Clásica por que es el vaudeville por excelencia. Puertas que se abren, puertas que se cierran, personajes que no se pueden ver, líos, enredos, cuidado que te ven, de quién es este bolso, comicidad e histrionismo.
Porque esto se puede hacer de muchas maneras, pero la manera de Cocotevá es una y trina. Es una manera de hacer las cosas en las que no se andan por las ramas. Podría hacerse con elegancia, con la pretensión de hacer una comedia digna de Lubitsch o algo así. Podría hacerse incluso a la manera de un Almodóvar, dándole un toque grotesco y provocador. Pero se hace a la manera de Cocotevá, que es yendo más allá de eso. Cocotevá fuerza la máquina del espectador desde la misma entrada.
Periodista de raza, y quizás porque en el Full Informatiu las indicaciones de la obra venían en pequeñito en una esquina, de camino a la Colmena, que es donde servidor pensaba que se llevaba a cabo esta fiesta de despedida, veo a un muchacho con gorro en la cabeza chillar en la puerta del Teatro a una cola de gente. ¿Qué pasa ahí? Es que el teatro era allí. La presencia de Pili me saca de dudas. El teatro es aquí. Entro. Como siempre con Cocotevá, ni en la cola estás tranquilo.
La obra. La obra es una comedia de enredos. El protagonista tiene una novia azafata mexicana. Vive con una criada ecuatoriana, interpretada por la increíble Andrea PF (así se llama en Facebook y el periodista no tiene obligación de saber más, saber más es caer en el compadreo y con el compadreo no se hace buen periodismo), que da un recital de expresión artística y corporal durante toda la obra,. Y de tocar la flauta de pan sin flauta de pan.
¿Roberto Cabrera? Así se llama el personaje de Hugo Ramos, un petimetre al que borda, con unos movimientos que no dejan a uno de sorprenderle un segundo y le mantienen en vilo todo el rato. Todo el rato, qué vulgar. Qué hace, qué pasitos da, si posa la mano en la mesa o no, genial. Se trata de un amigo del protagonista, el siempre imponente Tony Ochoa, que viene de visita y ya que está, se queda.
Pero el tal protagonista, (Bernardo, que se me iba de la cabeza), compagina a su novia azafata mexicana, con una novia azafata francesa y una novia azafata española. Las tres azafatas lo petan, pero servidor es fan de Ponxi. Ultra fan. Esos movimientos de brazos, ese momento en el que mira hacia el cielo buscando los ojos de su enamorado en el mismo cielo. Esas manos que se mueven... no se cansa uno de mirar. Y como lleva el pelo rojo, es difícil que pase inadvertida, qué caramba.
Así que la obra va avanzando, los equívocos se suceden, los gritos, las puertas que se abren, no vayas a la cama, cuidado con la habitación, vamos a la playa por qué vamos a la playa, antoniomolinaunpaísencomú, guacamole, roberto cabrera, dame un beso, canciones, más canciones, y un final en el que todo se descubre y aleluya aleluya, cada una con la suya.
Al final, un espectador escogido al azahar entre el público interpreta a un texano que es quien se casará con la azafata mexicana (le) y como a todo el mundo hay que darle su importancia y el tiro de cámara no me daba para hacer una foto global, ahí va un primer plano del afectado (el del gorro):
Y así termina la obra, con todos cantando y la gente se lo ha pasado bien, incluso la señora a la que le ha sonado el teléfono dos veces. Fotos, aplausos, grabaciones con el móvil y la despedida de los escenarios de una obra que cumple con lo que promete. Te ríes. Y contra eso, no se puede luchar.
Un saludo a Marcos, acompañante en esta ocasión, si ha llegado vivo a su casa.
Adelante Cocotevá. Con tilde en la A. Y adelante Xavi Villena, la lucha continúa.
Fé de erratas: boliviana, criada boliviana.
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