miércoles, 10 de noviembre de 2021

Poco y peor


El artista acudía a casa de sus padres cada cierto tiempo para coger inspiración. Los modales sencillos, austeros, toscos de sus padres le hacían bajar del cielo de refinamiento y extravagancia en el que se había instalado. pasaba con ellos un fin de semana y se volvía a la ciudad. Se acostaba tarde mientras escuchaba a su padre relatar historias del pueblo y su madre recogía la casa y le preparaba la habitación. Luego era la madre la que le contaba más historias del pueblo. En su pueblo siempre hacía frío. Se acostaba arropado por miles de mantas y se quedaba dormido al instante. No extrañaba la cama, porque fue su cama. Sus padres no sabían quién era. Sus padres todavía pensaban que su hijo, que había ido a estudiar a la ciudad, había encontrado trabajo en una empresa donde hacía los dibujos de los anuncios que se encontraban en la tienda de Steinberg o en la estación de tren. Y realmente esos habían sido los comienzos del artista, pero ahora su obra se exponía en los principales salones del país y los hombres de negocios de toda Europa se rifaban hasta sus más insignificantes bocetos. El artista se levantaba temprano, cuando notaba ruido en la casa, normalmente era su padre el que salía al campo y él se afanaba por acompañarle. No entendía una palabra de las cosas que su padre le contaba. Cosas de campo. Plantas, irregularidades del camino, el trino de algún pájaro, hierbajos, las huellas de algún animal, el tiempo, la vida pasar lentamente. El trayecto siempre acababa en una tabernucha que había en un recodo del camino. En aquella taberna pedían un aguardiente y un trozo de salchicha cocida. Allí su padre seguía contando historias. De vez en cuando el artista hacía algún garabato casual en una libreta que escondía en el bolsillo junto a un lápiz diminuto.  El artista se afanaba en pagar las consumiciones y su padre siempre se negaba. Volvían a casa y la madre les estaba esperando con algún guiso a base de pocas cosas. El artista nunca se negaba a comer aunque su estómago ya no estaba hecho para aquellos condimentos. El artista, al cabo de dos días se volvía para su ciudad y allí se reunía con su compañero y le explicaba las cosas que había visto en el pueblo. Al cabo de unas horas se levantaba y cogía una lámina y dibujaba el trino de un pájaro, un hierbajo saliente del camino, la idea de un garabato, el fondo de un plato de guiso de col, la madera gastada de un taburete, la mella de la boca de su padre.  

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