jueves, 7 de julio de 2022

Viajes: San Petersburgo


Leningrado. No, San Petersburgo. Pues yo le voy a llamar siempre Leningrado. Bueno, pero es San Petersburgo. No llamas a las cosas por su nombre romano, por ejemplo, las llamas por su nombre de hoy. Ya, pero es que yo lo hago por un tema ideológico. Ah. Amigo. Ese era yo. Fue mi primer viaje al extranjero, era yo un jovencito rebelde, con ideas muy así, que estaba loco por ir a Rusia y conocer los escenarios de la Revolución. Estuve trabajando durante todo un año juntando pasta, con un colega que también tenía la misma pedrada que yo y finalmente pudimos montarnos el viaje. A Leningrado. Montamos un viaje complicado entre trenes por Europa y luego en una especie de barco que viajaba desde un puerto alemán y que hacía escala en varios países hasta llegar a San Petersburgo. El viaje con mi colega fue complicado porque nos comenzamos a pelear desde un cuarto de hora después de salir de Barcelona en tren. Por cualquier cosa y no recuerdo ninguna concreta. El viaje hasta el puerto alemán (¿Bremen? ¿Bremen tiene puerto?) fue un desastre y el viaje en barco fue un espanto. Cuando llegamos a San Petersburgo estábamos hasta las pelotas mi amigo de mí y yo de mi amigo. 

Teníamos un hotel a las afueras de San Petersburgo. Las afueras de San Petersburgo con como Bellvitge. Las afueras de San Petersburgo son prácticamente como toda tu vida. Las afueras de San Petersburgo parecían no acabar nunca. Las afueras de San Petersburgo eran toda Rusia. Yo entonces era de los que quería viajar a Rusia por la parafilia. Pensaba que los rusos, los soviéticos, vivían en un estado de enajenación transitoria y que si íbamos unos cuantos camaradas a refrescarles la memoria, volverían por la correcta senda. Las afueras de San Petersburgo te quitaban las ganas de todo eso. No había escenarios históricos, no había palacios que tomar, no había grandes avenidas por las que discurrieran las masas manifestantes. Las afueras de San Petersburgo fueron nuestras vacaciones. 

Las vacaciones consistieron en cinco días. Nos costó la vida salir de las afueras de San Petersburgo. Nos encontramos con un montón de problemas, con el idioma, con el dinero, con no tener ni puta idea de cirílico, con no tener ni puta idea de nada. No os diré la edad que tenía para que no os riais de mí. Pillamos un taxi el primer día, no sé dónde nos llevó. Creo que a un pueblo 'a las afueras de San Petersburgo'. No entendía ni el inglés ni el ruso ni ningún idioma. Nos llevó donde quiso. Nos dejó allí. Tuvimos que pagarle a un tipo para que nos llevase en su camión de vuelta a San Petersburgo. A los dos días conseguimos llegar al Hermitage. La entrada valía una pasta y no pudimos entrar. Fuimos a ver el Aurora, el crucero que anunció la revolución de octubre. Lloré. Nos pusimos los dos a cantar la internacional delante del barco y unos turistas alemanes nos tiraron monedas. Las cogimos.

San Petersburgo, lo que vimos, era apabullante, pero era tan apabullante que, con todo lo que habíamos pasado hasta llegar allí, nos abrumó de tal manera que no supimos digerirlo. Así que después de dedicar un día a ver la parte digamos 'imperial', decidimos que nos quedábamos en 'las afueras de San Petersburgo' a pasar los días que quedaran y a intentar hacer alguna amistad por allí. Fue inútil. 

Empezaban a abrir establecimientos de comida rápida por allí y menos mal. No conocíamos la gastronomía local. El viaje de regreso lo íbamos a hacer más o menos siguiendo el mismo esquema. Pero finalmente llamamos por teléfono a nuestra familia y nos volvimos en avión. A mi colega aquel todavía lo veo. Ahora trabaja en el Ajuntament. 

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