lunes, 31 de agosto de 2020

Siete días en Navarra. Avispas, cuajada, macarrones, vacas, verde, caminar y frontón.


Pasar sin solución de continuidad de Andalucía a Navarra, a la parte de Navarra boscosa y frondosa y verde es una experiencia total. Atravesar La Mancha primero, Castilla después, también. Nunca he hecho ese trayecto, desde Vilches hacia el Norte. Primera experiencia. Segunda experiencia. Nunca había estado en Navarra. Luego te das cuenta de que aunque no hayas estado en realidad has estado porque la diferencia entre estar en Euskadi y esa parte de Navarra, pues como que no. A menos que distingas entre distintas partes de Navarra y de Euskadi. Y esa es otra cuestión. Tercera experiencia. Los amigos. Los amigos son tuyos o son de otro. Los amigos pueden ser adquiridos, surgir con el tiempo, la gente puede ser conocida, conocida tuya, amigos de alguien y con el tiempo tuyos también. A qué llamamos amigos. Vamos a ir a algún sitio, aunque será difícil, vamos a ir todos y todas, los que podamos y tengamos ganas, vamos a ir por ejemplo... no sé, a Navarra. Alguien se toma la molestia de buscar una casa y ya está. En Navarra, en Aldatz, al ladito de Lekunberri. No sé dónde vimos que había wifi, no había ni cobertura. Y qué. Nos hemos apañado. Y la mar de bien. 

Siete días en Navarra que tienen como marco la fama de Navarra y de toda Euskal Herria como lugar 'donde se come de puta madre'. Y comenzamos con la controversia. El primer día macarrones. En Altsasu. Frente al bar donde pasó todo. Qué pasó. Altsasu es la ciudad o pueblo navarro donde tuvo lugar la pelea entre unos guardias civiles de paisano y unos chavales que terminó y sigue con nueve encarcelados. Pues enfrente un menú. En Navarra se come muy bien. Macarrones. De siete días en Navarra, al menos cuatro fijos pasta. 

Navarra y Euskadi. Te gusta Navarra y te gusta Euskadi. Tienen paisajes increíbles. Tienen una cultura que te atrae. Está el Athletic Club, naturalmente. Has escuchado rock radical vasco hasta hartarte. No sé si me gustaría vivir en el País Vasco. No sé si me gusta tanta mitificación de lo vasco. De lo puramente vasco. No hay críticas hacia lo vasco. Todo está bien, son como son, son así. No me gusta la perfección. Me encanta el País Vasco. Me encanta ir de pintxos, me gusta ir a los bares, me da igual de qué sean y no me molesta si son herrikos. 

Viaje de una semana a Navarra y Euskadi. Una casa con nueve personas. A dos de ellas les apasiona el tema de las excursiones y las rutas y hay rutas y excursiones casi todos los días. Una primera ruta desde el pueblo hasta Beramendi ya nos deja, me deja mejor dicho, crujido casi para el resto del viaje. Es un paseo de unos pocos kilómetros. Pero ya me deja k.o. Y descubrimos que hay un frontón justo al lado de casa. El deporte. Deporte de hacer deporte, no pasear ni correr ni esas historias. Deporte de moverte raro. Frontón, pelota, pared. Me encanta. Pero como siempre, tengo los brazos menos fuertes de toda la comarca y no llego a poder competir con auténticos profesionales como el Aitor o el tallo del Sancho. Hasta el Natxo y el Albert le dan mejor. La Alba es mil veces más valiente. Pero ahí estoy. Le doy poco, pero ahí estoy. Y lo más importante, la rodilla no me da miedo.

Nueve personas. Un viaje, una semana con nueve personas con las que llevo tiempo coincidiendo en bares, cenas, reuniones de amigos, pero una semana es una semana. Seamos claros. La política, todos nos conocemos del tema, del rollo, pero yo soy el que canta. Un poco. Bastante. Pero con no hablar de política o con tener claro que la política es todo y que sin hablar también se hace política, pues vamos haciendo. Nueve personas diferentes en Navarra, en una casa sin internet, pero ocho de ellas ya están acostumbradas a organizarse entre sí, por lo que poco hay que hacer. Dejarse llevar. Todo está bien. Y es que todo está bien. Ya no recuerdo si el segundo día fuimos al nacimiento del río Urederra y dimos otro paseo o fue el tercer día y el segundo fuimos a Leiza a hacer otro paseo que fue una ruta y ahora no recuerdo dónde comenzamos y a dónde llegamos. En Leiza fuimos por unos parajes espectaculares. Vimos un cromlech, me hice la foto de homenaje a Gong con la camiseta de Gong. Caminar por senderos y veredas, caminillos y pistas, equivocarnos, volver para atrás, cuestas, más veredas, zarzas y puentes que resbalan. Vacas.

Animalitos. Somos más de piso que un enchufe y cada bicho que vemos es como una sacudida de electricidad. Una cabra, una oveja, una vaca, un ternerito. Un ternerito! Un caballo, un burro, un mulo, un perro, todo nos parece maravilloso y es que lo es. Ver vacas es como que te da paz. Ver una vaca como esta de la foto, una Atom Heart Mother en toda regla, es como que te quedas mirándola y... o verlas en la carretera. En todas las carreteras. En los caminos, con sus hermosas bostas que parecen redondos de ternera. Precisamente. Vemos animales y vemos plantas y vemos árboles. Y sí, no hay un verde como el verde que vemos en esa tierra. Y vemos helechos y vemos robles y la Patri y el Sancho se saben todos los nombres de las plantas y los demás vamos, voy, pues muy con el gancho y a penas sé no caerme mientras camino. Caminar y caminar. Tres o cuatro días a base de caminos y paseos y luego frontón por las tardes noches. Y esos cuerpos hechos cisco que no se mueven de moverse de verdad desde hace mil siglos, doloridos y mal. Y al día siguiente mal.

Paseo a Beramendi, ruta por Leizalarrea y el nacimiento del Urederra y parque de Urbasa. Luego hablaremos del Txindoki. ¿Qué problema tengo yo con los hosteleros navarros? El segundo día, yendo a comer, ante la pregunta de qué es una cuajada, se me ocurre apuntar que la cuajada es una especie de yogurt pero más contundente. Y recibo una reprimenda de muy señor mío por parte de la camarera que poco menos que da una clase magistral sobre la cuajada de una manera absolutamente innecesaria porque con decir, hombre, igual no es pero más o menos, lo salvaba. Debería haber profundizado en la cuestión con el tema del patxaran y ya hubiéramos acabado del todo. Por comentar, creo que el sentido del humor no es igual en ninguna parte pero allí parece que menos. Si te quieres hacer el simpático, mal, si te quieres hacer el gracioso, mal, incluso si te quieres 'hacer el vasco', mal. Todo mal. Quizás el truco será no hacer nada y mirarlo todo con admiración y embeleso. Excepto con el gremio de las tiendas de deportes, donde tuvimos experiencias gratificantes buscando pelotas de frontón y donde incluso me compré una sudadera de una marca de ropa local que para el fresquete me va a venir más bien que todo. 

El Txindoki. No me quedó claro si tenía tal o cual altitud. Un monte en Gipuzkoa. Lo que yo pienso que es una ruta, un paseo, a ascensión lenta hacia algo parecido a la cima se convierte en una ascensión interminable que intento pasar de una manera tranquila. Quiero ir a un ritmo suave, pero el afán por llegar al final y dejar de sufrir me hace parecer la liebre del grupo. Y cuanto más subo más ganas tengo de llegar. Confundo un par de veces el fin de una perspectiva con el final de todo y cuando me quiero dar cuenta estoy subiendo una pendiente que lleva a una pared y algo me dice 'Antonio, la hipertensión'. Me doy cuenta de que voy ya dando bandazos. Me siento a comtemplar la pared que  tengo delante. Es solo una pequeña pared, un murete, con las manos se sube fácil, pero yo ya no estoy para bollos. Me rindo. Me quedo aquí. Todo el mundo la va a subir, menos yo. Todo el mundo va a llegar hasta el final, menos yo. Y me vuelvo hacia atrás y me quedo mirando como los demás suben y me envían fotos desde la cima. Iba el primero pero no llegué. Durante la bajada cometo los errores habituales y me sale un dedo negro que todavía arrastro. Todo encajaba. El hombre que no llegó a subir al Txindoki. Cogemos el coche y nos vamos a Ordizia a tomar una birra. Y en Ordizia hay una estatua de Fray Luis de Urdaneta, cosmógrafo y marino e introductor del cristianismo en Filipinas con dos filipinos besándole el... Nos volvemos rápido a casa. Hay que jugar al frontón aunque no tengamos fuerza para nada. Pero hay que darle unos palazos. 

Una barbacoa es un espacio colaborativo donde se liman asperezas si las hubiere y se encuentran puntos de acuerdo. Me dedico a mirar y hacer de pinche transitorio. Nos vamos a poner como osos. La carne se compra en Lekunberri. Yo tenía un profe, el profesor Javier, el Franki, que era navarro y se llamaba Sesna Sesna y era familia de Lekumberri, jugador de Osasuna. Fuimos a Leitza que es el pueblo de Iñaki Perurena. Sé muchas cosas yo de esta zona. De Lesaka, otro pueblo donde fuimos, era un ciclista. Pero no sé. O puede que fuera Laiseka y confundo. Confundo seguro. Si no se habla de política, se habla de Messi, más puntos de acuerdo. O si no, la tontuna.

La tontuna, la broma al peso, el chiste al por mayor, también une. Así que si de cada cosa, de cada palabra, de cada tema, puedes sacar una canción, una frasecita, una rima gilipollas, o algo, todo se va puliendo y se convierte la semana en una sucesión de disparates y sandeces sin cuento aderezadas con bellas canciones de esplai a la hora de cenar que yo que sé. Que habrá que repetir. 

El último día nos sublevamos y ya no andamos más. Ya se acabó caminar y mucho menos coger bicicleta. No. Ez. Y nos fuimos unos pocos a ver Elizondo, el pueblo donde transcurre la trilogía del Baztán, nos hacemos las fotos de rigor en el puente y en las mantecadas y a beber pastores. Dos o tres pinchos y estamos cenados. Comidos, perdón. Precioso pueblo y gran día de paseo. Y de no hacer nada, que hacer nada también hay que saber hacerlo. Y nos vamos a Lesaka a reunirnos con el grupo y en Lesaka vamos a un bar donde ponen reggae y donde hay un altarcito dedicado a Mikel Laboa y se llama Zaldio Ostatua y ostatua es hostal. Luego vamos a la herriko y las escaleras del sitio me gustan y les hago una foto que se quedará como una de esas fotos que haces y que no borras y que no sabes porqué. Y bebo pacharán y no he llegado a ver ni una botella de pacharán así que no sé. Más frontón. Nace un club pelotari. De esta fijo. De esta...

Es una barbaridad decir que descontando la barbacoa, el mejor día que comí fue en Alfajarín volviendo. No sé si lo es. 

Días fresquitos en Navarra. Por las mañanas refrescor, luego calor achicharrante y por las noches otra vez fresquete pero fresquete de frío. Tapadicos. Días de bromas chorras, de recordar la cuajada, de escuchar una retransmisión de traineras eta bueno, de ver a la chica que hace zumba en la tele de Irún (tá, bat, bi, hiru... ta), de doblar películas, de ir evitando las avispas y descubrir que este es el año de las avispas y que ahora mismo titulo el artículo con lo de las avispas. O con invictus. Un no parar. La Eu es el no parar. Una digna competidora en la cucamona y la tontunez. Y así hemos pasado los siete días. Evitando los esfuerzos, maravillándonos con los animalitos, los terneritos, con Messi, comiendo y bebiendo, disfrutando de los manjares de la Esme, aprendiendo a no hacer nada con el Sancho, esquivando la vigorexia del Albert y la Patri... preguntando por política vasca y carteles varios al Aitor... lo que se dice convivir. 

Siete días en Navarra que creo que se pueden perfeccionar todavía más el año que viene. No digo ya en Navarra. Pero que también. Ha sido un placer. 

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