Podría haber estado en una taberna cerca del puerto de Amberes, practicando algo de flamenco con alguien de su pueblo. Reconocía a la gente de su pueblo incluso a miles de kilómetros y miles de años de allí. Pero estaba en Paxton, en la frontera entre Arizona y otro estado de la Unión y hacía un calor de mil demonios. Entró en la cantina que regentaba un buen mozo, de aspecto también germánico, y se fue a sentar directamente en la barra, sin mirar a los lados. Sabía que mirar a la concurrencia le iba a prodigar conversación indeseada y él lo que quería era algo de líquido para continuar la marcha que le llevaba... ¿a dónde le llevaba?
Estaba en la barra, mirando al dueño del bar, que servía copas de aguardiente a un grupo de granjeros, intentando descifrar si era realmente europeo o no era más que otro escocés perdido por el desierto, cuando alguien se sentó a su lado. No hizo caso hasta pasados unos minutos, no quería que alguien pensara que estaba inquieto por nada.
Finalmente, el dueño del bar se dirigió a él. ¿Qué quiere, señor? Un bourbon. No parecía tener acento de ninguna parte. Desde que salió en busca de aquello que el señor Ryjks le había encargado, parecía alegrarse si encontraba a alguien que pudiera recordarle a su tierra natal. No se acostumbraba al bourbon, pero en aquellas tierras era difícil encontrar nada que no fuera whisky o bourbon. El aguardiente era una suerte de veneno no apto para todos los estómagos. Y no quería despertar sospechas. No quería que nadie supiera que era extranjero, pensaba que a los extranjeros europeos no se les respetaba, se les consideraba blandos, y no quería problemas.
- Yo te conozco, y ya es casualidad. Sé quién eres. Y has venido hasta aquí y no sé porqué, pero te juro que no vas a salir de este bar.
Esa voz correspondía a quien se sentó a su lado. Se giró para mirar por encima de sus gafas. Era un hombre de su edad, que, aunque vestía como un vaquero, tenía ese aire inconfundible de neerlandés, algo, en su nariz, algo, en sus pómulos. Y que se dirigió a él en neerlandés, naturalmente.
Como ya se había girado, se había delatado. Le contestó, sin embargo, en inglés.
- No me digas, ¿y quién soy?
- Eres tú. Y has venido aquí a buscar tu muerte. Pero crees que vas a cobrarte la mía, es lo que te han encomendado. Qué pena que no lo vas a conseguir. Estás muerto.
Se lo quedó mirando. Efectivamente, creyó reconocer aquella cara. Probó suerte.
- ¿Jan Pieters?
- Sí.
- Jan Pieters. Tu madre tenía un secadero de pescado y tu padre tenía una borrachera perenne. Lo sé porque mi padre era su compañero de juergas. Soy hijo de Van Kieft, Albert.
El otro se asustó y sacó su pistola.
Se oyó un disparo. Pieters cayó derribado. Alguien le había disparado desde atrás. Alguien entró por la puerta del bar con una escopeta recién disparada humeante. Pidió al dueño del bar en neerlandés que se llevasen a ese buscaproblemas del bar. Se refería a mí.
Podría haber estado en Amberes. Pero estaba en Paxton.
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