lunes, 29 de enero de 2024
Asteroid City - Wes Anderson
Wes Anderson mola y por no quedarme corto en el halago yo mismo diré que me gustaría que al menos durante un día, mi vida fuera como una peli de Wes Anderson. Dicho esto, pasemos a hablar de la película que nos ocupa aquí, que no es otra que Asteroid City, como ya habréis podido deducir del propio título del texto. Asteroid City es una película de Wes Anderson en la que Wes Anderson se convierte en una hipérbole de sí mismo y llega tan lejos en su wesandersonización que termina siendo la película más un ejercicio de estilo que una película en sí misma. Si es que queremos pensar que las películas han de tener un planteamiento, nudo y desenlace, un hilo argumental, algo que parezca que cose las imágenes. Que todas las películas pueden tener su momentito de ida de pelota, pero aquí ni siquiera hay esa ida de pelota, aquí lo que nos encontramos es, simplemente, a un director enamorado de su mundo y su forma de plantear las películas que hace y que cuenta con la colaboración de un reparto de auténtico lujo que se presta a todo aquello que le pueda pasar por la cabeza a Wes Anderson. Y es que todo lo que es visualmente reconocible en la película como sello del autor, está bien, no hay duda. Incluso hay momentos que son entretenidos. Pero hay algo que parece que no liga. Algo que parece que son pedazos que no se sostienen. Demasiados contenidos que quieren ser sorprendentes o que pueden captar nuestra atención que, paradójicamente, acaba perdiéndose. No hace falta estar atento, ya sabes lo que hay, no hay mayor intriga que seguir. Incluso lo poco que pudiera parecerse a una línea de puntos, se rompe con las intromisiones de esa especie de making off paralelo en blanco y negro que lo único que hace es molestar, francamente. Y dicho esto, poco más. Que volvería a ver la película para recrearme en detalles, pues naturalmente. Que me gustaría ser uno de esos personajes que se quedan mirando hacia algún sitio y que de repente, de manera imperceptible, miran a la cámara, daría un brazo por ello.
domingo, 28 de enero de 2024
Entrada en el blog del 28 de enero
Esta entrada del 28 de enero de 2024 es una entrada que no significa nada porque es una entrada que únicamente sirve para sumar una entrada más en el counter del blog y que mi ego, a final de año, diga, pues igual sí que he hecho más o menos entradas. Pero aprovechando que tengo este espacio que me brinda la tecnología, quisiera hacer algunas apreciaciones. La gente loca conecta. Esta idea, recurrente, no es mía. Me la dijeron hace mucho tiempo y es una frase que conviene tener en cuenta. La gente loca conecta. Y sabemos que utilizar términos como 'loca' ahora mismo, no nos lleva a ningún sitio ni medio regular, pero es una idea que más allá del término concreto, la palabra, me gustaría que se quedara grabada a fuego en nuestro lo que sea. Lo hemos visto y lo seguimos comprobando cada día. Y lo vemos en vídeos y lo vemos en otros formatos que nos encontramos por redes, donde vemos que de manera absolutamente sorprendente para nadie, personas que a lo mejor se encuentran al borde, o han traspasado hace tiempo la línea que les convierte en tóxicas para los humanos, de golpe se amontonan unas con otras y todas juntas pueden dar con alguna cosa, alguna idea, algún chispazo que les haga sentirse en el mismo barco. Un barco desde el que intentarán que esa locura se lleve por delante lo que sea necesario. Lo hemos visto tan de cerca que asusta. Pero asusta también olvidarlo. Asusta que nos olvidemos y que de repente se vuelva a aparecer todo de nuevo. Asusta que el instinto de supervivencia de quien quiere convertirse en alguien perjudicial para los demás condicione toda la vida de esos demás que pasan la vida protegiéndose de que no vuelvan a entrar. Ayer fue 27 de enero, en otro orden de cosas, fuimos a una manifestación, una manifestación para recordar que los fascistas entraron en nuestra ciudad en 1939. No le hemos puesto a la fecha de salida, pero convenimos entre todos que los fascistas ya no están aquí. No hemos puesto fecha de salida, porque sabemos que los fascistas entre nosotros son una minoría muy minoritaria. No hemos puesto fecha de salida, porque sabemos que todos y todas los vecinos de nuestra ciudad, de manera absolutamente abrumadora, casi de manera unánime, se han manifestado como antifascistas siempre. Eso supongo que lo tenemos todos absolutamente claro. Que aunque la manifestación de ayer fuera minoritaria y no alcanzase a esa masa que esperamos que se una, en realidad no nos hace falta que eso ocurra porque ya sabemos que absolutamente toda la población de Santa Coloma está con nosotros. Esperemos que los que estuvimos en la manifestación también lo tengamos claro. Han sido dos cosas en esta entrada. No iba a servir de nada y ha valido por dos.
viernes, 26 de enero de 2024
El abuelo de Gudrun
Al salir de su casa, Gudrun sintió cómo el aire fresco de la mañana se colaba entre las ropas y le dio un pequeño escalofrío. Gudrun caminaba todos los días desde su casa hasta un pequeño recodo del camino donde, bajo un árbol, acostumbraba a leer. Gudrun leía mucho. Aquel verano había decidido leer todos los libros que su abuelo tenía en el viejo caserón. Una de esas mañanas, mientras estaba enfrascada en la lectura cuando apareció una mujer que se dirigió a ella preguntándole por un lugar que Gudrun no conocía. Gudrun no era de allí y no conocía todos los rincones de la comarca. La mujer le insistió y Gudrun le contestó con la verdad, era forastera y había venido a pasar las vacaciones con su abuelo. La mujer miró a Gudrun y la repasó de arriba abajo con la mirada. Gudrun parecía sacada de una fotografía de una casa de muebles. Sin embargo, la mujer escupió en el suelo y dijo 'ya no se puede caminar por ningún sitio, todo está lleno de gentuza'. Gudrun miró a la mujer sin saber qué decir. La mujer se alejó y se perdió por el camino. Al volver a casa le contó a su abuelo lo que le había pasado. El abuelo la escuchó sin decir nada y le dijo a Gudrun que no se preocupara, que por esos caminos siempre acaba encontrándose uno a gente extraña. Así que a la mañana siguiente Gudrun volvió a salir de su casa temprano, sintiendo el fresco matinal colarse entre sus ropas y el consabido escalofrío. Encontró como todos los días el recodo del camino y se puso a leer. Aquel libro, Peter Camenzind, se le estaba haciendo largo. Entonces volvió a escuchar la voz de la muer. De nuevo, frente a ella, la mujer la miraba con enojo y avanzó unos pasos saliéndose del camino para decirle algo cuando de golpe sonó algo parecido a un disparo y la mujer cayó hacia atrás. Gudrun, sobresaltada, se dirigió a la mujer y vio que tenía un punto rojo en la frente y que de la nuca le salía mucha sangre. Volvió rápidamente a su casa y allí estaba su abuelo, que acababa de llegar también a casa.
miércoles, 24 de enero de 2024
Crónica de un viaje a Brasil. Eu sou da Bahia.
Pero ¿porqué Salvador de Bahía? Dos cosas. Hace como 30 años a mi abuelo le tocó un viaje a Salvador de Bahía en la Caja. Mi abuelo Antonio entonces tendría ya 70 años largos y no se vio el hombre como para hacer un viaje y ofreció el viaje a mi tita Petra y a mi padre. Mi madre cuenta cómo una noche mi abuelo llamó a casa por teléfono, hizo el anuncio, y la consecuente revolución que supuso. Mis padres fueron a Salvador de Bahía con un viaje preparado y volvieron en shock con todo lo que habían visto y vivido. Vieron cosas muy bonitas, muy diferentes, pero también vieron pobreza, miseria, discriminación, que les dejó muy tocados. Unos pocos años después, trabajaba yo en el 1004, leyendo El País de las Tentaciones, hicieron un reportaje sobre un disco que apadrinaba David Byrne sobre unos brasileños que se llamaban Os Mutantes y que a finales de los sesenta hicieron una música alucinante. Tuvo que ser el año 1999. Aquel reportaje me impactó tanto que me tuve que comprar el CD y aquello abrió la puerta a un mundo musical apasionante. Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Tom Zé, Rita Lee... Uno ya conocía la bossa nova aunque no era fanático, el disco de Stan Getz y Joao Gilberto, el mítico disco de La Fusa, pero aquello era otra cosa, el tropicalismo, psicodelia brasileña de primera división. Y muchos de los protagonistas de aquel movimiento eran bahianos, como el propio Caetano Veloso. Escuchar por primera vez Marinhero Só, del disco blanco, te cambia la vida. Y te mete Salvador de Bahía muy dentro sin haber estado jamás en Salvador. Yo no soy de aquí, yo no tengo amor, yo soy de Bahía, de San Salvador. Así que todo estaba encaminado para que, en caso de hacer alguna vez un viaje, el viaje, ese viaje tuviera que ser a Salvador de Bahía. Y ese viaje, ha sido. Un viaje de novios, el típico viaje de bodas, parecía y fue la oportunidad ideal para hacer esta visita. Pero claro, el viaje parece que se queda corto si, una vez que vas a Brasil, no visitas también la naturaleza abrumadora de la Amazonia, la ciudad de Rio, las cataratas de Iguazú, no sé, no quedarte en Salvador. Y ahí es donde yo no me muevo bien. Un viaje a Salvador me parecía suficiente incentivo como para poder disfrutar de una ciudad abrumadora sin tener que estar pendiente de cumplir con todos los destinos posibles y 'recorrer' todo Brasil como manda el manual del buen viajero. Lo vi todo. Estuve. Un día. Dormimos en tantos hoteles. Me canso. Finalmente el viaje se delimitó de la siguiente manera. Salvador de Bahía con la posibilidad de hacer visitas a pueblos o parajes de por allí y un destino más, Itacaré, pueblo de costa para hacer básicamente playa y más visitas a parajes con verdor. El relato del vaije pues, comienza con el vuelo y con la llegada y con la recogida en el aeropuerto por parte de Marco, el dueño de la Pousada Esmeralda donde pasaremos los días primeros en Salvador. Marco es un italiano de unos sesenta y tantos años que junto con su mujer Natalie, francesa, regentan una sencilla pousada que hemos visto en el barrio de Santo Antonio. Nos pregunta qué más lugares vamos a ir a ver y cuando le decimos Itacaré, tuerce el gesto. Nos pregunta si somos surfers, no somos surfers, pues entonces Itacaré... pues vaya. El trayecto en coche desde el aeropuerto hasta la pousada nos descubre la ciudad de noche y no es lo mejor ver una ciudad y una ciudad como Salvador, de noche. Vemos muchas casitas bajas, de ladrillo visto, vemos edificios que podrían estar mejor conservados, vemos tiendas, bares, establecimientos comerciales, todos cerrados, son las diez de la noche, y la sensación es que la ciudad parece un poco desastre. Huele a calor y a mar. El coche va recorriendo grandes avenidas y carreteras hasta que de repente callejea un poco y nos dice Marco que 'eso es el Pelourinho'. El Pelourinho es el barrio más típico de Salvador, el lugar que más recordaban mis padres, está ahí. Estoy emocionado. El coche sigue una calle y Marco nos va contando que aquí harán un concierto el jueves, este es un buen restaurante, aquí se puede venir a tomar algo, este es otro bar, vemos que la calle está en algunos tramos tomada por gente que está tomando algo. Vemos que hay ambiente. Llegamos a la pousada, hace mucho calor, me cuesta dormir. A las seis de la mañana es de día, pero de día de día, ya pasan coches, cantan pájaros. Durante el desayuno le decimos a Marco y a Natalie cuáles son nuestros intereses. Y a partir de ahí, el viaje toma otra dimensión. Así, la planificación de estos días girará en torno a la música. Concierto de Samba en tal bar, concierto de una orquesta en las escaleras de tal iglesia, el desfile de los afoxés de carnaval, el ballet folclórico de Bahía y cosas que nos vamos encontrando por la calle. Porque nuestra calle, la calle Largo de Santo Antonio, ya de por sí es una calle con vida propia. El primer día, sin embargo y por hacer de este relato algo con sentido, será el que lo condicione todo.Tanto la planificación a partir de la música, como nuestra mirada sobre todo esto. Visitamos el Museo Afro-Brasileño. El museo recoge una exposición basada en una novela que se llama Defecto en el corazón, que es lo que alegaban las autoridades para no dar trabajo público a los negros. Les decían que tenían defectos en el corazón. El museo habla de la esclavitud. De cómo los portugueses llevaron a millones de personas desde África a Brasil, siendo Salvador el principal punto de descarga. Viajes en barco hacinados unos con otros donde la supervivencia ya era un milagro. Y la esclavitud. Ser esclavo. Estar en el mundo al albur de lo que el amo quiera. Miles de personas. El museo lo explica todo, explica los orígenes, explica cómo llegan, quiénes llegan, de dónde son, en qué creen, cómo tienen que convivir personas que no son del mismo sitio, pero a nosotros todos nos parecen negros, qué comen, cómo aman, todo. Es una visita que hace que el viaje, todo el viaje, ya no sea igual. Porque uno puede estar concienciado, muy concienciado, pero esa visita te cruje. Y así todo, absolutamente todo lo ves con el prisma de que, esa gente que tienes alrededor, está reivindicando constantemente su dignidad, o bien, están pagando una y otra vez haber sido condenados a la miseria desde hace generaciones. Esclavos, discriminados, desposeídos, pero orgullosos. Y es precisamente su cultura, sus formas de expresión cultural y musical, las que son reconocidas y estimadas, las que nos volarán la cabeza allí. Y ya todo el viaje estará lleno de conversaciones sobre la identidad, sobre quiénes somos, sobre la cultura, sobre la gente, sobre cómo somos, sobre la injusticia, sobre la esclavitud, sobre la miseria, sobre la política, sobre la política, sobre la cultura, sobre mil cosas. Esa visita al Museo Afro-Brasileño se completa con otra visita fundamental, al museo de la música de Bahía, brutal. Con esas dos visitas, el viaje prácticamente está ya visto para sentencia. El museo de la música es inabarcable y te pierdes mil cosas, pero hay salas donde puedes ver y escuchar sobre la historia de tus ídolos y sales de allí emocionado. Escuchar a Caetano gritarle a la juventud revolucionaria que son una mierda de juventud... tantas cosas. Un día después, una visita guiada por el Pelourinho completa la información sobre el barrio y sobre la ciudad. Una ciudad en la que unos cuantos condicionaban la vida de todos. Pero una ciudad en la que esos pocos sucumben ante el poderío de la mayoría. Aunque solo fuera por el ritmo y por la música. Y no, no vale lo de que al final los pobres son felices cantando y eso contagia, no. La música es constantemente una reivindicación. Bailar es algo más que bailar. Todo siempre es algo más. Una imagen de una virgen, no es esa virgen. Ese santo no es ese santo. Rezar no es solo rezar. Un viaje para abrir mucho más la mente. Visitamos iglesias, las lujosas como la de San Francisco, toda de oro, pero también la de los Homens Pretos, la iglesia de los negros, construída de noche, cuando les dejaban los amos, con sus santos negros, su niño Jesús negro, la historia de Anastasia, la negra que no quiso ser esclava y a la que le pusieron un bozal y una argolla. Recemos por Anastasia cada vez que vayamos a trabajar. Y la música. La música puede ser muy buena pero también puede ser otra música, esa música moderna que te encuentras por todas partes, brasileña igual, que no entiendes, pero que está ahí todo el día, en todas partes. En nuestra calle, no. En nuestra calle la música que suena es otra, más reconocible. Nuestra calle es como una especie de pequeña Gràcia. Tiendas de discos, de ropa, centros culturales, música en la calle, souvenirs con clase, bares y restaurantes. De noche se llena de gente que son como la gente con la que nos juntamos en Barcelona, estamos a salvo. Si te sales de esas dos o tres calles, ten cuidado. Vivo el viaje con la sugestión de la seguridad, de la inseguridad. Si te sales de estas dos o tres calles. Una tarde vamos al Pagode pra elas. Una fiesta feminista que nos queda muy cerca, hemos comprado las entradas desde Santa Coloma. Tenemos que ir caminando finalmente, tenemos que salirnos de esas calles. Quizás es medio kilómetro o un kilómetro lo que hay que recorrer. No nos aconsejan hacer el camino de vuelta andando. La fiesta del Pagode es otra demostración de poderío y de una amplitud de miras que incluso aquí nos extrañaría. Música moderna, pienso, gente joven, fiestarrón. La sensación de que no sabemos ni caminar. Ya no bailar. Y sobre todo, mucho orgullo entre la gente, mucho poderío. Comemos en lugares de todo tipo, nos metemos en restaurantes que nos recomiendan por su calidad y también en restaurantes que nos recomiendan por ser de la gente del pueblo, de los chavales que pintan los brazos y de los que van con el mono de obra. Comemos filé encebolado, escondidinho, probamos los acarajés, abarás, pescados, bebemos cerveza Devassa, nos tomamos algunas caipirinhas, evitamos la farofa, probamos la feijoada pero mejor la seca y su arroz blanco para todo. Comemos bien. Disfrutamos mucho con todo. Visitamos la iglesia del Bomfin, cumplimos con algunos de los rituales que hay que cumplir y nos vamos a la playa a ver qué y la playa es una fantasía de ruidos, gente, mesas, sillas, perros, latas, olor a calor y olor a mar y música y altavoces y cerveza muy fría y un sol terrible. Esa primera visita a una playa bahiana, quedó en tablas. Solo se bañó Alba. Alba disfruta con cada cosa, en cada lugar, con cada momento. Es la que se encarga de pagar y de preguntar todo. Yo pregunto también porque 'sé hablar algo'. Pero es ella la que curiosea, va, mira. Y si no, soy yo quien la anima, porque yo también quiero saber. Y vemos una procesión de los afoxés que acaba en el largo do Pelourinho y es todo un espectáculo de música y gente bailando y fotos y fotos y vídeos y no se acaba. Y uno de los días, el último que estamos en Salvador, me afeito. Siempre quiero afeitarme a navaja cuando hago un viaje a un lugar remoto. Lo hice en Estambul. Lo hice en Tirana. Y aquí también. Una barbería casi de museo en el Pelourinho, no de museo por su exquisitez sino por su antigüedad. El barbero es un tipo de unos sesenta años que antes le ha afeitado la cabeza a un anciano de al menos noventa años que no se puede tener de pie. El barbero es un fenómeno, no podía ser de otra manera. No entiendo casi nada de lo que dice. Da igual, nos entendemos. No le he dicho que tengo una berruga... Por los pelos. Afeitado, con la cara blanca de los polvos, más contento que todo. Ese día comemos en el Tropicalia, los platos son todos nombres de músicos. Se cierra el círculo. Uno de los primeros días, antes de ir a un concierto de Samba en A Marujada, nos paramos en el bar de delante, en la terraza, As Marias. Nos pedimos una cerveza y la dueña saca por la ventana un altavoz y suena una música que nos atrapa. Es Luis Gonzaga, le tengo que preguntar porque está cantando Asa Branca. Casi no nos queremos ir, pero el espectáculo de la Samba merece la pena. Y tanto. Son tantas cosas. El bareto que era una cafetería junto a la iglesia do Carmo, el sitio donde compré la bolsa de Rita Lee... las tiendas de discos. Cómo no ir a comprar discos en el sitio donde nace buena parte de la música que escuchas. Acabamos comprando discos que vamos atarreando por Brasil. La música. Triste Bahía. El ballé folclórico hará que nunca más escuchemos Triste Bahía de Caetano igual. La música. Mâ, de Tom Zé, tantas veces en la cabeza. La playa de Piatà. Vamos por la mañana muy temprano, nos lleva Marco que va a jugar a petanca. La playa es inmensa. Llevamos sombrilla. Vamos a poner nuestra sombrilla por ahí. Vemos que están poniendo sombrillas con mesas y sillas. Si pagas la consumición, es gratis. Pero llevamos sombrilla. Le preguntamos a unos policías a caballo si podemos poner la sombrilla, claro, es público. Se lo dicen al d las sombrillas. Claro, es público. Finalmente nos quedamos con una de sus sombrillas y sus mesas, tan a gusto. La playa, otro espectáculo. El queijo asado, en esas brasas que llevan los vendedores de manera heroica, con ese calor tremendo, más calor. Incluso los pinchos en la barbacoa portátil te venden. Acarajé, picolé, picolé, coxinhas, refrigerante, las latas y las botellas en el suelo esperando a que venga alguien a recogerlas para venderlas luego al peso a ver qué puede sacar. Un partidito de fútbol en la playa, de espectador, claro. Olor a calor y olor a mar. Nos abrasamos pero no nos quemamos. Por primera vez en mi vida, puedo decir que estoy moreno. No rojo. Moreno. Cremita todos los días, mi sombrero de turista. La cabeza pelada. Playa interminable, gente con manga larga para protegerse del calor. Delicia no palito. Eso es lo que decía el cartel del chiringuito que nos saludaba antes de llegar a casa por las noches. Qué noches en Santo Antonio. Qué movidón, qué bueno escuchar Vocé Abusou en la calle y cantarla así. O esa canción del directo de Gal Costa, el Fa-Tal, eu su amor, de cabeza a os pés. Brutal. Son tantísimas las cosas, algunas tan pequeñas y tan nimias, pero que tienen tanta trascendencia, que no es uno capaz de contarlas sin pensar que ese no es el viaje que esperas de un viaje a Brasil, pero ha ido nuestro viaje. Y nos queda Itacaré. Itacaré es un lugar a cinco o seis horas de Salvador. Viajamos en Autobús y Ferry, en Ferry y Autobús. En el ferry la música a todo trapo de un altavoz portátil solo se detiene para escuchar a un tipo que vende unos adminículos para fortalecer los hombros y el brazo que sorprendentemente vende muy bien. El viaje en autobús nos descubre otro Brasil, de pueblos y ciudades pequeñas, mata atlántica. Itacaré no es muy difierente, pero tiene una calle, Pituba, que es un escaparate de todo. Turistas brasileños sobre todo, argentinos y chilenos, rastas blancos, hippies y mucha peña sin camiseta. Esa calle arriba y abajo tiene su interés, pero una noche nos vamos a la calle que hace de ribera con el río Contas y en un chiringuito unos chavalitos están pinchando un musicón bestial. Yo tengo que volver todos los días a ese chiringuito aunque nunca más estarán. En Itacaré las playas, playas con muchas olas, es cierto, pero algunas playas no tienen tanta ola. Se sorprenderán algunos de leerme tanto rollo con las playas. Así es. Las playas.Siempre en la sombra, playas de todo tipo, más queijo asado, más acarajé, más cerveza fresquísima casi helada, más picolé, más. En Itacaré el alojamiento está por encima de nuestras posibilidades. En Itacaré hay unas cigarras que parecen brujas que se esconden en el bosque. En Itacaré hay un chaval que hace unas hamburguesas con unos tacos de bacon que están salvajes. En Itacaré una noche entramos en un bareto que parecía de comidos y lo era, aunque estuvieran todos sentados y para pedir una caipirinha tengo que hacer un tour como si fuera a pedir... En Itacaré vamos a ver una plantación de cacao, pero nos leemos el libro de Cacao y la literatura a veces supera a la realidad. En Itacaré conocemos a Reuben, que nos llevará en barca hasta la Cachoeira y remontaremos el río y el manglar y si no te lo digo te creerás que hemos estado donde te dijimos que no íbamos a ir. Y nos da a probar la Jaca y la Caconha y vemos cangrejos azules y nos dice en el viaje de vuelta que nos tiremos al agua si queremos que no cubre y luego yo no me puedo volver a subir en la barca y me tiene que ayudar Alba. Y al día siguiente vamos a la playa de Siriaco y parecemos náufragos o parecemos unos pijos de mierda en la Costa Brava, pero sin cerveza ni nada, solo porque parecemos algo que no somos. Y en la playa de Siriaco no hay absolutamente nada, solo nos bichejos que parecen cucarachas y viven en agujeros en la roca y no diré que eran cucarachas, pero yo que sé. La playa de Siriaco es de esos momentos en los que sabes que tú estás allí y que nunca te hubieras imaginado que tú podrías estar allí. En Itacaré nos comemos por dos veces la trilogía de Chocolates. Supera a la playa de Siriaco, sin duda. Y compramos regalos y compramos cosas. Y nos tenemos que volver a Salvador, últimos dos días. Y volvemos a una playa en Itapuá y yo ya estoy un poco hasta los mengues de playa y es otra playa con rocas y con olas y en mi cabeza estoy pensando en nuestra calle Santo Antonio y que nunca más iré a la calle Santo Antonio. Y la primera noche nos vamos a un bar que Alba ha visto por internet, que tiene vinilos, que son los vinilos de Seu Jorge y vamos y es un bareto que parece poca cosa, en una calle sin nada, en el barrio de Itapuá, que es donde está el hotel. Y ponen vinilos, claro, y comemos un pescado que se llama Aguilinha y nos bebemos unas caipirinhas y el bar cierra y nos quedamos dentro y siguen sonando vinilos de Belchior y no sabemos quién es Belchior. Y el último día lo dedicamos de nuevo al Pelourinho y vamos al museo del Carnaval y compramos más discos y compramos más cosas y compramos los pantalones de Capoeira y no unos, que nos compramos dos, y otro bañador con cintitas del Bomfin y va anocheciendo y Triste Bahia. Y una chica canta junto a su padre bastante mal en la Cruz Caída y a pocos metros un negro toca un triángulo y tiene mil veces más arte. Está haciéndose ya de noche. Triste Bahia. Y tenemos que volver al hotel y tenemos que pillar el avión. Y yo ya no soy de aquí. Al menos tengo amor.
martes, 23 de enero de 2024
Almas en pena de Inisherin - Martin McDonagh
Hay películas o historias que son un canto a la nostalgia, al 'aquellos buenos tiempos', a querer recuperar un tiempo pasado donde todo era más auténtico y mejor. Irlanda es escenario propicio para esas historias de gente sencilla, humilde, de antes, cuando todo era limpio y no estaba contaminado por todas estas mierdas que tenemos ahora. Pero todas esas historias son mentira. El inefable Pedro Vallín nos dice que no hay mayor bendición que la ciudad y que la reivindicación de la vida campestre, pueblerina, es reaccionaria. Y esta película es exactamente eso. Una historia de Irlanda, que puede ser una historia de cualquier parte, pero que está especialmente bien ambientada en una Irlanda de taberna, guerra civil, simplicidad y autencicidad, llevada al extremo. Tan extremo que acaba produciendo una sensación de ahogo que muchos vídeos de U2 o canciones de The Pogues, no nos pueden ocultar. Aquí hablamos de dos amigos y uno de ellos acaba de decidir que esa relación de amistad se ha acabado, que no le aporta nada, que prefiere enriquecer su espíritu de otra manera. El otro amigo, el repudiado, no puede acabar de entender porqué su amigo quiere dejar de serlo y se esfuerza en intentar recuperarlo. El amigo que quiere pasar del tema tiene inquietudes, le gusta tocar el violín y componer, puede que a través de eso llegue a relacionarse con otras personas. El amigo repudiado vive con su hermana y esta, soltera, ve como la vida pasa en la isla teniendo que estar al cuidado de un hermano que es un poco especial. Tan especial que no cejará en su empeño de querer recuperar al amigo que ya no aun a costa de que esto pueda tener consecuencias irreparables, ya no para la amistad, sino para el físico y la integridad de uno y de todos. La asfixiante sociedad cerrada donde todo el mundo sabe lo de todos y donde cualquier movimiento es interpretado y juzgado sin piedad. La película va avanzando hasta un desenlace que no porque no lo consideremos posible, no podamos dejar de pensar que es alucinante. La huída es el único camino, la vida en otro ámbito, la relación con más personas, más diferentes, diversas, nos hace indudablemente mejores. Ese es el mensaje.
domingo, 21 de enero de 2024
Un siglo contra Lenin
Hoy se cumplen cien años de la muerte de Lenin. Vladimir Ilich Ulianov. Todo el siglo XX, tal y como conocemos el siglo XX de manera histórica y no únicamente cronológica, es un siglo contra Lenin. De hecho, Lenin fue la primera víctima de Lenin y su trabajo. La muerte de Lenin no se entiende sin el atentado que sufrió en 1918 y sus consecuencias y la presión y nervios y estrés que padeció antes de fallecer con 54 años. Porque la tarea de Lenin fue teórica pero fue práctica y fue la de convertir en un Estado socialista nada menos que al Imperio más extenso sobre la Tierra en aquel tiempo de 1917. Y a partir de ahí, de ese 1917, el siglo gira en torno a la lucha contra Lenin y sus ideas, más o menos explícitas, más o menos directas, más o menos radicales. El ideario de Lenin era uno y su realización teórica se intentará después llevar a cabo de muchas maneras, incluso él mismo llevará a cabo su proyecto quizás sin poder seguir al pie de la letra lo que él mismo preconizaba. Pero eso, en mayor medida, en menor medida, ha marcado la historia de todo un siglo hasta que finalmente, Lenin y el mundo de Lenin y sus ideas y la puesta en práctica de aquello que teorizó, ya no representa una amenaza para quien estaba amenazado. Las amenazas ahora pueden suponer ciertos recortes en beneficios, ciertos cambios en los sistemas de producción, mayor extensión de derechos civiles, no son pequeñas amenazas para un sistema que vigila hasta el último céntimo y que tiene descontadas y asumidas y amortizadas y monetizadas incluso las amenazas e incluso, ay, a los propios discípulos de Lenin. Lenin ha sido el gran revolucionario. En las noticias se habla de él como un revolucionario profesional. Una manera despectiva como cualquier otra de hablar, claro, revolucionario profesional es que no trabajaba de otra cosa, era un 'liberado' ya en su tiempo. Lenin y su ideario, desconocido para muchos, incluso para mí (siempre me recomendaron que leyera y estudiara, que me formara, y por reacción a quien me lo decía no lo hice y ya no creo que lo haga), ha sido tergiversado, manipulado, idealizado, canonizado, folclorizado, todo y más. Lenin ha sido el siglo XX y en su nombre se han hecho las cosas más heróicas, justas, plausibles, estatuatizables, pero también algunas de las barbaridades más tremendas en nombre de un mundo más feliz. Lenin es el siglo XX, en su acció y en su reacción. Tal es la reacción que, incluso teniendo al personaje en un pedestal, puede ser cuestionable hacer un texto en el que se diga que Lenin es el personaje del siglo XX. Naturalmente que antes de Lenin ya había gente que había peleado por una manera diferente de hacer las cosas, incluso que las había podido llevar a la práctica, o que la socialdemocracia ya estaba obteniendo frutos de su trabajo en otra línea. Claro que sí. Pero sin Lenin, no sé si estaríamos en el mismo sitio. Y con Lenin y su siglo ya derrotado, no sé de qué manera vamos a plantear el mundo que tiene que venir. Que será mejor, seguro.
viernes, 19 de enero de 2024
Francisco Veiga - Ucrania 22. La guerra programada
Las guerras no son como nos las cuentan. Cada vez menos. O bien, siempre han sido así y nos hemos querido creer otra cosa. Desde hace dos años se vive una guerra en Europa, una más, la guerra de Ucrania. La invasión rusa de Ucrania fue el paso final o a lo mejor es solo un paso intermedio o algo que todavía está por definir, de una escalada de acción y reacción que comienza con el final de la Unión Soviética, la injerencia norteamericana y el progresivo rearme moral y político de Rusia que desemboca en una invasión que finalmente no parece la invasión que se nos cuenta sino algo que nos cuesta definir. Nada es lo que parece y todo es mucho más claro de lo que pudiera ser. Un nuevo libro del grandísimo Francisco Veiga que, en esta ocasión, vuelve a los asuntos contemporáneos y relacionados con el mundo del Este europeo o balcánico y lo hace para dar una visión personal y explícitamente personal de lo que él cree que está pasando realmente. Si es que el 'realmente' tiene algún sentido en un juego político en el que los actores son diversos, y los muertos son siempre los mismos. Lo único que queda claro es que unos y otros y en esos otros hay tantos actores que asusta, decidieron hace tiempo que los ucranianos eran la carne de cañón en un conflicto latente e interesado que va dejando destrucción y heridas que va a ser difícil de cerrar. Pero aunque suene repetitivo, es que a lo mejor da igual que se cierren o no, porque estamos ante una guerra en la que nada es tal cual. Rusia invade Ucrania y su invasión queda frenada para convertirse en una guerra de posiciones. Rusia no ha conseguido lo que buscaba y la resistencia ucraniana ha conseguido parar a la bestia. O no. O a lo mejor Rusia no buscaba nada de eso y su maniobra militar pretende otra cosa y la mirada es mucho más amplia y los Estados Unidos son los que se encuentran ahora con la obligación de hacer alguna cosa más si no quiere ver cómo Rusia consigue algo que no sabemos lo que es pero que no parece ser 'devolver' a Ucrania a la madre patria. O vete a saber. Bueno, si lo queremos saber tenemos que leer el libro y en el libro, si se quiere, se entiende. Un libro que da respuestas a todos los que contemplábamos esta guerra con extrañeza, sin saber qué pasa realmente, quién va ganando, quién está perdiendo, cuál es el relato, quién avanza y quién retrocede. Mucha información, sin información. Pues ya está aquí el Veiga para contarnos el qué. Y por primera vez, creo que ya lo he dicho, se permite mojarse realmente en sus opiniones más allá de los datos, sino que incluye un capítulo de impresiones personales sobre momentos concretos que nos ayudan a entender que todo es un juego y que nunca nos pase. Al que lo quiera, se lo dejo.
jueves, 18 de enero de 2024
Jorge Amado - Cacao
En los folletos promocionales, en las tiendas con artículos para llevar, el mejor chocolate, la costa del Cacao, visite una hacienda, la casa del Coronel, aquí dormían. Explicado así nos parece que los arbolitos estaban allí, llegaban unas personas y cogían el cacao y otras personas, muchas menos claro, estaban en unas casas grandes y preciosas mirando cómo trabajaban y les entregaban el cacao y luego ellos ya lo vendían y así cíclicamente hasta que pasa alguna otra cosa y ya el cacao no y no pasa nada. Jorge Amado fue un escritor brasileño, de militancia comunista durante un tiempo, que describió desde Salvador de Bahía la situación que se vivía en su país en diversos ámbitos. Uno de ellos, el mundo de los trabajadores y trabajadoras del mundo del cacao, como en este libro Cacao. El libro sorprende desde un principio porque está escrito de una manera rara y es que el escritor se esfuerza en escribir como si él mismo fuera el trabajador protagonista de la obra, una persona que viene de una familia que ha tenido dinero, su padre tenía una fábrica, pero entre malas suertes, malas artes y demás desgracias dentro de un sistema de semi explotación donde no cabe otra cosa que o machetear el patrón o largarte del pueblo, se ve abocado a trabajar en una plantación de cacao donde se encuentra con que la esclavitud en Brasil se había acabado hacía ya algunas décadas pero las condiciones de trabajo y de vida eran lamentables. Un coronel sin ningún tipo de escrúpulos explota a todo el mundo y todo el mundo lo sabe pero no sabe qué hacer. Y las mujeres trabajan y son explotadas doblemente porque no están solo para trabajar sino para que el señorito de turno las viole y aquí no ha pasado nada y si pasa es que tu vida se ha ido a la mierda. Y todo es estar siempre en el filo de la navaja, al límite y sin saber qué respuesta dar. Y la única respuesta es la instrucción y la formación, pero allí no hay espacio y solo las situaciones límite te llevan a largarte, a la ciudad, a otra ciudad y finalmente adquirir algo que saben lo que es pero no lo saben expresar y es la conciencia de clase. Cómo se adquiere conciencia de clase incluso no sabiendo que lo que estás haciendo habitualmente es tenerla. En muchas ocasiones, el mensaje es casi aplicable al día de hoy, cuando tanta y tanta gente sabe que algo está pasando y que habrá que darle una respuesta y esa respuesta tiene nombre. Y luego paseas bajo el cacao, compras bolsitas de nibs, pruebas el postre y te preguntas todo eso.
miércoles, 17 de enero de 2024
Diez años de Podemos
Qué días aquellos. La Sexta Noche, cada sábado, nos regalaba la oportunidad de ver a un personaje llamado Pablo Iglesias que nos hablaba y nos decía cosas que nos daban la vuelta. Eran días post 15M, días en los que todo estaba en discusión y en los que había que saber leer el signo de los tiempos y el sentir de la gente. Qué gente, una gente que era joven, más o menos, que venía de comerse una crisis, que por ubicación y por sentir y por todo quizás hubieran sido votantes de un PSOE que se hubiera sabido renovar, si es que tenía renovación. Daba igual. El caso es que aquel personaje salía en la tele, en muchas teles, en todas partes y decía cosas que nos daban la vuelta. Yo entonces empezaba a militar en EUiA en Santa Coloma y la asamblea local era un hervidero. Nadie lo entendía. Era un complot desde los medios para destruir a Izquierda Unida justo en el momento en que mejores resultados nos daban. Podemos se funda. Podemos era una mentira. Podemos era un invento. ¿Podemos? Pero qué es Podemos... Recuerdo discusiones con una compañera. A ella le gustaba lo que oía, a mí me molestaba. Porque venía a decir lo que decíamos nosotros, pero estaba claro que llegaba a más gente. Venía a decir pero no lo decía, realmente. Decía otra cosa y otras cosas, a veces en una indefinición buscada que exasperaba, siempre con una arrogancia y una soberbia hacia las formaciones 'anteriores' que dolía. Pero lo que decía, parecía tener razón. Y había mucha gente que estaba dispuesta a seguir a alguien (importante, a alguien), que decía cosas que parecían nuevas, atrevidas, transformadoras. Se funda Podemos y desde el momento en que se forma todos vemos que el problema va a ser darle forma a eso. Porque era un partido en el que cabía desde el que pedía más cárceles para los corruptos, el que hablaba de la casta, izquierdistas de toda la vida y que habían pasado por todas partes que aparecían reencarnados, gente si ninguna experiencia que jugaba a hacer lo que había leído en manuales sin contacto con la realidad, mucha gente, muy heterogénea. Recuerdo aquel encuentro entre ellos y nosotros en el local de EUiA. De ellos creo que ya no queda nadie allí. Recuerdo cómo nos dijeron que íbamos a acabar siendo una tribu urbana. El tiempo pasó y se vio que todos juntos habíamos estado a punto de darle la vuelta a la tortilla, que no se dio, pero se puso los cimientos para poder consolidar un espacio de gente que ya no debería volver al PSOE. Al fin había una alternativa que conectaba con una gente diferente. Que era nuestra gente y estaba allí. Y fueron llegando procesos electorales, internos y externos y Podemos se fue volviendo más pequeño, más partido, menos lo que fue y más a lo que se pronosticaba que podría acabar siendo. Un partido más. El cambio fue algunos años, bastantes años después, cuando esa misma gente que consideraba a la gente de Podemos poco menos que nada, advenedizos, castañas, de repente hicieron piña con ellos. Y de repente, quienes habían sido sus enemigos, rivales, quienes les habían menospreciado, vilipendiado, maltratado, comenzaron a hacerse fotos con ellos. Y no lo supieron ver o no lo quisieron ver o lo que sea. Y llegó el momento en el que, en la cumbre de la gloria, por primera vez ministros de la izquierda alternativa en un gobierno del Estardo, todo se comienza a pudrir. Y el mensaje comienza a ser demasiado parecido al que se escuchaba en las asambleas y comisiones políticas de EUiA en Santa Coloma. Todo es culpa de los medios, los medios, la gente está engañada por los medios, todo es un complot. Algo no funciona. Las campañas de desprestigio, las querellas, los acosos, las denuncias, los acosos, la violencia judicial ejercida contra Podemos no es poca cosa. Cuando antes tenías micros abiertos en todas partes, hoy son todo palos. Y se hace de eso bandera. Este mensaje, endurecido, áspero, va condiciendo al fracaso primero en la famosas elecciones donde Pablo Iglesias se lanza en plan mesías a detener a la derecha en Madrid y queda relegado a un papel muy secundario por parte de un electorado que ha cambiado, que ya no quiere escuchar solo matraca, que es diferente. Leer el signo de los tiempos. Si sintonizas con según quién o según quién te pasa la mano por el lomo, ten miedo. O bien, desde fuera, se ve que algo pasa. Y se designa a Yolanda Díaz y el cambio de tono que se detecta entre unos y otros es cada vez mayor. Y hoy tenemos lo que tenemos. Y hoy tenemos a un partido y un espíritu que fue revolucionario realmente, que puso patas arriba, que nos puso patas arriba, pero que no tenía con qué darle continuidad y no se supo hacer esa (no se quiso) hacer esa mezcla entre lo que ya estaba y lo que vino y todavía peor, lo que ha de venir y da mucha y profunda pena que todo ese capital se haya ido a la mierda. Que se esté yendo o que solo sirva para la matraca. Una matraca a la que ya se han dedicado muchos y variados partidos de izquierda durante décadas, considerando reformistas, flojos, siervos, blandos, a las fuerzas de izquierda mayoritaria. Esa matraca es minoritaria y no le interesa a nadie. Y si se va a quedar para eso o para pedir, para colmo, el voto para opciones de izquierda aún más socioliberal únicamente por hacer daño, eso ya lo han hecho otros antes. Que todos conocemos a gente muy muy en la Transición que acabaron en el PSOE. El viaje de vuelta a casa. Y pregúntate porqué vuelves a salir en la tele, en esos medios cloaqueros que tanto has denostado.
Hoy escribir un texto sobre los diez años de Podemos con todo lo que está pasando, es difícil. Y da pena escribir en esos términos. Recuerdos de noches viendo La Sexta Noche y debatiendo el momento histórico, realmente histórico, en el que un personaje conseguía que todos le prestásemos atención. Hoy lo evitamos para no hacernos malasangre. El signo de los tiempos. Da mucha pena.
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