Hay un día en el que te detienes ante el espejo y te das cuenta de que has caído. Como esos que dijeron que nunca lo iban a hacer y acaban haciéndolo y se justifican. Un día, distraídamente, te das cuenta de que te has estado peinando hacia delante. O que un flequillo imposible hace verdaderas maravillas intentando tapar lo que es evidente. No tienes pelo. El pelo. Un día, te das cuenta de que estás tardando más de la cuenta en cortarte el pelo. Un día, esperando en la cola del supermercado, te das cuenta que la cámara recoge desde arriba de manera fehaciente toda la magnitud de la tragedia. El pelo. Hay claridades. Te haces una foto y lo que tú crees que es un flequillo todavía juvenil y popero, no es más que una ilusión, que no hay flequillo, que no hay nada. Que la piel brillante no engaña y que todo es ya un camino hacia la nada. Que estás intentando que de un lado a otro de la cabeza no se note lo que parece ya más que evidente. Sin pelo. El pelo.
Y lo ves claramente. Esas imágenes de Ruiz de Lopera, presidente del Betis hace años, que tenía una línea, una raya en el pelo que le nacía de la oreja y con ella quería tapar de manera arquitectónicamente imposible toda la cabeza. No tenía pelo. Incluso intentaba que de la nuca aprovechar lo que se pudiera para tirarlo hacia delante. Y era grotescamente ridículo. Y pensabas, yo... yo nunca haría eso. Yo automáticamente me raparía el pelo, qué problema hay. Anasagasti, con aquella cortina terrible que de la misma manera intentaba taparle toda la cabeza como si fuera una ensaimada. No os acordáis de Anasagasti.
Hay una película, Vaya par de Idiotas. Bill Murray hace de gran estrella de los bolos. Y se enfrenta a un decrépito Woody Harrelson. Bill Murray interpreta a un gilipollas completo. Que de joven tuvo rizos, pelo abundante. Y en ese instante... se pone a jugar y a medida que juega se le va desarmando todo el montaje de pelo que tiene. Y va quedando una especie de trampantojo infame, con unos hilachos de pelo colgando de una parte de la sien, mientras que en la cabeza no hay nada. Sin pelo.
O Trump. Trump lo tiene de una manera que no sabes si es o no es. Es decir, lo tiene peinado de tal forma que no sabes de dónde saca el pelo, de dónde viene, pero sabes que no es una melena o un flequillo del tipo natural. Ese pelo... ese pelo no es de ahí, ese pelo no sale de donde tiene que salir. Sale de más allá. Y así, también es... sin pelo. Sin pelo.
Hoy he ido al peluquero. Corto. Lo quiero corto. De arriba el peluquero no ha necesitado comentarme nada. Simplemente ha cogido la maquinilla y ha comenzado a esquilar. De arriba no ha dicho nada. Ha cogido las tijeras. Ha pegado tres tijeretazos sin demasiada pasión... y listos. No me he querido mirar demasiado en el espejo. 'Un corte normal', me ha dicho. Con la mejor de mis sonrisas le he dicho que estupendo todo. Y esta es la vida. Este es el presente. Qué nos deparará el futuro.
Todavía menos preguntas.
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