Mi vida se ha convertido en todo aquello que no quise que fuera. Pretendí, no sé en qué momento, convertirme en un ángel de la muerte, en un ser auto destructivo de esos que pueblan los libros de poemas, las primeras novelitas de lectura obligatoria, las películas con las que uno crece, la portada del Idiot de Iggy Pop, un ser vacío que a base de bebida y poca comida, de noche y soledad, de exceso y culpa, fuera camino del desastre. Un desastre que me llevaría a la gloria. Quise que mi vida fuera acción y caos, sembrar el pánico, hacer el mal, castigar y dañar, ser el veneno que acabase de rematar a una sociedad que no merece otra cosa que la liquidación completa. Era una lucha entre ellos, el mundo, lo normal y yo.
Creo que todo se quedó en unas cuantas cervezas, alguna noche sin dormir, discusiones en torno a algo que era fijo y cambiante, poco menos que nada. Al cabo de unos años, me encontré yendo al ambulatorio por que algo no iba bien a la hora de mear. Y casi sin solución de continuidad me encontré una mañana poniéndome unos pantalones de deporte, sacando de la caja unas zapatillas para correr y el daño estaba hecho.
Y corro. Corro todas las mañanas antes de ir al trabajo. Cuando no he tenido trabajo, a veces hacía doble turno, respetando el de la mañana y haciendo doblete por la tarde. Corro. Voy por el río hasta el final, hacia la playa y luego subo hacia arriba, al segundo puente de Montcada y voy haciendo. Voy corriendo hasta que llega una hora y me vuelvo a casa. Como todo me ha ido viniendo sobre la marcha, no tenía pensado comprar cacharros o máquinas que me ayudasen a medir el esfuerzo ni nada de eso, pero poco a poco he ido viendo como mi cuerpo se iba viendo acompañado por adminículos, medidores, un móvil, un reloj... Y corro.
Y cuando corro, cuando estoy corriendo, veo mi sombra reflejada en el muro. Veo a alguien que está corriendo y siempre me cuesta reconocer que soy yo, pero soy yo. Corro y hago algo que antes pensé que iba contra mis principios. No se trata de decir que correr es algo que vaya contra nada, pero una vez que empecé a correr, personalmente, lo dejé todo.
Veo una sombra en el muro. Una sombra de lo que yo soy. Cuando corro pienso. Me pongo la radio, escucho música. Escucho a la gente hablar mientras corro. Adelanto a alguna gente, otros, pocos, me adelantan a mí.
El otro día me asusté. La sombra en el muro me adelantó. Fue algo extraño, como son las cosas que no entiendes. El otro día, después de haber llegado al segundo puente y disponerme a volver a casa, note´que la sombra en el muro se iba. Volaba. No la podía alcanzar. Con una reacción instintiva intenté acelerar e interpreté que era como una señal, un símbolo, una especie de pistoletazo de salida. Me había acomodado y mi sombra me decía que debía acelerar. Demasiado onírico. ¿Qué hace mi sombra pensando cosas? Es mucha imaginación. Mi sombra no me esperó ni la pude alcanzar. Cuando llegué a casa, mi sombra me estaba esperando. No me dijo nada. Seguimos los dos como si tal cosa.
A la mañana siguiente mi sombra se paró a tomar algo. Mi sombra se quedó fija en la pared viendo cómo jugaban a fútbol unos niños y niñas. Mi sombra entorpeció a un ciclista. Mi sombra quiso empezar a hablar con un grupo de mujeres que iban caminando. Mi sombra me llamó y me dijo que quería volver. Mi sombra cobra vida.
Mi sombra ya no sabe porqué hay que ir a correr. Mi sombra va a los bares y habla de política. Mi sombra comenta vídeos que ve en internet. Mi sombra quiere ser como vosotros. Mi sombra no quiere ser más como yo. Mi sombra ha comenzado a llevar sombrero.
Yo he dejado de correr.
Cualquier día dejo de contar todas estas tonterías. Mi sombra dice que lo deje. Mi sombra quiere que me apunte a un curso para aprender a escribir.
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