En una de las carpetas del profesor Enjund, emérito investigador de la Universidad de Fred, hemos encontrado este caso que nos ha parecido ciertamente curioso y que no deja de ser una prueba más de todo lo que hemos ido comprobando sobre las teorías de la mirada ovoide del profesor Almayr.
'En el pueblo de Freierstund, vivió al parecer a principios del siglo XIX un hombre llamado Albertas Dariuszkas. Aquel hombre venía del norte, aún más al norte de Freierstund, que ya estaba bien al norte. Apareció durante un invierno especialmente crudo. Cubierto de una piel basta y un gorro grueso y de unas especie de anteojeras bastante curiosas, entró en la taberna y pidió un vino caliente. Se lo sirvieron, bebió y pidió otro. Y otro. Y otro. Hasta que entró en calor. El recién llegado fue interrogado por la parroquia del local sobre su origen. Venía del Norte, pero no sabía como se llamaban las tierras en las que nació. Le preguntaron por su nombre y dijo que un cura le había puesto de nombre Albertas Dariuszkas. El sacerdote se llamaba Dariusz y el nombre de Albertas le pareció al cura adecuado para aquel especimen. Era alto, enorme, muy fuerte. Se quitó la pelliza, se quitó el gorro, pero dejó puesto las anteojeras, ahora dispuestas como un antifaz.
Empezó a tomar copas de aguardiente. Pareció tomar confianza y se quitó aquella protección para los ojos. Miró al tabernero. Algo ocurrió que el tabernero sintió un dolor terrorífico en su cabeza y cayó muerto. El hombre volvió a ponerse rápidamente el antifaz y salió de la taberna. Todos se quedaron paralizados.
Nadie supo qué había pasado con aquel hombre llamado Albertas hasta que unos días después lo encontraron muerto, con marcas en el cuello y una soga. Se había colgado en un árbol alejado del pueblo. Y allí lo enterraron. Todavía con el antifaz puesto.
Casi 150 años después, en el pueblo de Freierstund se instaló la fábrica de condensadores y maquinaria para camiones Skilda. Muchos vinieron a vivir a aquella población. Se construyeron nuevas casas. Algunas de ellas estaban planeadas en unos terrenos alejados del centro del pueblo. El equipo constructor consultó con el consistorio la posibilidad de trasladar una tumba que se encontraba en aquellos terrenos, al cementerio local. El alcalde dio su aprobación.
Al desenterrar aquel montón de tierra se dieron cuenta de que no había féretro, y solo unos huesos envueltos en trapos, una pelliza, un gorro y unas anteojeras.
Nada pudo construirse en aquellas tierras.'
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