En aquel tiempo del reino nazarí de Granada, un comerciante llamado Hakim se tropezó por una calle del Albaicín de tal manera que se torció un tobillo y le llevaron a su casa entre algunos transeúntes. En su casa, un Carmen precioso del propio Albaicín, pasaba el tiempo mientras intentaba curar la torcedura de tobillo cuando recibió la visita de un amigo suyo, también comerciante, llamado Mahmud.
Ambos comerciaban con telas y joyas al otro lado del estrecho y tenían cosas de las que hablar. Mahmud le comentó a Hakim diversos asuntos triviales para pasar el tema de los negocios. Antes de entrar en otros asuntos, Mahmud le comentó que tenía un sobrino que había venido de Siria con unos rollos de tela que venían de la India muy interesantes, pero que hasta dentro de unos meses no podría contar con ellos.
- Ya los tienes, dijo Hakim.
- ¿Cómo que ya los tengo?
- ¿Acaso no sabes, Mahmud amigo mío, que cuando tienes una torcedura de tobillo puedes manejar el tiempo ya que con la extremidad torcida puedes tú asimismo torcer el transcurso del tiempo?
- Estás loco Hakim, qué cosas me estás diciendo.
- Ve a tu casa y pregunta por esas telas. Ya estamos cuando tenemos que estar.
Cuando llegó a su casa, Mahmud se encontró con su sobrino, que ya había llegado de Siria con aquellas telas. Y efectivamente, el tiempo había pasado.
Volvió a casa de Hakim y preguntó por su amigo.
- Se ha ahorcado, buen Mahmud.
La avaricia, qué mala es.
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