Tal y como declaró en el coloquio titulado 'Confesiones de músicos sobre música', antes, justo antes, justo justo antes de llegar a componer su Sonata Número 4, Obelísimo Trampantonio había tenido la idea de llevar a cabo un grandioso trabajo sinfónico de una pretenciosidad que le colocara a la altura de las obras más profundas de Wagner, por poner un ejemplo. Su proyecto se iba a llamar 'El tiempo de la muerte', y en palabras del propio Trampantonio registradas en dicho coloquio:
'Mi idea era la siguiente. Me imaginaba a un ser humano cualquiera, un hombre común, el ciudadano corriente que nos podemos cruzar por la calle. A ese ciudadano un día, en la empresa, en su trabajo, en su familia, por una notificación remitida a cargo de una institución estatal cualquiera, se le conmina a dedicar un día entero a pensar en la muerte. Encerrado en el lugar que él considere, en el salón de su casa por ejemplo, este hombre o esta mujer, debe reflexionar a lo largo de un día acerca de la muerte. De lo que significa morir, de los preparativos, de la sensación de pérdida, de las cosas que has dejado de hacer, de lo que quizás te depara esa vida que prometen y que nunca estamos seguros de si sí o si no. De qué es morir, de qué te gustaría hacer antes que no hubieras hecho, de los sabores que no probarás, de los labios que no besarás, de la música que no escucharás, de todo lo que no harás, de lo que has hecho y volverías a hacer. Repasar tu vida porque te vas a morir. Pensar qué es la muerte, si la muerte es algo malo o es algo que es inclasificable. La muerte. Un hombre obligado a pensar sin prisa a alguna en la muerte, en que se va, que la vida se le acaba, que ha de hacer balance o quizás prepararse para algo mejor. Pensando en la muerte durante todo un día. En soledad. Mi idea era musicar esos pensamientos. Poner música a ese día. Entero. Veinticuatro horas de música con la idea de meterme en la cabeza de alguien que quiere pensar en la muerte sin más, que no ha de pensar en la muerte por nada, si no porque le dan la oportunidad de pensar en ella. Ese era mi objetivo. Una monumental obra en la que la música, el pensamiento, la muerte, conformasen un todo. Una unidad. Un proyecto ambicioso. Una sinfonía mayestática. Solemne. Un trabajo titánico y ciclópeo. La música y la muerte... lo que pasa es que luego me pareció muy pesado y se me ocurrió lo de la Sonata Número 4, y ahí lo dejé'.
¿Sabe?, todo el tiempo ha sonado en mi cabeza el discurso de Trampantonio como en uno de esos documentales en los que hablan en yo qué sé qué idioma y una voz traduce al mismo tiempo que se escucha de fondo la del protagonista, y nunca encaja el movimiento de los labios, ni los silencios. Pero no, no se preocupe, la imagen no terminaba con la gente cambiando de canal, sino con todo el mundo llorando conmovido por la modestia y la humildad de Trampantonio. Y claro, por lo de la muerte, que el tema es que ya invitaba.
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous
Pasa mucho, eso de tener una idea grandilocuente y despues de pensarla un rato desecharla directamente porque da pereza.
ResponderEliminarO se te ha estropeado el violín o se te ha rayado el disco. Me da la sensación que siempre comento el mismo post:-)
ResponderEliminarPensar en la muerte es muy sano, hace que aproveches el tiempo y disfrutes de la música.
Un abrazo
Sí, cambie de foto, que nos confunde.
ResponderEliminarTenía que haber alguna empresa que llevara acabo las ideas.
Será en las películas de Fumanchú... Los chinos de complacientes, serviciales y educados no tienen nada.
Los chinos que han tenido acceso a buena educación son educados, y el resto de millones... pues eso, cagándose por el suelo. Y no es broma, que a M. se le cagaron en el suelo del pabellón de España en la Expo.