jueves, 11 de abril de 2019

Dos años después del pirfo

Esta foto creo que se la hicieron en una excursión al Matagalls. Una de aquellas excursiones que hizo con su amigo Casas, que se murió bastante joven después de un accidente tonto de moto. Ir de excursión al campo. A mí me llevó en una de esas excursiones, que yo creo que no fueron muchas, a la montaña. A subir al Matagalls. Nunca he sido demasiado hábil manejándome en la montaña, en el campo, en un simple parque, más allá de mi salita, la terraza tiene plantas y ya tengo que andarme con ojo. Tengo 43 años. Con 9 o 10 años, con menos quizás, carne de horca.
Ahí lo tienen, mi padre, Paco Molina, bebiendo agua de una cantimplora como si fuera el Ché Guevara en Sierra Maestra. Con su barba pelirroja en la plenitud de la vida. Aquí estoy, más chulo que un ocho. Igual cuando le hicieron esa foto tenía mi edad ahora, muy posiblemente. A su amigo Casas lo conoció en la Telefónica. Ahora mismo, yendo a recoger unos carteles, alguien me ha dicho al ver el maletero que si yo trabajaba en Telefónica al ver una cartera de cuero de aquellas que tenían. Una buena barja de esas.
He intentado buscar otra foto, otras fotos, que dieran pie a otro texto y encaminarlo de otra manera, pero no las he encontrado. No tenía y no tengo mucho tiempo. El tiempo es escaso. Ir y volver del hospital, hacer cosas, ir y volver del hospital, intentar hacer otras cosas, ir y volver del hospital, intentar ver a gente, desconectar. No he encontrado la foto. La foto era de él con el equipo de fútbol de la Telefónica, con la central de Loreto, y la idea era la de hacer un texto en el que contrastar lo que él cuenta de lo que había sido como jugador de fútbol y lo que era en realidad. Cada día, todos los días, sus antiguos compañeros del equipo de fútbol, compañeros menos de trabajo que del equipo de fútbol, vienen a verle al hospital. Impenitentemente. En autobús, en coche... todos los días, allí están. Entran, le ven, le gastan alguna broma. En las fotos se les ve jóvenes, fuertes, barrigudos, barbudos, vigorosos, con equipajes que parecen del Spartak de Moscú o de la propia selección soviética, blancos con rayas rojas. en las mangas.
Esos amigos inseparables estaban allí en Vilches cuando hace justamente dos años le dio el pirfo. 11 de abril. Ahora me he quedado en blanco porque no sé cómo seguir, no por nada, es que tampoco tiene que ser un texto dramático. Es el típico texto de hace dos años. Un texto mojón. Un texto señal. Baliza. Un texto boya. Marcador.
Hace dos años le dio el pirfo y ahora hace casi un mes le dio el mareíllo o lo que le diera. No hemos catalogado todavía lo que le dio. No le hemos puesto todavía un nombre.
Hace dos años nos cambio la vida a los cuatro. Al primero a él y luego a todos los demás. Hace un año celebramos el aniversario yendo al Cruce con sus amigos y amigas y él estaba allí pensando que qué hacíamos allí. Ojo, se lo pasó en grande. Habiendo jaleo se lo pasa siempre bien.
Pues la verdad es que no sé qué más poner. Eso, que nos ha cambiado la vida y tal. En fin. Lo de siempre. Conversaciones de sala de espera. Que poco a poco, paciencia, esto hay que llevarlo con humor, hay que ir adaptándose, etc.
Ayer el que comparte el box con mi padre se quejó de que hablábamos mucho, que aquello es un hospital y eso. Y hombre, a ver, nosotros hablar hablamos, pero como para quejarse... rresignación.
Y eso. Ahí lo tienen, con cuarenta y pocos tacos, ya ves tú, bebiendo agua de una cantimplora metálica y qué le ibas a contar a él de pirfos y de suputamadre.
Mierda.
Eso. Que hace dos años. Que nos acordamos de la gente de Jaén, de la gente de Vilches, de la Marina, de mis primas, de las enfermeras, de sus amigos y amigas que venían todos los días y de la familia, de mi tito Antonio y mi tita Cati que venían todos los días o casi y eso. Y que aquí estamos.
La primavera no nos viene ni medio bien.

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