Un momento. Solo
un momento. Paremos un momento. Contemplemos las flores. Contemplemos el cielo
azul. Deleitémonos con las pequeñas cosas. Por un instante. Dejémonos de líos,
de calentaderos de cabeza, de discusiones, de análisis, de rimbombantes
declaraciones, de golpes en el pecho, de alardes de erudición, de símiles, de
analogías, de perífrasis, de paráfrasis, de ósmosis, dejémonos de todo eso y
por un instante, miremos al cielo, miremos las flores. Apreciemos los pequeños
detalles. Disfrutemos con las pequeñas cosas. Volvamos la cara a lo sencillo. A
lo común. A lo próximo.
Las pequeñas
cosas de la vida. Esas tonterías que dan sentido a nuestro quehacer diario.
Esas pequeñas costumbres. Esos pequeños momentos que nos reconcilian con el
mundo. El olor del café, la hierba recién cortada en nuestro jardín, una bolsa
de patatas fritas recién abierta, pasar por delante de los pollos a l’ast de
delante del Olimpo, darte la vuelta en la cama porque queda todavía media hora
para levantarte de la piltra.
Hoy, por ser hoy,
tenía previsto yo consumir una pechuga de pollo que tenía en la nevera y que
pensaba que pudiera o pudiese estar ya pidiendo explicaciones sobre su vida,
perspectivas y demás. Una pechuga de pollo en solitario no es un manjar como
para andar radiante por la vida. Una pechuga de pollo a secas, si no hay otra
cosa, pues no hay otra cosa, pero si se puede, pues se adorna. Y hoy he
decidido hacerme unas patatas fritas. Unas patatas que no fuesen congeladas por
lo que he retomado la muy santa y muy decente tradición de comprar patatas. Y
he ido a comprar patatas. Una o dos patatas, tres o cuatro patatas, nada que se
acumule demasiado tiempo. Luego voy viendo patatas por toda la casa. Unas
cuantas patatas. Pocas patatas. Casi para hacerme el plato de patatas hoy y ya.
Pero eso ya es difícil, porque las patatas ya las venden agrupadas, embolsadas,
empaquetadas. Y será bueno. O será plástico.
He ido a mi
tienda de confianza. No diré qué tienda es. Es mi tienda de confianza cuando
quiero comprar ese puerro, esa cebolla, ese pimiento verde, ese pimiento rojo,
esos plátanos, esa media sandía que irá poniéndose pocha porque yo la sandía…
pero la compro igual. No compro casi nunca verdura, fruta, esas cosas. En mi
tienda de confianza no me conocen demasiado. Suelo ir después de currar, justo
antes de hacer la comida.
He ido a mi
tienda de confianza. Sin mirar. Sin preocuparme. Pensando en lo mío. Quizás con
el móvil en la mano. Quizás atendiendo a cosas importante. Arreglando un mundo
que requiere de mis servicios urgentes aunque el mundo sabe perfectamente que
mis servicios son prescindibles. Iba yo distraído, atolondrado, pensando en
comer y seguir con la lucha diaria. El mundo, la sociedad, los pueblos de
España, caballo cuatralbo. El caso es que he entrado en la tienda.
El suelo estaba
recién fregado. La chica encargada de la tienda acababa de fregar. No la he
visto con el mocho en la mano.
El odio. Cada vez
que pele patatas. Esos ojos de odio.
Detengámonos en
esos pequeños momentos. Contemplemos el cielo. Parémonos a oler las flores.
Mira el suelo por si lo acaban de fregar. Respeta.
En España, si el asesino dice que te mató porque le habías pisao el suelo recién fregado se considera atenuante, verdad? xD
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