.. y entonces intervino aquel al que estaban todos esperando a escuchar. Ya habían terminado las presentaciones y todos los urbanistas y pensadores de entornos celestiales se habían cansado de intentar averiguar qué era lo que aquel tiempo necesitaba, qué ciudad podían pedir aquellas personas. Todos eran conscientes de que sus intervenciones solo habían sido programadas para preparar la intervención de aquel gran sabio, venido de la mismísima Italia, que había publicado tantos y tantos libros y tantos estudios y que había sido amigo de actores, músicos de rock, políticos de todo signo y hasta de otros arquitectos. El ínclito Guglielmo Tontini, comenzó a explicar nuevamente toda su sucesión de tópicos sobre el espacio, la importancia del espacio, cómo el espacio nos define y nos inspira, cómo la gestión del espacio hace del hombre un ser diferente, que nadie ha gestionado nunca el espacio como el hombre y que cualquier hombre sabe que su espacio es uno y no otro, que en la Creación, el Creador (¿?) nos había dispuesto de manera tal a todos y cada uno de nosotros para que el espacio fuera tan importante y trascendente como el propio hombre, que lo que el hombre podía hacer para llegar a ser Dios era gestionar el espacio, que en la ciudad de Florencia, allá por el siglo XIV...
Fue ahí, justo ahí, cuando aquel otro arquitecto, que hasta aquel momento se había mostrado interesado a medias por las intervenciones de los conferenciantes que intentaban emular el lirismo, místico y afectado de Tontini, desconectó del todo. Y su mente comenzó a viajar por otro tiempo, un tiempo en el que él estaba en todo, en el que él lo tenía todo, un tiempo pasado, aquel tiempo pasado que todos hemos mitificado alguna vez, aquel tiempo pasado en el que todo y todos estaban allí, un tiempo que estaba allí y que parecía perdido, que solo volvía en momentos determinados, momentos de una desconexión total. Le vino así a la cabeza otra vez un tiempo, unas personas, una cara, una botella de vino, unas cervezas, muchas cervezas, canciones de los Kinks, una cara que puede que fuera la misma cara, aquel primer disco de King Crimson, la primera canción del primer disco de King Crimson, la música, una vez que... o cuando... el tiempo, otro tiempo, diferente, que no era como ese, un tiempo y otro espacio... un momento, pensó. Un momento.
Gluglielmo Tontini estaba hablando de una armonía de espacios singular tal, que hacía tocar la divinidad acariciando una balaustrada de Siena... cuando el arquitecto que ensoñaba dejó de ensoñar y pensó lo siguiente. Levantó la mano y antes de que le dijeran que podía hablar hasta que Tontini concluyera su alocución, lo soltó:
- Yo creo que ya está bien. El pasado, la ensoñación, ese espacio. Yo lo que quiero es tomarme una birra y si es ahora mejor que mañana. Y si es en este espacio mismo, mejor que esperar a llegar a Siena. ¿Quién se viene?
Yo voy.
Feliz día, Ángel Paz.
Y disculpa la interpelación. O la interjección. O la intersección.
Que te pagues unas birras.
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