jueves, 2 de julio de 2015
Gorteza
Rípodas se encaminó, con toda la razón del mundo, a la Oficina y presentó una queja formal: 'No puede ser que se hagan las cosas de esta manera, me despisto yo, se despista la gente, pierde el interés y lo que parece un recurso literario se acaba convirtiendo en la constatación de que no tienes idea de por dónde vas. Por favor, seriedad'. Una vez expedida la queja le enviaron sin más demora a una de las ventanillas que estaban vacías donde un amable caballero le entregó un billete de tren con destino a Villastanza de Llorera para que pudiera, de una manera u otra, matar o intentar matar a Gorteza. Gorteza mientras todo esto ocurría, se medio espabilaba de la borrachera que había agarrado en el bar del Frederico. Carina Ocáriz y Estevita Darién se iban relevando en esa difícil tarea de cuidar a una persona con una cierta resaca. Una preguntaba que cómo estaba Gorteza, la otra igual no hacía nada, porque no había nada que hacer. Allí estaban. Un impasse de tiempo en el que no pasa nada. La narración pierde interés. Camino agotado. Aquí debería pasar algo y no está pasando. Estamos esperando a que llegue Rípodas, a que asome el tren por la estación, a que se baje del vagón, a que recoja esa maleta que hace siempre que se va de viaje pero que no deshace nunca, a que camine por las calles de Villastanza buscando el lugar en el que se encuentra el domicilio de Gorteza, que él ya conoce. La voz de Mirta ha desaparecido. Rípodas está llegando. Algunos, no todos, se preguntarán si Gorteza soñó algo o vio algo en ese trance somnoliento que sucede a la ingestión de unas cuantas copas de vino, cuando no estás acostumbrado al vino. Y la respuesta es que no. Gorteza no soñó nada. Porque si hubiera soñado algo, ya se imaginan que no hubiéramos tardado ni medio segundo en contarlo, huérfanos como estamos de sucesos importantes en el transcurso de esta historia. Gorteza estaba asustado, no soñar, no imaginar, prácticamente le anulaba como persona. La presencia de aquellas dos mujeres en su domicilio (el hombre en casa, enfermo, las mujeres le cuidan, qué rancio es todo), le resultaba también extrañísimo. Pero se dejaba hacer, no quería darle demasiadas vueltas. Las dos mujeres parecía que ya no tenían nada que hacer allí. Estevita Darién, sin embargo, no quería marcharse. Algo sabía, claro, de las intenciones de Rípodas, por aquello de que era un ser con conexiones con otras dimensiones y por que tenía el control del Universo en aquellos lares. Bien. Rípodas está llegando. Carina Ocáriz no se entera de nada. Gorteza mira a Carina Ocáriz mientras ésta hace ademán de ir preparando algo de comer, pasta, lo que sea, y Gorteza vuelve a recordar aquella escena de Carina Ocáriz con la cabeza rebanada. Abierta como una sandía. Rípodas estaba llegando a la casa de Gorteza. Gorteza presentía algo, Estevita lo sabía. Qué tensión qué nervios. Podríamos dejarlo aquí. En alto. Pero mañana igual no tengo ganas de escribir. Yo que sé. Así que sigamos adelante. Un poco solo. Rípodas llama a la puerta y Carina Ocáriz va a abrir. Ni Estevita ni Gorteza han hecho ningún gesto. Ambos saben lo que viene. Rípodas toca otra vez el timbre, impaciente. Carina Ocáriz aprieta un poco el paso para abrir. No acaba de empujar la puerta hacia sí para hacer el gesto de abrir la puerta cuando un brazo con una navaja de barbero al final, asoma y se dirige certeramente a uno de los ojos de Carina Ocáriz, como en esa película de Buñuel, más o menos. Y con la navaja ya en el ojo, Rípodas empuja la puerta y sin más lleva a cabo lo que ya contamos aquella vez. Con la navaja clavada en el ojo, hace fuerza y abre el cráneo entero de Carina Ocáriz. Gorteza y Estevita todavía no hacen nada. La agente Ruipérez tampoco, pero es que ya dijimos en su momento que la agente Ruipérez ni pinchaba, ni cortaba, valga la redundancia.
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