miércoles, 21 de junio de 2023

Vladimir Nabokov - Pnin


Creo que ya lo dije cuando hablé de 'Una belleza rusa', pero lo vuelvo a repetir. De repente, leyendo a Nabokov, uno tiene la sensación de que escribir bien debe parecerse mucho a esto que hace él. Escribir bien significa mucho más que tener una buena historia, que atraparte, que meterte dentro. Escribir bien es algo que uno percibe que pasa o que se consigue en determinados momentos. Esta no es la novela más famosa de Nabokov, tampoco parece ser la mejor, simplemente la compré porque me pareció que la historia podría ser interesante y, disculpen, el tamaño me garantizaba que si la cosa no iba bien no me iba a martirizar con un tocho infumable. Esta es una historia que seguro que se ha contado muchas veces y que tiene un interés relativo y que posiblemente suscite el interés de algunos raros apasionados de lo ruso, los emigrados, los revolucionarios, la Europa de entreguerras, centroeuropa, cosas así. Incluso cuando podemos decir que esta obra ya es parte del canon norteamericano del propio autor, el tema no deja de ser muy ruso. Esta historia tiene un interés extraño, porque puede parecer completamente ajeno a tu mundo y el mío y sin embargo, hay algo que es universal. Esta es la historia, o un momento de la vida de Timofey Pnin, profesor ruso nacionalizado norteamericano en una Universidad norteamericana sin demasiado nombre, que vive de habitación en habitación, impartiendo una asignatura que interesa a un público reducido, con una vida en la que cualquier contratiempo puede complicarse más, en la que todo puede suponer un peligro, en el que las manías y las rutinas y los recuerdos y la incertidumbre y el peligro constante de vivir fuera de sitio, se van mezclando para ofrecernos un relato de una vida en la que la erudición más inútil puede convertirse en lo único a lo que agarrarse, un amor que no lo es pero que pudo ser pero que nunca lo fue, una historia en la que sin quererlo Pnin es protagonista de un mundo paralelo en el que él vive y los demás le observan y disfrutan o padecen con su forma de estar en un espacio que le es ajeno, en un idioma que transforma, en el que todo puede ser cómico y triste a la vez. Y no es la historia. Es cómo está contada. 

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