Me habían dicho que si, que fuera, que venga, que tú sabes, que no pasaría nada, y al final fui. Con otro colega, fuimos al XIII Congreso de la Federación Católica de Contratantes, que se celebraba en un muy completo resort de las Islas Canarias y mientras esperábamos a que diesen lugar las reuniones y conferencias nos dimos cuenta de que en el mismo recinto tenía lugar el IV Congreso de la Unión Española de Pintores Acrílicos. Me acordé entonces de mi amigo Diego Gerardo y asomé la cabeza a ver si lo encontraba por allí. Y efectivamente, allí estaba. Era nada menos que el Subsecretario de la Federación Castellano Manchega de Pintores Acrílicos Reunidos. Nos vimos, nos abrazamos, nos hizo ilusión vernos y quedamos en contarnos las vidas después de que terminaran los respectivos líos.
Quedamos en un bar del hotel, de ambientación puramente mexicana, con rancheras todo el rato de fondo y camareros vestidos con sombreros iguales a los que llevan los italianos en Barcelona. Diego Gerardo me contó un poco su vida. No nos veíamos desde que se fue hacía diez años al pueblo de sus padres, Hellín, y había montado un negociete que le había ido de narices. Era un potentado. Ahí estaba. Gordo, cabezón, con la coronilla pelada, con unas gafitas finitas y una pinta de taruguillo con dinero que inspiraba total confianza. Le pregunté por su parienta, la Saskia, y me dijo que bien, que la veía poco por que se habían separado.
Vaya.
Que tenían un hijo, el Alexis, pero que se lo había llevado ella y que la veía poco.
Vaya.
Que estaba bien, que una vez al mes quedaban y eso. Que él ahora estaba muy bien, que se había vuelto a juntar con una muchacha del pueblo, que se llamaba Pili y que era muy maja y estaba muy a gusto. Que era la secretaria de la empresa y que cuando empezaron a ir mal las cosas con la Saskia ella se portó muy bien y que 'mira, nació el amor'.
Vaya.
Pues qué bien, le dije. Me alegro de que lo hayas llevado tan bien.
Pero era mentira. No me alegraba. La Saskia. Menuda elementa. Me tenía loco la Saskia cuando íbamos al instituto. Yo entonces era un pintas. Me daba todo igual, vivía al límite, estaba siempre en la calle con los chavales, tenía una motillo que me había ganado vendiendo cosejas que encontraba por ahí y me gustaba la Saskia más que el veneno. Era más mala que el demonio. Era una morena pintillas que si la mirabas no tenía mucho pero que en cuanto llegaba a un sitio dejaba a los tíos patas arriba. Su secreto no lo entendí nunca. Decía las cosas de mala ostia, siempre tenía cara de aburrida, de asqueada, de que todos le parecíamos una puta mierda, de que ella estaba por encima, de ser mayor, de que tenía un novio que había estado en el talego, la Saskia nos ponía a todos como motos. Queríamos que nos mirara mal, que nos hiciera daño.
Un día, a la puerta del Insti, le dije que me molaba. Me miró, se rió, me levantó la mano y me dijo 'no te pego dos guayas porque me das peña, niñato'. Luego me amenazó con que iba a venir su novio y me iba a calentar. Me daba igual.
No sé porqué ni porqué no, la Saskia se salió del Insti y empezó a currar en un super. Ahí siguió hasta que se fue con el Diego Gerardo. Se habían conocido al parecer en el Skay y como el Diego manejaba pues dejó de ser el puto gordo cabezón para el puto gordo cabezón con pasta. Que mal me caía el Diego de los huevos. Se ve que la Saskia se agobiaba en el pueblo y se hartó y se fue. Diego Gerardo me dijo que la echaba de menos, pero que era mala, que por mucho que él hiciera siempre tenía aquella cara de asco a todo. De agobiazo.
No me resistí a preguntarle que a dónde había ido la Saskia. Me dijo que se había vuelto a casa con el Alexis, que vivía con su hermana, la Saray.
Pero mira, lo que son las cosas. En el Congreso conocí a Maria Antonia, que era la delegada murciana de la Federación y nos caímos bien y.... que me dio miedo la Saskia, la verdad.
Ay que ver con la Saskia, pasión y terror todo es uno!
ResponderEliminarbon profit i bona tarda!
ptns
Pues caballero, ¿qué quiere que le diga?, pues que aunque soy una persona muy creyente y cristiana confesa no iría a un Congreso católico ni aunque fuera a gastos pagados (espero no herir la sensibilidad de nadie con mis palabras).
ResponderEliminarUn saludo afectuoso.
Ay, los congresos, ¡ud si que sabe pasarlo bien!
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