Paparruchas. No lo han dicho en toda la obra, pero Paparruchas sobrevuela constantemente durante la representación de la Cançó de Nadal de Dickens esta tarde en el Teatre Sagarra. Se me ha hecho corta. La Cançó de Nadal, el Cuento de Navidad de Charles Dickens es un clásico recurrente de estas fechas, salvo para una porción de gente que no conoce este referente. Los tres fantasmas de la navidad, el Sr. Scrooge, Paparruchas, el fantasma de las navidades del Futuro. Esas veces que uno, el día de Nochebuena, camina hacia su casa para ducharse y ponerse medianamente presentable para ir a cenar a casa de sus padres y ve a esa gente tomando una cerveza o un cubata, solos, en el bar. El fantasma de las navidades del futuro.
Teatro lleno, muchos niños y una espectacular puesta en escena inicial de l’Excèntrica haciendo alarde de fuerzas. Un primer número en el que Juanjo Marín y los suyos (que son muchos) ponen sobre la mesa toda su potencia y sus credenciales como centro de creación cultural y donde no falta el baile con la alcaldesa porque porque porque, no sé. Estaba allí. Y a partir de ahí, la obra. El clásico de Dickens.
El Sr. Scrooge es un avaro jefe de una oficina en la que tiene esclavizados a sus empleados. No le gusta la Navidad. La Navidad es una pérdida de tiempo y sobre todo de dinero. No es como nosotros, que no nos gusta la navidad porque no somos consumistas (aunque compramos), no somos cristianos practicantes (aunque la celebramos). El Sr. Scrooge es un cenizo, un agrio, un triste, un resentido. Como es tan así, ni hace caso de su familia, de sus empleados ni de los niños que lo pasan fatal, y se va a la cama sin creer en la navidad y eso que estamos ya a 22 de diciembre y quién más quién menos ya tiene comprados regalos, ha comprado lotería, ha participado en el amigo invisible, etc.
Como es tan maloso, la figura de su ex socio Marley se le aparece para decirle que se le aparecerán tres fantasmas, el del pasado, el del presente y el del futuro. El del pasado para que recuerde cómo era de joven. El del presente para que vea el mal que causa. Y el del futuro para que asista a lo que será su final.
La obra es efectivamente moralizante, la navidad como tal igual es una bufa, pero si nos sirve para tener, durante unos días, algo de humanidad y que dure en el tiempo… no vamos a poder ser buenos siempre, nadie puede serlo, quizás sí, no lo sabemos, intentémoslo. Ser buenos. Qué cursi. Paparruchas. Los tres fantasmas se aparecen y van atormentando a Scrooge, un siempre estimulante David Anguera, que lo mismo te hace de duelista que de Scrooge o de maestro de ceremonias y pianista.
Un despliegue de medios de l’Excèntrica para una obra que se hace corta y breve, porque lo que cuenta finalmente es el tema benéfico y un sorteo final al que ya no me quedo porque tanto corazón no tengo yo en el pecho.
Cuento de Navidad, los fantasmas atacan al jefe, ¿se acuerdan? Bill Murray… ¿no? Bueno. Pues no. Es posible que no lo recuerden. Casi nadie recuerda nada ya.
Qué corta se me ha hecho. En fin. Y no han dicho ni una vez paparruchas. Paparruchas.
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