Otra historia centroeuropea, en esta ocasión a cargo del escritor portugués Filho de Feijoao, con su ambiente humilde, su dignidad humana y todo eso. El relato se llama 'Patatas' y se incluye en su volumen 'Centroeuropa y yo'.
'La señora Brandauer salía de su domicilio todas las mañanas muy temprano, incluso cuando hacía más frío en el más frío de los inviernos, para comprar algo de comer en la tienda que se encontraba enfrente del bloque de viviendas en el que habitaba. Era su único contacto con el mundo a lo largo de la semana. Los sábados y domingos, se encerraba en casa, haciendo algo de labor o mirando por la ventana el lento paseo de alguno de los viandantes. La señora Brandauer se había quedado viuda hacía unos diez años. El señor Brandauer había fallecido víctima de una neumonía, cuando tenía 45 años y no habían tenido hijos. La señora Brandauer estaba sola y recibía una pequeña pensión por ser viuda de veterano de guerra y su hermana Grethe, que vivía en Schonnenburg le enviaba unos pocos billetes para poder mantenerse. Su hermana Grethe se había casado con un tendero de Schonnenburg y hacía treinta años que no se veían, pero desde que se enteró por carta del deceso del señor Brandauer, siempre la mandaba unos pocos billetes para que pudiera ir tirando. La señora Brandauer salía de su casa, bajaba los dos pisos lentamente, buscando encontrarse con algún vecino con el que poder charlar un poco. También se demoraba a la hora de cruzar la calle, esperando que algún conocido de ella o de su marido, que fue muy popular en el barrio, la abordasen para preguntarle ¿Cómo le va, señora Brandauer? ¿Está usted bien, señora Brandauer? ¿Es este invierno más frío que el anterior, verdad, señora Brandauer? Ella contestaba y se explayaba. Le gustaba hablar. Cruzaba la calle y allí estaba la tienda de la señora Strenowsky, con el señor Strenowsky siempre apoyado en un quicio de un portal, justo al lado, vigilándola. La señora Strenowsky era una callada y laboriosa mujer que nunca daba más conversación de la que era necesaria. El señor Strenowsky siempre la reprendía, 'cada palabra de más es un cliente menos'. Sin embargo, la señora Brandauer, acudía todos los días allí aún sabiendo que no iba a encontrar una conversación amena. Le caía bien la señora Strenowsky. 'Buenos días, señora Strenowsky, esas patatas se ven muy buenas, ¿las traen de algún sitio en especial?'. 'Buenos días, señora Brandauer, de un pueblecito cercano a Berlín, son del huerto de unos primos'. 'Oh, ¿tienen familia fuera de Berlín señora Strenowsky?'. 'Sí, unos primos'. '¿Y no les suelen visitar? Yo tengo una hermana en Schonnenburg y hace treinta años que no la veo'. 'Su hermana Grethe, claro'. 'Si, mi hermana Grethe. Es muy buena. Pero hace mucho que no nos vemos. Se casó en Schonnenburg y...'. '¿Cuántas patatas quiere señora Brandauer?'. 'Cinco patatas, señora Strenowsky'.
Y la conversación seguía, camuflada entre patatas y cebollas, sobre las familias, los hijos, los parientes, alguna enfermedad reciente y el frío. Mientras, el señor Strenowsky en el quicio de la puerta, renegaba por lo bajo 'cuánto de sí dan unas patatas'.
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