miércoles, 25 de noviembre de 2020

Céline


Gilipollas. Iba a poner Gipipollas pero no, aunque también. Da igual Jean Bertrand era un gilipollas. Jean Bertrand estudió con nosotros el primer año en la facultad y luego se cambió de carrera. Se matriculó en filología y quiso hacerse poeta. A Jean Bertrand no le gustaba hablar de política hasta que le empezó a gustar. No le gustaba que fuéramos a manifestaciones, a alguna asamblea, que Luc se afiliara al Sindicato, que Marcel nos comiera la olla con sus rollos anarquistas. A Jean Bertrand todo eso le aburría, ponía caritas, se burlaba. Hasta que un día nos vino con un libro bajo el brazo de Céline. 

Estábamos en el bar de la facultad y él venía de vez en cuando a vernos. Nunca vistió como nosotros. Empezó a llevar chaqueta. Se peinaba. No iba limpio. Era raro. Era un gilipollas. El día que vino con el libro de Céline bajo el brazo se sentó en la mesa y dejó el libro bien visible para que lo viéramos. Marcel le dijo 'qué mierda haces con eso'. Y Jean Bertrand sonrió. No dijo nada. 'Puto nazi', le dijo Luc. Jean Bertrand sonrió de nuevo. Yo, que soy también bastante gilipollas, le dije que todo el mundo reconoce a Céline como un gran escritor, pero que, la verdad, sus ideas deslegitiman al artista. Jean Bertrand sonrió otra vez. Y habló. 

Y comenzó a justificar la lectura de Céline y la de otros 'malditos'. Que la izquierda se empeñaba en desacreditar a grandes escritores solo por no comulgar con sus mentiras y que en cambio, se adoraba a los comunistas asesinos. Que Céline había desenmascarado la hipocresía y la podedumbre de la sociedad burguesa y que los comunistas no éramos más que unos reaccionarios que solo habían contribuido a ensuciar la cultura y la nación. Que en literatura lo que no se puede hacer es ser un burro con las miras estrechas y que hay que contaminarse, que hay que ensuciarse y que es en la putrefacción donde pueden germinar las flores, aunque sean flores del mal. 

Hubo un silencio. Un silencio que duró cinco segundos. Jean Bertrand esperaba que su intervención fuera el prólogo de un debate que tenía estudiado de antemano. Yo, gilipollas también, quise entrar al trapo y comencé a elaborar una teoría sobre esos escritores malditos que se habían encuadrado en el fascismo hasta que de repente, Jeanne, que de todos nosotros era la que menos alardes hacía, menos chapas llevaba, menos camisetas lucía, menos libros enseñaba, menos eslóganes repetía, menos se hacía ver en las reivindicaciones, le espetó a Jean Bertrand un 'cómeme el coño'. Entonces sonreímos nosotros.

Jean Bertrand siguió viniendo un par de veces más. Con el mismo libro de Céline. Intentó un par de veces iniciar alguna discusión. 'Cómeme el coño', le decía Jeanne. Y así acabó todo.  

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