viernes, 28 de julio de 2023

Qué pena


Yo no sé si tú te acuerdas, yo me acuerdo un poco vagamente. Las vacaciones aquellas no sabíamos dónde ir y nos encontramos con que llegaba julio y no teníamos nada. No tener nada nos tuvo preocupados durante bastantes días. Procuramos no salir mucho a la calle, dejamos de quedar con los amigos, cambiábamos inmediatamente de canal cada vez que aparecía algún programa de viajes, escondí las revistas y hasta nos daba apuro mirar las fotos del móvil. Hicimos lo imposible por encontrar algún destino que nos emocionara de alguna manera, pero que también emocionara a los demás, a la gente, pensábamos tanto en nosotros como en los demás, claro, porque un viaje es también el relato del viaje y lo que a los demás les inspira. Y los demás importan, están, los demás son también parte del viaje. No lo conseguimos. Ya no te acuerdas porque lo quieres mantener ahí oculto en la memoria, al final no fuimos a ningún sitio. Qué pesadilla. No ir a ningún sitio. No estar en ningún sitio mientras todo el mundo está en todas partes y tú no vas. Ni siquiera optas a no estar porque eliges irte en otra fecha, otra fecha es un doble incentivo, otra fecha en otro sitio es un doble viaje, porque es un viaje cuando ya nadie viaje y a un lugar al que ya no va a ir nadie y donde no corres el riesgo de compartir con nadie. No te acuerdas, pero lo pasamos mal. Yo me levantaba por las mañanas y me iba al lavabo y allí me quedaba horas. Meando, cagando, duchándome, lavándome las manos, los dientes, comencé incluso a peinarme que era algo que no hacía desde hacía años. Tú aprovechabas los momentos en los que no estaba en el lavabo también, pero la mayor parte del tiempo lo pasabas en la cama, mirando el móvil, no lo pudiste resistir, sintiéndote mal viendo cómo los demás. Llorabas. Yo salía a buscar el pan, iba a comprar cosas sueltas para poder tener algo que hacer. Teníamos tres semanas, se nos iba a hacer larguísimo. Poco a poco iban llegando algunos de los que se habían ido y ya volvían y les evitábamos. Teníamos muchas cosas que hacer. Un día te convencí para dar un paseo por el parque. Estaba recién acabado y tenía curiosidad por saber. Te convencí un poco porque empezabas a tener mala cara. Yo te cogí de la mano y fuimos avanzando, nos alejamos un poco, nada, de la ciudad, entramos en el parque. Te pusiste a llorar. Nos sentamos en un banco. El calor había bajado un poco. Había un chiringuito, fui a pedir dos cervezas. Estaban fresquitas. Quise sacarle unas fotos a los vasos de cerveza, tan fríos. El parque al fondo. Tú estabas guapa, aunque llorosa. Publiqué la foto. Pensé en localizarla en algún lugar exótico para hacer ver que estábamos pero no estábamos. Pensé en decir que estábamos orgullosamente en casa. No te acuerdas. Solo escribí 'Qué fresquitas'. Y alguien, alguien, nos contestó 'Qué pena'.

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