lunes, 9 de diciembre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos


Uno de los momentos que más placer me proporcionan llega cuando puedo perderme por los callejones de la ciudad antigua de Praga y espero a que a la vuelta de cualquier esquina me sorprenda encontrándome con alguien que me coja del brazo y me diga qué es lo que tengo que hacer. No me ha ocurrido en demasiadas ocasiones, de hecho solo recuerdo que me haya pasado dos o tres veces. Sería bueno concretar, así que han sido dos veces. La primera vez fue una casualidad, no podía ser de otra manera, nadie hace estas cosas pensando que le van a pasar. Ni en Praga ni en cualquier otra parte. La segunda sí que fue intencionada. La primera vez que me ocurrió era yo muy joven y mataba mis días de soledad deambulando por las calles, consumiendo horas paseando y evitando concentrarme en nada. Un día, alguien una desconocida, me salió al encuentro en un pequeño recodo, bajo un soportal y me aleccionó sobre diversos aspectos de lo que debía ser mi futuro. Impresionado, no me quedó otra que hacer lo que eran unas instrucciones precisas. El efecto de lo que me dijo aquella desconocida duró unos cuantos años. Llegada la treintena, otro momento de crisis y el recuerdo de aquel paseo me llevó de nuevo a las calles de Praga. Recuerdo que una vez sorteé una presencia descomunal que presentí que no me iba a llevar a nada bueno. Y llegó, cruzando una callejuela oscura, alguien que me agarró por detrás y en un portal, delante de una tienducha de muñecos de madera, me aleccionó sobre qué era lo que yo necesitaba y qué tenía que hacer. De hecho, ya estaba hecho. Solo tenía que ir y presentar un par de papeles. Ya estaba. Todo tan fácil. Como un sueño. Si es que en los sueños alguien te dice que entregues un papel que ya está cumplimentado. En orden. Tal día a tal hora. Allí. Qué placer. Qué inmenso placer. Sin voluntad y sin complicaciones. Todo está en esos callejones de la ciudad antigua de Praga, al alcance de quien quiera verlo o el que haya sacado el tiquet o quien de la suficiente lástima o el que pise la baldosa adecuada que accione el mecanismo que posibilite que ese alguien que maneja los hilos desde los callejones de Praga atienda a tu momento de incertidumbre. Y qué placer. 

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