Una de las cosas más interesantes que me ha pasado en la vida fue leer un libro que se llamaba Jerusalén, Una ciudad, tres religiones. Una ciudad fascinante, con una historia compleja que, pese a no tener nada especial así a nivel físico o geográfico, es tremendamente importante para tres religiones porque no se trata de tener nada especial sino de que alguien sienta que ese lugar es especial. No lo combatas, siéntelo. El caso es que esa ciudad, por construcción de mitos humanos principalmente tiene algo.
Esa ciudad está dividida. Según tratados y demás, guerras y derrotas, ocupaciones y muertes, la mitad de la ciudad pertenece a Israel y la otra son territorios ocupados. La capital de Israel es Tel Aviv. Declarar esa ciudad capital de Israel sería para los musulmanes una ofensa, porque para ellos es la segunda ciudad sagrada. Bien.
Pues después de múltiples derrotas, de ver cómo son nada o menos que nada en su propia tierra, de ser considerados poco menos que salvajes que hacen daño al aire que respiramos, los palestinos se levantaron estos días con la noticia de que Trump, Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos ha quitado la máscara a años y años de política de parte y ha declarado que traslada la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Esto es, reconoce la capitalidad de Jerusalén.
Esto debería significar la sublevación del mundo musulmán, de una reacción furibunda. Pero no. Los palestinos, musulmanes y cristianos, están solos. Pero solos. No pasará nada. Arabia Saudí quiere acercarse a Israel y a Estados Unidos en su guerra contra Irán en Siria. Y pasa de todo. Y el resto de países, pues un poco más de lo mismo.
Hay países, pueblos, que están siempre perdiendo. Los palestinos, los kurdos, los saharauís. Tengo un colega que ha vuelto del Sáhara hace poco, viene con el corazón encogido. No van ganando, no están a favor de nadie, muy mal. Nadie se fija en ellos. Los kurdos luchan por construir algo. Pero en cuanto puede ser que algo les vaya medianamente bien, zasca. Y los palestinos, que les ha tocado bailar con el enemigo más poderoso.
Ojo, no poderoso de pérfido, de oscuro, de malvado. Es el más poderoso porque tiene más poder. Nada más.
Donald Trump. Hace unos días, también hizo una buena. Quitó la calificación de zona protegida al parque ese donde ruedan las pelis del oeste, en Utah. Ni reservas indias, ni ostias. El argumento era que al fin se le podría dar un uso a esas tierras en las que no se puede hacer nada. Hacer dinero.
Hablar claro.
Ahora hay mucha gente que habla claro. Habla tan claro que considera que el estado de Israel es el modelo. Pilar Rahola haciendo un alegato a favor de la decisión de Trump, diciendo que total, que a los palestinos, a los árabes, a los musulmanes, no les importa un pimiento Jerusalén. Y que no pasa nada. Y luego sale Sardá y dice que defender a Israel no es malo, que...
Supongo que a los palestinos les toca perder. Durante muchos siglos, la Historia de Jerusalén ha sido cambiante. Imperios que parecían eternos caen y la ciudad ahora es judía, ahora es jebusea, ahora es asiria, ahora es otomana ahora es turca, ahora es cruzada. Lo que hoy parece eterno, mañana cambia.
Pero llama la atención que haya quien se apoye al caballo ganador, que a la hora de elegir siempre elija al fuerte. Que a la hora de coger un modelo, diga que el bueno es el peor.
Que al menos Trump habla claro.
Que Trump dice lo que piensa la gente.
Que Israel no está tan mal y que es el espacio de civilización entre salvajes.
Que los palestinos no han sabido atender a razones y tienen lo que se merecen.
Que se merecen perder.
Pues nada. A seguir dando lecciones. Supongo que contra esto no hay ya nada que hacer. Que la UE lo apechugará, que los árabes también, que los musulmanes mal y que habrá países que dirán mucho y que acabarán haciendo poco. Porque tampoco se pueden arriesgar a mucho.
Y así vamos. Cuesta abajo y sin frenos.
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