Baal se despertó en cuanto el radiodespertador se puso en marcha, apareciendo la voz del locutor que hablaba del inminente peligro que corría algo muy importante. Baal, oh Baal, se vistió y se tomó un vaso de leche, sin pararse a hacerse tostadas o a abrir un paquete de galletas ya que llegaba tarde. Baal, poderoso, bajó a la calle y se encaminó al párking en el que le esperaba su coche, para ir al trabajo. Baal, gran Baal, tardó más de lo previsto en llegar a su puesto de trabajo ya que aquel día el tráfico estaba siendo espantoso por toda la ciudad. Estaba lloviendo y Baal, magnífico, no pudo contactar con nadie para avisar de que iba a llegar tarde. A Baal, oh Baal, no le gustaba la lluvia. Baal, omnipotente, llegó a su lugar de trabajo y durante unas cuantas horas desempeñó su tarea, con más o menos acierto. Baal, excelso, salió a una hora determinada a comer y lo hizo acompañado por otros compañeros y compañeras de trabajo. Baal, gran Baal, participó en una conversación sobre los graves riesgos que corría el conjunto de algo que se le escapaba si no se llevaba a cabo una acción o una serie de acciones que resultaban inaplazables. Baal, fabuloso, intervino repitiendo más o menos los argumentos que durante su despertar había escuchado y que también en la radio de su automóvil se habían ido repitiendo. Esos argumentos de Baal, tremendo y refulgente, venían a coincidir con los de sus compañeros de mesa. Llegada la hora de regresar al trabajo, Baal, sabio y terrible, recibió una notificación de un superior por la que se le conminaba a acelerar el curso de los trabajos que debía realizar, so pena de recibir una sanción o bien, ver peligrar su puesto de trabajo. Baal, glorioso, se afanó pues en cumplir con lo que se le demandaba e incluso, se quedó en su puesto de trabajo después de haber tocado ya la hora de volver a su casa. Algunos compañeros le preguntaron a Baal, incomparable Baal, si no se iba con ellos, pero Baal, fantástico y omnisciente, les dijo que no, que se quedaba un rato más. Dos horas después, Baal, gran Baal, habiendo medio arreglado lo que le pedían, volvió a coger su coche y regresó a su casa, escuchando un programa musical en el que muy de vez en cuando sonaba alguna canción que a Baal, oh Baal, le parecía correcta. Baal, supremo, dejó el coche en el parquing y fue a su casa donde se dispuso a preparar algo para cenar.
Y Baal, estupendo, batía un par de huevos para hacerse una tortilla francesa cuando, al ir a meter la mano en el recipiente de la sal, sintió un escozor en el dedo producto de que el dedo se encontraba algo descarnado dado que Baal, excelso, había estado nervioso durante las horas de trabajo. Baal, inigualable e inalcanzable, dejó lo que estaba haciendo y se sentó un momento en una silla que Baal, bendito, no recordaba haber comprado.
- Creo que como prueba ha sido suficiente.
Y Baal, oh gran Baal, dejó ese mundo y volvió al mundo original que Baal había creado en el que...
- Oh Baal, grande eres y modesto a la vez al querer probar los sinsabores y rutinas de la vida de tus creaciones.
- No, no, no te equivoques mortal, yo no tengo nada que ver con esto. Un día, quizás, podréis venir a mi mundo. Quizás. Un día.
Baal comiendo galletas...? No, no, esa imagen resta divinidad. Ni los modelos comen galletas, así que, Baal menos.
ResponderEliminarSeguro que es mejor que este. Pero no sé, no me animo mucho a visitarlo.
ResponderEliminarFeliz fin de semana, monsieur. Sin miscelánea hoy?
Bisous