viernes, 26 de julio de 2024
Crónica de un viaje. Indestructible.
Hay quien duda, y con razón, de la existencia de Dios. Cada día vemos injusticias, genocidios, atrocidades, en las que la intervención divina para remediarlas o su intervención reparadora, se esperan, se imploran, se rezan, pero no aparecen. Dios no parece estar para las grandes cosas o quizás su plan sea otro y esto que nos pasa no representa más que una porción escasísima de lo que pasa y todo obedece a un plan. Vete tú a saber. Pero Dios está. Existir o no existir, no lo sé, Pero que está y que de vez en cuando, muy de vez en cuando, interviene para recordarte que lo que tú consideras libre albedrío, casualidad, suerte, son paparruchas y que es Él el que decide. Dios es quien decide mi suerte, dice la canción de Caetano. Todo comienza en una visita a la gasolinera de Vilches, en la carretera de Almería, esta Semana Santa. Nuestro coche presenta un aspecto exterior que delata que ha estado en manos de personal con una conducción digamos que poco escrupulosa. Así, el muchacho que echaba la gasolina, el gasolinero, mirando el coche y sus múltiples desperfectos comentó que 'iba a dejar el coche redondo'. Le expliqué que bueno, que el coche ya venía así y que aunque su aspecto exterior denunciase una cosa, por dentro funcionaba como un reloj. Y aquí el gasolinero sentenció: es que estos coches tienen motor Renault y, mirándoles nada más que el aceite, son indestructibles. INDESTRUCTIBLES. Escuchar esta definición me hinchó el pecho de un orgullo fuera de toda norma. Indestructibles. Así, en cuanto volví a casa, se lo comenté a Alba. Indestructible. Y así se lo fui comentando a todo aquel con el que he conversado sobre coches en estos últimos meses. De tal manera que, cuando hace una semana aproximadamente se me ocurrió bajar a las fiestas de Santiago Apóstol en el barrio de la Estación, mi barrio vilcheño, lo hacía confiado en que el pequeño Dacia, estaba atravesando un momento dulce. De tal manera que, en una conversación con amigos y amigas el pasado domingo sobre posibles compras de coche y marcas, volví a referir la anécdota de la gasolinera. Indestructible. Como dato para el futuro de este relato y que define que Dios está ahí, pendientillo, diré que surgió la marca MG como una marca barata, china, pero de calidad. Pues bien. Como quiera que justo al volver de Semana Santa hice la pertinente revisión y cambios diversos, pasé la ITV también la semana pasada y todo estaba en orden, el miércoles salí de viaje, junto a mi señora madre, hacia Vilches. Partimos a las siete de la mañana. Todo parece transcurrir con cierta normalidad, mucho tráfico de malditos camiones, no acabamos de enganchar el tema de la radio y los podcast y cuando estamos llegando a Tarragona se enciende la luz de la batería. ¿Por qué? En nuestra casa, el sistema Molina de reparación de cosas o de solución de imprevistos siempre ha confiado en 'espera a ver si se va solo', y así procedí. Paré en un área de servicio, el coche arrancaba pero la luz no se iba. Seguimos avanzando y cerca de Castellón comienzan a encenderse otras luces. En ese momento, si mis nervios estaban ya un tanto alterados, todo se me vino encima. Luces, luces, luces y al final, todo se apaga. No pasa nada, decía mi madre, mientras funcione el freno. Funcionaba. El coche deja de acelerar y va disminuyendo la velocidad hasta que nos quedamos aparcados en una milagrosa salida de emergencia. Casi llegando a Sagunto, donde hay un área de servicio que yo pretendía que fuera nuestro espacio salvador. Pero no. Dios quería enseñarnos algo. Llamada al seguro y peripecia con la grúa que si viene o no, que claro que viene y el gruísta es un tipo espectacular que nada más abrir el capó ya señala el problema. El alternador. Son las diez de la mañana. El sol ya cae a plomo. Mi madre y yo allí a pleno sol. Todo al azar. El gruísta decide salvarnos la vida y no dejarnos allí esperando un taxi, nos lleva a una base, su base y allí esperamos. El coche se quedará allá, nosotros ya veremos qué pasa. Al final nos ponen un coche de sustitución para acabar el viaje a Vilches. Los que tenemos casa en Andalucía o en otras partes, sabemos que esa casa se convierte en un contenedor de cosas de todo tipo que 'bajamos al pueblo'. En este caso, una televisión de tamaño mediano grande que sobraba en otro domicilio. La bajamos al pueblo. Atarrear con la televisión en la autopista, en la base, cargarla en el taxi, descargarla a doscientos mil grados kelvin que pegaban en Valencia, volverla a cargar en el coche de sustitución. Y mi santa madre viviendo todo aquello como 'otra experiencia más'. Y yo no quiero pasar más ruina, como dice el Cooper. Y aquí es cuando Dios demostró que está, existe y tiene sus momentos. El coche era un MG. Quienes me conocen saben que no soy la persona más hábil del mundo. Conducir un coche que no es mío, con los nervios, qué puede pasar. Supimos salir de Valencia. Supimos llegar a Vilches a las ocho y algo de la tarde. Durante todo el viaje no supimos escuchar ningún programa de radio más de cinco minutos. Zumbidos, interferencias, pérdidas de sintonía. Y tan solo al final, cuando ya cogemos la carretera de La Carolina a Vilches, aparece Radio 3 y en Radio 3 El Sótano y en El Sótano un concierto de la Velvet Underground del 69. Y una soberbia versión, precisamente, de I'm Waiting for the man. Es que todo tiene un sentido y un qué. El pequeño Dacia, indestructible, está en Sagunto todavía. Nada ha acabado. Ahora, a mostrar humildad, temeroso de Dios y bendito sea la virgen.
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