lunes, 24 de mayo de 2021

Días tranquilos en Rocallaura


Sé que muchos de vosotros no estáis tan pendientes de mis relatos de ficción, de los cuentos o de los comentarios y críticas sobre cine y películas como de mi vida cotidiana. Cómo ando, cómo estoy, qué siento, si estoy afectado por esto o por lo otro o si estoy de subidón porque tal o Italia. Como sé que esto es compartido por bastante gente que también hace sus barbacoas, sale a pasear, pasa fines de semana en la playa, visita a familiares o conoce rincones de nuestro territorio que jamás pensó, me apresto, una vez más, a compartir con vosotros lo que han sido en esta ocasión unos días tranquilos en Rocallaura. 

Unos días tranquilos en una pequeñísima localidad del Urgell, provincia de Lleida, tirando de Tàrrega hacia abajo, en Rocallaura, que pertenece de hecho al pueblo llamado Vallbona de les Monges que no he tenido el gusto de visitar. Porque lo que damos en llamar días tranquilos en Rocallaura son realmente días tranquilos en Rocallaura, así que solo he visto la casa rural por dentro, que no es poco porque era laberíntica y con muchas plantas y espacios a los que se accedía únicamente por escaleras que, ay, han sido fatales para más de uno. Días tranquilos entendidos a mi manera, quizás de manera un poco exacerbada, pero es que uno llevaba tiempo pensando en que los fines de semana le dejaban peor que la semana en sí. Si los fines de semana estaban pensados para descansar, llevábamos un carrusel de actividad que me hacían estar al puritico límite de las fuerzas de un adulto que está casi a punto de rebasar la mitad de lo que un español vive. Así que me plantee, contra viento y marea, dedicar un fin de semana, y este fin de semana parecía ideal, contra viento y marea.

Así que no he hecho nada. El grupo de amigos con los que he compartido la casa rural no tenían ningún interés por las rutas naturales, parajes, costumbres o cotas de mayor o menor entidad. Tan solo comer, beber y estar un poco a la bartola. Tan solo la presencia de un billar al que le faltaba una bola ha conseguido sacarnos de la inacción total y me ha mantenido con los sentidos un tanto activos. Mi actividad en el mundo del billar se resume en haber tenido un billarcico chico cuando era pequeño, al que jugaba con mi hermano y nada más. Me cuesta coger el palo grande, los brazos chicos, y aún así he conseguido sacarme de la chistera alguna carambola de tirar la casa abajo. 

Y ya está. Sábado dedicado a un vermut al aire libre, sábado noche dedicado a ver el festival de Eurovisión en grupo y constatar como Europa, si no es por la clase de tropa, se habría convertido hace tiempo en una cosa de anhelantes de vivir en el mundo de Amelie. También he seguido el final de la Liga que ha ganado el Atlético y hemos visto jugar o mal jugar por enésima vez al Athletic Club. Y al día siguiente, domingo, levantarnos a las doce del mediodía, cura de sueño más que merecida, una barbacoa en la que no he colaborado absolutamente en nada cuando lo habitual es verme entre fogones, carbones, tenazas, dándole la vuelta a la carne o al menos contemplando con interés lo que se cuece en torno a... en este caso, nada. Pero es que nada. Ni asomarme. Qué cansancio, qué agotamiento, qué pilas al límite. Domingo tarde de nuevo dedicado al billar y por la noche una frugal cena con las sobras de la barbacoa para acabar en el catre pronto y disfrutar una vez más de un plácido sueño. Tan solo un brevísimo paseo, no he llegado a superar los 4000 pasos, hasta el cementerio del pueblo y una nave que consideramos que podría ser un molino o cualquier otra cosa que no me interesó. 

Días tranquilos, un poco de lectura, lo mínimo, conversaciones que por mi parte no han abundado porque es que estaba deseando estar un poco en mi parra por una vez y sin que sirviera de precedente y ante todo no estorbar. No estorbar también cuenta como hacer algo. Así como en el viaje de ida no cogí el coche, para el de vuelta no he tenido otro remedio que conducir yo. Esta mañana he fregado unos pocos vasos. Y poco más. 

Rocallaura. Un paseo por el pueblo nos descubre un conjunto de casas de tradicional estilo de piedra vista, que parece mantenerse en el tiempo. Se nota un pueblo cuidado. Una de las llamadas villas florales, porque tiene muchas... flores. Y un callejón, el de els Països Catalans, bastante bonito de ver. Rocallaura, visto de lejos, parece subido en un montecito. Tiene iglesia pero no he entrado. Desde la ventana, se veían los trigales verdes y las amapolas. 

Vengo nuevo. 

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