Ante la inminencia de su muerte, Karol Symonowsky anunció la publicación de un ensayo biográfico en el que ensalzaba su figura como catalizador de la resistencia polaca ante los múltiples intentos de los países de su entorno de eliminar a la santa Polonia del mapa. Así, trazaba una línea histórica en la que Polonia se veía convertida en el referente europeo en múltiples ámbitos, culturales, políticos, religiosos, deportivos incluso. El autor iba calentándose progresivamente hasta confundir pasado, presente y futuro, relatando con todo lujo de detalles la conquista de Marte por parte de polacos comandados por él mismo, la creación de una raza en la que marcianos y polacos se unían para alcanzar la perfección, de cómo los marcianos/polacos se lanzaban a la conquista de otros planetas y cómo, finalmente, lograban instaurar un dominio perdurable en el Universo y también en Alemania. Y en Rusia. El libro, llamado 'Polonia enorme', tuvo un éxito tan exagerado que el propio Karol Symonowsky se negó a morir y hoy nos vemos como nos vemos. De despropósito en despropósito.
Unos versos mal entendidos de Alina Reminskaya tuvieron como respuesta otros versos de Larissa Volkovska, que a su vez provocaron una suerte de explicación en un artículo de la propia Reminskaya que tuvo continuación en un largo texto de la Volkovska, que inmediatamente derivaron en un ensayo de la Reminskaya y después fue la Volkovska la que hizo lo propio. Llegados a este punto, Alina Reminskaya convocó a Larissa Volkovska a una reunión para dirimir cara a cara esta agria polémica que terminó con Alina Reminskaya dedicándole unos versos cariñosos a Larssa Volkovska, que esta devolvió con unos nuevos versos, que provocaron que Alina redactara un artículo apasionado que la Volkovska respondió con un largo texto, tan emocionante que entonces la Reminskaya no tuvo por más que escribir un ensayo sobre la amistad y el cariño insondable que guardaba una con la otra a lo que la Volkovska, que no era menos apasionada que ella respondió con una suerte de pequeña enciclopedia sobre el amor que provocó que la Asociación de Escritores Rusos tomara cartas en el asunto. Y entonces sí que se lió.
Me han pedido que escriba un artículo para una publicación a la que hace algún tiempo dediqué algún que otro texto. En tanto en cuanto no sé de qué escribir he querido recordar los temas que yo utilizaba en esa publicación, preferentemente política autonómica y/o nacional según el lado de la barrera desde el que se mire. Como quiera que ese tema parece gastado, insisto en no saber a qué puedo dedicar mi precioso tiempo con tal de contentar tan amable petición. Cuando no sé de qué escribir apelo a algún suceso tonto que haya ocurrido a mi alrededor y a partir de ahí no parar de escribir sin más objetivo que el de que la barrita del roller se vaya quedando pequeñita. Y así, voy y vuelvo y por el camino me entretengo. A los cinco minutos de haber escrito algo, no recuerdo de qué iba ni a quién iba dirigido, por lo que todo me parece siempre nuevo y resultón. Y cuando la gente se acerca a decirme que no entiende nada, me parece inexplicable porque no soy capaz de entender qué había que entender. Me pidieron un texto, sobre algo, ahí está. No puedo ir más allá. Una opinión sin definir, un sentimiento que subyace, poco más. Muy poco más.
Mi padre no se atrevió nunca a publicar ninguna de sus novelas. Lo hice yo. Y consideré que, como él no se atrevió a hacerlo en su momento, qué mal había en hacerlo bajo mi propio nombre. Por aquel entonces yo era un prometedor escritor de novela negra que ya había conseguido algún que otro galardón en concursos diversos, pero, en cuanto empezaron a aparecer las novelas robadas, todo cambió. Yo, que había leído aquellos novelones, pensé que podrían ser un primer paso para tener un fondo de obra estable sobre el que poder pivotar para ir luego sacando mi propio material. Lo que ocurrió después es conocido por todos, aquellas novelas que a mi me parecían simplemente testimoniales alcanzaron tal renombre que me ví obligado a variar lo que yo pensaba una prometedora y maldita carrera como escritor de género para ser un literato de corte clásico con una producción basada en recuerdos de un pueblo olvidado y quizás imaginario que me tiene condenado por siempre a hacer algo de lo que no estoy especialmente orgulloso pero que me da de comer y muy bien. Y como mi padre era tan así, no he tenido que volver a encender el portátil sino es para comprar billetes de avión, cuando no me los manda la editorial, claro. Vamos, que no enciendo el portátil y tecleo menos que mi abuelo quien, desgraciadamente... no tenía portátil.
Alexander Facek estuvo a punto de ganar el Premio Ciudad de Brno de novela corta varias veces. En concreto unas quince veces. Además, se quedó muy muy cerca de llevarse de calle varios concursos de relatos convocados por consistorios y ayuntamientos varios tanto de la propia república checoslovaca, como después de la república checa y eslovaca por separado y a su vez de territorios limítrofes como los estados de hungría, etc. En lo que se refiere a poesía, pese a que su producción no era en exceso elevada, también hizo sus pinitos y por un pelo no se lleva el Magno Premio Rey San Wenceslao. En cuanto al ensayo, sus estudios sobre la primera guerra mundial y el nunca bien ponderado periodo de entreguerras, casi casi que le llevan a proclamarse como Premio Nacional de Historia, primero de la República Checoslovaca y luego de las repúblicas checa y eslovaca. Una novela fantástica, de retrogusto en la ciencia ficción más clásica, le hizo merecedor a todas luces del Premio Especial Isaac Asimov de Olomuc, pero... Si hubiera presentado alguna vez alguna obra a concurso, ¿verdad? Pues eso. Y mira que se lo decía. Y nada.
Mirentxu Aretxavaleta ha sido la protagonista en estos días de una agria polémica con su hermana Aitziber Aretxavaleta a vueltas esta vez de la interpretación de la obra literaria de la madre de ambas Aurora Orbaizaga. Mirentxu ha publicado una serie de artículos en el diario Bai en los que resalta la profunda sensibilidad poética de la novelística de su madre, que engarza con una suerte de género que trabaja la realidad y la mezcla con una ficción de ensueño. Y para Aitziber, en cambio, lo de su madre es una obra de combate, de lucha, de fiero combate contra la realidad a través de la palabra escrita. Y ninguna de las dos lleva razón, porque la razón la tengo yo, Josune Aretxavaleta, que pienso que la obra de mi madre Aurora Orbaizaga es el delirio cósmico de una habitante de una constelación lejana que dejó su paso por la Tierra y que ahora debe esar descojonándose leyendo cómo sus dos hijas hablan de ella sin haber entendido nada, ni haberse dado cuenta de que las dos antenitas que tenemos todas deben significar algo. Algo.
Marcianos y polacos...ejem, la nueva raza aria dice?
ResponderEliminarEmocionante y largo artículo ;D