Vista la tercera temporada de Stranger Things es necesario hacer un análisis de la serie y digo más, de todos los años ochenta. Yo lo sé porque estuve ahí. Los años ochenta a través de las películas de los ochenta a través de los ojos de un niño que crecía pensando que todo lo que contaban esas películas era malo. Aunque molaran. Así que cuando ves ahora una serie que calca todos los estereotipos de aquellas películas y te los devuelve casi cuarenta años después y tu ya no eres ese niño soviético que se negó a ver ET, lo recibes todo con otra alegría. Casi con alegría. Me sale todo el rato alergia, pero es que escribo rápido.
La serie, las tres temporadas tienen un argumento básico. Un grupo de chavales, cada uno con su cosa, combaten algo que viene de otro mundo o que es de otro mundo y que es malo. Y cada uno con su cosa, incluso una de ellas, Ele, con poderes de super heroína, los combaten y los vencen temporada tras temporada.
Naturalmente esa es la trama principal y están las subtramas, las relaciones entre ellos y ellas, el crecimiento, el paso de la niñez a la adolescencia, la asunción de que no eres tan guay como pensabas, la asunción de que quizás eres guay, la reafirmación en tus propias convicciones, añadir miembros y miembras nuevas a los grupos, todo eso. Todo eso que ya estaba en todas esas películas que todos conocemos y que en su momento (yo es que era de esos que se negaba a dejar de jugar, a pensar que lo que era crecer era una puta mierda y que todo, absolutamente todo lo que viniera, sería siempre peor, entrar en el mundo adulto, la responsabilidad, relacionarse con otros seres, mal, todo mal y ojo, no he espabilado), uno miraba con displicencia y ahora te tiene enganchado.
Es también admirable el tratamiento de los papeles de los adultos. También con todos los estereotipos posibles. La madre Wynona, el policía Hopper, los padres de los demás niños, están todos calcados de patrones que ya hemos visto en otros lugares, pero que nos reconfortan.
Porque para los que crecimos, y aquí creo que voy a empezar a copiar ya directamente lo que dice Vallín o creo que lo que yo entendí que dijo Vallín, en los ochenta, ese es el mundo y esa es la época en la que vimos el mundo. Para bien o para mal. Y devolvernos a esa época nos parece cómodo y lo cogemos con simpatía. Y creo que no voy a profundizar mucho más porque tampoco me veo capaz de reproducir los argumentos de los que os estoy hablando. Una lástima.
Hay personajes y personajes. Hay personajes con los que empatizas, como Ele, personajes que no y luego sí, como el guaperas Steve, personajes que no todo el rato como Mike, o personajes que nunca sabes cómo ni porqué. Digámoslo claro, no sé si hubiera querido tener como colega a Dustin, aunque seguramente hubiera sido colega de Dustin. Y no querría. Pero los raros nos juntábamos entre nosotros, de toda la vida, te guste o no.
Mención especial para Robin, que solo aparece en la tercera temporada pero que siendo la viva imagen de su madre la gran Uma Thurman, se come la pantalla. Qué cosa. Y ahí está Steve para aguantar el reto. Y esta trama lo hace todo mucho mejor.
Vi la primera temporada hace años y no he podido ver la segunda y tercera hasta hace pocas semanas. Convivir con alguien que no vio la primera temporada, lo convertía en algo complicado y hay que aprovechar horas de sueño para poder hacerlo. He tardado pero he llegado y ha merecido la pena.
Por lo demás, el bicho morirá cuando decidamos todos que tiene que morir, esto es, cuando la audiencia ya no responda de la misma manera o el merchandising retroceda. Ya queda menos para la cuarta.
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