miércoles, 25 de mayo de 2022
El perro
Me dijo que tenía perro y no lo podía creer. Desde que lo conocí en los tiempos del Instituto siempre me había dicho que si había algo que detestaba era a la gente que sustituía los afectos personales por la compañía del animal. Ya entonces era así, muy tajante. De hecho alguna vez le llegué a decir que él no detestaba a tal o a cual tipo de gente, él detestaba a la gente. Y que por ende, se detestaba a él mismo. Yo también iba para psicólogo. El caso es que el día que me dijo que tenía perro estábamos tomando algo, en una de esas cenas que se organizan para recordar que seguimos siendo amigos. Hablando de su nueva vida, que estaba trabajando en una empresa en nosedónde, que se había dejado una de esas perillas lamentables de esas que solo puedes estar mirando la perilla y pensar cómo hay gente que todavía se deja perilla y más ese tipo de perilla, que vivía con una chica que había conocido en la empresa y que se habían pillado un perro. ¿Un perro? Un pomeranio. ¿Un pomeranio? Sí, la verdad es que estamos encantados con él. ¿Pero un pomeranio debe ser un perraco no? Pregunté como para disimular mi sorpresa, qué digo, mi enojo ante aquel cambio de parecer que demostraba nuevamente que no queda nadie a quien la vida no le haya cambiado y que todo eso de que las personas somos y ya somos y así somos y jamás cambiamos por más que tal, se derrumbaba una vez más. Pregunté desde el desconocimiento y desde la asociación de ideas. Nada que pueda ser pomeranio me puede parecer pequeño. Y me enseñó una foto, ya en el colmo de la desfachatez, una foto del tal pomeranio. Ciertamente era un perro pequeño y no parecía que por su aspecto contribuyera a la tranquilidad familiar. Perro pequeño y nervioso, pensé. Lo pensé en voz alta. Y entonces se puso a explicarme que no, que era muy bueno, lo que pasa es que es muy inquieto. Son perros acostumbrados a... desconecté. Creo que le aguanté la charla un poco más y me puse a hablar con otra persona. La típica persona con la que no hablabas y que cuando hablas con ella te certificas en tu credo. Si no hablaba con ella, por algo era. Esta me explicaba que me veía mucho por las redes, siempre haciendo cosas, pero cosas que no eran trabajar. Es que me pagan por ello, le dije. Y me clavó una chapa sobre que qué suerte porque él tenía que nosequé y que tal y que nosequé más. Al menos no me enseñó fotos de su perro. Me enseñó fotos de una casita que se estaba haciendo en su pueblo. Con piscina. Me enseñó la piscina. Yo había agotado la batería de mi móvil durante el viaje de ida al lugar, mirando el twitter, y ahora no podía enseñarle fotos a nadie. Ni de mi perro, un alsaciano, ni de mi piscina.
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