letras más grandes que la mayoría de las lápidas y no hay diferencia entre el nombre y lo de Els Coloristes y no deja sitio para que las flores se puedan poner y ya está. Y yo pensaba que estaría mirando a Jarabancil y no y es porque desde diciembre ha dado tiempo a construir algo enfrente y le tapa la visión. Y nos vamos y subiremos alguna vez más. Vilches. Volver a Vilches sin mi padre. Para mí extraño, raro, mal. Para mi madre no me lo puedo imaginar. No sé si ayudo demasiado a hacer las cosas fáciles en esos momentos, pero no sé hacer las cosas de otra manera. Intentamos hacer lo mismo de siempre, yo puedo, mi madre no tanto. Pero cada uno a su ritmo. Los primeros días los pasamos la compañera Alba y yo intentando ver a la mayor cantidad de gente posible, sin estresarnos e incluso se nos ocurre ir a Cazorla un día. Ya llegaremos. He visto a mi prima Juani, que vino un día a casa, el segundo día ya. Mi prima Juli estaba fuera. No sé cómo hacerlo para que no perdamos la ocasión de vernos cuando vayamos, pero es difícil coincidir. Mi prima Juani genial como siempre. Qué pena, como siempre, que viva tan lejos. Vemos a la Rocío, pero la vemos muy poco, un día solo. El resto de los días por h o por b no coincidimos. Vemos a Jordi y a Amanda ya el día que se van. Vamos a los bares, vamos al Baesucci, el antiguo Brillante. 

En Vilches los bares tienen diferentes nombres. El suyo, el oficioso y por el que lo conozcas tú. El Baesucci es el único bar que nos queda en la Estación y, de manera insospechada, se ha vuelto a poner de moda. Hay movimiento. Hay gente, hay mesas llenas, hay bombillas de colores, hay una bandera lgtbi hecha de bombillas, se está bien y da para recuperar algo de orgullo de barrio. Los chavalitos vuelven a bajar a la Renfe para hacer sus cosas. Como en los viejos tiempos. Ya no hay que subir para todo, ya podemos decir eso de bajaros al Baesucci. Y la gente se baja. Tanto tiempo esperando y al final hemos ganado. En mi barrio no pasa nada. Este año ni siquiera me he acercado a mirar pasar los trenes, solo un día fui a ver la estación pero por la parte del muelle y volver por el Barrio Colorado. Y pasar por la casa de la tita Josefa. Un día, la tita Luisi nos dio las llaves de la casa para que fuéramos a coger higos y fuimos a coger higos. Yo no cogí nada. Alba los cogió. Yo casi ni entro porque me asustaron los perros. Los perros estaban más asustados que yo. Al final los acaricié y me dieron mucha pena. Este año todo era un poco así. Cómo iba a ser de otra manera. No volvimos a coger higos. No nos dio tiempo. Hemos estado mucho con Marina, como siempre, que es una alegría infinita verla tirando para delante y plantando cara a la adversidad y a los adversos, sobre todo a esos, con toda la caña posible. Sin ver a Marina esos días ya no sabríamos a qué vamos al pueblo. No ha habido fiestas, no hubo día 15 pero hubo día 15. Eso luego. Los bares, bares que cada vez son menos y que cada vez son mejores. Ya no está el Casino y el Rafi, el Cruce o el Millonario o el 4 Caminos que son el mismo bar, cerró antes de la fiesta y que no fue fiesta y ya no pudimos volver y creo que hemos ido a todos los bares este año pero es porque han habido menos bares que otros años. Era fácil. Era fácil y era raro. Hemos ido a todos los bares y en todos los bares hay una historia. Este le gustaba a mi padre, aquí no venía mi padre, este era su bar preferido. Hemos tenido días de todo, días de mucho calor días de fresquito insospechado, nos ha llovido, hemos ido a Cazorla. Luego digo lo de Cazorla. Nos hemos reído de lo de los paraguas en la plaza, nos hemos reído de lo del robo de la Virgen el 13 por la noche o ya no me acuerdo cuando, nos ha alarmado el ingente número de peña con mascarilla y bandera española, mucha gente, pero qué mierda es esta tanta gente. Aquí no hay ni la mitad, ni un cuarto, ni una décima parte de frikis con la estelada, y en cambio allí cantidad de tropa con la estanquera. Por qué. Se me ocurren respuestas pero no las puedo argumentar como se merecen. Y hemos ido a Bailén, cómo no, a ver a la tita Antoñita y al nuevo proyecto, el Eloy, muy gracioso, muy bonico y estuvimos con mis primos y todo como siempre. Y vimos también al tito Martín, otro día, en casa, que nos dijo cosas de Cádiz. Hay que contar lo de Cádiz aquí o en otro sitio. 

He dicho que fuimos a Cazorla. No hemos visto a las sevillanas. La Isabelita, ni la Marijose. El tema del virus. No ha venido mucha gente al pueblo pero hemos ido unos pocos. Hemos visto a mis primos de Mollet, hemos visto a más gente, pero es cierto que había menos gente. Hubo un día que, sentados en el Baesucci, nos fumigó un tractor dos o tres veces. No sabíamos si darnos besos o codos o puños y hemos alternado besos codos y puños. Hemos visto a gente que es de lo que se trataba, de ver a la gente, de no perder el contacto en un año tan chungo y de estar ahí y de seguir bebiendo botellines a cara de perro. Y hemos ido el día 15 al Chumi a comer y todo y luego más cosas y eso luego. Antes voy a contar lo de Cazorla. Ir a Cazorla es un reto. Para mí. Cazorla, llevar a alguien que no es de aquí a Cazorla y yo no sé nada de Cazorla porque no he ido a Cazorla y la vez que fui por última vez fue hace mil doscientos años. Y ahí que fuimos y fuimos al pueblo de Cazorla un día fresquito que había llovido y yo llevé el coche y no había casi tráfico y desayunamos en Cazorla y luego fuimos a ver qué y vimos la ruta esa que pasa por debajo de la iglesia y ya nos dijo Marina de una ruta y creo que fue la que hicimos y nos pusimos a caminar por un camino y estaba el río Cerezuelo y nos metimos en una poza que estaba helada y fue un camino muy interesante y vimos a un montón de gente por la ruta y muchos eran catalanes supongo. Y luego en Cazorla estuvimos en un sitio de tapas buenísimo y vimos a mucho turista nacional con su bandera nacional y alguno con su bandera de la legión y quisimos ir a comer y perdimos el tiempo y fuimos a un sitio que meh. Y nos volvimos a casa. No, fuimos antes a La Iruela, que está como por encima de Cazorla y está alto y tiene una vistas acojonantes y fuimos a tomarnos un café a un sitio y una familia discutía sobre quién iba a pagar. 

No es habitual que vengan amigos al pueblo. Es broma. Viene mucha gente a mi pueblo, lo vendemos muy bien. Sí, es mi pueblo. No soy de Vilches. Soy catalán de Santa Coloma. Mi pueblo es Vilches. Han venido amigos al pueblo y han venido con mi hermano. Vino la Estefi y el Jonatan. Y luego vinieron el Edu y la Rosi. Y nos fuimos a Cádiz. Y no sé si contar lo de Cádiz aqui y ya lo rematamos. Cuando vienen amigos al pueblo ya vienen sobre aviso. Mi pueblo no tiene nada, tiene bares, se está bien, nosotros nos lo pasamos muy bien. Pero tú igual no, y esperas otra cosa. Luego ves que con estar ya está bien, y te ríes, y la gente es genial. Y los compañeros y compañeras te lo hacen pasar genial. Y no hace tanto calor como dicen. Y la cerveza qué fresquita. Y ese día quince que fuimos al Chumi a comer y comimos tanto que nos pudimos beber luego el agua de los floreros. Con mi madre. Que se apuntó a ese bombardeo y a más si hubiera habido. Y hemos ido al Porrosillo y hemos ido a Arquillos y hemos comprado pericones como para una boda. Y yo he salido a andar dos o tres días por la ruta del paseo marítimo y he llegado hasta la zorrera, que no es tampoco para fliparse, pero ahí está. Y hemos ido un día con el Jon a dar la vuelta al Mortero. Y qué vistas y qué todo. Y esta vista la tiene mi padre en un cuadro. Y aquí vinimos cuando trajimos a mi padre. Ahora no se puede pasar.

Y nos fuimos a Cádiz. A Cádiz Cádiz. Si hay que ir a algún otro sitio que sea a Cádiz. Escuchando las noticias. Contagios, mal rollo, guardando las distancias. Las mesas, los codos, las playas. Cádiz es el lugar donde tienes que ir. Sin ser muy prejuicioso. Y si lo eres qué haces en Cádiz. El día de antes de ir a Cádiz me dieron ardores. El mejor momento. Mal. Mal rollo. Visitar otra vez la playa de la Caleta, darte tu bañito mientras el común está allí a sus cosas, la arena dura, la playa pequeñita, no da mucho por el saco, estaba al lado del apartamento. Cada uno que haga lo que quiera. En Cádiz en los sitios que nos dijeron que hay que ir a Cádiz y a algunos fuimos y a otros no supimos ir. O no pudimos ir. Y callejeamos por las mismas calles y fuimos a los mismos sitios y fuimos al bar con las fotos chulas y la música que era molona y al de las cabezas de los toros y posters de los toros y fuimos al mercado y comimos y cenamos en el mercado y nos pusimos como toni curtis allí y uno con ese dolor de barriga me cago en la santa madre iglesia. Y fuimos a Conil con la tropa y pasamos por el mercado de Chiclana y nos volvimos para Vilches con el tito Manolo pero le dejamos en Sevilla porque con el tito Manolo sabes cómo empiezas y no sabes cómo acabas. No sabes tampoco cómo empiezas. Y antes nos fuimos a dar un bañito en el Palmar y hemos hecho casi todas las cosas y las hemos hecho con buen rollo y en buena compañía y habrá que hacerlas de nuevo el año que viene y si hay que meter a más gente en el embolado pues se mete, que ya hemos visto que hay recorrido. 

Y nos volvimos a Vilches y lo de Cádiz me ha quedado corto de contar y no he dicho que es la primera vez que me iba de vacaciones con mi hermano, no al pueblo, a otro sitio. Qué cosas a la vejez. Vejer, ahí tenemos que ir. Aunque teniendo la piscinilla y el altavoz ese con el que escuchar Califato mientras te mojas en la charquilla, pues ni tan mal. Con tu latilla de Mahou, o de Skol. Somos tan vintage. 

Y nos volvimos a Vilches y el último día compramos cosas y comimos más y no pudimos salir porque estaba la cosa así como fea con un bando y todo. Y se vino la Marina y ya lo rematamos con un vino espumoso dulce de Valencia que es como tienen que acabarse las cosas que han ido de puta madre y los días de puta madre, con un buen bajonazo de vino espumoso dulce de Valencia para que te acuerdes de las cosas de antes y no de la despedida. 

Y nos fuimos de Vilches y dejamos a mi madre allí y a mi hermano en Cádiz. Todos bien. Y las vacaciones no acaban, veranos como los de los Beach Boys. Y el recuerdo del Paquito Lagarto el último día cuando fuimos a la Callejuela y el señor con la mascarilla de la Guardia Civil nos dijo que ahí creció mi padre, Paquito Lagarto. Y para qué vas a discutir con nadie si mi padre no era Lagarto. Si hasta los del Aljarafe le llamaban Paquito Lagarto y él no era Lagarto. Y el año que viene habrá que volver aunque sea para discutir con alguien y decirle, cipote, qué lagarto ni qué lagarto, que era Chispico, hijo del Chispico, Antonio. La virgen.  

jueves, 6 de agosto de 2020

En su pueblo


A la una, desde las doce y poco, daba vueltas por la casa. Ahora se iba al comedor, ahora se sentaba, con las manos en los bolsillos, se volvía a levantar y daba otro paseíllo por la casa. Mi madre o estaba cocinando o se estaba preparando para meterse en la piscinilla. Él ya se había ido a desayunar por la mañana temprano y venía con las noticias frescas, los cachurreos más importantes. Volvía, redesayunaba y cumplía con los encargos de ir a comprar, acompañar a hacer cosas, siempre a la arrastra. Y entonces ocurría, a las doce y poco, a la una, te hacía la pregunta:

- ¿Vas a subir?

Y yo me hacía el estupendo. Me hacía el interesante y mostraba fastidio. No tenía ganas de subir porque yo que sé. Porque ya había salido la noche anterior y a lo mejor no había hecho nada de provecho o sí lo había hecho o yo que sé. Porque uno ha sido gilipollas no siempre, pero sí muy asiduamente y me gustaba hacerme de rogar. Tampoco demasiado. No sé, hoy no tengo muchas ganas. Dónde vamos a ir. Y entonces como la coartada perfecta aparecía otro papeleo, otra gestión, un periódico que comprar, ir a decirle algo a alguien. Y había que subir. Y ya que subes, pues cómo no nos vamos a parar a tomar un botellín en dónde sea. Y ya estaba el lío. Los dos por esos bares. Buscando a Basilio. Con Basilio. Si estaba mi hermano, mi hermano se levanta tarde y ya se unirá. Ya nos lo encontraremos por ahí. Vamos, que tengo que sacar fotos, que hay un rincón que no tengo y ya los tenía todos. Quiero hacer un cuadro desde allí. Y ya teníamos la excusa. Vamos, va. 

Los últimos años fueron diferentes, el último año no quería subir. Subimos un día y coincidió con la banda municipal y saludó a gente y ahí estaba pero nos tomamos un botellín o dos y nos fuimos porque ya no quería. Hacía el gesto ese de que la cabeza le iba de aquella manera y quería volverse para casa. Ya no era lo mismo.

A mi padre le gustaba su pueblo como le gusta a la gente las cosas que le gustan sin tener que poner ninguna excusa. Le gustaba su pueblo con la gente que le gustaba y con la gente que no le gustaba. Le gustaba su pueblo porque era su pueblo a pesar de que cuando llegásemos nos llamasen 'los catalanes', a él, le ibas tú a llamar el catalán como aquí le ibas a llamar el andaluz. Una mierda. Su puta madre. A mi padre le gustaba encontrarse con uno y que se uniese a la ronda de botellines y escucharle decir alguna lobería y mi padre decirme 'joer éste', y preguntarse por hechos del pasado, de la juventud, las milis compartidas, escenas del pueblo, de quién es hijo nosequién, vi a nosequién que también trabajó allí, contar las mismas anécdotas todos los años, que solo empiezas a apreciar cuando ves que no van a ser eternas, que aprecias más cuando conoces a gente que se queda fascinada con la capacidad de mi padre para contar cualquier cosa como si fuera un historión y no era nada. 

Cómo le gustaba a mi padre ir al pueblo. Y las fiestas y la piscina. No de bañarse o de ir a ningún sitio. A la piscina, un rato, la orquesta, a ver qué encartaba. Bailar, poco pero bailaba. Y mi madre y él de la mano por la Sartén. 

Con lo que le gustaba su pueblo. Y este año no va a ser. Este año a ver cómo nos las apañamos acordándonos de él cada vez que entremos en un bar, en las Olas, en cualquier bar, claro, en cualquier rincón que él habrá pintado de su pueblo. Desde que cojamos el coche en Santa Coloma hasta que lleguemos, todo el viaje. Acordándonos de los viajes de antes. De lo poco que le gustaba el coche. De la mierda de los camiones de los huevos. Del puente de los socialistas. De la circunvalación de Valencia que es lo mejor que se ha hecho nunca. De su puta madre de los peajes. De que el viaje ahora es un paseo. 

De cuando ya entrábamos en la carretera de la Carolina y subíamos el puente sobre la vía del tren él ya decía 'Vilchis, Vilchis, Vilchis'. Y ya estaba en su salsa. Y ya no le daba pereza nada. Ni le dolía la cabeza, ni se ponía la mano así, ni tenía un dolor un dolor. No le duele nada 'porque como está en su pueblo...', dígase esto con la voz de mi madre. Chinchando. 

Porque estaba en su pueblo.   

miércoles, 5 de agosto de 2020

Champollion


Andaba ocupado Jean François de Champollion con otros asuntos pero siempre tenía la piedra Rosetta en la cabeza. Era capaz de reunirse con sus amigos, de tomar un coche de caballos para visitar a familiares, incluso plantearse algún que otro reto secundario, pero siempre tenía la piedra Rosetta como su ocupación fundamental. Un día, le comentó esto a un amigo y colaborador. 
'Me siento como si mi vida fuera únicamente un algo que gira entorno a esa piedra. Como si toda mi vida se hubiera destinado a estar viajando como un asteroide por el espacio y que finalmente haya encontrado mi punto fijo, el lugar sobre el que orbitar en esta piedra Rosetta y el misterio que encierra.'
Una vez que consiguió descifrar la piedra y abrir un precioso camino a la interpretación de las lenguas antiguas, Champollion, pese a que sus días de gloria iban a prolongarse hasta el final de sus días, no dejaba de preguntarse qué hubiera sido de su vida sin la piedra Rosetta. 
Esto le confesaba a su amigo poco antes de morir.
'En ocasiones pienso que no debería haber concluido mi trabajo. Como te dije alguna vez, con la piedra encontré la base sobre la que hacer girar la rueda de mi vida, pero ahora, con el paso de los años, no sé si hice bien resolviendo lo que quizás debería haber quedado sin concluir. A veces lo argumento pensando para mí que el conocimiento sobre esas lenguas antiguas no nos traerá conocimiento mejor, sino nuevas herramientas para la explotación del hombre sobre el hombre, pero de una forma más egoísta creo que mi vida era más interesante cuando estaba en la búsqueda'.
De lo que habla Champollion no es otra cosa que el consabido dilema entre el camino y el objetivo, entre el disfrute y el gozo de estar en la búsqueda y la desilusión y la decepción con lo que se consigue si es que se consigue. Nos lo pasamos mejor mientras que con el qué. Nos sentimos más vivos antes de conseguir las cosas que una vez llevadas a cabo. 
Lo que seguro que está claro es que Champollíon dudo que se hiciera alguna vez estas preguntas, porque todo el texto es inventado y simplemente era una excusa para plantear la pregunta de siempre, o la duda de siempre: ¿merece la pena intentarlo?
¿Queremos llegar a proponernos algo si lo vamos a conseguir? ¿No es mejor vivir siempre con objetivos absolutamente irrealizables que nos mantengan con vidilla?
¿La gente de derechas se pregunta estas cosas?
No creo. Peor sería escuchar discos de Carmen París. Y no quiero abrir ese melón. 

martes, 4 de agosto de 2020

¡A por la Tercera!



Los acontecimientos se precipitan a ojos de quienes estamos fuera, pero deben cocerse a fuego lento para los que están dentro. El rey emérito se va y nos parece una decisión precipitada. Luego, al cabo de unas horas entendemos que todo ha sido fruto de un proceso de negociación en el que el PSOE ha actuado como siempre con responsabilidad y sentido de Estado y aquí no ha pasado nada. El rey emérito se va y en la Televisión pública, en TVE, le dedican un pequeño reportaje retratando su actividad como monarca y te tienes que reír. Una de esas periodistas que ha cubierto desde siempre las cosas de la Casa Real nos dice que no se puede destruir el legado del Rey.
Es comprensible que haya monárquicos. Es entendible que haya gente de derechas. 
Lo que no se entiende es dónde están los republicanos. Los republicanos decimos ser muchos y tener un vínculo sentimental fuerte con la Segunda República, machacada por un golpe militar y una intervención armada internacional. Los republicanos, me repito mucho con esto pero es lo que hay, no vivimos ya en una república. Esto no es una República. Esto no se acerca a una República, por mucho que nos conformemos con que es una democracia liberal. 
No puede ser que, con la que está cayendo, todavía no se de el paso desde un partido supuestamente republicano como el PSOE (no lo es, aunque sus cuadros de base y buena parte de la base se pueda identificar vágamnt con eso), para poner realmente en cuestión porqué esto tiene que ser una monarquía. 
¿Porqué tiene que ser inamovible la monarquía? ¿Porqué no se puede preguntar si esto puede ser de otra manera? ¿Porqué no un referéndum por la República?
En un momento en el que el padre del monarca tiene que salir pitando, protegido por la justicia y por el partido mayoritario en el Gobierno, la posición del monarca actual no puede ser más débil. Qué falta por demostrar para que ese partido que es clave para que algo se mueva, lo haga. 
Hace poco leí que un diputado socialista dijo una vez que en su casa 'eran demasiado pobres para ser comunistas'. Deben ser también demasiado pobres para ser republicanos. Deben ser demasiado pobres para poder ser cualquier cosa ya que no sea mimetizarse con el ambiente y hacer ver que ya es lo que debería ser. Cuando no lo es. En casi ningún aspecto de la vida.
Qué tenemos nosotros. Los que nos decimos republicanos de verdad y que tenemos a compañeros y compañeras en el Gobierno. ¿Hasta dónde podemos tragar? ¿Cuál es el límite? ¿Tenemos la fuerza para obligar a que las cosas se hagan de otra manera? ¿En qué se va a notar nuestra indignación y nuestra voluntad de cambiar las cosas? Estoy convencido de que el mero hecho de que el rey emérito salga pitando tiene que ver con que algo estaremos haciendo y que no es poca cosa, pero cómo vamos a aceptar que nuestro socio de Gobierno nos la cuele y lo tengamos que aceptar. 
Reflexiones en voz alta. 
Los valientes que saben hacer las cosas a la primera y que tienen eso que hay que tener para hacerlo todo, que se abstengan de dar lecciones de nada, unos desde su republicanismo excluyente y otros desde la conversión al españolismo por españolismo mediante españolismo. 
Los hay que no reflexionan en voz alta sobre qué hacer y porqué no lo estamos haciendo y solo emplean deseos al aire y planes magníficos para alcanzar algo que no saben ni qué es. Los hay que nos hacemos la pregunta o las preguntas que más nos duelen. 
¿Qué pasa aquí para que no se de el paso?
Lo tenemos cerca, la tenemos cerca, la Tercera, no puede ser que seamos la única generación de pueblos ibéricos que soportemos a los Borbones por tiempo indefinido. 
Que se vayan. 
Vamos que están ahí. No dejemos que se vaya el padre solo. El Rey no sirve para nada, la República (si es federal ya ni te cuento) es mejor. 
Vamos compañeros y compañeras a por la Tercera! Viva la República! 

lunes, 3 de agosto de 2020

Stranger Things - The Duffer Brothes



Vista la tercera temporada de Stranger Things es necesario hacer un análisis de la serie y digo más, de todos los años ochenta. Yo lo sé porque estuve ahí. Los años ochenta a través de las películas de los ochenta a través de los ojos de un niño que crecía pensando que todo lo que contaban esas películas era malo. Aunque molaran. Así que cuando ves ahora una serie que calca todos los estereotipos de aquellas películas y te los devuelve casi cuarenta años después y tu ya no eres ese niño soviético que se negó a ver ET, lo recibes todo con otra alegría. Casi con alegría. Me sale todo el rato alergia, pero es que escribo rápido. 
La serie, las tres temporadas tienen un argumento básico. Un grupo de chavales, cada uno con su cosa, combaten algo que viene de otro mundo o que es de otro mundo y que es malo. Y cada uno con su cosa, incluso una de ellas, Ele, con poderes de super heroína, los combaten y los vencen temporada tras temporada. 
Naturalmente esa es la trama principal y están las subtramas, las relaciones entre ellos y ellas, el crecimiento, el paso de la niñez a la adolescencia, la asunción de que no eres tan guay como pensabas, la asunción de que quizás eres guay, la reafirmación en tus propias convicciones, añadir miembros y miembras nuevas a los grupos, todo eso. Todo eso que ya estaba en todas esas películas que todos conocemos y que en su momento (yo es que era de esos que se negaba a dejar de jugar, a pensar que lo que era crecer era una puta mierda y que todo, absolutamente todo lo que viniera, sería siempre peor, entrar en el mundo adulto, la responsabilidad, relacionarse con otros seres, mal, todo mal y ojo, no he espabilado), uno miraba con displicencia y ahora te tiene enganchado.
Es también admirable el tratamiento de los papeles de los adultos. También con todos los estereotipos posibles. La madre Wynona, el policía Hopper, los padres de los demás niños, están todos calcados de patrones que ya hemos visto en otros lugares, pero que nos reconfortan. 
Porque para los que crecimos, y aquí creo que voy a empezar a copiar ya directamente lo que dice Vallín o creo que lo que yo entendí que dijo Vallín, en los ochenta, ese es el mundo y esa es la época en la que vimos el mundo. Para bien o para mal. Y devolvernos a esa época nos parece cómodo y lo cogemos con simpatía. Y creo que no voy a profundizar mucho más porque tampoco me veo capaz de reproducir los argumentos de los que os estoy hablando. Una lástima.  
Hay personajes y personajes. Hay personajes con los que empatizas, como Ele, personajes que no y luego sí, como el guaperas Steve, personajes que no todo el rato como Mike, o personajes que nunca sabes cómo ni porqué. Digámoslo claro, no sé si hubiera querido tener como colega a Dustin, aunque seguramente hubiera sido colega de Dustin. Y no querría. Pero los raros nos juntábamos entre nosotros, de toda la vida, te guste o no. 
Mención especial para Robin, que solo aparece en la tercera temporada pero que siendo la viva imagen de su madre la gran Uma Thurman, se come la pantalla. Qué cosa. Y ahí está Steve para aguantar el reto. Y esta trama lo hace todo mucho mejor. 
Vi la primera temporada hace años y no he podido ver la segunda y tercera hasta hace pocas semanas. Convivir con alguien que no vio la primera temporada, lo convertía en algo complicado y hay que aprovechar horas de sueño para poder hacerlo. He tardado pero he llegado y ha merecido la pena. 
Por lo demás, el bicho morirá cuando decidamos todos que tiene que morir, esto es, cuando la audiencia ya no responda de la misma manera o el merchandising retroceda. Ya queda menos para la cuarta. 

domingo, 2 de agosto de 2020

Cuento de Domingo


Antes de comenzar, una previa. Camiseta o sin camiseta. Escribo este texto sin camiseta y quisiera compartir con todos y todas mis lectoras el hecho de que esta circunstancia es completamente circunstancial. No se me ocurre otra manera de expresarlo. Escribir sin camiseta es lo más así que voy a estar de la informalidad, del estado de despreocupación, de la vida sin normas. No me gusta, creo que ya lo he dejado claro alguna vez, ir sin camiseta, estar sin camiseta, le tengo una repulsión sin límites a las camisetas de tirantes, a ir enseñando el hombro peludo, a que nadie tenga que ver mi sobaco. Estoy escribiendo sin camiseta y es como si me hubiera pasado al enemigo.
Un cuento de domingo y no un cuento de Domingo. Conozco a dos personas que se llamen Domingo. Un cuento de domingo sin Domingo. 
Los domingos por la mañana se resumen en levantarse lo suficientemente temprano como para tener la sensación de que el día va a ser aprovechado. Que vas a hacer cosas. Pierdes un poco el tiempo e inmediatamente te das cuenta de que el día, hoy también, se te ha ido por el desagüe. Un cuento de domingo de tostadas con aceite. De rellenar las aceiteras con el aceite del pueblo. Un cuento de domingo mientras escuchas el A vivir que son dos Días de la Ser y descubres que hay una redactora a la que han encargado un especial sobre canciones infantiles que no sabía que la canción de la Campanera de Joselito sirvió como sintonía de Manolita Gafotas en su sección en el propio A vivir que son dos Días. Uno se pregunta por qué quiere la gente ser periodista. Desconocía esto. No tenía ni idea de lo que me estabas hablando. Entonces de qué tenías idea para hacer periodismo. Quizás es una herencia del Seimar y de jamás reconocer la ignorancia sobre algún tema. Que nunca te pillen con la sonrisa de conejo, nos decían. Siempre hay que saber de todo. Te matriculas en periodismo, acabas haciendo de redactora supongo que de verano para la cadena Ser y tiene que venir la propia directora del programa a decirte en qué programa estás. Elogio de la ignorancia. 
Elogio de la pereza. Hacer cosas. Mientras escribo estas líneas no estoy haciendo otra cosa. Nuevamente la reflexión acerca de las cosas que son útiles y cuánto tiempo nos queda para demostrar que podemos ser útiles. Un domingo por la mañana mientras te comes dos tostadas y un vaso de leche con Nesquick y la pastilla de Lisinopril y piensas que esto se va acabando y que el tiempo de pensar que lo que haces algún día tendrá una utilidad, se agota. A pasos agigantados. 
Domingo por la mañana para escuchar música. Ante la extrema sensación de aburrimiento del programa del A vivir cuando han comenzado a hablar de la Juventud que va a Cambiar el Mundo y que tiene el título de tal me he puesto algún disco y ha caído uno de los Magnetic Fields, el de las canciones de amor. Son 69 y nunca las he escuchado enteras. Digo las 69 canciones. Creo que me gustan bastantes canciones de ese disco.
Canciones de domingo por la mañana. Me he sentado a leer por no hacer nada. Quería ponerme a ver una serie pero lo haré luego. He seguido leyendo el libro que me estoy leyendo y creo que cuando acabe el libro que me estoy leyendo no habré aprendido casi nada. Y tiene muchas cosas sobre las que aprender, pero yo tengo 45 años y no sé. No sé. No entiendo casi nada de lo que me quiere decir el libro. O sí lo entiendo pero no sé si lo encajo. O no sé si lo encajo y es que he entrado mal o es que me mezcla cosas que me gustan mucho con cosas que no sé. Y va pasando el tiempo.
Ahora toca ir a un bar. 
Me he duchado y perfumado. Estoy sin camiseta. Toca ponerse un polo limpio. Ir limpio por la calle, oliendo a colonia, en un estado de casi semi perfección total, para entrar en un bar. Y ahí se pierde la magia. 
Un cuento de domingo. Una persona va hacia un bar donde ha quedado con unos amigos para tomar algo. Hace mucho calor. Cuando está llegando al bar elegido algo le llama la atención en un local. Dos persianas más abajo del bar hay un local en el que tras la cristalera alguien está hablando a un grupo de gente, como una reunión de una asociación o algo. Algo te llama a entrar. Ese alguien que habla está dando un discurso sobre cosas que son de tu propio argumentario vital. Eres tú con otra cara hablando de la camiseta de tirantes y de estar limpio y de la pereza. Se está fresquito en el local. Te das cuenta de que has empezado el párrafo hablando de una persona y tres líneas más allá ya eres tú.
Cuento de Domingo. Domingo sale de casa un domingo y va al quiosco. Pide un diario deportivo. Lleva una camiseta de su equipo de fútbol. Las camisetas de equipos de fútbol dan mucho calor. No encuentra noticias que le interesen. Se quita la camiseta, se queda sin camiseta en mitad de la calle. Se encuentra conmigo. Le miro mal. 
Me voy al bar.