martes, 6 de enero de 2015
Llorando en la masa
El otro día, en una conversación que iba y venía y en la que me encontraba un poco con el gancho intentando ver dónde podía meter baza, una de las personas que se encontraba en la mesa interpeló a otra a cuento de que iba a ver la Cabalgata de Reyes Magos o no. Las circunstancias en las que iba a ir a ver la Cabalgata no son de nuestra incumbencia, pero sí que me llamó la atención lo que contó sobre su comportamiento en las celebraciones multitudinarias, concretamente en las manifestaciones.
'Lloro, no lo puedo evitar. Lloro en las manifestaciones, lloro cuando veo a gente que tiene un sentimiento compartido, que está en un mismo sitio reclamando algo en conjunto, lloro. Sea la manifestación que sea, no lo puedo evitar, la emoción empieza a embargarme y lloro. No hace falta que esté yo presente, que forme parte de los manifestantes. Me ocurre, por ejemplo, en manifestaciones de estudiantes. No hay nada que odie más que los adolescentes, y, sin embargo, hace unos meses pasó a mi lado una manifestación de estudiantes y a los pocos minutos ya estaba llorando. Es algo que no puedo evitar. Sólo me ocurre en estos casos. Por ejemplo, cuando voy a festivales o conciertos, no me pasa, porque ahí no hay gente que esté compartiendo esa emoción, esa defensa de algo. Y claro, tampoco me pasa en la Cabalgata de Reyes'.
Inmediatamente, como soy una persona que se precia de captar las conversaciones y anécdotas interesantes y con ello sacar algún tipo de historia, registré para mí que esa era una buenísima manera de enganchar algún tipo de relato. Que quizás lo podía también combinar con algo que extrajera de la propia Cabalgata de Reyes a la que pensaba acudir.
Así que ayer fui a la cabalgata pensando que de cualquier cosa podría yo obtener algún dato, alguna cosa que me ayudara a hacer algún relato en el que el o la protagonista también alcanzase algún tipo de clímax emocional viendo llegar a los Reyes Magos a la plaza del pueblo o algo así.
Y allí estaba yo, plantado en la plaza de la Vila, con la cámara del móvil echando humo, enviando fotos espantosas como ésta mismo sobre lo que estaba ocurriendo y la llegada de los diferentes personajes de la cabalgata cuando de repente, al otro lado de la valla, vi algo que me llamó la atención.
Al otro lado de la valla, en el otro lado, en el lado opuesto al que yo me encontraba, estaba yo también. Pero era yo de pequeño. Al otro lado de la valla estaba yo con ocho años, con siete años, con seis años quizás. Mis padres me llevaban a la Cabalgata y me animaban a que cogiera caramelos. Y yo, con ocho años, con siete años, con seis años quizás, lloraba completamente emberrinchado porque no quería coger caramelos, porque no quería que me dijeran nada, porque no quería que los otros niños me vieran llorar.
Y yo, en este lado de la valla, con el móvil en la mano, no lloré, pero me faltó poco.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Supongo que le habrán traído carbón, no Tolya?
ResponderEliminarNo se puede ser tan sensible hombre. Menudo pelo le va a correr a usted con estos pensamientos.
ResponderEliminarNuevo trabajo? Me alegro mucho, oiga! Se ve que el año nuevo le ha sentado bien ;)
ResponderEliminarPues ya era rarito usted de niño, eh? Mire que no querer caramelos... Yo quería todos los del mundo. Ahora ya no, pero sigo queriendo chocolate. Algo queda siempre.
ResponderEliminarFeliz tarde, monsieur
Bisous