martes, 10 de diciembre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos




Era tan tonto que cuando estaba contento se ponía a silbar la Marcha Radetzky. Le salía solo. Salía del trabajo, por ejemplo, que era su momento de máxima felicidad y le veías coger la chaqueta, quedarse parado esperando el ascensor, silbando. Alguna vez quise hablar con él y preguntarle por el tema. Supongo que no sabía que la Marcha Radetzky no solo era un bonito vals, sino que había sido compuesta en honor a un general austriaco que había sido el encargado de reprimir los movimientos revolucionarios del 1848 en Italia. ¿Y si lo sabía? El cuento, breve, podría acabar aquí. Pero le tuve que preguntar. Un día, precisamente delante del ascensor, le pregunté y me contestó que sí, que lo sabía, que lo sabía perfectamente, que su padre le había explicado la historia, que había leído sobre el tema, que no era la primera vez que alguien le venía a decir que porqué silbaba la Marcha Radetzky. El cuento seguirá siendo breve aunque continúe unas pocas líneas más. Me dijo que silbaba la Marcha Radetzky precisamente porque conocía la historia, porque se la había contado su padre, porque había leído sobre el tema y porque le gustaba el pan de Viena. Qué tonto. 

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