martes, 7 de julio de 2015
Gorteza
El tiempo es la medida de todas las cosas. El tiempo que se tarda en ir de una parte a otra del mundo. El tiempo que dedicamos a pensar. El tiempo que transcurre desde que lo pensamos hasta que lo hacemos. El tiempo que tienes para contemplar la posibilidad de que lo que estás viendo, en realidad puede que no sea real. El tiempo que hace que no la ves. El tiempo que repites. El tiempo que Estevita Darién paró en aquel breve lapso de tiempo. Gorteza se había vuelto loco. Gorteza había desconectado de la realidad en el momento en el que la puerta se abrió y apareció Rípodas y su mirada se cruzó con la otra mirada de él. Y Gorteza desconectó. Perdió el contacto con la realidad. Recordó, ya loco, que eso mismo le había pasado una vez antes. Claro, la vez aquella en la que Rípodas se intentó suicidar delante de él. Hoy Rípodas aparecía de nuevo ante él, pero no venía a matarse, venía a matarle. Gorteza desconectó. Pensó en el tiempo. El tiempo que hacía que no soñaba. Gorteza soñaba y pensaba e imaginaba mundos, lugares, espacios, situaciones. Gorteza vivía de milagro, subsistiendo gracias a la buena fe de unos y de otros, por que Gorteza no era mala gente al fin y al cabo. Gorteza estaba vivo porque no molestaba a nadie. Porque a todo el mundo le parece bien que una persona se quede en el sitio, un poco por detrás de los demás quizás, y que no moleste demasiado. Molesta más ir en dirección contraria. Molesta más decir que algo no te gusta. Molesta más molestar. Gorteza se había quedado suspendido en el tiempo, pensando en el tiempo. El tiempo que hacía que no estaba sentado en su butacón, sin comer, con los ojos entornado, viendo cosas. Ahora quería estar en aquel estanque en el que una vez estuvo, hace muchos años, un estanque que estaba a las afueras de su pueblo, de Villastanza, un estanque que imaginó fuera de los límites de la ciudad. Un estanque que soñó una vez y que pensó que estaba en los límites de Villastanza. Abría una puerta en su casa y se encontraba con un parque estupendo, un parque majestuoso, justo al lado de Villastanza. En ese parque enorme había un estanque, un estanque en el que había patos, cisnes, etc. Etcétera, recurso para decir que no sabes qué decir. Etcétera, no sé qué más animales puede haber en un estanque. Gorteza tampoco los conoce. Gorteza está de nuevo sentado a la orilla del estanque y mira los animales, mira los árboles que tampoco conoce, mira cómo los patos comen cosas que hay en el agua, y mira a su lado a una persona que le mira y se ríe. Es una mujer que es algo mayor que él, no se ha dado cuenta de que estaba a sulado todo el rato y cuando la mira, ve que es una mujer tan guapa que juntando todas las lunas llenas, los cuartos crecientes, los menguantes, la D o la C, y los satélites y pequeños asteroides, los soles y estrellas fugaces, quasars, cometas, polvo de estrellas, planetas y astros del cielo que se puedan enumerar, no juntarían jamás el atractivo celeste de aquella mujer, algo mayor. Esa mujer le está mirando y sonríe y ya todos pensamos en la posibilidad de que esa mujer sea quien esperamos que sea, y que vaya a decir algo que nos sorprenda, que nos indique por donde va a tirar la historia. Pero esa mujer sonríe y se lleva la mano a la cabeza. Se rasca la cabeza y se va arrancando poco a poco la piel. Va escarbando y al final mete dos, tres dedos en su cabeza. Y del interior de su cabeza, saca un reloj, lo mira y detiene el segundero apretando un botón. Ella ha detenido el tiempo. Gorteza se ha vuelto loco. En el parque hace muchísimo calor, un calor endemoniado. Gorteza se levanta y quiere ayudar a la mujer a recomponer su cara. Entre los dos vuelven a ponerlo todo su sitio. Los patos siguen comiendo y el sonido agua, el rumor del agua, lo invade todo. Gorteza piensa, mientras sueña, mientras está desconectado, cuánto tiempo ha transcurrido. Rípodas todavía no ha decidido a quién quiere matar primero, si a Estevita o a Gorteza.
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