Tenemos fotos no sé si mejores, tenemos fotos peores. Tenemos, por ejemplo, las fotos de la 7a Assemblea d'Esquerra Unida i Alternativa a la que fuimos y de la que volvimos pensando que había sido un peñazo de los grandes y, como siempre, discutiendo de qué manera podríamos hacerlo mejor. Siempre. Siempre discutiendo de qué manera se puede hacer mejor. De qué manera se puede llegar a más gente, de qué manera se puede ir hacia delante, de qué manera poder hacerlo diferente, mejor, más de otra manera. Siempre discutiendo, siempre pensando, siempre fallando.
Si tenemos esa foto y esa foto es buena es porque esa vez nos salió bien. Esa vez, el Benju acertó. Esa foto es de la noche electoral de las elecciones generales del 2015, las de diciembre, las de En Comú Podem en su primera versión, que casi nos cuesta a todos un infarto en Santa Coloma, que casi nos cuesta a todos yo que sé en Santa Coloma, que a Benju le costó el puesto y los demás irnos con él, y fíjate, sin comerlo ni beberlo nos ves ahí, con cara de 'la estamos liando' y sin acabar de creernos que, de verdad, por una vez, íbamos a ganar. Esta foto es buena por eso.
Tenemos más fotos juntos. Una en la que conseguimos tener una llave de ICV, del local del carrer Sagarra. Claro, es que éramos más de ICV que de los otros, nos decían. Siempre éramos más de los otros.
En estas elecciones llegábamos porque estaba el Benju, nos llevaba en el coche a pegar carteles, a colgar pancartas y nos llevó durante la jornada electoral por los colegios de Santa Coloma, sorprendidos porque nuestras papeletas bajaban y porque parecía, solo parecía, que íbamos a ganar.
Hoy el Benju se ha ido. Luis Benjumea Vera. La primera vez que lo vi en el local del partido yo sabía que lo conocía, como del Paseo o algo. El Benju se había ido y ahora había vuelto y yo no conocía y sigo sin conocer prácticamente a nadie. Creo que el hecho de ser del Paseo, de ser Géminis y de tener la virtud de llevarle la contraria a quienes yo llevaba la contraria nos hizo conectar. Y conectamos y compartimos.
Y compartimos muchas cosas, muchas cervezas, o aguas, o fantas, muchas veces en el coche después de asambleas, comisiones políticas, reuniones de la confluencia, discutiendo, compartiendo, desahogándome, explicándole, la vida, la música, el amor que es un sentimiento que llevo dentro del corazón, todo. Muchas conversaciones. Muchos 'quedamos y me lo cuentas mejor'. Quedamos y hablamos. Quedar y hablar.
Y qué tiempos cuando éramos la cuchipandi chupiguay que íbamos a los sitios. Y nos lo pasábamos bien.
Y las discusiones por el Facebook y más asambleas, más reuniones, más comisiones políticas, más confluencias, más reuniones. Tenemos que quedar y hablar.
El Benju como puerta de entrada a comprender que no todo es lo que parece y no todo es tan malo como lo pintan. El Benju como persona que te dice que hay otro mundo, que no sabes tanto, que a lo mejor se tiene que hacer de otra manera. El Benju y cómo montar un grupo de Telegram porque en los grupos de los partidos no se puede hablar de cine y acabas haciendo grupito con una gente que tenía en el Benju el centro, el pivote, la razón de ser. Y ahora qué pasará sin el Benju.
El Benju contando sus historias en las CJC, los locos años de la CJC, la escuela de formación de tanta gente. El Benju contando que le montaron una asamblea en la puerta del Ajunta al Lluis Hernàndez, que salió a hablar con ellos. El Benju contando la historia del programa en Radio Inoksidable con el Miqui. El Benju contando años de militancia, y de lo que no es militancia en una Santa Coloma que bullía de cosas de las que uno no se enteraba porque era de piso y no salía.
El Coco acaba de compartir una foto del torneo de ajedrez del 2014, que quedó inconcluso, porque vino el César a jugar y jugó una partida contra el Coco y vimos claro que el César nos cagaba a todos y que le perdimos interés.
Y se me olvidaba y lo añado después de una hora o más y no se me olvidaba en realidad pero es que lo he tenido siempre tan presente que es como si siguiera pasando, lo de 'nuestros drones nuestro capital, de la campaña de las municipales del 2015 con la Alex, cuando vimos que la Parlon hizo un vídeo con un dron mientras ella iba corriendo y nosotros dijimos, pues vamos a hacer vídeos y cada día era un vídeo que no sé si era peor que el anterior. Cabecitas. Nuestros drones, nuestro capital.
El Benju que vino una vez a tocar el bajo al local. El Benju en las reuniones de la confluencia en las que hablábamos ahora yo, ahora él y ahora el Xavi. El Benju en aquella reunión que vino la Alba con Gent que parecía que nos quería matar a todos y que al final nos quedamos con el Joan Pastor hablando y discutiendo porque Benju era de las CJC y todo el mundo había sido de las CJC. El Benju el día que hicieron la entrega de carnets de Comunistes y que fui a verlo porque sabía que era un día muy importante para él. Y qué poco duró la alegría, coño. Y lo poco que nos gustaba cómo iba la cosa y cómo va la cosa y cómo se han jodido tantas cosas.
Y aquella vez que vino a vernos al Casal de Joves y nos pusimos a tocar Molt Sol y no sé porqué pero vi que le estaba molando y es verdad, le estaba molando.
Y aquella vez en los carnavales que nos disfrazamos de Flor con la Plataforma y él se puso a conducir el camión y yo estaba dentro del camión con una hernia y yo estaba para verme, pero él ni te cuento, compañero y compañera, de flor.
Era buena gente el Benju. Y son buena gente sus padres que han estado con él hasta último momento, como son buena gente su cuñado el Míguel y la hermana del Benju la Mari y toda la familia que han estado con él a tope.
Era buena gente y se nota porque mucha gente ha reaccionado hoy cuando hemos dicho que se había ido.
Era buena gente y yo no sé si ganó o perdió mucho. El tiempo que ha tenido le ha servido para tener a mucha gente cerca y dejar recuerdo de buen compañero, de gran amigo y de mejor persona.
Es muy difícil dejar de escribir hoy y no seguir contando hazañas y batallitas y asambleas y reuniones y aquella vez que fuimos a la Comissió Antifeixista y les dijimos que dónde íbamos yendo a buscar bulla. Y que salió bien. Y que vimos que aquella línea podía tener camino. Y que con eso podríamos al menos hacerlo mejor. Y las campañas. Y esa vez que ganamos. Y la otra.
Y el día aquel en Can Ruti, un día que se puso malo, hace años, y me dijo que es que estaba enfermo.
Y se ha ido hoy y hace tiempo que le echo de menos.
lunes, 29 de junio de 2020
viernes, 26 de junio de 2020
Schrieben
De nuevo con Danuta Wolinska:
'Yo no me enamoro fácilmente. En Polonia tuve un novio, Koki Popieluzsko, que era más tonto que un zapato pero que me hacía reír. Duró hasta que dejó de hacerme reír. Cuando vine a Berlín hacía tiempo que no pensaba en nadie. Hay quien dice que siempre que te vas de un sitio es porque quieres olvidar. Yo quizás quería tener algo para recordar. A veces también digo estas cosas. En Berlín a veces quedaba con algunos compañeros, sobre todo de otras revistas, pero casi nunca pasaba nada. Tampoco yo ponía mucho interés y físicamente no creo que sea especialmente llamativa.
Un día, en una rueda de prensa de la Comunidad Católica de Berlín conocí a Utte. Utte se parecía mucho a Heike. Tenía una sonrisa que desarmaba. Utte era una seglar muy divertida que se encargaba de preparar las conferencias y las ruedas de prensa de la comunidad. La había visto pero nunca había hablado con ella. Al acabar le pedí una copia de la rueda de prensa, le dije que me había parecido muy interesante. Si quieres te la llevo a casa mañana, me contestó. La invité a cenar. Vino a casa, cenamos, fue una velada muy divertida. Utte se fue a su casa y quedamos en volver a repetir, pero esta vez en su casa.
Fui a su casa, una semana más tarde. Vivía en un pequeño apartamento cerca de la Iglesia del barrio. No tenía ningún símbolo que hiciera pensar que era una seglar, todo era bastante anodino. Algún poster de alguna película alemana de Wenders, una foto del Ché Guevara y un cuadro que representaba a unos guerrilleros, supongo que sudamericanos también. En su cuarto, sí que había un crucifijo encima de la mesita de noche. La cena fue igualmente muy agradable, divertida. Aunque yo estaba algo tensa. Pensaba que debía ser yo quien tomase la iniciativa pero no sabía cómo se lo iba a tomar. Vinos, un café, me preguntó si quería una copa, le pedí un schnapps y se le torció el gesto. Mi padre tomaba schnapps. ¿No te llevabas bien con tu padre?, le pregunté. No, no mucho. Me tomé el Schnapps y noté que se había cortado el rollo. Le dije que me iba. Me despidió en la puerta. Nos dimos dos besos.
Volví a coincidir con Utte un mes después en una conferencia que daba un cura jesuita sobre su experiencia en Colombia. Utte me atendió muy simpática. Le di bastantes vueltas al asunto. Debía proponerle quedar de nuevo o mejor no intentarlo. Lo intenté. Me acerqué a ella y le dije que si estaba libre podríamos quedar después de la conferencia para tomar algo. Me dijo que le parecía buena idea.
Fuimos a una cervecería, comimos unas salchichas en un puesto callejero, me lo estaba pasando en grande y solo quería que volviera a sonreír una y otra vez. Le contaba anécdotas de Polonia, de mi llegada a Berlín y de todos los personajes que me había ido encontrando con el tiempo. Sin pensarlo, le dije que si quería venir a casa a tomar la última. La última, me dijo.
Qué quieres, le pregunté. Una cerveza. Sin pensarlo yo me serví un schnapps.'
'Yo no me enamoro fácilmente. En Polonia tuve un novio, Koki Popieluzsko, que era más tonto que un zapato pero que me hacía reír. Duró hasta que dejó de hacerme reír. Cuando vine a Berlín hacía tiempo que no pensaba en nadie. Hay quien dice que siempre que te vas de un sitio es porque quieres olvidar. Yo quizás quería tener algo para recordar. A veces también digo estas cosas. En Berlín a veces quedaba con algunos compañeros, sobre todo de otras revistas, pero casi nunca pasaba nada. Tampoco yo ponía mucho interés y físicamente no creo que sea especialmente llamativa.
Un día, en una rueda de prensa de la Comunidad Católica de Berlín conocí a Utte. Utte se parecía mucho a Heike. Tenía una sonrisa que desarmaba. Utte era una seglar muy divertida que se encargaba de preparar las conferencias y las ruedas de prensa de la comunidad. La había visto pero nunca había hablado con ella. Al acabar le pedí una copia de la rueda de prensa, le dije que me había parecido muy interesante. Si quieres te la llevo a casa mañana, me contestó. La invité a cenar. Vino a casa, cenamos, fue una velada muy divertida. Utte se fue a su casa y quedamos en volver a repetir, pero esta vez en su casa.
Fui a su casa, una semana más tarde. Vivía en un pequeño apartamento cerca de la Iglesia del barrio. No tenía ningún símbolo que hiciera pensar que era una seglar, todo era bastante anodino. Algún poster de alguna película alemana de Wenders, una foto del Ché Guevara y un cuadro que representaba a unos guerrilleros, supongo que sudamericanos también. En su cuarto, sí que había un crucifijo encima de la mesita de noche. La cena fue igualmente muy agradable, divertida. Aunque yo estaba algo tensa. Pensaba que debía ser yo quien tomase la iniciativa pero no sabía cómo se lo iba a tomar. Vinos, un café, me preguntó si quería una copa, le pedí un schnapps y se le torció el gesto. Mi padre tomaba schnapps. ¿No te llevabas bien con tu padre?, le pregunté. No, no mucho. Me tomé el Schnapps y noté que se había cortado el rollo. Le dije que me iba. Me despidió en la puerta. Nos dimos dos besos.
Volví a coincidir con Utte un mes después en una conferencia que daba un cura jesuita sobre su experiencia en Colombia. Utte me atendió muy simpática. Le di bastantes vueltas al asunto. Debía proponerle quedar de nuevo o mejor no intentarlo. Lo intenté. Me acerqué a ella y le dije que si estaba libre podríamos quedar después de la conferencia para tomar algo. Me dijo que le parecía buena idea.
Fuimos a una cervecería, comimos unas salchichas en un puesto callejero, me lo estaba pasando en grande y solo quería que volviera a sonreír una y otra vez. Le contaba anécdotas de Polonia, de mi llegada a Berlín y de todos los personajes que me había ido encontrando con el tiempo. Sin pensarlo, le dije que si quería venir a casa a tomar la última. La última, me dijo.
Qué quieres, le pregunté. Una cerveza. Sin pensarlo yo me serví un schnapps.'
jueves, 25 de junio de 2020
Karpov
Bueno, al final es que un poco te tienes que reír de todo. Porque la verdad, uno se va complicando y se va liando y se va metiendo en una dinámica que, si no tienes ese momento para decir un poco pues a la mierda todo, no, pues para qué. Mírame aquí, con negras, partiéndome la caja porque qué quieres hacer, con negras y ya en este momento de la vida en el que dices, oye, pues con negras, ¿qué no? Pues con negras, pues porque si la vida te ha puesto en este sitio, lo coges y te lo curras un poco como puedas y sin exigencias. Y si encima te partes la caja pues eso que te llevas. Y hace buen tiempo y las plantas te aguantan y el de delante con las blancas se cree que va a hacer algo y lo que es más importante, que ese algo es importante. Y no tiene ni puta idea. Y eso me hace reír. Y una cosa hace que te acuerdes de otra cosa y acabas pues en este punto en el que ya no sabes ni por donde vas. Y lo sabes, pero lo haces para que el otro se confíe. Yo ahora me acuerdo de otras partidas. Sé que no te gusta que te recuerde otras partidas, pero sé que no te gusta que te recuerde otras partidas y te vas a tener que quedar con ellas. Recuerdo una partida que pensaba que tenía perdida desde el principio y que al final perdí. Una partida de las más interesantes que recuerdo haber jugado, que no tenía pies ni cabeza. Ahora me río. Ahora es que me río un poco de todo, como si me hubiera fumado algo, o como si realmente mi hiciera gracia todo. No es lo mismo que te haga gracia todo como que tengas gracia tú. Y yo tengo gracia también. Tengo mi punto. Un punto que puedo encontrar o no a lo largo del día y si lo encuentro y estás ahí, pues enhorabuena. Y si no, paciencia. Esta ahora es mi cara de las negras, de llevar negras. De llevar negras ahora. Antes no era así, antes yo llevaba las negras como se llevan las negras. Con cara de negras. Con cara de resistencia y de aguante. Con cara de encajar. Hice incluso un personaje de eso. El juego posicional. Me creí el personaje del juego posicional y del aguante. De saber medir, de llevar las negras como el que sabe que tiene entre sus manos no solo 16 piezas, también el destino de la vida suya y de las vidas de quienes le rodean y de quienes han sido parte de. Y eso era antes. Ahora me río. Cara de llevar negras ahora es cara de qué me estás contando. Que parece que has inventado el juego este y resulta que me he hecho mayor, no voy a decir viejo, pero viejo también encaja, me he hecho viejo jugando y he descubierto que al final te da la risa incluso con negras y que tú, que pareces ufano porque con las blancas tienes eso que se llama iniciativa y con eso tienes el poder y de eso se trata, de empoderarte y hacer ostentación de todo eso, crees que vas a ganar. Pobre.
martes, 23 de junio de 2020
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Una más de Danuta Wolinska:
'Visité una aldea perdida cerca de la frontera danesa. Se trataba de una pequeña aldea en la que se habían producido una serie de muertes misteriosas y se apuntaba al motivo religioso como posible causa de los crímenes. Había muerto un párroco protestante, una monja seglar, una profesora de religión y un gasolinero. El gasolinero era el único testigo de Jehová del pueblo. Me enviaron para hacer un reportaje y allí conocí a Heike.
Heike era una chica imponente, alta, fuerte, siempre sonriente, que regentaba una pequeña cervecería que se había convertido en el lugar de paso para todo aquel que quisiera saber algo de la aldea. El primer día pegamos hebra. Me dijo que me parecía a ella y que eso le hacía gracia. Me invitó a una cerveza y yo me pedí un par de schnapps. Le pregunté por el ambiente que se respiraba en el pueblo y no me pude resistir a pedirle una teoría sobre los asesinatos.
Y Heike me dijo que había sido ella la asesina, pero que nadie se la creía. Me lo dijo con una abierta risa con la que resultaba increíble identificar a su poseedora con una asesina. Yo me la creí. Viendo la población local, nadie más que Heike podría haber sido la asesina. Todos los muertos habían sido estrangulados. El perfil de los habitantes de la aldea era francamente rayano en la ancianidad y solo una walkiria como Heike parecía capaz de tener la fuerza suficiente para poder hacerlo. Lo que no me cuadraban eran los motivos. Heike me respondió que odiaba a los religiosos.
Parecía el motivo más burdo del mundo, pero también me parecía verosímil.
No me atreví a publicar aquella teoría y seguí haciendo mi reportaje, describiendo el lugar, a sus gentes, cómo aquellas muertes no habían molestado ni interrumpido el ritmo de vida del pueblo. La policía interrogó a Heike, como interrogó a todos los habitantes del pueblo y la dejaron en libertad.
Aún murió una persona más, asesinada, un hippie que vivía con su familia en una roulotte.
Al cabo de un tiempo, dejaron de producirse asesinatos en el pueblo y con mi trabajo hecho volví a Berlín.
Dos años más tarde, recibí una llamada de teléfono en la redacción. Era Heike, que venía a Berlín de visita y pensó que le hacía ilusión tomar algo conmigo.
La cité en una cafetería que regentaban unos polacos a los que conocía y que lo tenían todo decorado con fotos del Papa Wojtila y de la Virgen de Cestoscowa. Para provocar.'
'Visité una aldea perdida cerca de la frontera danesa. Se trataba de una pequeña aldea en la que se habían producido una serie de muertes misteriosas y se apuntaba al motivo religioso como posible causa de los crímenes. Había muerto un párroco protestante, una monja seglar, una profesora de religión y un gasolinero. El gasolinero era el único testigo de Jehová del pueblo. Me enviaron para hacer un reportaje y allí conocí a Heike.
Heike era una chica imponente, alta, fuerte, siempre sonriente, que regentaba una pequeña cervecería que se había convertido en el lugar de paso para todo aquel que quisiera saber algo de la aldea. El primer día pegamos hebra. Me dijo que me parecía a ella y que eso le hacía gracia. Me invitó a una cerveza y yo me pedí un par de schnapps. Le pregunté por el ambiente que se respiraba en el pueblo y no me pude resistir a pedirle una teoría sobre los asesinatos.
Y Heike me dijo que había sido ella la asesina, pero que nadie se la creía. Me lo dijo con una abierta risa con la que resultaba increíble identificar a su poseedora con una asesina. Yo me la creí. Viendo la población local, nadie más que Heike podría haber sido la asesina. Todos los muertos habían sido estrangulados. El perfil de los habitantes de la aldea era francamente rayano en la ancianidad y solo una walkiria como Heike parecía capaz de tener la fuerza suficiente para poder hacerlo. Lo que no me cuadraban eran los motivos. Heike me respondió que odiaba a los religiosos.
Parecía el motivo más burdo del mundo, pero también me parecía verosímil.
No me atreví a publicar aquella teoría y seguí haciendo mi reportaje, describiendo el lugar, a sus gentes, cómo aquellas muertes no habían molestado ni interrumpido el ritmo de vida del pueblo. La policía interrogó a Heike, como interrogó a todos los habitantes del pueblo y la dejaron en libertad.
Aún murió una persona más, asesinada, un hippie que vivía con su familia en una roulotte.
Al cabo de un tiempo, dejaron de producirse asesinatos en el pueblo y con mi trabajo hecho volví a Berlín.
Dos años más tarde, recibí una llamada de teléfono en la redacción. Era Heike, que venía a Berlín de visita y pensó que le hacía ilusión tomar algo conmigo.
La cité en una cafetería que regentaban unos polacos a los que conocía y que lo tenían todo decorado con fotos del Papa Wojtila y de la Virgen de Cestoscowa. Para provocar.'
lunes, 22 de junio de 2020
Solidaridad en tiempos de pandemia
El primer día que me apunté para recoger comida con la Xarxa Solidària Gramenet lo hice por curiosidad. Me interesaba, como periodista, pero también como persona con inquietudes, saber cómo podía funcionar una red de soporte, qué podía hacer, cómo se articulaba y qué solución ofrecía ante los problemas que tantas familias colomenses han padecido y cómo el Ajuntament afrontaba también esta situación más allá de los anuncios y las intenciones.
No soy un ferviente partidario de las redes de solidaridad como elemento que se dedique a paliar la situación de extrema necesidad de la población cuando tenemos unos servicios públicos, administraciones, entidades estatales, autonómicas o municipales, que se nutren de los impuestos de la ciudadanía y cuentan con fondos suficientes como para poder afrontar estas situaciones. Si es que hay voluntad política de hacer las cosas de otra manera diferente a la que se acostumbra y que ya se ha visto que no funciona. Y se sabe. Tampoco, como digo, me gusta apelar a la buena voluntad de la gente, al buen corazón, a la solidaridad, como elemento que 'supla' las deficiencias de un sistema que parece incapaz de cubrir las necesidades de la población más vulnerable. Rehuyo de los solidarios de gran corazón, de los personajes que se erigen en paradigmas de 'lo bueno' y los que pugnan por ser la persona más buena de la ciudad.
Esta Xarxa Solidària Gramenet se organiza los primeros días de confinamiento para hacer frente primero a las necesidades de personas que no podrían hacer sus compras, gente mayor, así como a quienes desde los primeros días, esta situación les dejaba a la intemperie, principalmente gente de la PAHV o del Centre d'Acolliment. En principio la composición de esta Xarxa respondía a perfiles bastante variopintos y con trayectorias en entidades u organizaciones varias un poco de aquí y de allí. Y, sin duda, la predisposición y la buena voluntad han sido claves para que esta Xarxa haya funcionado como un reloj hasta el último momento e incluso haya ido aumentando la capacidad de abastecer
Participar tanto en la recogida de alimentos como, sobre todo, en el reparto, permite conocer, aunque solo sea de manera superficial ya que he dedicado solo unas horas de la mañana del jueves y el viernes, la situación de muchas familias colomenses. Concretamente, alrededor de 150 familias colomenses. La última semana eran 160 familias colomenses.
160 familias colomenses que recibían lo que se ve en la foto (no se ve el arroz, o la harina, o la pasta, una cesta con producto fresco, patatas, cebolla, zanahoria, calabacín, lo que hubiera, y algún producto de limpieza. Como ven, nada que suponga un lujo precisamente. 160 lotes que abastecían a familias de 3, 4, 5 hasta 7 u 8 personas en algunas ocasiones. Personas y familias que no tenían nada y que venían a recoger un lote de comida por poner algo encima de la mesa.
Han habido otras iniciativas más o menos similares en la ciudad que han intentado cubrir esta situación nefasta. Personas que se han visto privadas de su trabajo, personas que ya vivían en situación de precariedad y que ahora no tienen nada. Y qué les podemos ofrecer. Qué es lo que se les puede ofrecer desde las instituciones públicas.
No se anticipen, ya lo digo yo, muchas de estas familias, la mayoría de ellas, son colomenses que no han nacido en Santa Coloma. Muchas de estas familias, tienen graves problemas con el idioma, con cualquier idioma que no sea el nativo y se enfrentan a la dificultad de enfrentarse no sólo a un patán como yo que no tiene las herramientas para hacerse comprender ni para atender a personas en situación de necesidad, sino a la incomprensión de unas instituciones que explican en un idioma incomprensible para ellos (catalán o castellano da igual), algo que es sustancial y que no pueden comprender. Nos enfrentamos a una situación en la que la gente no nos entiende.
Nos enfrentamos a una situación en la que miles de personas no saben cómo acceder a ayudas, subsidios, informaciones útiles, conocer sus derechos, porque no entienden no solo lo que leen sino lo que escuchan aunque sea en vivo. Mucho peor cuando la situación es como ha sido y no se puede hacer presencialmente y solo por teléfono y esos teléfonos no funcionan y cuando te atienden no sabes qué te están diciendo.
El sentido de este texto es el de señalar que este no puede ser el camino. El jueves pasado, esta Xarxa Solidària, como el resto de redes de apoyo, dejó de funcionar toda vez que el Ajuntament se comprometió a hacerse cargo de la atención a estas familias. Esperemos que sea así.
Participar en esta Xarxa, como espero que haya sucedido con la participación en el resto de redes semejantes, debe servir para conocer y reconocer que así no se transforma la sociedad. Así podemos paliar de alguna manera la situación de las familias que necesitan algo de sustento, y no son pocas familias. Pero esto no es suficiente.
Se necesita una respuesta amplia por parte en primer lugar del Equipo de Gobierno municipal que vaya más allá del fomento en primer lugar de estas redes como respuesta, porque Santa Coloma, nos guste o no nos guste, es un ciudad con necesidades especiales. Es una ciudad en la que mucha, pero mucha gente, vive en el alambre. Y si la situación era desesperada antes, hace ya unos meses, para muchos y muchas. Ahora más.
Durante estos meses hemos visto cómo continúan las reticencias por parte el Equipo de Gobierno a la hora de reconocer que se necesita un cambio de modelo en la atención, cómo la regularización de estas personas se hace urgente y necesaria, cómo el empadronamiento tiene que ser algo que se haga sí o sí, en definitiva, que algo tiene que cambiar de manera sustancial a la hora de afrontar la situación de tantos miles de colomenses que están sufriendo.
Se dice que de esto saldremos más fuertes. Al menos, se aspira que no salgamos igual. Y la impresión que da es que, parado el primer golpe, todo continuará con las dinámicas más o menos similares. Los grandes cambios que se necesitan todavía quedan lejos. Y la voluntad de atender a esa demanda de cambios no parece existir.
¿Ha sido una experiencia gratificante? En absoluto. No ha sido una experiencia ni enriquecedora ni gratificante. Ha sido bastante triste. Porque la situación que se vive cuando vas a recoger comida, es triste. Y no mola nada.
Y deberíamos ser capaces de contar con las herramientas suficientes para dignificar la vida de la gente más allá de la buena voluntad, la solidaridad y las ganas de hacer algo cuando parece que no pasa nada.
viernes, 19 de junio de 2020
Schrieben
Telegráfica historia de Danuta Wolinska:
'Aquella reunión de redacción en Scrieben fue inolvidable. Fue el día en el que Christa Gaussmann se murió. A Christa Gaussmann la acabábamos de conocer, prácticamente. Había llegado hacía unos pocos meses a la revista, donde colaboraba haciendo artículos y reportajes sobre la noche berlinesa. Venía de escribir en una revista francesa que a todos nos gustaba mucho y sus dos o tres primeros reportajes fueron bastante interesantes. El cuarto reportaje, una pastelería donde hacían muffins, ya lo miraron y miramos con extrañeza. Se la dejamos pasar. El quinto reportaje, dedicado al CurryWurst, directamente nos pareció de mal gusto. Recuerdo que después de aquel consejo de redacción nos fuimos a cenar. Quería que le contara cosas de Polonia. Yo ya casi no recordaba cosas de Polonia. Quería que me contara cosas ella de Francia. Discutimos por algo de la comida. Lloró. Se fue a casa. El día de la reunión vino muy desmejorada y no atendió a nada de lo que se estaba tratando. Yo estaba proponiendo un reportaje sobre un párroco que había iniciado una campaña para recoger fondos para un hospicio y se le había ocurrido montar una banda de hip hop, cuando Christa comenzó a llorar. Le preguntamos qué le pasaba, pareció consolarse. Al rato, Fäber, de música, comentó que Scorpions se separaban definitivamente y que podríamos hacer algún reportaje sobre los heavys en Berlín. Hubo risas cuando alguien dijo 'y qué relación tiene Scorpions con el heavy'. Christa cayó al suelo fulminada.'
'Aquella reunión de redacción en Scrieben fue inolvidable. Fue el día en el que Christa Gaussmann se murió. A Christa Gaussmann la acabábamos de conocer, prácticamente. Había llegado hacía unos pocos meses a la revista, donde colaboraba haciendo artículos y reportajes sobre la noche berlinesa. Venía de escribir en una revista francesa que a todos nos gustaba mucho y sus dos o tres primeros reportajes fueron bastante interesantes. El cuarto reportaje, una pastelería donde hacían muffins, ya lo miraron y miramos con extrañeza. Se la dejamos pasar. El quinto reportaje, dedicado al CurryWurst, directamente nos pareció de mal gusto. Recuerdo que después de aquel consejo de redacción nos fuimos a cenar. Quería que le contara cosas de Polonia. Yo ya casi no recordaba cosas de Polonia. Quería que me contara cosas ella de Francia. Discutimos por algo de la comida. Lloró. Se fue a casa. El día de la reunión vino muy desmejorada y no atendió a nada de lo que se estaba tratando. Yo estaba proponiendo un reportaje sobre un párroco que había iniciado una campaña para recoger fondos para un hospicio y se le había ocurrido montar una banda de hip hop, cuando Christa comenzó a llorar. Le preguntamos qué le pasaba, pareció consolarse. Al rato, Fäber, de música, comentó que Scorpions se separaban definitivamente y que podríamos hacer algún reportaje sobre los heavys en Berlín. Hubo risas cuando alguien dijo 'y qué relación tiene Scorpions con el heavy'. Christa cayó al suelo fulminada.'
jueves, 18 de junio de 2020
El reloj de la Plaza del Reloj
Como si la historia del reloj de Regreso al Futuro fuera verdad. El reloj que queda paralizado por que un rayo le cae y por poco fríe al pobre Marty McFly. ¿Hay un Marty McFly en el Fondo? Debe haberlo. Lo que ocurre es que en Hill Valley no hay una plaza del Reloj en honor a un reloj. En Santa Coloma sí. En Santa Coloma tenemos una Plaça del Rellotge, la plaza del Reloj, al final o al principio de la calle Jacint Verdaguer y en esa plaza del Rellotge, en esa plaza del Reloj, un reloj.
Y ese reloj no funciona.
Qué grandeza la de Santa Coloma que se permite tener el reloj roto en la plaza del Reloj y así son las cosas y no sé cuánto tiempo debe llevar ese reloj parado a las cinco menos cinco. ¿Cuántos años? No lo sé. Me han contado la historia y es mejor no reproducirla porque no hay guionistas en Netflix (antes decíamos hollywood) capaces de mejorar la historia.
Qué grandeza la de esta ciudad capaz de tener uno de los símbolos de la misma ciudad parado, roto y que no haya un acuerdo, ni de ciudad, ni municipal, ni un vídeo que describa el proceso de reparación, ni que ni siquiera el número de coches de los mossos y los cuerpos y fuerzas hayan tenido un momento para subirse con una escalera y ver qué le pasa a ese reloj.
Reloj de la plaza del Reloj que no funcionas, dime, qué es lo que te ocurre. Reloj de la plaza del Reloj que le das nombre y que incluso tienes una calle que se llama calle del Reloj con lo que tenemos una ciudad que tiene plaza del Reloj y una plaza del reloj e incluso, y ahora ya se van a quedar del color de la pez, tenemos un equipo de fútbol sala o teníamos que ahora ando desinformado, teníamos un equipo de fútbol que se llamaba el Tiempo. El Tiempo.
Reloj y Tiempo. Y tenemos el reloj parado, quizás porque en Santa Coloma el tiempo no importa. En Santa Coloma tenemos un ritmo inamovible, en Santa Coloma hay cosas que son eternas, que son inmutables y qué mejor manera de demostrarlo que teniendo un reloj parado en la plaza del Reloj.
Cuando he hecho la foto al reloj parado de la plaza del Reloj eran las cuatro menos cuarto y me he tenido que asegurar de que, efectivamente, este reloj está parado, estropeado. Quizás está algo adelantado. Mi hermano por ejemplo, siempre lleva el reloj como un cuarto de hora o veinte minutos adelantado. Y son costumbres y son otros pueblos y son otras gentes.
Otras gentes como las que viven en nuestro querido (¿no?) barrio del Fondo y que quizás tienen otra concepción del tiempo. Igual viene por ahí. Cruce de culturas y de formas de ver y sentir el paso del tiempo y lo que hay ya no en esta vida sino en las siguientes, el tiempo y en concreto un reloj puede ser una manera de definir de manera estanca el mismo y eso, quizás, lleva a preferir un reloj parado, inservible, que no un reloj que esté andando. Y al andar, defina qué y porqué. Y eso mejor no tocarlo y entonces, como todo, mejor dejarlo así.
Roto.
Mejor dejarlo así. O no.
Mejor sería, por decir algo, demostrar que ese barrio, como todos los barrios, se merece que las cosas funciones y que las cosas se hacen, además de demostrar el poder del que disponemos con furgonetas e identificaciones. Podríamos, por ejemplo, demostrar que hay unos poderes públicos que, en caso de que algo no funcione, se arregla. El reloj roto, durante tanto tiempo, demuestra que, al fin y al cabo, hay cosas que no se hacen y que no pasa nada. Y cuando no pasa nada, pasan cosas.
Pasan que la gente piensa que su barrio no importa, que su ciudad no importa, que no importa nada. Que nadie se toma la molestia de hacer las cosas. De que estén bien. Que funcionen. Y que la plaza del Reloj tenga un reloj que funcione, sea quien sea quien lo pusiera o quien detente las competencias exactas para que se ponga en marcha.
Porque igual arreglar un reloj no significa nada para el barrio del Fondo o para que el clima de inseguridad que se extiende por la ciudad mejore. Pero demostraría que, al menos, el reloj de la plaza del Reloj del barrio del Fondo le interesa a alguien.
Y ya de ahí, para arriba.
Y ese reloj no funciona.
Qué grandeza la de Santa Coloma que se permite tener el reloj roto en la plaza del Reloj y así son las cosas y no sé cuánto tiempo debe llevar ese reloj parado a las cinco menos cinco. ¿Cuántos años? No lo sé. Me han contado la historia y es mejor no reproducirla porque no hay guionistas en Netflix (antes decíamos hollywood) capaces de mejorar la historia.
Qué grandeza la de esta ciudad capaz de tener uno de los símbolos de la misma ciudad parado, roto y que no haya un acuerdo, ni de ciudad, ni municipal, ni un vídeo que describa el proceso de reparación, ni que ni siquiera el número de coches de los mossos y los cuerpos y fuerzas hayan tenido un momento para subirse con una escalera y ver qué le pasa a ese reloj.
Reloj de la plaza del Reloj que no funcionas, dime, qué es lo que te ocurre. Reloj de la plaza del Reloj que le das nombre y que incluso tienes una calle que se llama calle del Reloj con lo que tenemos una ciudad que tiene plaza del Reloj y una plaza del reloj e incluso, y ahora ya se van a quedar del color de la pez, tenemos un equipo de fútbol sala o teníamos que ahora ando desinformado, teníamos un equipo de fútbol que se llamaba el Tiempo. El Tiempo.
Reloj y Tiempo. Y tenemos el reloj parado, quizás porque en Santa Coloma el tiempo no importa. En Santa Coloma tenemos un ritmo inamovible, en Santa Coloma hay cosas que son eternas, que son inmutables y qué mejor manera de demostrarlo que teniendo un reloj parado en la plaza del Reloj.
Cuando he hecho la foto al reloj parado de la plaza del Reloj eran las cuatro menos cuarto y me he tenido que asegurar de que, efectivamente, este reloj está parado, estropeado. Quizás está algo adelantado. Mi hermano por ejemplo, siempre lleva el reloj como un cuarto de hora o veinte minutos adelantado. Y son costumbres y son otros pueblos y son otras gentes.
Otras gentes como las que viven en nuestro querido (¿no?) barrio del Fondo y que quizás tienen otra concepción del tiempo. Igual viene por ahí. Cruce de culturas y de formas de ver y sentir el paso del tiempo y lo que hay ya no en esta vida sino en las siguientes, el tiempo y en concreto un reloj puede ser una manera de definir de manera estanca el mismo y eso, quizás, lleva a preferir un reloj parado, inservible, que no un reloj que esté andando. Y al andar, defina qué y porqué. Y eso mejor no tocarlo y entonces, como todo, mejor dejarlo así.
Roto.
Mejor dejarlo así. O no.
Mejor sería, por decir algo, demostrar que ese barrio, como todos los barrios, se merece que las cosas funciones y que las cosas se hacen, además de demostrar el poder del que disponemos con furgonetas e identificaciones. Podríamos, por ejemplo, demostrar que hay unos poderes públicos que, en caso de que algo no funcione, se arregla. El reloj roto, durante tanto tiempo, demuestra que, al fin y al cabo, hay cosas que no se hacen y que no pasa nada. Y cuando no pasa nada, pasan cosas.
Pasan que la gente piensa que su barrio no importa, que su ciudad no importa, que no importa nada. Que nadie se toma la molestia de hacer las cosas. De que estén bien. Que funcionen. Y que la plaza del Reloj tenga un reloj que funcione, sea quien sea quien lo pusiera o quien detente las competencias exactas para que se ponga en marcha.
Porque igual arreglar un reloj no significa nada para el barrio del Fondo o para que el clima de inseguridad que se extiende por la ciudad mejore. Pero demostraría que, al menos, el reloj de la plaza del Reloj del barrio del Fondo le interesa a alguien.
Y ya de ahí, para arriba.
miércoles, 17 de junio de 2020
Schrieben
Una rápida de Danuta Wolinska:
'En el Dorado hacían conciertos. Una vez, con algunos compañeros de la redacción de Schrieben, fuimos a tomar algo. Los conciertos eran casi siempre de cantautores. En aquella ocasión, en la puerta anunciaban a Wolfgang Aufheller. Ni idea de quién era. Entramos y el tal Wolfgang estaba al fondo, sobre el escenario, con una guitarra acústica. Cantaba versiones de los sesenta en alemán. A la tercera canción, una de los Beatles, le dimos la espalda. Con la cuarta canción ya no le hacía caso nadie. Con la quinta, que creo que era una versión de los Beatles otra vez, noté algo raro. En la sexta canción, interrumpió el Love Me Do, otra vez de los Beatles, y se puso a hablar.
Empezó a contar que era su último concierto, que era la última vez que tocaba, que no podía soportar la indiferencia del público. Que su objetivo siempre había sido divulgar la música de los sesenta en alemán, un esfuerzo que a muchos les podría parecer anacrónico porque todo el mundo conoce el inglés pero a él le parecía interesante y sin embargo, veía que no era así, que todo era en vano. Anunció que la siguiente canción sería la última. Tocó Hey Jude, de los Beatles otra vez, y todos nos pusimos a cantar con él. Se animó y concluyó el concierto diciendo que había sido una noche maravillosa y que esto le daba fuerzas para seguir.
Abandonó el escenario, recogió sus cosas, se fue del local.
Michele, el camarero y dueño del Dorado, cuando me acerqué a la barra a pedirle un schnapps y comentarle que a veces la vida tiene esas cosas y que siempre hay esperanza me dijo que sí 'que a veces la vida tiene esas cosas, y que cuando pasan muchas veces, es que hay un método'.
'En el Dorado hacían conciertos. Una vez, con algunos compañeros de la redacción de Schrieben, fuimos a tomar algo. Los conciertos eran casi siempre de cantautores. En aquella ocasión, en la puerta anunciaban a Wolfgang Aufheller. Ni idea de quién era. Entramos y el tal Wolfgang estaba al fondo, sobre el escenario, con una guitarra acústica. Cantaba versiones de los sesenta en alemán. A la tercera canción, una de los Beatles, le dimos la espalda. Con la cuarta canción ya no le hacía caso nadie. Con la quinta, que creo que era una versión de los Beatles otra vez, noté algo raro. En la sexta canción, interrumpió el Love Me Do, otra vez de los Beatles, y se puso a hablar.
Empezó a contar que era su último concierto, que era la última vez que tocaba, que no podía soportar la indiferencia del público. Que su objetivo siempre había sido divulgar la música de los sesenta en alemán, un esfuerzo que a muchos les podría parecer anacrónico porque todo el mundo conoce el inglés pero a él le parecía interesante y sin embargo, veía que no era así, que todo era en vano. Anunció que la siguiente canción sería la última. Tocó Hey Jude, de los Beatles otra vez, y todos nos pusimos a cantar con él. Se animó y concluyó el concierto diciendo que había sido una noche maravillosa y que esto le daba fuerzas para seguir.
Abandonó el escenario, recogió sus cosas, se fue del local.
Michele, el camarero y dueño del Dorado, cuando me acerqué a la barra a pedirle un schnapps y comentarle que a veces la vida tiene esas cosas y que siempre hay esperanza me dijo que sí 'que a veces la vida tiene esas cosas, y que cuando pasan muchas veces, es que hay un método'.
martes, 16 de junio de 2020
Schrieben
Una preciosa historia que nos cuenta Danuta Wolinska:
'Se celebraban unos campeonatos de atletismo, creo que eran unos europeos. En Schrieben me enviaron para saber cómo los atletas católicos vivían la competición, si tenían alguna competición especial, si había algún sentimiento comunidad. Me pareció un esperpento plantear un reportaje así, pero estaba en una época en la que todo me daba igual. Todo parecía llevarme de cabeza a confraternizar con la delegación polaca. Intenté establecer contacto con italianos, irlandeses, españoles, portugueses, pero no cuajó la historia. No me quedó más remedio que ir a la delegación polaca.
Allí se encontraba Casimiercz Witowlawski, entrenador (eso decía él) del equipo de lanzamiento de martillo. Un señor de unos 70 años, que fumaba sin parar, sentado en uno de los banquillos del estadio desde el que miraba cómo evolucionaban los atletas. Me senté con él y le pregunté cómo veía el campeonato, si era católico, qué diferencia había entre cómo era el deporte antes y ahora. Eso es lo que yo le pregunté. Esto es lo que él me contestó.
"Cada vez que venimos a Berlín me acuerdo de aquella vez que el gordo Boleslawjek se fue de la concentración 'a vivir la vida', como le gustaba decir. Se saltó todos los controles y le perdimos la pista durante tres días. Ni siquiera le vimos entrenar y pensamos que se había pasado al otro lado. El gordo Boleslawski no sabía nada de política y nos extrañaba que se le jugase por algo que a él no le preocupaba. De repente, a punto de comenzar su competición, le vemos aparecer con su equipación completa y dispuesto a competir. No nos quiso contar dónde había ido. Hizo un primer lanzamiento impresionante. Me fui hacia él y le miré a los ojos. Le pedí que me tirara el aliento. Olía a alcohol, cierto, pero quién no huele a alcohol antes de competir. Le pedí que me enseñara los dedos. Fue primero hasta que un bielorruso encontró la inspiración y le quitó el oro. Nos importó poco porque Boleslawski nunca había pasado del séptimo puesto y seguro que aquella iba a ser su última competición. El gordo Boleslawski ni se enteró. Renunció a tirar y se le veía amodorrado en un rincón. Anunciaron el resultado final. Plata y todos contentos. Al subir al podio miraba la bandera de Polonia como extrañado. Se bajó y le dije que cómo estaba, que parecía ido. Me contestó... 'Polonia, estamos en Polonia otra vez'. No, estamos en Berlín, en el campeonato, has quedado segundo. El primero ha sido Petchuk el camarada bielorruso. 'Si no estamos en Polonia, porqué está la bandera polaca ahí colgada'. Boleslawski regresó con el resto de la delegación en autobús. Pasó el viaje dormido. Cuando llegamos a Varsovia, estaba muerto. Su corazón dejó de funcionar."
Una historia fascinante, le dije al viejo Witowlaski.
"Unos años después volvimos a Berlín a unos campeonatos. Esta vez fue Maria Zulowska la que decidió escapar de la concentración. Maria sí que era alguien que podía encajar con el perfil de los que se iban. Era muy religiosa. No nos extrañó que se fuera. Pero volvió justo cuando empezaba la competición. Hizo un primer salto espantoso. En el segundo se salió y se puso en cabeza. De nuevo, una saltadora esta vez sueca, le quitó el primer puesto. Zulowska había sido subcampeona polaca y ya estaba también a punto de retirarse. No se enteró de nada. Dormitaba todo el rato. Ceremonia de entrega de medallas, y de nuevo mirada extrañada hacia la bandera nacional. Fui a ella y la miré a los ojos cuando bajó del podio. Maria, le dije, te vas a quedar aquí. No la subimos al autocar. Hablé con la embajada. Les expliqué la situación. Al cabo de dos días nos llamaron diciendo que Maria Zulowska estaba muerta."
Qué horrible, le dije al viejo Witowlaski.
"La siguiente vez que vinimos a Berlín, ya no había separación, me fui a dar una vuelta por la ciudad. Fui a un lugar que me sorprendió. Pequeña Wroclaw. Entré. Pedí algo de beber y algo de comer. Hablé con el camarero. Era de Wroclaw. Le hablé del gordo Boleslawski y de Maria Zulowska. Les recordaba. Qué tiempos."
Qué tiempos, le dije al viejo Witowlaski.
'Se celebraban unos campeonatos de atletismo, creo que eran unos europeos. En Schrieben me enviaron para saber cómo los atletas católicos vivían la competición, si tenían alguna competición especial, si había algún sentimiento comunidad. Me pareció un esperpento plantear un reportaje así, pero estaba en una época en la que todo me daba igual. Todo parecía llevarme de cabeza a confraternizar con la delegación polaca. Intenté establecer contacto con italianos, irlandeses, españoles, portugueses, pero no cuajó la historia. No me quedó más remedio que ir a la delegación polaca.
Allí se encontraba Casimiercz Witowlawski, entrenador (eso decía él) del equipo de lanzamiento de martillo. Un señor de unos 70 años, que fumaba sin parar, sentado en uno de los banquillos del estadio desde el que miraba cómo evolucionaban los atletas. Me senté con él y le pregunté cómo veía el campeonato, si era católico, qué diferencia había entre cómo era el deporte antes y ahora. Eso es lo que yo le pregunté. Esto es lo que él me contestó.
"Cada vez que venimos a Berlín me acuerdo de aquella vez que el gordo Boleslawjek se fue de la concentración 'a vivir la vida', como le gustaba decir. Se saltó todos los controles y le perdimos la pista durante tres días. Ni siquiera le vimos entrenar y pensamos que se había pasado al otro lado. El gordo Boleslawski no sabía nada de política y nos extrañaba que se le jugase por algo que a él no le preocupaba. De repente, a punto de comenzar su competición, le vemos aparecer con su equipación completa y dispuesto a competir. No nos quiso contar dónde había ido. Hizo un primer lanzamiento impresionante. Me fui hacia él y le miré a los ojos. Le pedí que me tirara el aliento. Olía a alcohol, cierto, pero quién no huele a alcohol antes de competir. Le pedí que me enseñara los dedos. Fue primero hasta que un bielorruso encontró la inspiración y le quitó el oro. Nos importó poco porque Boleslawski nunca había pasado del séptimo puesto y seguro que aquella iba a ser su última competición. El gordo Boleslawski ni se enteró. Renunció a tirar y se le veía amodorrado en un rincón. Anunciaron el resultado final. Plata y todos contentos. Al subir al podio miraba la bandera de Polonia como extrañado. Se bajó y le dije que cómo estaba, que parecía ido. Me contestó... 'Polonia, estamos en Polonia otra vez'. No, estamos en Berlín, en el campeonato, has quedado segundo. El primero ha sido Petchuk el camarada bielorruso. 'Si no estamos en Polonia, porqué está la bandera polaca ahí colgada'. Boleslawski regresó con el resto de la delegación en autobús. Pasó el viaje dormido. Cuando llegamos a Varsovia, estaba muerto. Su corazón dejó de funcionar."
Una historia fascinante, le dije al viejo Witowlaski.
"Unos años después volvimos a Berlín a unos campeonatos. Esta vez fue Maria Zulowska la que decidió escapar de la concentración. Maria sí que era alguien que podía encajar con el perfil de los que se iban. Era muy religiosa. No nos extrañó que se fuera. Pero volvió justo cuando empezaba la competición. Hizo un primer salto espantoso. En el segundo se salió y se puso en cabeza. De nuevo, una saltadora esta vez sueca, le quitó el primer puesto. Zulowska había sido subcampeona polaca y ya estaba también a punto de retirarse. No se enteró de nada. Dormitaba todo el rato. Ceremonia de entrega de medallas, y de nuevo mirada extrañada hacia la bandera nacional. Fui a ella y la miré a los ojos cuando bajó del podio. Maria, le dije, te vas a quedar aquí. No la subimos al autocar. Hablé con la embajada. Les expliqué la situación. Al cabo de dos días nos llamaron diciendo que Maria Zulowska estaba muerta."
Qué horrible, le dije al viejo Witowlaski.
"La siguiente vez que vinimos a Berlín, ya no había separación, me fui a dar una vuelta por la ciudad. Fui a un lugar que me sorprendió. Pequeña Wroclaw. Entré. Pedí algo de beber y algo de comer. Hablé con el camarero. Era de Wroclaw. Le hablé del gordo Boleslawski y de Maria Zulowska. Les recordaba. Qué tiempos."
Qué tiempos, le dije al viejo Witowlaski.
lunes, 15 de junio de 2020
¿Cómo está el barrio?
Es insoportable. Pero no por lo que usted está pensando. Santa Coloma está insoportable. Durante estos tres meses un buen número de familias colomenses se han visto atrapadas en las fauces de la desesperación. La pérdida de recursos, la incertidumbre sobre el futuro, la precariedad, los trabajos en negro, estar fuera del radar de los servicios sociales, han llevado a muchos y muchas colomenses a no tener nada, nada que llevarse a la boca. Las colas que se forman ante los locales donde se distribuye comida nos retratan a una sociedad que vive en compartimentos estancos. Donde unos estamos pesarosos porque no sabemos si vamos a poder ir a los restaurantes y los bares de moda, qué vamos a poder hacer para las vacaciones y otros preguntándose si es los viernes o los jueves cuando reparten los lotes de comida en tal o cual sitio.
Esta situación vivida en Santa Coloma, donde hemos tirado nuevamente de los conceptos de solidaridad, voluntarismo y dolor en el corazón por apreciar cómo o lo hace la gente o todo parece imposible o difícil de gestionar, es exportable a otros muchos puntos de nuestro entorno. Pero Santa Coloma, si ya venía de una situación difícil, extrema incluso, ahora se encuentra ante una situación que requiere de mucha voluntad política.
Voluntad política para que Santa Coloma, cuyos indicadores de pobreza son altos, queramos verlo o no, reciba y disponga de los recursos necesarios para atender a una población que no tiene escapatoria cuando algo afecta a lo precario de sus vidas, en el trabajo, en la escuela, en la sanidad, en cualquier ámbito de la vida. La pobreza. Y para erradicar la pobreza se necesitan recursos. Poner toda la capacidad de las administraciones al servicio de la gente. Disponer de recursos es disponer de dinero, de fondos, de proyectos para que quien no tiene nada, acceda a una vida digna.
¿Y en qué estamos?
Pasada la fiebre de los buenos sentimientos y el buen corazón con el que los colomenses han transitado estos meses, llega el monstruo a visitarnos.
Ese monstruo nos anunció su llegada con la toma de posesión de García Albiol en Badalona. Volvían las políticas de seguridad al centro del debate. Otra vez, Albiol convertía su cruzada contra la delincuencia en la bandera de su mandato.
Y rápidamente, los aprendices de brujo colomenses se han echado al monte. ¿Quién será el Albiol de Santa Coloma? Ciudadanos ha querido señalar de nuevo que Santa Coloma está insoportable. Que aumentan los delitos. Que esto es el Bronx. Algunas voces conocidas o no en la ciudad han aprovechado las redes para difundir mensajes desaforados en los que se llama poco menos que a tomarnos la justicia por nuestra mano, ante la inacción de las autoridades.
Durante el confinamiento, las imágenes que desde el gobierno municipal más se han difundido eran precisamente, las que tenían que ver con la presencia policial en los barrios de Fondo, Santa Rosa, Raval y con la desinfección de las calles. La atención a las personas desfavorecidas, se dejaba para las redes de apoyo solidario, para las donaciones de alimentos.
Ahora, cuando las redes parecen 'hervir' por el tema de la seguridad, se asegura que se va a reforzar la presencia policial y que no se escatimarán en recursos, más mossos, más guardia civil o policía nacional si fuera necesario.
Hoy nos llegan imágenes de patrullas vecinales en Premià que nos deberían poner sobreaviso sobre lo que sucede si jugamos con fuego. Hace unas cuantas semanas, otra patrulla vecinal en Mataró era publicitada en los informativos de TV3 como una solución contra la delincuencia desatada. El portavoz no era otro que un antiguo miembro de Plataforma per Catalunya.
Delincuencia. Pobreza.
Dónde ponemos el foco.
Erradicar la pobreza, combatir la precariedad, políticas sociales que cambien las vidas de la gente o bien más policía, más recursos destinados a matar moscas a cañonazos en una ciudad que, no nos cansamos de verlo reflejado en cifras, no tiene unos datos de delincuencia elevados.
Pero, ¿y qué?
Ya tenemos convocada una manifestación. Ya tenemos nuevo voceros para alertarnos de que esto no puede seguir así.
¿Qué tiene que hacer el Gobierno municipal y qué deberíamos hacer los partidos de la oposición? Lo primero es combatir los bulos, las noticias falsas, no dar pábulo a quien quiere hacer de nosotros carne de fanatismo. Y segundo apretar a las administraciones para que se invierta en políticas sociales para Santa Coloma. Invertir en políticas de seguridad que no tengan que ver tanto con la presencia policial, sino con el trabajo comunitario, la mediación y sobre todo, dotar de recursos e infraestructuras a una ciudad que vive pendiente de un hilo que se rompe. El hilo de la precariedad, de los trabajos basura, del paro. Y eso sí que da miedo.
Santa Coloma no puede caer en manos de políticos demagogos que busquen ganar espacio político con la inseguridad por bandera en un momento en el que el fantasma del miedo al futuro aparece con fuerza. Santa Coloma necesita políticos valientes y una sociedad civil más valiente todavía que entienda que solo transformando la vida de la gente conseguimos una ciudad mejor. Santa Coloma es un ejemplo de convivencia, de riqueza humana, de formas de ver y de pensar ricas y que juntas forman una sociedad plural y diversa. No lo jodamos escuchando la canción de quien nos quiere enfrentados unos con otros por las migajas.
La vida digna de los colomenses, importa. Y a los racistas, fascistas, clasistas, ni agua.
Esta situación vivida en Santa Coloma, donde hemos tirado nuevamente de los conceptos de solidaridad, voluntarismo y dolor en el corazón por apreciar cómo o lo hace la gente o todo parece imposible o difícil de gestionar, es exportable a otros muchos puntos de nuestro entorno. Pero Santa Coloma, si ya venía de una situación difícil, extrema incluso, ahora se encuentra ante una situación que requiere de mucha voluntad política.
Voluntad política para que Santa Coloma, cuyos indicadores de pobreza son altos, queramos verlo o no, reciba y disponga de los recursos necesarios para atender a una población que no tiene escapatoria cuando algo afecta a lo precario de sus vidas, en el trabajo, en la escuela, en la sanidad, en cualquier ámbito de la vida. La pobreza. Y para erradicar la pobreza se necesitan recursos. Poner toda la capacidad de las administraciones al servicio de la gente. Disponer de recursos es disponer de dinero, de fondos, de proyectos para que quien no tiene nada, acceda a una vida digna.
¿Y en qué estamos?
Pasada la fiebre de los buenos sentimientos y el buen corazón con el que los colomenses han transitado estos meses, llega el monstruo a visitarnos.
Ese monstruo nos anunció su llegada con la toma de posesión de García Albiol en Badalona. Volvían las políticas de seguridad al centro del debate. Otra vez, Albiol convertía su cruzada contra la delincuencia en la bandera de su mandato.
Y rápidamente, los aprendices de brujo colomenses se han echado al monte. ¿Quién será el Albiol de Santa Coloma? Ciudadanos ha querido señalar de nuevo que Santa Coloma está insoportable. Que aumentan los delitos. Que esto es el Bronx. Algunas voces conocidas o no en la ciudad han aprovechado las redes para difundir mensajes desaforados en los que se llama poco menos que a tomarnos la justicia por nuestra mano, ante la inacción de las autoridades.
Durante el confinamiento, las imágenes que desde el gobierno municipal más se han difundido eran precisamente, las que tenían que ver con la presencia policial en los barrios de Fondo, Santa Rosa, Raval y con la desinfección de las calles. La atención a las personas desfavorecidas, se dejaba para las redes de apoyo solidario, para las donaciones de alimentos.
Ahora, cuando las redes parecen 'hervir' por el tema de la seguridad, se asegura que se va a reforzar la presencia policial y que no se escatimarán en recursos, más mossos, más guardia civil o policía nacional si fuera necesario.
Hoy nos llegan imágenes de patrullas vecinales en Premià que nos deberían poner sobreaviso sobre lo que sucede si jugamos con fuego. Hace unas cuantas semanas, otra patrulla vecinal en Mataró era publicitada en los informativos de TV3 como una solución contra la delincuencia desatada. El portavoz no era otro que un antiguo miembro de Plataforma per Catalunya.
Delincuencia. Pobreza.
Dónde ponemos el foco.
Erradicar la pobreza, combatir la precariedad, políticas sociales que cambien las vidas de la gente o bien más policía, más recursos destinados a matar moscas a cañonazos en una ciudad que, no nos cansamos de verlo reflejado en cifras, no tiene unos datos de delincuencia elevados.
Pero, ¿y qué?
Ya tenemos convocada una manifestación. Ya tenemos nuevo voceros para alertarnos de que esto no puede seguir así.
¿Qué tiene que hacer el Gobierno municipal y qué deberíamos hacer los partidos de la oposición? Lo primero es combatir los bulos, las noticias falsas, no dar pábulo a quien quiere hacer de nosotros carne de fanatismo. Y segundo apretar a las administraciones para que se invierta en políticas sociales para Santa Coloma. Invertir en políticas de seguridad que no tengan que ver tanto con la presencia policial, sino con el trabajo comunitario, la mediación y sobre todo, dotar de recursos e infraestructuras a una ciudad que vive pendiente de un hilo que se rompe. El hilo de la precariedad, de los trabajos basura, del paro. Y eso sí que da miedo.
Santa Coloma no puede caer en manos de políticos demagogos que busquen ganar espacio político con la inseguridad por bandera en un momento en el que el fantasma del miedo al futuro aparece con fuerza. Santa Coloma necesita políticos valientes y una sociedad civil más valiente todavía que entienda que solo transformando la vida de la gente conseguimos una ciudad mejor. Santa Coloma es un ejemplo de convivencia, de riqueza humana, de formas de ver y de pensar ricas y que juntas forman una sociedad plural y diversa. No lo jodamos escuchando la canción de quien nos quiere enfrentados unos con otros por las migajas.
La vida digna de los colomenses, importa. Y a los racistas, fascistas, clasistas, ni agua.
sábado, 13 de junio de 2020
Schrieben
Tenemos el placer de presentar otro texto de Danuta Wolinska:
'Había dejado de escribir durante un tiempo. Fue cuando tuve mi famosa crisis. No sé o sí lo sé. Creo que fue cuando me enteré de que pensaban encargarme un trabajo sobre la emigración. Me iba a alejar de mis trabajos con la comunidad católica y me daba miedo lo nuevo. Creo que fue eso. Me bloqueé y dejé de escribir. Perdí el trabajo en Schrieben y sentí como que me perdía. Quise buscar otro trabajo que no tuviera nada que ver con escribir. Pensé en dar clases. Clases de polaco. No me salió nada. Pensé en hacer un pequeño viaje para aclarar ideas. No conocía Francia y reservé un billete para ir en tren hasta Marsella, atravesando el país.
En el vagón del tren coincidí con un ruso. Era representante de jugadores de fútbol y tenía que llegar a Marsella porque uno de sus jugadores estaba en crisis. Me contó que el chico era muy joven, que había jugado en un equipo serbio y que allí había triunfado o le habían dicho que había triunfado y aceptó enseguida una oferte del Marsella. Y a los dos días de estar en Marsella había entrado en una fase de bloqueo. El ruso era algo mayor que yo, pero tenía pinta de cualquier cosa menos de representante. Vestía como un surfero. Surfero ruso. Y me cayó bien. Vitali Varaniuk. Le dije que yo estaba en un momento muy parecido en mi vida. Que la perspectiva de cambio me había bloqueado también y que estaba haciendo ese viaje para intentar oxigenarme.
"¿Y eso qué tiene que ver con mi chico?", me contestó.
Así son los rusos.'
jueves, 11 de junio de 2020
Pedagogía cultural en Santa Coloma
Dicen que la ignorancia es atrevida. Muy atrevida, incluso. Así que sin más me lanzaré a opinar y que salga el sol por donde quiera. Pongámonos en situación. Ayer se celebró la segunda de las sesiones que han de dar forma al PAM, Pla de Acció Municipal, con las que el Equipo de Gobierno convoca a entidades, etc., para evaluar un ámbito de actuación concreto, en este caso el que tiene que ver con Cultura (a partir de ahora la nombraremos como cultura), Memoria histórica, etc. Una sesión que contó con la teniente de alcaldesa del ramo, Petry Jiménez, así como con la profusión de técnicos y vinculados acostumbrados, personas sobre todo relacionadas con el mundo de la cultura e, incluso, algún ciudadano colomense.
Bien, por entrar en materia, buena parte de la hora y media que duró la sesión se dedicó al propósito de 'democratizar la cultura' por parte del Ajuntament para lo que se tendría que contar con las entidades que se dedican al tema y que pusieron encima de la mesa algunas ideas. ¿Qué se entiende por democratizar la cultura? Según lo expuesto, hay una cultura que no llega a la población por diferentes motivos, uno de ellos y que ocupó también mucho espacio tiene que ver con la diversidad 'cultural' de Santa Coloma. Esta diversidad cultural impide que esa cultura que se ofrece no llegue a colectivos muy numerosos de población por un tema quizás de comunicación y también, como se apuntó desde las entidades, de falta de pedagogía. La teniente de alcaldesa lo expresó bajo los términos siguientes: los chinos no van al teatro.
Así, en el transcurso de diversas intervenciones la idea que a un servidor se le quedó en la cabeza es que hay una oferta cultural, incluso podríamos llamar una cultura que yo he llamado a bote pronto 'normativa' y que me parece cada vez más un término completamente erróneo y que podríamos llamar una cultura 'normal', que consiste en la producción cultural que conocemos las personas occidentales con unos ciertos conocimientos y que consideramos que es la Cultura, lo que hay que conocer y lo que te tiene que gustar, que debería ser conocida y disfrutada por una masa que desconoce esa Cultura y que si la conociera, a buen segura caería rendida de bruces contra la evidencia. Una obra de Chejov, un musical de Broadway, una sonata (si las tiene que no lo he mirado) de Brahms, un recital poético, el teatro de Joan de Sagarra, un festival de punk rock, o la procesión de la Borriquita, por no citar el RockFest, padre y madre de todos los eventos culturales que se precien y sin el que ni usted ni yo prácticamente conoceríamos a esta ciudad, serían, como digo, productos que sí o sí, si se explicasen bien o 'si se promocionaran incluyendo el idioma tal o cual en la promoción', serían paulatinamente aceptados por ese público que no sabe.
No quisiera pasar por alto los argumentos que se dieron en pos de la 'integración' de esos colectivos de nouvinguts en la 'cultura' local. Bailar sardanas como elemento clave de la integración y del disfrute cultural. Si me hablasen de muñeiras, de la espata dantza o de los verdiales vendría a provocarme exactamente la misma aversión como elemento identificativo de lo que es 'la cultura local'. La cultura.
Nuestra cultura. Lo que consideramos cultura y lo que debemos esforzarnos en hacer entender que es cultura. La ciudad que nos gustaría ser y la ciudad que somos. Democratizar y hacer pedagogía.
Entiendo que hacer pedagogía, más en una ciudad como la nuestra, debería comprender que la cultura es una y trina. Que la cultura no es. Que la cultura es todo y que las expresiones culturales y las referencias culturales, los espacios donde se expresan, las fórmulas para expresarlas y la capacidad para entenderlas, procesarlas, disfrutarlas y elegir si se hacen propias o no, es algo que cada uno, como individuo debería entender con libertad y que debería entenderse que se valora como tal.
Esta última frase es un bodrio.
Digo, o quiero decir, que el papel de una administración que quisiera 'democratizar o hacer pedagogía cultural', debería hacer entender que las expresiones culturales, las catalogadas como cultura así como formas de expresión cultural que se nos escapan, que nos parecen extrañas, vulgares, vanguardistas, chapuceras, excéntricas, llanas, improvisadas, minoritarias, masivas, mal hechas, de fuera, de aquí, de un poco más cerca, me da igual, son todas dignas de ser puestas en valor.
Y creo que eso es hacer pedagogía. Empoderar, y perdón por la palabra, a la gente, a los y las colomenses, para que se expresen según convenga y si lo que se ofrece como oferta cultural no llega a según qué colectivos será porque no les interesa, no porque necesiten ser introducidos en el arcano mundo de la cultura. Y mucho menos 'integrarse' a partir de un cierto tipo de expresiones de la cultura que son unas y que por muy tradicionales que sean merecen el respeto que ya cantaba La Polla Records 'La tradición es una maldición'.
No sé si me he explicado bien.
Teatro, literatura, música, pintura, cine, danza, son y las utilizamos aquí de una manera y según cómo, nos han dicho que así está bien y de otra manera no.
Creo que democratizar la cultura y hacer pedagogía en una ciudad como la nuestra, rica en experiencias vitales, en visiones del mundo, en maneras de entenderlo, no es tanto acercar la Cultura como hacer aflorar esas maneras diversas de verlo.
Bien, por entrar en materia, buena parte de la hora y media que duró la sesión se dedicó al propósito de 'democratizar la cultura' por parte del Ajuntament para lo que se tendría que contar con las entidades que se dedican al tema y que pusieron encima de la mesa algunas ideas. ¿Qué se entiende por democratizar la cultura? Según lo expuesto, hay una cultura que no llega a la población por diferentes motivos, uno de ellos y que ocupó también mucho espacio tiene que ver con la diversidad 'cultural' de Santa Coloma. Esta diversidad cultural impide que esa cultura que se ofrece no llegue a colectivos muy numerosos de población por un tema quizás de comunicación y también, como se apuntó desde las entidades, de falta de pedagogía. La teniente de alcaldesa lo expresó bajo los términos siguientes: los chinos no van al teatro.
Así, en el transcurso de diversas intervenciones la idea que a un servidor se le quedó en la cabeza es que hay una oferta cultural, incluso podríamos llamar una cultura que yo he llamado a bote pronto 'normativa' y que me parece cada vez más un término completamente erróneo y que podríamos llamar una cultura 'normal', que consiste en la producción cultural que conocemos las personas occidentales con unos ciertos conocimientos y que consideramos que es la Cultura, lo que hay que conocer y lo que te tiene que gustar, que debería ser conocida y disfrutada por una masa que desconoce esa Cultura y que si la conociera, a buen segura caería rendida de bruces contra la evidencia. Una obra de Chejov, un musical de Broadway, una sonata (si las tiene que no lo he mirado) de Brahms, un recital poético, el teatro de Joan de Sagarra, un festival de punk rock, o la procesión de la Borriquita, por no citar el RockFest, padre y madre de todos los eventos culturales que se precien y sin el que ni usted ni yo prácticamente conoceríamos a esta ciudad, serían, como digo, productos que sí o sí, si se explicasen bien o 'si se promocionaran incluyendo el idioma tal o cual en la promoción', serían paulatinamente aceptados por ese público que no sabe.
No quisiera pasar por alto los argumentos que se dieron en pos de la 'integración' de esos colectivos de nouvinguts en la 'cultura' local. Bailar sardanas como elemento clave de la integración y del disfrute cultural. Si me hablasen de muñeiras, de la espata dantza o de los verdiales vendría a provocarme exactamente la misma aversión como elemento identificativo de lo que es 'la cultura local'. La cultura.
Nuestra cultura. Lo que consideramos cultura y lo que debemos esforzarnos en hacer entender que es cultura. La ciudad que nos gustaría ser y la ciudad que somos. Democratizar y hacer pedagogía.
Entiendo que hacer pedagogía, más en una ciudad como la nuestra, debería comprender que la cultura es una y trina. Que la cultura no es. Que la cultura es todo y que las expresiones culturales y las referencias culturales, los espacios donde se expresan, las fórmulas para expresarlas y la capacidad para entenderlas, procesarlas, disfrutarlas y elegir si se hacen propias o no, es algo que cada uno, como individuo debería entender con libertad y que debería entenderse que se valora como tal.
Esta última frase es un bodrio.
Digo, o quiero decir, que el papel de una administración que quisiera 'democratizar o hacer pedagogía cultural', debería hacer entender que las expresiones culturales, las catalogadas como cultura así como formas de expresión cultural que se nos escapan, que nos parecen extrañas, vulgares, vanguardistas, chapuceras, excéntricas, llanas, improvisadas, minoritarias, masivas, mal hechas, de fuera, de aquí, de un poco más cerca, me da igual, son todas dignas de ser puestas en valor.
Y creo que eso es hacer pedagogía. Empoderar, y perdón por la palabra, a la gente, a los y las colomenses, para que se expresen según convenga y si lo que se ofrece como oferta cultural no llega a según qué colectivos será porque no les interesa, no porque necesiten ser introducidos en el arcano mundo de la cultura. Y mucho menos 'integrarse' a partir de un cierto tipo de expresiones de la cultura que son unas y que por muy tradicionales que sean merecen el respeto que ya cantaba La Polla Records 'La tradición es una maldición'.
No sé si me he explicado bien.
Teatro, literatura, música, pintura, cine, danza, son y las utilizamos aquí de una manera y según cómo, nos han dicho que así está bien y de otra manera no.
Creo que democratizar la cultura y hacer pedagogía en una ciudad como la nuestra, rica en experiencias vitales, en visiones del mundo, en maneras de entenderlo, no es tanto acercar la Cultura como hacer aflorar esas maneras diversas de verlo.
miércoles, 10 de junio de 2020
Schrieben
Un nuevo texto de Danuta Wolinska:
'"Danuta. Te llamas Danuta de verdad. Yo pensaba que era..." Esto fue lo primero que me dijo. Al parecer ya me había visto en un espacio semejante y se había quedado con mi nombre, pero no creía que era mi nombre, pensaba que era Danuta. Siempre, o muchas veces, he tenido problemas con mi nombre. Si me hubiera llamado John Lennon o Maria Poniatowska, otro gallo hubiera cantado. Pero me llamo Danuta. Danuta Wolinska. El apellido ha dado igual. Nunca quise saber de la otra Danuta. Ya me lo recordaban todos los días. Pero no esperaba que él, Rudiger Grossmann, el gentleman, el dandy, el caballero por excelencia de las letras germanas, el berlinés más universal, tuviera también el lamentable gesto de recordar mi nombre y asociarlo a...
Le dije que sí. Encima le seguí la corriente. 'Qué pensaba'. Porque de ninguna manera me parezco a Danuta, le dije, orgullosa. Grossmann se rió sonoramente y me invitó a una copa de vino. El salón de la Biblioteca Municipal estaba a reventar de gente y yo estaba tomando una copa de vino con Rudiger Grossmann, que acababa de dar una conferencia sobre 'Lo bostoniano', que me había dejado boquiabierta. Porque durante dos horas se dedicó a hablar de calles, algún que otro establecimiento donde aún se vendía comida, un par de cafeterías y la librería antigua de rigor para darle poso intelectual al relato, y verdaderamente no dijo nada. Me tenía fascinada. Reconozco que me perdía esa afectación, esa elegancia exagerada, esa significación por encima de los demás. Me tenía rendida. Y entonces dijo eso. Danuta. Te llamas Danuta de verdad. Yo pensaba que era.... Zozobré. Aquel hombre tan encantador, aquel especímen áureo se tambaleaba ante mí. Era de carne y hueso. Conocía a la otra Danuta.
La copa de vino sirvió para que Grossman recuperase el terreno que había perdido. Volvió a ser el elegante conversador, atrevido, chispeante, provocador, versátil, que me tenía loca perdida. Una copa, dos copas de vino. Una tercera. Mi cuerpo estaba acostumbrado al schnapps y aquel vino Gewurztraminer era una puta broma. Le iba a aguantar todos los asaltos que me propusiera Grossman. Cuarta copa de vino y la conversación pasó por la música alemana de los 70. Me preguntó si conocía Cluster. Le dije que me había aficionado a Cluster gracias a Brian Eno. Me preguntó si era fan de Roxy Music. Le dije que por supuesto. Estaba guapo con aquel traje oscuro, que no parecía nuevo, desgastado adrede, una corbata también negra, camisa marrón oscuro. Botas de la marca que todos imagináis. Me parecía irresistible.
Me preguntó si nos íbamos de allí.
Me miró el escote disimuladamente, sonriendo.
No le contesté. Saqué una petaquita con schnapps, me la bebí de un trago, eructé en su cara... en fin'.
'"Danuta. Te llamas Danuta de verdad. Yo pensaba que era..." Esto fue lo primero que me dijo. Al parecer ya me había visto en un espacio semejante y se había quedado con mi nombre, pero no creía que era mi nombre, pensaba que era Danuta. Siempre, o muchas veces, he tenido problemas con mi nombre. Si me hubiera llamado John Lennon o Maria Poniatowska, otro gallo hubiera cantado. Pero me llamo Danuta. Danuta Wolinska. El apellido ha dado igual. Nunca quise saber de la otra Danuta. Ya me lo recordaban todos los días. Pero no esperaba que él, Rudiger Grossmann, el gentleman, el dandy, el caballero por excelencia de las letras germanas, el berlinés más universal, tuviera también el lamentable gesto de recordar mi nombre y asociarlo a...
Le dije que sí. Encima le seguí la corriente. 'Qué pensaba'. Porque de ninguna manera me parezco a Danuta, le dije, orgullosa. Grossmann se rió sonoramente y me invitó a una copa de vino. El salón de la Biblioteca Municipal estaba a reventar de gente y yo estaba tomando una copa de vino con Rudiger Grossmann, que acababa de dar una conferencia sobre 'Lo bostoniano', que me había dejado boquiabierta. Porque durante dos horas se dedicó a hablar de calles, algún que otro establecimiento donde aún se vendía comida, un par de cafeterías y la librería antigua de rigor para darle poso intelectual al relato, y verdaderamente no dijo nada. Me tenía fascinada. Reconozco que me perdía esa afectación, esa elegancia exagerada, esa significación por encima de los demás. Me tenía rendida. Y entonces dijo eso. Danuta. Te llamas Danuta de verdad. Yo pensaba que era.... Zozobré. Aquel hombre tan encantador, aquel especímen áureo se tambaleaba ante mí. Era de carne y hueso. Conocía a la otra Danuta.
La copa de vino sirvió para que Grossman recuperase el terreno que había perdido. Volvió a ser el elegante conversador, atrevido, chispeante, provocador, versátil, que me tenía loca perdida. Una copa, dos copas de vino. Una tercera. Mi cuerpo estaba acostumbrado al schnapps y aquel vino Gewurztraminer era una puta broma. Le iba a aguantar todos los asaltos que me propusiera Grossman. Cuarta copa de vino y la conversación pasó por la música alemana de los 70. Me preguntó si conocía Cluster. Le dije que me había aficionado a Cluster gracias a Brian Eno. Me preguntó si era fan de Roxy Music. Le dije que por supuesto. Estaba guapo con aquel traje oscuro, que no parecía nuevo, desgastado adrede, una corbata también negra, camisa marrón oscuro. Botas de la marca que todos imagináis. Me parecía irresistible.
Me preguntó si nos íbamos de allí.
Me miró el escote disimuladamente, sonriendo.
No le contesté. Saqué una petaquita con schnapps, me la bebí de un trago, eructé en su cara... en fin'.
martes, 9 de junio de 2020
Crónica del #Plegramenet de Junio. Runners Special Edition.
Que un pleno telemático no tiene la misma gracia que un pleno presencial, es algo sobre lo que no hace falta detenernos demasiado. Que un pleno telemático parece más participativo que un pleno presencial, resulta extraño, pero es así. Y es así por un motivo que me voy a sacar de la manga ahora mismo y que es el siguiente. No hay nada mejor que hacer que mirar una pantalla. Mirar una pantalla es lo mejor que nos ha podido pasar a los seres humanos para no despedazarnos los hunos a los otros. Mirando una pantalla, somos felices y al mismo tiempo estamos más atentos. Así, intervenciones que de otra manera nos hubieran resultado insufribles, al verlas en una pantalla, pequeña o grande como es mi caso, adquieren otra relevancia. Insufribles tostones de bienquedismo repelente que te llevan indefectiblemente a mirar la pantalla del móvil para distraerte, para evadirte, para huir, cuando se llevan a cabo de manera corpórea, cuando los tienes delante en la sala de plenos, en cambio aquí, gracias al poder seductor de la pantalla, nos resultan estimulantes y nos llaman la atención. Inaguantables retahílas de grandes éxitos, alegatos lamentables en pos de una seguridad colectiva por los que se cuela la inequívoca intención del que los pronuncia de no estallar en una carcajada porque no produce más que risa lo que dice, la consabida intención de parecer más de lo que eres y camuflarlo con rictus severo, con vocabulario institucional, con el manejo y la soltura que da haber visto y vivido entre ALTOS CARGOS DE LA ADMINISTRACIÓN, te mantienen pegado a la pantalla porque en la pantalla todo es mejor. Y por eso, los plenos, siempre son mejores y serán mejores y perderán en intensidad y contenido cuando sean presenciales. Pero ganarán en otras cosas, como el detalle, los atuendos, las vestimentas o la simbología. Una simbología que pierde, eso sí, bastantes enteros incluso en mi pantalla de chorrocientas pulgadas. Así, lo que en otro momento se soluciona con una camiseta, que impacta y que golpea los sentimientos y hace tambalear las creencias de quien la contempla, aquí forzando la situación, pierde efecto. Tu camiseta no se lee.
No se lee.
El cuadro de fondo no se ve. No se ve si lo que tienes detrás es a su majestad boca abajo o un cuadro de Boca Arriba. Nadie se entera de la broma. A no ser que digas en mitad del pleno: tengo detrás un cuadro de su majestad boca abajo porque soy bla bla bla. Los plenos sirven también para apreciar el gesto, la disposición de ánimo, lo que te dije, de los diferentes regidores. Excelsos los míos y con variado ademán el resto. Mención especial en este pleno la sucesión de planos expresionistas del regidor de Movilidad, Toni Atienza, que nos regaló toda una serie de picados, primerísimos planos de una mano, planos dignos del mismísimo Orson Welles, planos que parecían querer minimizar su propio papel en el pleno, planos sobrevenidos de caída de móvil, etc. Festival de 'no sé dónde apoyar el móvil' que, en estos dos o tres meses que llevamos ya que ya he perdido la cuenta, se podrían haber solucionado pero que por lo que sea, no ha podido ser. Accésit también a la incomprensible ceremonia de la confusión que protagonizaron la alcaldesa y el teniente de alcaldesa Esteve Serrano. Si ambos estaban en la misma sala y era evidente que había un problema de conexión que convertía cada intervención del teniente de alcaldesa Esteve Serrano (que no son pocas y todas ellas siempre de interesante nivel de interpretación desde lo meramente administrativo a lo instructivamente aleccionador cuando no retorcidamente menospreciativas de lo que se hace y se dice desde otro lado), en una fantasía de cacofonías, acoples y todo eso que te lleva a estar todo el rato, aunque lo estés viendo por el youtube, a ponerte la mano en la boca y en la oreja diciendo no, no no, incluso a sabiendas de que nadie te escucha ni te ve. Y digo yo. ¿Por qué no se pusieron los dos en el mismo ordenador y ya? Por los dos metros. Con no hablar a la vez. Ahora me levanto y hablo yo, ahora voy yo y me siento. Y así. Son ideas. Me he hecho un máster en ideas, pero me las quedo para mí casi todas.
Porque, abro ahora otro melón que ya es un melón antiguo y siempre moderno, las ideas de uno, ¿qué hacer con ellas? Está el ciudadano esperando conocer mis ideas o acaso el ciudadano no es ya sabedor de mis ideas y lo que quiere es que confrontemos las ideas unos con los otros y que de ello surja algo. O que no surja nada, que simplemente se imponga la idea que apoya y listos. Convencer al ciudadano de que mi idea es mejor que la idea del otro, en estos tiempos, parece peregrino, y lo que se va haciendo cada vez más visible es que lo importante es que los tuyos no se pierdan, que ellos ya saben cuáles son las ideas y que lo que aquí cuenta es estar, dar caña, no enmendalla jamás y arriba la pestaña en cualquier momento y posición. Las ideas, más aún en esta ciudad, tienen las patas muy cortas y al final siempre se saben. Las ideas, las cosas, en esta ciudad que yo quiero más de lo que voy a querer y ahora sí que lo tengo claro a medida que me hago mayor, son inalterables, son de uno y no se transmiten. No traspasan. No se contagian. No le interesan a la gente. Las ideas, las que yo tengo, ya sabes cuales son y ahora lo que me gustaría es que tú, que tienes tus ideas, las digas, las expongas, las difundas, no para convencer al que no te quiere, sino para agradar al que ya te escucha, aunque las ideas no signifiquen nada concreto y solo se busque el estar. Estar.
Acto de presencia.
Por las mañanas he adquirido la costumbre de salir a caminar. Para que no me confundan con un deportista, voy vestido de calle aunque estos dos días, por el riesgo de lluvia y charcos, llevo puestas unas bambas quechua. Hago un trayecto que no tengo ni mucho menos calculad y aproximadamente empleo una hora en hacer la ida y la vuelta. Adelanto solo a personas de edad avanzada o a las que les importa todavía menos que a mí si van despacio o si van deprisa. El vial camino de Montcada es espacio de encuentro, de saludo corto, de mirada de 'ya te vi ayer', de sorpresa ante la cantidad de camiseta de color fluorescente que puede tener una persona guardada. Caminar no me ayuda a pensar demasiado ya que llevo la radio puesta y me concentro en lo que escucho. Noticias. La cosa está de aquella manera nada más. Surgen nuevas propuestas, nuevas plataformas y yo me hallo confuso. No me parecen estimulantes. Pero parecen obligarme a que de mi asentimiento. Y es que no. Pero parece que haya que poner buena cara.
El Pleno.
Santa Coloma de Gramenet es una población de unos 117mil habitantes. Hemos pasado dos meses encerrados en casa. Encerados. Ahora ya todo es prácticamente normal. Nuestros bares de referencia ya admiten a gente próxima a la barra. Todo funciona prácticamente con la misma normalidad que antes. Lo que antes parecía urgente, excepcional, ya mismo, shock, choque, casatchock, ahora es ya normal y lo que parecía que no se iba a tener en pie ahora parece más inamovible que nunca. Todo parece que ya estaba bien antes y que nada puede cambiar porque se ha demostrado, se ha demostrado, que una bandera nos hermana. Dos hermanas. El Pleno de ayer demostró que todo vuelve a la normalidad. Que lo que tiene que ser es, que lo que hay es lo que habrá y que, pese a todo, estamos ahí. Estamos ahí aunque no nos quieras ver, aunque nos confundas con un fantasma del pasado. Los lapsus. Las equivocaciones. No somos Podemos, no somos ICV-EUiA. No somos lo que a ti te parezca, somos lo que somos. Y lo sabes. Lo sabes tanto que quisieras que no estuviéramos. Pero estamos. Es difícil que nos vayamos. Tan difícil que no quieres ni escucharnos. El pleno demostró que en estos tiempos necesitamos de los Servicios Sociales más potentes de todo el Área metropolitana de Barcelona. Los necesitamos, es urgente, es preciso. Es precioso. Por lo que sea, por causas que desconocemos, en Santa Coloma no todo el mundo puede ir a las terrazas de los bares a hablar alto y a pedir que nos pongan una mesa. Por lo que sea, hay gente que lo pasa mal. Pero mal, mal. Y la respuesta ha de ser, al menos, abrumadora. Y no lo es. No lo es. Por mucho que pongamos carteles, buena cara y hablemos de esto y lo otro. Personas que van a recoger comida a lugares. Recoger arroz, leche, aceite, pasta. Lo que les den. Y en muchas ocasiones se mira a otro lado o se ponen excusas o se dice que es que ya te llamaremos o se habla del padrón. Y pasa esto. Personas, vecinos y vecinas nuestras, que hacen una cola y van con su carrito y recogen cuatro cosas. Y eso ha de resolverse. O ya está bien. Pues parece que ya está bien y ya lo iremos mirando. Es lo que hay. Es lo que tenemos. Policía y gente limpiando. Y buena voluntad. Y buenos corazones. Creo que ya no tengo ganas de seguir hablando mucho más del tema.
El Pleno. Recuerdo para la Carmen Palma, que era una mujer que trabajaba en el Ajuntament y que tenía pinta de buena gente. Y que cuando hablaba, en charlas, conferencias, actos, demostraba que era buena gente.
El Pleno. Declaración de apoyo a la Nissan. Pero apoyo para qué. Sí, claro en la declaración ya lo dice, pero en el tono de la alcaldesa ayer parecía traslucirse no sé, un poso de pesimismo, de apoyo ante lo que es algo consumado e irreversible. Y si lo es, que se diga y se hable claro. Qué perspectivas tenemos. Qué país nos espera.
Una mierda como un castle.
Empresas de limpieza que no aguantan la concesión porque quieren ganar tanto dinero que pasan de todo cuando no lo ganan y explotan y explotan y aquí se cambiará por otra y a ver si hay suerte y es l o que hay. Siempre es lo que hay. Municipalizar. Es lo que hay. No se puede. La regidora y seguro que Teniente de alcaldesa Ana Belén hace piruetas verbales para explicar que es que. Es que qué.
Solo hay un momento en el que algo ocurre en el que todo se vuelve plano y te permite huir. Incluso con la pantalla. Siempre hay alguien o algo que te deja la mente en blanco. Alguien que te invita a soñar, con su tono monocorde, con su falta entonación. La prosodia estudia el acento, el tono y la cantidad. Ni plano contrapicado, ni luminosa habitación, sino una pequeña intervención que parece extensa porque no hay manera de que esa imagen de habitación plateada, de algo de color plata mate. Ambiente. La nada. Cifras y letras. Cálculos y proyecciones. El infinito. El momento ese que imitan todas las películas del espacio en las que se meten en un agujero o en una dimensión o en yo que sé y van avanzando y se va reflejando en el casco del que va en la nave. Ese momento.
Conversiones de locales en otras cosas y la discusión sobre si se quiere hacer una cosa o la otra y no parece que estemos entendiendo todos lo mismo sobre el mismo punto y unos votan a favor y nosotros miramos con cara de extrañeza y nosotros votamos en contra y parece que algo no. Algo que no. Que no puede ser.
Y seguro que me dejo alguna cosa en el pleno, como el abuso de la empresa que gestiona el cementerio en plena pandemia, pero que ya se arreglará y mira que no fue un pleno en el que hubieran demasiadas cosas y tendría que explayarme más pero es que no quiero resultar pesado.
Mociones. No presentamos mociones menos ERC que presentó mociones. Al presentar mociones normalmente uno se presta al debate y a la confrontación. Cuando no hay debate suele ocurrir que las cosas se transforman en Declaraciones Institucionales. Las mociones sirven, casi siempre, para retratar al otro. Vótamela en contra y te diré que la has votado en contra. Ayer ERC presentó dos mociones. Una para poner el nombre de Ramon Rodríguez, trabajador de la Biblioteca a un espacio de Can Peixauet y que fue aprobada. Y otra para garantizar el respeto a las distintas confesiones religiosas o espirituales en los enterramientos, centrada en la comunidad musulmana. Y se aprobó también, aunque estaría bien que la moción hubiera incluido a todas las confesiones religiosas y que, bueno, hay que ser un chungo para querer confrontar en estos temas. Y nada.
Y con esto poco más. Otro pleno más. Me dicen que no será el último telemático, que habrá más como este. De pantalla y tal. Mejor, porque se entera uno mucho más de todo. Aunque estaría bien que...
Bah, a quién le importa.
¿Cuánta gente vería el pleno ayer?
Es una pregunta que seguro que tiene una fácil y sencilla respuesta.
Ya estábamos yéndonos cuando en las preguntas surgió un tema de candelero y candelabro, de vídeo en facebook y post airado. La seguridad. Es que no hay una policía aquí. Y hubo cierto debate pero se notaba que no había ganas de pelea. O quizás se estaban peleando y yo no me di cuenta. El Salva Tovar de Ciudadanos y la alcaldesa. No se estaban peleando. Iban de buenas. O no. No lo pillé.
Es que he descubierto que mi mejor hora es recién levantado. Andando o sentado en el sofá. Pero ahí.
Disfrutando de la naturaleza y eso.
No se lee.
El cuadro de fondo no se ve. No se ve si lo que tienes detrás es a su majestad boca abajo o un cuadro de Boca Arriba. Nadie se entera de la broma. A no ser que digas en mitad del pleno: tengo detrás un cuadro de su majestad boca abajo porque soy bla bla bla. Los plenos sirven también para apreciar el gesto, la disposición de ánimo, lo que te dije, de los diferentes regidores. Excelsos los míos y con variado ademán el resto. Mención especial en este pleno la sucesión de planos expresionistas del regidor de Movilidad, Toni Atienza, que nos regaló toda una serie de picados, primerísimos planos de una mano, planos dignos del mismísimo Orson Welles, planos que parecían querer minimizar su propio papel en el pleno, planos sobrevenidos de caída de móvil, etc. Festival de 'no sé dónde apoyar el móvil' que, en estos dos o tres meses que llevamos ya que ya he perdido la cuenta, se podrían haber solucionado pero que por lo que sea, no ha podido ser. Accésit también a la incomprensible ceremonia de la confusión que protagonizaron la alcaldesa y el teniente de alcaldesa Esteve Serrano. Si ambos estaban en la misma sala y era evidente que había un problema de conexión que convertía cada intervención del teniente de alcaldesa Esteve Serrano (que no son pocas y todas ellas siempre de interesante nivel de interpretación desde lo meramente administrativo a lo instructivamente aleccionador cuando no retorcidamente menospreciativas de lo que se hace y se dice desde otro lado), en una fantasía de cacofonías, acoples y todo eso que te lleva a estar todo el rato, aunque lo estés viendo por el youtube, a ponerte la mano en la boca y en la oreja diciendo no, no no, incluso a sabiendas de que nadie te escucha ni te ve. Y digo yo. ¿Por qué no se pusieron los dos en el mismo ordenador y ya? Por los dos metros. Con no hablar a la vez. Ahora me levanto y hablo yo, ahora voy yo y me siento. Y así. Son ideas. Me he hecho un máster en ideas, pero me las quedo para mí casi todas.
Porque, abro ahora otro melón que ya es un melón antiguo y siempre moderno, las ideas de uno, ¿qué hacer con ellas? Está el ciudadano esperando conocer mis ideas o acaso el ciudadano no es ya sabedor de mis ideas y lo que quiere es que confrontemos las ideas unos con los otros y que de ello surja algo. O que no surja nada, que simplemente se imponga la idea que apoya y listos. Convencer al ciudadano de que mi idea es mejor que la idea del otro, en estos tiempos, parece peregrino, y lo que se va haciendo cada vez más visible es que lo importante es que los tuyos no se pierdan, que ellos ya saben cuáles son las ideas y que lo que aquí cuenta es estar, dar caña, no enmendalla jamás y arriba la pestaña en cualquier momento y posición. Las ideas, más aún en esta ciudad, tienen las patas muy cortas y al final siempre se saben. Las ideas, las cosas, en esta ciudad que yo quiero más de lo que voy a querer y ahora sí que lo tengo claro a medida que me hago mayor, son inalterables, son de uno y no se transmiten. No traspasan. No se contagian. No le interesan a la gente. Las ideas, las que yo tengo, ya sabes cuales son y ahora lo que me gustaría es que tú, que tienes tus ideas, las digas, las expongas, las difundas, no para convencer al que no te quiere, sino para agradar al que ya te escucha, aunque las ideas no signifiquen nada concreto y solo se busque el estar. Estar.
Acto de presencia.
Por las mañanas he adquirido la costumbre de salir a caminar. Para que no me confundan con un deportista, voy vestido de calle aunque estos dos días, por el riesgo de lluvia y charcos, llevo puestas unas bambas quechua. Hago un trayecto que no tengo ni mucho menos calculad y aproximadamente empleo una hora en hacer la ida y la vuelta. Adelanto solo a personas de edad avanzada o a las que les importa todavía menos que a mí si van despacio o si van deprisa. El vial camino de Montcada es espacio de encuentro, de saludo corto, de mirada de 'ya te vi ayer', de sorpresa ante la cantidad de camiseta de color fluorescente que puede tener una persona guardada. Caminar no me ayuda a pensar demasiado ya que llevo la radio puesta y me concentro en lo que escucho. Noticias. La cosa está de aquella manera nada más. Surgen nuevas propuestas, nuevas plataformas y yo me hallo confuso. No me parecen estimulantes. Pero parecen obligarme a que de mi asentimiento. Y es que no. Pero parece que haya que poner buena cara.
El Pleno.
Santa Coloma de Gramenet es una población de unos 117mil habitantes. Hemos pasado dos meses encerrados en casa. Encerados. Ahora ya todo es prácticamente normal. Nuestros bares de referencia ya admiten a gente próxima a la barra. Todo funciona prácticamente con la misma normalidad que antes. Lo que antes parecía urgente, excepcional, ya mismo, shock, choque, casatchock, ahora es ya normal y lo que parecía que no se iba a tener en pie ahora parece más inamovible que nunca. Todo parece que ya estaba bien antes y que nada puede cambiar porque se ha demostrado, se ha demostrado, que una bandera nos hermana. Dos hermanas. El Pleno de ayer demostró que todo vuelve a la normalidad. Que lo que tiene que ser es, que lo que hay es lo que habrá y que, pese a todo, estamos ahí. Estamos ahí aunque no nos quieras ver, aunque nos confundas con un fantasma del pasado. Los lapsus. Las equivocaciones. No somos Podemos, no somos ICV-EUiA. No somos lo que a ti te parezca, somos lo que somos. Y lo sabes. Lo sabes tanto que quisieras que no estuviéramos. Pero estamos. Es difícil que nos vayamos. Tan difícil que no quieres ni escucharnos. El pleno demostró que en estos tiempos necesitamos de los Servicios Sociales más potentes de todo el Área metropolitana de Barcelona. Los necesitamos, es urgente, es preciso. Es precioso. Por lo que sea, por causas que desconocemos, en Santa Coloma no todo el mundo puede ir a las terrazas de los bares a hablar alto y a pedir que nos pongan una mesa. Por lo que sea, hay gente que lo pasa mal. Pero mal, mal. Y la respuesta ha de ser, al menos, abrumadora. Y no lo es. No lo es. Por mucho que pongamos carteles, buena cara y hablemos de esto y lo otro. Personas que van a recoger comida a lugares. Recoger arroz, leche, aceite, pasta. Lo que les den. Y en muchas ocasiones se mira a otro lado o se ponen excusas o se dice que es que ya te llamaremos o se habla del padrón. Y pasa esto. Personas, vecinos y vecinas nuestras, que hacen una cola y van con su carrito y recogen cuatro cosas. Y eso ha de resolverse. O ya está bien. Pues parece que ya está bien y ya lo iremos mirando. Es lo que hay. Es lo que tenemos. Policía y gente limpiando. Y buena voluntad. Y buenos corazones. Creo que ya no tengo ganas de seguir hablando mucho más del tema.
El Pleno. Recuerdo para la Carmen Palma, que era una mujer que trabajaba en el Ajuntament y que tenía pinta de buena gente. Y que cuando hablaba, en charlas, conferencias, actos, demostraba que era buena gente.
El Pleno. Declaración de apoyo a la Nissan. Pero apoyo para qué. Sí, claro en la declaración ya lo dice, pero en el tono de la alcaldesa ayer parecía traslucirse no sé, un poso de pesimismo, de apoyo ante lo que es algo consumado e irreversible. Y si lo es, que se diga y se hable claro. Qué perspectivas tenemos. Qué país nos espera.
Una mierda como un castle.
Empresas de limpieza que no aguantan la concesión porque quieren ganar tanto dinero que pasan de todo cuando no lo ganan y explotan y explotan y aquí se cambiará por otra y a ver si hay suerte y es l o que hay. Siempre es lo que hay. Municipalizar. Es lo que hay. No se puede. La regidora y seguro que Teniente de alcaldesa Ana Belén hace piruetas verbales para explicar que es que. Es que qué.
Solo hay un momento en el que algo ocurre en el que todo se vuelve plano y te permite huir. Incluso con la pantalla. Siempre hay alguien o algo que te deja la mente en blanco. Alguien que te invita a soñar, con su tono monocorde, con su falta entonación. La prosodia estudia el acento, el tono y la cantidad. Ni plano contrapicado, ni luminosa habitación, sino una pequeña intervención que parece extensa porque no hay manera de que esa imagen de habitación plateada, de algo de color plata mate. Ambiente. La nada. Cifras y letras. Cálculos y proyecciones. El infinito. El momento ese que imitan todas las películas del espacio en las que se meten en un agujero o en una dimensión o en yo que sé y van avanzando y se va reflejando en el casco del que va en la nave. Ese momento.
Conversiones de locales en otras cosas y la discusión sobre si se quiere hacer una cosa o la otra y no parece que estemos entendiendo todos lo mismo sobre el mismo punto y unos votan a favor y nosotros miramos con cara de extrañeza y nosotros votamos en contra y parece que algo no. Algo que no. Que no puede ser.
Y seguro que me dejo alguna cosa en el pleno, como el abuso de la empresa que gestiona el cementerio en plena pandemia, pero que ya se arreglará y mira que no fue un pleno en el que hubieran demasiadas cosas y tendría que explayarme más pero es que no quiero resultar pesado.
Mociones. No presentamos mociones menos ERC que presentó mociones. Al presentar mociones normalmente uno se presta al debate y a la confrontación. Cuando no hay debate suele ocurrir que las cosas se transforman en Declaraciones Institucionales. Las mociones sirven, casi siempre, para retratar al otro. Vótamela en contra y te diré que la has votado en contra. Ayer ERC presentó dos mociones. Una para poner el nombre de Ramon Rodríguez, trabajador de la Biblioteca a un espacio de Can Peixauet y que fue aprobada. Y otra para garantizar el respeto a las distintas confesiones religiosas o espirituales en los enterramientos, centrada en la comunidad musulmana. Y se aprobó también, aunque estaría bien que la moción hubiera incluido a todas las confesiones religiosas y que, bueno, hay que ser un chungo para querer confrontar en estos temas. Y nada.
Y con esto poco más. Otro pleno más. Me dicen que no será el último telemático, que habrá más como este. De pantalla y tal. Mejor, porque se entera uno mucho más de todo. Aunque estaría bien que...
Bah, a quién le importa.
¿Cuánta gente vería el pleno ayer?
Es una pregunta que seguro que tiene una fácil y sencilla respuesta.
Ya estábamos yéndonos cuando en las preguntas surgió un tema de candelero y candelabro, de vídeo en facebook y post airado. La seguridad. Es que no hay una policía aquí. Y hubo cierto debate pero se notaba que no había ganas de pelea. O quizás se estaban peleando y yo no me di cuenta. El Salva Tovar de Ciudadanos y la alcaldesa. No se estaban peleando. Iban de buenas. O no. No lo pillé.
Es que he descubierto que mi mejor hora es recién levantado. Andando o sentado en el sofá. Pero ahí.
Disfrutando de la naturaleza y eso.
lunes, 8 de junio de 2020
Schrieben
Algo más de Danuta Wolinska:
'De la revista Jesus out of the Church. De allí venían. Eran unos quince o veinte. Invitados por alguien de la diócesis, llegaron a Berlín y desde Schrieben me dijeron que porqué no organizábamos algo. Un encuentro, unas charlas, la experiencia católica norteamericana, etc. Así lo hice. Y juntamos a gente de la suya y gente católica alemana y montamos una semana de debates y conferencias. Fue muy interesante. En una de estas conferencias participó Lea Martinski. Su familia era polaca emigrada y ella era una seglar que había alcanzado cierto prestigio como polemista por sus ideas sobre el celibato y la ordenación de mujeres. Lea Martinski participó en una charla sobre, precisamente, su tema. Y se explayó. La comunidad católica berlinesa era entonces muy reacia a aquellas ideas y su charla fue muy polémica. Generó un debate bastante extenso y hubo congregaciones que llegaron a contar enfrentamientos bastante importante entre sus miembros. Lea Martinski se quedó en Berlín unos días más para pasar después a Polonia a buscar sus orígenes familiares. Como yo era polaca, contactó conmigo y quedamos para charlar. En un primer momento Lea Martinski me recordó a alguien. No la supe ubicar. Fuimos a un restaurante a cenar y luego a un café que se llamaba, entonces, Luzern y que ahora se llama Sweenie. Cuando era Luzern era mejor que como Sweenie, pero como Sweenie tiene más éxito. Supongo que la gente va buscando el morbo y se imaginan que esos pastelitos que venden para acompañar el café están hechos de...
El Luzern era un café que quería ser como los de antes. Con su música en vivo, alguien al piano, o al violín, o al piano y al violín, pocas veces un cantante. Lea Martinski era muy apasionada al hablar. No era muy alta, llevaba el pelo cortado como un tazón y unas gafitas pequeñas. Cuando hablaba, parecía que chillaba. Sus argumentos me parecían irrefutables y lo único que hacía era darle la razón. Se puso pesadísima hablándome de Philly. O Phylli. No sé. Philadelphia. Su ciudad. Echaba pestes de los 'traidores' decía, que hablaban mal de la ciudad. Que no era cierto que fuera violenta, que lo que pasaba es que... y me narró la historia de la ciudad vista desde el punto de vista del emigrante bueno que asume su condición y no da problemas. Se pidió un schnapps como yo. Decía que su padre bebía schnapps también. Su padre, decía, siempre habló bien de Alemania. '¿Y porqué se fue a América?'. 'No, mi padre no vino a América, fue mi abuelo. Mi abuelo vino a América porque era músico y llegó con una orquesta a los Estados Unidos y ya se quedó'. Su padre, siguió contando, había crecido pensando que su padre a su vez era alemán. No quería creer que era polaco. Y ella, de pequeña, también pensó que era de origen alemán. Su abuelo un día le desveló la verdad. Una verdad que tampoco era nada dolorosa, pero su padre se disgustó.
Cuando salimos de la cafetería Lea Martinski me preguntó por Polonia, cómo era, qué se encontraría. Íbamos paseando y me repetía que le gustaba Berlín. Que era una lástima que hubiera barrios que se hubieran despersonalizado tanto que parecieran...
Al cabo de un mes me llegó una postal a la revista desde Varsovia. Lea Martinski me contaba que estaba reencontrándose con algo que pensaba oculto y lo tenía dentro. Que estaba en ella. Algo le había pasado.
Un año después, me llegó un libro también a la redacción de Schrieben 'Jesús era Jesús'. Y sí, había cambiado. Mucho. En el libro, una dedicatoria. 'Para una mujer cristiana polaca'. Tres dedos de polvo tiene el libro. Los tenía incluso cuando me llegó desde Phylly.'
'De la revista Jesus out of the Church. De allí venían. Eran unos quince o veinte. Invitados por alguien de la diócesis, llegaron a Berlín y desde Schrieben me dijeron que porqué no organizábamos algo. Un encuentro, unas charlas, la experiencia católica norteamericana, etc. Así lo hice. Y juntamos a gente de la suya y gente católica alemana y montamos una semana de debates y conferencias. Fue muy interesante. En una de estas conferencias participó Lea Martinski. Su familia era polaca emigrada y ella era una seglar que había alcanzado cierto prestigio como polemista por sus ideas sobre el celibato y la ordenación de mujeres. Lea Martinski participó en una charla sobre, precisamente, su tema. Y se explayó. La comunidad católica berlinesa era entonces muy reacia a aquellas ideas y su charla fue muy polémica. Generó un debate bastante extenso y hubo congregaciones que llegaron a contar enfrentamientos bastante importante entre sus miembros. Lea Martinski se quedó en Berlín unos días más para pasar después a Polonia a buscar sus orígenes familiares. Como yo era polaca, contactó conmigo y quedamos para charlar. En un primer momento Lea Martinski me recordó a alguien. No la supe ubicar. Fuimos a un restaurante a cenar y luego a un café que se llamaba, entonces, Luzern y que ahora se llama Sweenie. Cuando era Luzern era mejor que como Sweenie, pero como Sweenie tiene más éxito. Supongo que la gente va buscando el morbo y se imaginan que esos pastelitos que venden para acompañar el café están hechos de...
El Luzern era un café que quería ser como los de antes. Con su música en vivo, alguien al piano, o al violín, o al piano y al violín, pocas veces un cantante. Lea Martinski era muy apasionada al hablar. No era muy alta, llevaba el pelo cortado como un tazón y unas gafitas pequeñas. Cuando hablaba, parecía que chillaba. Sus argumentos me parecían irrefutables y lo único que hacía era darle la razón. Se puso pesadísima hablándome de Philly. O Phylli. No sé. Philadelphia. Su ciudad. Echaba pestes de los 'traidores' decía, que hablaban mal de la ciudad. Que no era cierto que fuera violenta, que lo que pasaba es que... y me narró la historia de la ciudad vista desde el punto de vista del emigrante bueno que asume su condición y no da problemas. Se pidió un schnapps como yo. Decía que su padre bebía schnapps también. Su padre, decía, siempre habló bien de Alemania. '¿Y porqué se fue a América?'. 'No, mi padre no vino a América, fue mi abuelo. Mi abuelo vino a América porque era músico y llegó con una orquesta a los Estados Unidos y ya se quedó'. Su padre, siguió contando, había crecido pensando que su padre a su vez era alemán. No quería creer que era polaco. Y ella, de pequeña, también pensó que era de origen alemán. Su abuelo un día le desveló la verdad. Una verdad que tampoco era nada dolorosa, pero su padre se disgustó.
Cuando salimos de la cafetería Lea Martinski me preguntó por Polonia, cómo era, qué se encontraría. Íbamos paseando y me repetía que le gustaba Berlín. Que era una lástima que hubiera barrios que se hubieran despersonalizado tanto que parecieran...
Al cabo de un mes me llegó una postal a la revista desde Varsovia. Lea Martinski me contaba que estaba reencontrándose con algo que pensaba oculto y lo tenía dentro. Que estaba en ella. Algo le había pasado.
Un año después, me llegó un libro también a la redacción de Schrieben 'Jesús era Jesús'. Y sí, había cambiado. Mucho. En el libro, una dedicatoria. 'Para una mujer cristiana polaca'. Tres dedos de polvo tiene el libro. Los tenía incluso cuando me llegó desde Phylly.'
viernes, 5 de junio de 2020
Schrieben
Qué delicia los escritos de Danuta Wolinska:
'Un día salí de una entrevista con un personaje que me puso muy nerviosa y necesitaba que me diera el aire. Aunque fuera hacía un frío helador, necesitaba caminar. El entrevistado, no diré el nombre, era un infecto profesor universitario que se tenía por filósofo y que se dedicó a darle la vuelta a todo nuestro sistema de valores para convertir el mundo en el que vivíamos en una suerte de conjunto de imbéciles al servicio de algo que él se empeñaba en considerar eliminable y que quizás era lo más sano que yo conocía de la sociedad. No sé porqué, aborrecí el mundo. Aborrecí Berlín. Aborrecí nuestra vida que posibilitaba a imbéciles como aquel pontificar y sembrar la semilla de la idiocia entre la gente. Callejeando sin sentido, aterida pero rabiosa, encontré una especie de local, bar, pub, no sé definirlo. Un local. El local se llamaba Nostalgia. Tuve que entrar. El bar era un bar de nostálgicos. No de un solo tipo de nostálgicos. No de nostálgicos de algo en concreto. No había simbología rancia, ni parafernalia de tal o cual signo. Había ido a bares o locales que remedaban la antigua Berlín Oriental y otros de dudosísimo gusto que 'denunciaban' los años más oscuros de Berlín rayando las prohibiciones legales germanas. Aquel bar era otra cosa. La música no era música. Era algo indefinible que te llamaba a sentarte en algún sitio y dejar la mirada perdida.
Allí te conocí.
Me senté en una butaca al lado de la pared, junto a una pequeña mesita alta y pedí un schnapps. El schapps, el tercer schnapps me hizo evocar un partido de balonmano en Lodz contra el equipo de las enfermeras del hospital, cuando yo tenía 16 años. Marqué tres goles. Jugaba de extremo. Me encantaba la sensación de saltar y caer desde la punta del terreno de juego y estrellarme contra el suelo. Recordé la sensación de jugar un partido importante, que perdimos, porque las enfermeras eran mayores. Tenían a una enfermera soviética, Olenka, jugaba de pivote, nos sacaba la cabeza a todas y no éramos bajitas precisamente. Olenka parecía venir de Uzbekistán, o Kazajstán o... Nos pulverizó. Al final del partido nos saludamos todas y ella nos dijo algo en algún idioma que no era ruso.
Nunca lo había vuelto a escuchar hasta que te conocí.'
'Un día salí de una entrevista con un personaje que me puso muy nerviosa y necesitaba que me diera el aire. Aunque fuera hacía un frío helador, necesitaba caminar. El entrevistado, no diré el nombre, era un infecto profesor universitario que se tenía por filósofo y que se dedicó a darle la vuelta a todo nuestro sistema de valores para convertir el mundo en el que vivíamos en una suerte de conjunto de imbéciles al servicio de algo que él se empeñaba en considerar eliminable y que quizás era lo más sano que yo conocía de la sociedad. No sé porqué, aborrecí el mundo. Aborrecí Berlín. Aborrecí nuestra vida que posibilitaba a imbéciles como aquel pontificar y sembrar la semilla de la idiocia entre la gente. Callejeando sin sentido, aterida pero rabiosa, encontré una especie de local, bar, pub, no sé definirlo. Un local. El local se llamaba Nostalgia. Tuve que entrar. El bar era un bar de nostálgicos. No de un solo tipo de nostálgicos. No de nostálgicos de algo en concreto. No había simbología rancia, ni parafernalia de tal o cual signo. Había ido a bares o locales que remedaban la antigua Berlín Oriental y otros de dudosísimo gusto que 'denunciaban' los años más oscuros de Berlín rayando las prohibiciones legales germanas. Aquel bar era otra cosa. La música no era música. Era algo indefinible que te llamaba a sentarte en algún sitio y dejar la mirada perdida.
Allí te conocí.
Me senté en una butaca al lado de la pared, junto a una pequeña mesita alta y pedí un schnapps. El schapps, el tercer schnapps me hizo evocar un partido de balonmano en Lodz contra el equipo de las enfermeras del hospital, cuando yo tenía 16 años. Marqué tres goles. Jugaba de extremo. Me encantaba la sensación de saltar y caer desde la punta del terreno de juego y estrellarme contra el suelo. Recordé la sensación de jugar un partido importante, que perdimos, porque las enfermeras eran mayores. Tenían a una enfermera soviética, Olenka, jugaba de pivote, nos sacaba la cabeza a todas y no éramos bajitas precisamente. Olenka parecía venir de Uzbekistán, o Kazajstán o... Nos pulverizó. Al final del partido nos saludamos todas y ella nos dijo algo en algún idioma que no era ruso.
Nunca lo había vuelto a escuchar hasta que te conocí.'
jueves, 4 de junio de 2020
Schrieben
Abundando en Danuta Wolinska:
'Una de las cosas que más me gustaron de Berlín fue ir en transporte público. En todas las ciudades hay transporte público y en todas las ciudades te puedes montar en un autobús o en un tranvía, eso es más o menos normal. Pero en Berlín, el transporte público te lleva a lugares berlineses. Y me encantaba mucho más que los transportes públicos, el metro por ejemplo, te llevara a lugares de Berlín. Me pasaba horas extasiada escuchando cómo anunciaban las paradas. Los nombres de cada parada. Ver aparecer el cartel de la parada. Yo estaba allí. Un día, se sentó a mi lado un chico. Me acompañó durante todo el trayecto que hice. Yo no iba a ningún sitio. Al día siguiente, volviendo de algún sitio, me volví a meter en el metro por el placer de ir en metro y al cabo de un rato apareció el chico, que volvió a sentarse a mi lado. Hizo el mismo trayecto que yo. Dos días después me metí en el metro camino de un partido de fútbol benéfico que jugaban... y allí estaba el chico. Esta vez fui yo la que se sentó a su lado. Cuando el chico se levantó, hice lo mismo. No nos miramos ni nos saludamos. La cuarta ocasión, los dos entramos en el metro a la vez e hicimos ademán de dirigirnos al mismo asiento. En realidad eran dos asientos. Desde fuera debíamos parecer pareja. En un momento, él se lanzó y dijo el nombre de la parada siguiente. Estaba allí por lo mismo que yo.
Hicimos el trayecto juntos y fue él el que se levantó para bajarse. Esta vez me quedé hasta dirigirme a un encuentro con Magdalena Szimborska, una teóloga que iba a dar una conferencia en Berlín sobre el nuevo poder evangelista en los países del Este. Al parecer, desde que yo ya no vivía en Polonia, la situación había cambiado y muchos evangelistas habían comenzado a predicar con cierto éxito, preocupando a la curia sacerdotal de Polonia. Quería hablar con ella, escucharla y luego invitarla a cenar, ya que a Magdalena la conocía desde hacía mucho y habíamos coincidido tanto en Polonia como ya en Berlín en otros muchos momentos. Me gustó mucho la conferencia, Magdalena es muy divertida y sabe hacer interesante y ameno cualquier tema por farragoso que parezca. Nos fuimos a cenar, cogimos un taxi y fuimos a parar a un restaurante italiano del que me habían hablado muy bien que se llamaba la Santa Sede. Cenamos muy bien. Yo me pedí un risotto de primero y luego compartimos una pizza. Vino tinto y de postre un pastelito que ahora no recuerdo cómo se llamaba. Magdalena me dijo de continuar la velada con una copa en algún sitio. Fuimos a una cervecería donde ponían música electrónica ambiental, una cosa rara y aburrida, pero que a mí me gustaba porque me relajaba bastante y podríamos seguir hablando. Magdalena me contó que pensaba irse a vivir a los Estados Unidos, que le habían ofrecido trabajo en una Universidad y le contesté que me parecía la historia más tópica del mundo y que aquello no podía estar pasando. Me dijo que sí y que ya lo tenía decidido y que no era la historia más tópica del mundo. Que era una historia normal. Le dije si había conocido a alguien en Estados Unidos. Me dijo que no, que eso sí que sería tópico. Qué divertida Magdalena. Al acabar, eran las tres de la madrugada, Magdalena cogió un taxi y me preguntó si me llevaba a casa. Le dije que no, que prefería volver en metro.
Volvimos en el metro anunciando las paradas, una él, una yo. Al llegar al final del trayecto le pregunté cómo se llamaba. 'Moussa', me dijo. Algo así me imaginaba.'
'Una de las cosas que más me gustaron de Berlín fue ir en transporte público. En todas las ciudades hay transporte público y en todas las ciudades te puedes montar en un autobús o en un tranvía, eso es más o menos normal. Pero en Berlín, el transporte público te lleva a lugares berlineses. Y me encantaba mucho más que los transportes públicos, el metro por ejemplo, te llevara a lugares de Berlín. Me pasaba horas extasiada escuchando cómo anunciaban las paradas. Los nombres de cada parada. Ver aparecer el cartel de la parada. Yo estaba allí. Un día, se sentó a mi lado un chico. Me acompañó durante todo el trayecto que hice. Yo no iba a ningún sitio. Al día siguiente, volviendo de algún sitio, me volví a meter en el metro por el placer de ir en metro y al cabo de un rato apareció el chico, que volvió a sentarse a mi lado. Hizo el mismo trayecto que yo. Dos días después me metí en el metro camino de un partido de fútbol benéfico que jugaban... y allí estaba el chico. Esta vez fui yo la que se sentó a su lado. Cuando el chico se levantó, hice lo mismo. No nos miramos ni nos saludamos. La cuarta ocasión, los dos entramos en el metro a la vez e hicimos ademán de dirigirnos al mismo asiento. En realidad eran dos asientos. Desde fuera debíamos parecer pareja. En un momento, él se lanzó y dijo el nombre de la parada siguiente. Estaba allí por lo mismo que yo.
Hicimos el trayecto juntos y fue él el que se levantó para bajarse. Esta vez me quedé hasta dirigirme a un encuentro con Magdalena Szimborska, una teóloga que iba a dar una conferencia en Berlín sobre el nuevo poder evangelista en los países del Este. Al parecer, desde que yo ya no vivía en Polonia, la situación había cambiado y muchos evangelistas habían comenzado a predicar con cierto éxito, preocupando a la curia sacerdotal de Polonia. Quería hablar con ella, escucharla y luego invitarla a cenar, ya que a Magdalena la conocía desde hacía mucho y habíamos coincidido tanto en Polonia como ya en Berlín en otros muchos momentos. Me gustó mucho la conferencia, Magdalena es muy divertida y sabe hacer interesante y ameno cualquier tema por farragoso que parezca. Nos fuimos a cenar, cogimos un taxi y fuimos a parar a un restaurante italiano del que me habían hablado muy bien que se llamaba la Santa Sede. Cenamos muy bien. Yo me pedí un risotto de primero y luego compartimos una pizza. Vino tinto y de postre un pastelito que ahora no recuerdo cómo se llamaba. Magdalena me dijo de continuar la velada con una copa en algún sitio. Fuimos a una cervecería donde ponían música electrónica ambiental, una cosa rara y aburrida, pero que a mí me gustaba porque me relajaba bastante y podríamos seguir hablando. Magdalena me contó que pensaba irse a vivir a los Estados Unidos, que le habían ofrecido trabajo en una Universidad y le contesté que me parecía la historia más tópica del mundo y que aquello no podía estar pasando. Me dijo que sí y que ya lo tenía decidido y que no era la historia más tópica del mundo. Que era una historia normal. Le dije si había conocido a alguien en Estados Unidos. Me dijo que no, que eso sí que sería tópico. Qué divertida Magdalena. Al acabar, eran las tres de la madrugada, Magdalena cogió un taxi y me preguntó si me llevaba a casa. Le dije que no, que prefería volver en metro.
Volvimos en el metro anunciando las paradas, una él, una yo. Al llegar al final del trayecto le pregunté cómo se llamaba. 'Moussa', me dijo. Algo así me imaginaba.'
miércoles, 3 de junio de 2020
Schrieben
De nuevo Danuta Wolinska:
'En aquellos años en Schrieben coincidí con un redactor de deportes que se llamaba Volker Hanschrig. Volker era un fenómeno que despreciaba al Hertha de Berlín y al que solo le interesaba el atletismo. Consideraba que era el deporte, El deporte, y que el fútbol era un veneno introducido en la sociedad para desviarlo del verdadero propósito de la actividad física, del deporte, que era el enriquecimiento colectivo, el bienestar personal, etc. Volker Hanschrig medía un metro ochenta y pesaba unos 120 kilos. Digamos que su físico no se correspondía con sus creencias. Una vez, después de una reunión en la revista, nos fuimos a tomar algo. Estuvimos en una cervecería y después de preguntarme por algunas cosas de Polonia, la conversación se agotó deprisa y nos encontramos yo bebiendo schnapps sin parar y él atizándose las cervezas sin conocimiento. Nos íbamos a despedir cuando me dijo que me tenía que presentar a una prima suya que seguro que me iba a caer bien. Apenas le entendí cuando me dijo eso porque ni yo escuchaba bien ni él entonaba perfectamente. Al cabo de unos días, Volker me dijo que había hablado con su prima y me preguntó si tenía inconveniente en que nos encontrásemos con ella al salir de la siguiente reunión de la redacción. No tengo nunca nada mejor que hacer que cualquier cosa que se me ofrezca así que acudí. Volker me dijo que su prima se llamaba Jana Liptek y que era hija de su tía Jelena. Le pregunté si eran polacos y meneando la cabeza, sonrió. Llegamos a una cafetería frecuentada por gente mayor, muchos de ellos eran conocidos de la comunidad, gente que yo conocía de mis reportajes, en un mesa, sola, una mujer que parecía mayor pero que era joven, vestida como la más recalcitrante integrista que jamás hubiera visto. Un suéter de color beige, una falda ancha hasta los mismos pies, de color indeterminado, unos zapatos gruesos de factura casi industrial, ningún signo de maquillaje ni de interés por el cuidado personal, el pelo largo recogido en una coleta, unas gafas de montura de pasta, viejas, por encima del suéter una cruz. Su cara, sin embargo, reflejaba una alegría, una excitación más bien, que contrastaba con lo rancio de su vestimenta. Volker pidió una cerveza, le pusieron pegas, se la pusieron, se la bebió de un trago y se largó. Jana Liptek resultó ser una fanática de Polonia. Intentó incluso hablarme en polaco. Me preguntó por Polonia, por la comunidad católica en Polonia, y dedicó buen parte de nuestro encuentro a contarme cosas de Polonia que yo conocía, muchas, y otras que no tanto y supongo que había algún motivo para ello. Jana Liptek, con la segunda camomilla, me contó que siempre pensó que su madre Jana quería que ella fuera polaca, que ella misma se llamaba Jelena porque su abuela, Magdalena, provenía de la Prusia Oriental y ella siempre había pensado que alguno de sus ancestros era polaco que emparentó con los alemanes y de ahí que ella se sintiese, desde siempre, más polaca que alemana. Cada año iba en peregrinación a ver la Virgen De Czestozcowa, allí recorría algunas iglesias y hablaba con feligreses, se traía reliquias, crucifijos, consideraba que el Papa Juan Pablo II era sin duda la mayor personalidad del siglo. Decía que admiraba de nosotros que habíamos conservado incluso bajo el terror comunista, nuestra fe con mayor fuerza que ninguno de los otros países, que sentía, al estar en Polonia, que se encontraba mucho más cerca de Dios que en cualquier otro sitio. Que cuando volvía a Berlín, notaba que algo no funcionaba, que todo se volvía impuro. Toda la ropa que llevaba la había comprado en Polonia, me enseñó las etiquetas en polaco. Me preguntó si yo iba mucho por Polonia. Me inventé que iba cada año a ver a mis padres y que un vez allí también aprovechaba para visitar a mi confesor. Me pidió la fechas de mi viaje para saber si podría acompañarme y le dije que no podía decirle nada seguro y lo entendió. Le pregunté si había hecho votos, si era seglar, me dijo que no, que quería casarse y tener hijos, que su sangre polaca no se perdiera. Intenté reprimir las ganas de un nuevo vasito de schnapps. Seguimos hablando y cuando se hizo de noche, me dijo que se tenía que marchar. Que le gustaría seguir hablando conmigo, que se había sentido muy cerca de mí. Que podríamos quedar otra vez.
Volker cada Navidad, cada Semana Santa, cada... me da una postal de Czestozcowa de parte de su prima.'
'En aquellos años en Schrieben coincidí con un redactor de deportes que se llamaba Volker Hanschrig. Volker era un fenómeno que despreciaba al Hertha de Berlín y al que solo le interesaba el atletismo. Consideraba que era el deporte, El deporte, y que el fútbol era un veneno introducido en la sociedad para desviarlo del verdadero propósito de la actividad física, del deporte, que era el enriquecimiento colectivo, el bienestar personal, etc. Volker Hanschrig medía un metro ochenta y pesaba unos 120 kilos. Digamos que su físico no se correspondía con sus creencias. Una vez, después de una reunión en la revista, nos fuimos a tomar algo. Estuvimos en una cervecería y después de preguntarme por algunas cosas de Polonia, la conversación se agotó deprisa y nos encontramos yo bebiendo schnapps sin parar y él atizándose las cervezas sin conocimiento. Nos íbamos a despedir cuando me dijo que me tenía que presentar a una prima suya que seguro que me iba a caer bien. Apenas le entendí cuando me dijo eso porque ni yo escuchaba bien ni él entonaba perfectamente. Al cabo de unos días, Volker me dijo que había hablado con su prima y me preguntó si tenía inconveniente en que nos encontrásemos con ella al salir de la siguiente reunión de la redacción. No tengo nunca nada mejor que hacer que cualquier cosa que se me ofrezca así que acudí. Volker me dijo que su prima se llamaba Jana Liptek y que era hija de su tía Jelena. Le pregunté si eran polacos y meneando la cabeza, sonrió. Llegamos a una cafetería frecuentada por gente mayor, muchos de ellos eran conocidos de la comunidad, gente que yo conocía de mis reportajes, en un mesa, sola, una mujer que parecía mayor pero que era joven, vestida como la más recalcitrante integrista que jamás hubiera visto. Un suéter de color beige, una falda ancha hasta los mismos pies, de color indeterminado, unos zapatos gruesos de factura casi industrial, ningún signo de maquillaje ni de interés por el cuidado personal, el pelo largo recogido en una coleta, unas gafas de montura de pasta, viejas, por encima del suéter una cruz. Su cara, sin embargo, reflejaba una alegría, una excitación más bien, que contrastaba con lo rancio de su vestimenta. Volker pidió una cerveza, le pusieron pegas, se la pusieron, se la bebió de un trago y se largó. Jana Liptek resultó ser una fanática de Polonia. Intentó incluso hablarme en polaco. Me preguntó por Polonia, por la comunidad católica en Polonia, y dedicó buen parte de nuestro encuentro a contarme cosas de Polonia que yo conocía, muchas, y otras que no tanto y supongo que había algún motivo para ello. Jana Liptek, con la segunda camomilla, me contó que siempre pensó que su madre Jana quería que ella fuera polaca, que ella misma se llamaba Jelena porque su abuela, Magdalena, provenía de la Prusia Oriental y ella siempre había pensado que alguno de sus ancestros era polaco que emparentó con los alemanes y de ahí que ella se sintiese, desde siempre, más polaca que alemana. Cada año iba en peregrinación a ver la Virgen De Czestozcowa, allí recorría algunas iglesias y hablaba con feligreses, se traía reliquias, crucifijos, consideraba que el Papa Juan Pablo II era sin duda la mayor personalidad del siglo. Decía que admiraba de nosotros que habíamos conservado incluso bajo el terror comunista, nuestra fe con mayor fuerza que ninguno de los otros países, que sentía, al estar en Polonia, que se encontraba mucho más cerca de Dios que en cualquier otro sitio. Que cuando volvía a Berlín, notaba que algo no funcionaba, que todo se volvía impuro. Toda la ropa que llevaba la había comprado en Polonia, me enseñó las etiquetas en polaco. Me preguntó si yo iba mucho por Polonia. Me inventé que iba cada año a ver a mis padres y que un vez allí también aprovechaba para visitar a mi confesor. Me pidió la fechas de mi viaje para saber si podría acompañarme y le dije que no podía decirle nada seguro y lo entendió. Le pregunté si había hecho votos, si era seglar, me dijo que no, que quería casarse y tener hijos, que su sangre polaca no se perdiera. Intenté reprimir las ganas de un nuevo vasito de schnapps. Seguimos hablando y cuando se hizo de noche, me dijo que se tenía que marchar. Que le gustaría seguir hablando conmigo, que se había sentido muy cerca de mí. Que podríamos quedar otra vez.
Volker cada Navidad, cada Semana Santa, cada... me da una postal de Czestozcowa de parte de su prima.'
martes, 2 de junio de 2020
Schrieben
Continúa Danuta Wolinska:
'Comencé a escribir para la revista Schrieben crónicas de la vida católica en Berlín. Me entrevistaba con los miembros de la comunidad, asistía a sus eventos, estaba presente en la vida cotidiana de muchos de sus integrantes. Notaba grandes diferencias con la comunidad de Lodz y ese enfoque de polaca católica sorprendida por la vida y la religiosidad de otros católicos me ayudó mucho a la hora de escribir. Schrieben era una revista de cierto prestigio que trataba temas variopintos pero siempre desde el rigor conjugado con la experiencia personal del periodista. El director de la revista era Gunnar Bermann, que había heredado el puesto de su padre, Olaf Bermann. Lo primero que pregunté al llegar fue sobre el origen sueco de los Bermann, pero resultó que no tenían ninguna relación con Suecia. Durante la entrevista con Gunnar Bermann me extrañó que no me preguntara sobre mi experiencia en Polonia y sí mucho sobre mi vida berlinesa. Pensé que le interesaba más a quién conocía, y cómo podría desenvolverme en el medio antes que mi vida como católica polaca, pero lo que me hizo prosperar fue precisamente lo segundo. En fin.
Conocí en un encuentro ínter religioso a una señora que se llamaba Freda Jansen. El encuentro reunía a musulmanes, protestantes, judíos e hindúes, que discutían sobre diversos aspectos. Al acabar el encuentro se sirvieron bebidas y pegué hebra con la señora Jansen. Me contó su vida, los años de la guerra cuando era pequeña, la juventud, su noviazgo con un emigrante español, la separación cuando el emigrante quiso volver a su país, su refugio en la comunidad y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Su historia me conmovió. No era una gran historia, pero algo me tocó. La vi de nuevo en una fiesta de celebración de San Andrés en una parroquia. Volví a hablar con ella. En cuanto la vi, me dirigí a saludarla, me reconoció y nos servimos algo de vino. Me contó su vida, los años de la guerra cuando era pequeña, su juventud, el noviazgo con un joven que había luchado en la guerra y que se había vuelto medio loco, el suicidio del novio, el encuentro de refugio en la comunidad y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Me dio mucha pena, pobrecita, no estaba bien. Al cabo de unas semanas me encontré con ella en un oficio que se daba en memoria de un párroco local. Al acabar fui a hablar con la señora Jansen, que me reconoció y se alegró de verme. Me preguntó por el trabajo y me contó su vida. Los años de la guerra cuando era pequeña, la juventud, su relación con una compañera de la universidad que se hizo misionera, lo dura que fue la separación, cómo encontró refugio en la comunidad, y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Yo seguía con mi vida, los reportajes en Schrieben eran muy bien recibidos y en alguna ocasión, Gunnar Bermann me dijo que quizás, podría...
Al cabo de un tiempo me llegó la noticia de que la señora Jansen había muerto. Fui al entierro. Había mucha gente. Me di cuenta de que sentados en los primeros bancos había mucha gente llorando. Pregunté. Es el marido de la señora Jansen y sus hijos y nietos, me dijeron. Gunnar Bermann, que también fue a la ceremonia, me vio y me preguntó si conocía a la señora Jansen. Le dije que sí, un poco sorprendida... Bermann me contó la vida de la señora Jansen. Los años de la guerra en Suecia, la juventud, su relación con un directivo de la Mercedes en Estocolmo, la separación cuando el directivo volvió a Alemania, su refugio en la comunidad cristiana, y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe'.
'Comencé a escribir para la revista Schrieben crónicas de la vida católica en Berlín. Me entrevistaba con los miembros de la comunidad, asistía a sus eventos, estaba presente en la vida cotidiana de muchos de sus integrantes. Notaba grandes diferencias con la comunidad de Lodz y ese enfoque de polaca católica sorprendida por la vida y la religiosidad de otros católicos me ayudó mucho a la hora de escribir. Schrieben era una revista de cierto prestigio que trataba temas variopintos pero siempre desde el rigor conjugado con la experiencia personal del periodista. El director de la revista era Gunnar Bermann, que había heredado el puesto de su padre, Olaf Bermann. Lo primero que pregunté al llegar fue sobre el origen sueco de los Bermann, pero resultó que no tenían ninguna relación con Suecia. Durante la entrevista con Gunnar Bermann me extrañó que no me preguntara sobre mi experiencia en Polonia y sí mucho sobre mi vida berlinesa. Pensé que le interesaba más a quién conocía, y cómo podría desenvolverme en el medio antes que mi vida como católica polaca, pero lo que me hizo prosperar fue precisamente lo segundo. En fin.
Conocí en un encuentro ínter religioso a una señora que se llamaba Freda Jansen. El encuentro reunía a musulmanes, protestantes, judíos e hindúes, que discutían sobre diversos aspectos. Al acabar el encuentro se sirvieron bebidas y pegué hebra con la señora Jansen. Me contó su vida, los años de la guerra cuando era pequeña, la juventud, su noviazgo con un emigrante español, la separación cuando el emigrante quiso volver a su país, su refugio en la comunidad y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Su historia me conmovió. No era una gran historia, pero algo me tocó. La vi de nuevo en una fiesta de celebración de San Andrés en una parroquia. Volví a hablar con ella. En cuanto la vi, me dirigí a saludarla, me reconoció y nos servimos algo de vino. Me contó su vida, los años de la guerra cuando era pequeña, su juventud, el noviazgo con un joven que había luchado en la guerra y que se había vuelto medio loco, el suicidio del novio, el encuentro de refugio en la comunidad y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Me dio mucha pena, pobrecita, no estaba bien. Al cabo de unas semanas me encontré con ella en un oficio que se daba en memoria de un párroco local. Al acabar fui a hablar con la señora Jansen, que me reconoció y se alegró de verme. Me preguntó por el trabajo y me contó su vida. Los años de la guerra cuando era pequeña, la juventud, su relación con una compañera de la universidad que se hizo misionera, lo dura que fue la separación, cómo encontró refugio en la comunidad, y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe. Yo seguía con mi vida, los reportajes en Schrieben eran muy bien recibidos y en alguna ocasión, Gunnar Bermann me dijo que quizás, podría...
Al cabo de un tiempo me llegó la noticia de que la señora Jansen había muerto. Fui al entierro. Había mucha gente. Me di cuenta de que sentados en los primeros bancos había mucha gente llorando. Pregunté. Es el marido de la señora Jansen y sus hijos y nietos, me dijeron. Gunnar Bermann, que también fue a la ceremonia, me vio y me preguntó si conocía a la señora Jansen. Le dije que sí, un poco sorprendida... Bermann me contó la vida de la señora Jansen. Los años de la guerra en Suecia, la juventud, su relación con un directivo de la Mercedes en Estocolmo, la separación cuando el directivo volvió a Alemania, su refugio en la comunidad cristiana, y cómo en la comunidad había encontrado un nuevo amor, la Fe'.
lunes, 1 de junio de 2020
Schrieben
Cuenta Danuta Wolinska:
'Tiempo después, me aficioné al schnapps. Primero como una broma, luego como una forma de tener alguna característica distintiva, luego como vicio. Hasta que lo dejé. Recuerdo que nadie pedía schnapps y yo pedía schnapps y me hacía sentir diferente. Ya era diferente, era una polaca en Berlín, pero éramos muchos polacos en Berlín y todos hacíamos lo posible por seguir pareciendo polacos o muy berlineses, pero nadie pedía schnapps. Pedir schnapps era algo extemporáneo, viejo, rancio. Algunos traían botellas de bebidas polacas y yo nunca quise. Recuerdo, en Lodz, tras una reunión del diario, que nos fuimos a tomar algo a un bar. Pedí una cerveza y detrás de aquella cerveza un licor de manzana. Creí morir. Desde entonces le guardo un tremendo rencor a las bebidas polacas. En cambio, con el schnapps no tuve ningún problema. Los primeros días no podía disimular la embriaguez cansina, la lengua estropajosa, el hablar vociferante, los himnos, cantar. Pero poco a poco fui dominándome y el schnapps y yo nos acomodamos el uno al otro como si fuéramos (...).
Un día, Witold Juralscwicz, que venía de hacer una gira de conciertos con el piano por Francia y que pensaba quedarse a vivir allí porque además había conocido a una chica descendiente de polacos también y se pensaba casar, nos llamó a todos para quedar para cenar. Fuimos a un restaurante que regentaban unos turcos pero que estaba decorado con herramientas del campo recogidas de algunas granjas y siempre acabábamos discutiendo si esas granjas estaban en la Prusia ahora polaca o si eran polacas o si eran alemanas. Nunca me interesó esa discusión. Los turcos eran muy simpáticos, menos uno, el dueño, Alpay, que siempre quería que nos marchásemos pronto a casa. 'Los alemanes no dan problemas, pero vosotros sois unos borrachos que solo sabéis llorar y beber'. Aquella noche hicimos lo que mejor se nos daba, llorar y beber y hablar de nuestro país. Y sobre todo, hablar de lo bien que nos iba fuera de nuestro país. Witold quiso hablar conmigo y por algún extraño motivo me dio la impresión de que me estaba intentando tirar la caña. También aquella noche había apostado por el schnapps y por aquella época fumaba bastante y mi voz se había transformado en una cosa gutural y extrañamente seductora sobre todo para personas sensibles. Witold lo era. Me habló de la sensación de final de camino, de que su tiempo de artista iba a cambiar, de aprovechar el momento. Yo le contestaba con monosílabos, frases inconexas que dejaba intencionadamente sin terminar, le miraba con profundo desprecio porque sabía lo que estaba buscando.
A la mañana siguiente me desperté sola en la cama. No recordaba si había dormido con Witold o sola. No recordaba nada. Alguien lloraba en el cuarto de baño.'
'Tiempo después, me aficioné al schnapps. Primero como una broma, luego como una forma de tener alguna característica distintiva, luego como vicio. Hasta que lo dejé. Recuerdo que nadie pedía schnapps y yo pedía schnapps y me hacía sentir diferente. Ya era diferente, era una polaca en Berlín, pero éramos muchos polacos en Berlín y todos hacíamos lo posible por seguir pareciendo polacos o muy berlineses, pero nadie pedía schnapps. Pedir schnapps era algo extemporáneo, viejo, rancio. Algunos traían botellas de bebidas polacas y yo nunca quise. Recuerdo, en Lodz, tras una reunión del diario, que nos fuimos a tomar algo a un bar. Pedí una cerveza y detrás de aquella cerveza un licor de manzana. Creí morir. Desde entonces le guardo un tremendo rencor a las bebidas polacas. En cambio, con el schnapps no tuve ningún problema. Los primeros días no podía disimular la embriaguez cansina, la lengua estropajosa, el hablar vociferante, los himnos, cantar. Pero poco a poco fui dominándome y el schnapps y yo nos acomodamos el uno al otro como si fuéramos (...).
Un día, Witold Juralscwicz, que venía de hacer una gira de conciertos con el piano por Francia y que pensaba quedarse a vivir allí porque además había conocido a una chica descendiente de polacos también y se pensaba casar, nos llamó a todos para quedar para cenar. Fuimos a un restaurante que regentaban unos turcos pero que estaba decorado con herramientas del campo recogidas de algunas granjas y siempre acabábamos discutiendo si esas granjas estaban en la Prusia ahora polaca o si eran polacas o si eran alemanas. Nunca me interesó esa discusión. Los turcos eran muy simpáticos, menos uno, el dueño, Alpay, que siempre quería que nos marchásemos pronto a casa. 'Los alemanes no dan problemas, pero vosotros sois unos borrachos que solo sabéis llorar y beber'. Aquella noche hicimos lo que mejor se nos daba, llorar y beber y hablar de nuestro país. Y sobre todo, hablar de lo bien que nos iba fuera de nuestro país. Witold quiso hablar conmigo y por algún extraño motivo me dio la impresión de que me estaba intentando tirar la caña. También aquella noche había apostado por el schnapps y por aquella época fumaba bastante y mi voz se había transformado en una cosa gutural y extrañamente seductora sobre todo para personas sensibles. Witold lo era. Me habló de la sensación de final de camino, de que su tiempo de artista iba a cambiar, de aprovechar el momento. Yo le contestaba con monosílabos, frases inconexas que dejaba intencionadamente sin terminar, le miraba con profundo desprecio porque sabía lo que estaba buscando.
A la mañana siguiente me desperté sola en la cama. No recordaba si había dormido con Witold o sola. No recordaba nada. Alguien lloraba en el cuarto de baño.'
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