miércoles, 7 de junio de 2023

Karpov


Las piezas estaban así. Los movimientos los tenía claros. La partida estaba dispuesta. Todo estaba en su sitio. Y de repente, se me olvidó jugar. Estaba la partida comenzada, estaba la partida avanzada, estaba todo en marcha. Las piezas se estaban desplegando por el tablero. Había puesto freno al primer embate del rival. Todo parecía estar en marcha. Los movimientos estaban claros. Pensaba que estaba ahí y que simplemente tenía que hacer con las piezas lo que suelo hacer con las piezas. Y de repente, se me olvidó jugar. Las luces estaban encendidas. El público estaba en su sitio. Los asesores estaban preparados. Me había puesto un vestuario que me permitía hacer los movimientos necesarios sin estar pendiente del vestuario. Me centro mucho en el vestuario porque el vestuario me condiciona todo. Me condiciona la manera en la que afronto la partida, me condiciona los movimientos, me condiciona el estado de ánimo, no sé porque estoy en los sitios, me cambia el carácter, ya no soy yo. Pero ese día, incluso viendo la foto en la que puede parecer que esa chaqueta tiene que picar lo más grande, no estaba para nada incómodo. La apertura, el desarrollo, habíamos salvado lo más difícil. Y de repente, se me olvidó jugar. Pero no un olvido de quedarte en blanco. Fue un olvido de no saber qué hacía allí. Un olvido de estar absolutamente desnortado. De salirme de mi mismo y verme desde fuera y decir, pero quién es. Porqué estoy en una partida de ajedrez. Como un golpe en la cabeza, como si me hubiera ido, como si de repente hubiera sido otro. De repente, se me olvidó jugar porque se me olvidó quién era yo. De repente era otro y estaba allí y no sabía qué estaba haciendo. Y ni fue un golpe, ni fue la luz, ni fue absolutamente nada, simplemente que las cosas son así y no te tienes que estar haciendo preguntas constantemente. Al cabo de unos minutos, con la partida ya acabada, volví en mí. Me dijeron que había sacado unas tablas. Ni tan mal. 

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