Para todos aquellos que piensen que mi experiencia en el espacio, en la MIR, fue fascinante y que no debería parar de hablar de ello, les tengo que decir que esto es un poco como todo. Es un poco como el fetichismo, que es cosa de cada uno. Todos tenemos cosas que nos apasionan y que hay gente que aborrece y en cambio hay temas que a las personas les encandilan y a otros nos parecen rutinarias. En la MIR, el trabajo era muy rutinario. Todo ese mito de que en el espacio cualquier acción que se emprende tiene una trascendencia enorme porque 'es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad', se te pasa a los tres o cuatro días. Esto es una reflexión personal, que la expongo aquí y que no tiene que ver con el relato, pero creo que es interesante, que un espacio, una acción, un evento, no sé, lo que sea, pierde ese glamour, ese aura especial, cuando uno va al lavabo. Una base espacial en principio es un lugar muy imponente. Estás en el espacio, ves la Tierra ahí, con ese azul maravilloso que te encandila, que te transporta, pero lo que estás haciendo dentro de la nave es bastante poco estimulante. En el espacio la mayoría de las cosas que puedes hacer están muy pautadas y definidas. Tienes poco margen para la libertad y la creatividad. Ni siquiera yo, que iba a esa misión con un papel casi de pandereta, me podía permitir demasiados alardes.
Siempre estábamos haciendo lo mismo. Incluso había fallos, errores y averías que ya estaban previstos, porque se habían realizado cálculos precisos para todo y todo tenía su qué y su porqué. Estar en la base espacial MIR me enseñó que lo pautado está bien, me gusta, pero prefiero no saber porqué está todo ya reglado y dicho. Prefiero pensar que todo es así porque sí, lo hago, lo acato, pero no que se me enseñen los entresijos de la maquinaria que hace que todo vaya como va. No quiero saber, me conformo con ir, estar y que otros se ocupen de...
El italiano, desde que se enteró de que la rusa había besado a Chovanek, venía todos los días a mi habitáculo. Venía, lloraba, se cagaba en todo, decía que iba a matar a Chovanek, que todo era una mierda, que no la quería liar en el espacio pero que cuando bajaran se iba a enterar. Yo le miraba, asentía, le daba la razón, pero pensaba... chico, si estuvieras tan mal, tan mal, ni espacio ni mierdas, le dabas dos ostias a Chovanek y se quedaba con ellas y que te vinieran a buscar al espacio luego. Así era como pensaba yo. Pero no se lo decía. Porque tampoco quería hacerle palmas y que se lo tomara al pie de la letra y tuviéramos un lío.
Estuvimos seis o siete días así. Chovanek por esos días no daba muchas señales de vida. La rusa tampoco es que estuviera siempre con Chovanek. El checo se encerraba en uno de los laboratorios a hacer sus cosas y no hablaba con nadie. La rusa también andaba un poco a su aire.
Un día, la alemana vino a mi habitáculo. Estuvimos hablando no sé a santo de qué y al parecer los dos éramos seguidores de un grupo alemán. Ella como era alemana, lo tenía más fácil y eso, por lo que cuando yo le dije que tal, le hizo gracia. No sé, estuvimos mucho rato de cháchara. Se fue y desde ese día nos hablábamos y echábamos unas risas. Pero nada más, ojo. La alemana era una chica muy divertida, pero no me gustaba físicamente. Uno es como es. Me reía mucho con ella.
Pues oye, fue escuchar las risas y el jijijaja y salir Chovanek de su aislamiento. El mismo procedimiento, le hablaba en alemán a la alemana con gesto y tono desbrido, ella se quedaba como extrañada con lo que le decía... a las dos semanas Chovanek entró en mi habitáculo para decirme que había besado a la alemana. Que esperaba que no me importara.
Nada. Qué me va importar. Ni que yo me hubiera enamorado o algo. Me cago en su puta madre.
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