La vida es una mierda. Un conjunto de acontecimientos vividos, contados, escuchados, bailados, leídos, sentidos por parte de uno mismo o por parte de otra persona o incluso por parte de un colectivo y que la mayor parte de las veces acaba en nada, porque nada hay y nada somos. Acaba, posiblemente en el recuerdo, en la memoria, en la nada, en la intención, a medio camino, en ningún sitio, en la gloria. La vida son cosas, elementos, un esfuerzo, una duda, miedo, tinieblas, unas risas, cerveza fresquita, frío en invierno, calor en verano. La vida presenta situaciones que no valen nada y momentos para el elogio del ser humano.
Porque elogiable es el esfuerzo de un grupo de estrellas maduras, de cansadas divas de otro tiempo, de Normas Desmonds bajando por escaleras llenas de gente que creen ellas que les están aplaudiendo y en realidad están por otra cosa, de talentos abnegados que han visto sus mejores años dilapidados en la búsqueda de un sentido del arte y de la estética, queriendo representar una vez más una obra de teatro que requiere de ellos el mayor de su esfuerzo, como es Cocotevá y su anual representación de Cómeme el Coco, para mayor gracia de La Marató de TV3.
Un nuevo éxito, una vez más el teatro lleno, para contemplar una de las mejores representaciones que uno recuerda de esta obra que, no por conocida, no se abre a la posibilidad de manejarla, modificarla, malearla e incluso de mejorarla. Muchas -arlas son esas. Un teatro lleno de gente. Alto. Como siempre, el público que acude a las representaciones de Cocotevá, se contagia del sentido de la comedia y del sinsentido de este crepuscular grupo actoral y, creyéndose parte del propio espectáculo, barrera que los propios Cocotevás animan a traspasar, se convierten desde un principio en parte también del combo ajado y marchito que con gran esfuerzo mantiene viva la llama del teatro popular en nuestra ciudad.
Nuestra ciudad, Santa Coloma de Gramenet, provincia de Barcelona, cuna de grandes artistas, también crepusculares y marchitos, que mantienen la pretensión de ser reconocidos más allá de nuestras fronteras cuando, la verdad, como aquí no se está en ningún sitio y, si nos paramos a penar, perdón, pensar, en otros lugares no eres nadie y aquí eres al menos protagonista de tweets y publicaciones en facebook que te hacen pensar y creer que, realmente, este es un entorno maravilloso como aquel de la peli de El Bosque en el que nos creamos un espacio de ficción porque fuera todo es mal. Somos así y tan a gusto de ser como somos estamos que nada cambiamos porque no.
Y me preguntas entonces, lector o lectora, con cara de interés por mi respuesta que seguro que es trascendente, ¿te gustó o no te gustó entonces la representación? Más que otras veces. Ya lo he dicho más arriba aunque quizás tanta digresión y tanto rollo te han hecho perder el hilo y te voy a decir porqué. Porque en las últimas ediciones, la idea de añadir actuaciones, intervenciones, apariciones estelares de grandes nombres del music hall, el cabaret, la verbena, la canción y la copla, habían convertido la obra casi en la excusa para que otros y otras lucieran durante un rato, haciéndote perder el qué, que ya es de fácil extraviar por la propia vida de la obra y el disparate colectivo que supone todo el ir y venir de actores y público escaleras arriba y escenario abajo. Vamos, que siendo mucho más reducido el elenco de invitados, el siempre eficaz en la provocación chocarrera Víctor Guerrero y un estelar Lozano travestido en un improbable rumbero del ballet de Giorgio Aresu, y ajustada la obra a su formato original, todo fue mejor.
Se nota así la experiencia, la calidad que dan los años, el aplomo que da una serena madurez, de un Xavi Villena en la dirección que alcanzada ya esa edad en la que, como John Ford, Berlanga o Manoel de Oliveira, se convierte ya en un mito viviente y que, a diferencia de otros, podrá disfrutar de las mieles del triunfo en el ocaso de su carrera.
A destacar la actuación cada vez más medida y centrada de un Kike Hita que, pese a sus años, mantiene el vigor de otros tiempos; o un Alex Mas que, ya lejos de aquellos años como joven promesa de la interpretación, mantiene todavía algo de frescura en medio de un ambiente adocenado y mustio. Hugo Ramos como intérprete del clásico Soy Minero, siempre mágico; Rosa Aparicio, Xesca Robles, el dúo Martorell y Muñoz y las dos super vedettes Elisabet Villena y Tania Alor, más bien que todo porque sí.
Palabras especiales, como siempre y como en todas las ediciones y en todo lo que haga, para Ponxi Dávila en su papel de folclórica por la que, aquí sí, no pasan los años y siempre supone uno de los clímax de la obra, donde el chándal, la lata de cerveza que se huele desde allende los asientos, el taconeo y la maravillosa interpretación de María de las Mercedes y más arte que en el Can Sisteré. A señalar también a Andrea, más comedida también, menos histriónica, aportando matices de bardo, matices de recitadora, matices de cómica que, lástima, quizás se únicamente recompensados con ofertas de presentación de actos de organizaciones políticas que prometieron el cielo y se quedaron en lo que te dije. Pero todo pundonor y trabajo artesanal, ambas artistas, junto con el resto del elenco (echamos de menos la mítica interpretación de la gran dama Ochoa y su canto alegre Rebélate), hicieron que durante dos horas y media, eso que llaman la vida, eso que ya hemos convenido en apuntar como una reverenda caca, fuera algo divertido, disparatado, caótico y participativo.
Así que, como siempre, felicidades a todos y cada uno de esos provectos y provectos artistas y artesanos del teatro y las variedades que convierten cada Navidad y cada acto benéfico de la Marató en una ocasión no para la lástima o la buena intención, sino para el disparate y la risa.
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