miércoles, 16 de febrero de 2022

Interpretación de los sureños


Damantiev no era como nosotros. No era una persona seria, no era una persona trabajadora, no tenía una casa a la que volver después del trabajo, no se había casado y no tenía hijos y si los tenía no quería saber de ellos. Damantiev se quejaba del frío, se quejaba siempre de la nieve, de los hielos. Decía que, de donde él venía, el clima era mejor, el sol brillaba, las manos podían estar ocupadas tocando cosas y no resguardadas en los bolsillos. La vida, decía, era mejor. Un día, Shulapalov le dijo, cansado ya como todos de escuchar todas aquellas cosas y de verle siempre quejoso y orgulloso de su tierra, que podía volverse allí de donde venía cuando quisiera y que nadie entendía qué hacía entre nosotros si tan a disgusto estaba. Damantiev entonces calló, apuró el vaso de licor que le había servido la señora Vasilieva. Estábamos celebrando el santo del señor Vasiliev y la fiesta quedó como aliviada. Todos nos sentimos más seguros, contiuamos hablando de nuestras cosas, la cosecha, lo rápido que había crecido la pequeña Natasha y de los progresos del nuevo gobernador con la política de impuestos. Damantiev entonces desapareció un tiempo. Nadie sabía cómo había llegado hasta nosotros. Algunos decían y él no lo desmentía, que había venido porque un tío suyo había muerto y había heredado alguna posesión de tierras y se había desplazado desde el sur donde vivía para gestionarlas. Otros decían que simplemente era un empresario negociador que venía a hacer una gestión de traspaso de tierras y poco más. No nos gustaba. Al cabo de unos días, lo vimos de nuevo en una recepción que organizó la familia Titov. Vino con nosotros, se sentó a fumar y continuó hablando de su reciente viaje al sur. Rápidamente se desabrochó la camisa dejándonos ver su pecho oscurecido por el sol. Se había dejado crecer el pelo negro y gastaba unas patillas insultantes, frondosas, vitalísima. Shulapalov llegó entonces y rápidamente le inquirió a Damantiev que había vuelto. Finalmente, le dijo, algo tendrá esta tierra que no puede usted abandonarnos. Damantiev le contestó que lo único que había en aquellas tierras ya lo había facturado hacía tiempo y que su visita tenía otro contenido que se disponía a arreglar aquella misma noche. Nos asustamos tanto que sacamos a escondidas a Shulapalov de la casa de los Titov y durante mucho tiempo no volvimos a hacer fiestas ni a celebrar santos ni a dar ocasión de que Damantiev hiciera aquello que pensábamos que iba a hacer y que no hizo. Y si lo hizo... 

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