El transcurso de los cinco días, seis, que pasamos en Vilches vino marcado por el principio y por el final. Lo que sucede entre esos momentos clave, situaciones o sensaciones, se enmarcan en la clásica visita a Vilches por parte de esta familia que tiene a Vilches en la cabeza y en el corazón y que como cuando vas caminando por el Mortero que ves así como al fondo la imagen del Castillo entre los ramastros, así es como vivimos nosotros nuestra vilcheñidad en la distancia. De repente, Vilches. Qué bonito es todo y qué así lo dices, amigo, qué expresión de cercanía y de implicación con una tierra, la de mis padres, que es también la mía porque así la siento y así me gusta considerarla. Aunque no es mi tierra, si es que los que somos como yo tenemos tierra, que no tenemos. Y no vivo en Vilches, con todo lo que ello conlleva.
Momentos clave para entender el balance final de la estancia en Vilches este año. En primer lugar el cansancio, agotamiento, quién sabe si algo más, que arrastraba de mi viaje a Albania. No os he dicho que he ido a Albania este mes de Agosto, pues he ido. Y el día después de la vuelta, coge el coche, o que lo coja mi hermano, y tira para Vilches. Llegar a Vilches con todo eso encima y mi madre ha decidido programar una de esas comidas inesperadas de día 15 de agosto. La puntilla. No. La puntilla es una insospechada noche fresca en la Piscina Municipal. Ya nos lo habían advertido. Ayer hizo frío. Cómo que frío. Frío. Cómo que frío en Vilches. Frío, frío. En Agosto. Sí, pasa mucho. Qué va a pasar. Pues pasa. Y pasó. La primera noche en Vilches, con ese cansancio acumulado, esa siesta no echada porque jugaba el Athletic Club y no podía dejar de mirar el partido, y que algo ya estaba creciendo dentro de mí, hicieron que esa primera noche marcara de manera indeleble el resto de la fiesta. Esa primera noche. Esa primera noche la empleamos en querer ver ya a todo el mundo, fuera o dentro de la piscina. Y ciertamente ya vemos a mucha gente. A casi toda la gente. Incluso vemos a una chica que hace tiempo que conocemos que nos dice que mi hermano y yo, siempre juntos, formamos un pack indivisible, que siempre vamos juntos 'como los zumillos'. Son por estas cosas, por estas pequeñas frases, por las que Vilches me enganchan. Una frase, un comentario, una coletilla, una expresión, vale mil veces más que un monte pelado, una ruina goda, un restaurante tradicional o el riachuelo feliz. Efectivamente, mi hermano y yo en las fiestas de Vilches, no hacemos nada excepcional, pero estamos, no somos ni los más divertidos ni los más alegres, pero ahí estamos. Y siempre estaremos. Si podemos. Nos encontramos con toda la tropa, nuestra tropa, la que se queda ahí cuando nosotros nos vamos. Estar ahí no es fácil. Estar ahí y ser así. Nada sencillo. Pero están. Primera noche en Vilches y tenemos orquesta. Sobre la orquesta decir que noto que le aqueja el síndrome Nathy Peluso, es decir, que prima el esfuerzo físico sobre la capacidad vocal. Así que durante la actuación, absolutamente contemporánea, sin casi guiños al pasado o a los clásicos de fiesta mayor, prima el baile desaforado y desatado, el venga vilches, y todos juntos antes que la mera interpretación vocal. Hechos polvo y con una rosca de churros que nos calzamos en previsión de llegar a casa con un desmayo, con saludo a Berna chico incluido, nos vamos para casa. No son ni las tres. Creo.
Al día siguiente nos vamos levantando para ir a la Charanga. Decir que este viaje supone el estreno de mi cuñada Laura. Jamás vino. Laura es una persona determinada y determinante. No deja indiferente ni le dejan indiferente las cosas. Pero esta no va a ser, ni mucho menos, su mejor experiencia vilcheña. Sin superar mi cansancio o yoquesé qué tengo encima, emprendemos el camino para ver la charanga. La charanga que un año sí y otro también supone un momento al que no le das importancia en las fiestas, pero que luego, una vez allí, pues te enrolla. Te moja y te enrolla. El juego de los cubetazos de agua sustituye este año con acierto al manguerazo, que provoca enojos y enfados, y todos tan amigos. Incluso la charanga modera su discurso y adapta el repertorio a las nuevas sensibilidades que ya estaba bien y tiene un broche de oro con un momento de romanticismo popular, petición de mano y joder qué bonito es todo. Vemos a la Isabelita, que ya pensaba que este año no la iba a ver y con el cuerpo escombro nos vamos para casa a echar una siesta reponedora, digo, reparadora, y palante, que esta noche tocan los Secretos.
Como si quieren tocar Iron Maiden. Nuestras compañeras deciden que mierda para los Secretos, pero Los Molina de la calle Sant Joaquim, los Molina de la Pontanilla, no nos rendimos. Vamos para allá. Nuestra voluntad de hierro no esconde que estamos ya hechos una mierda y subimos casi con la hora pegada. Sobre Los Secretos, decir que no estábamos en la misma longitud de onda, ni nosotros, ni la banda, ni la propia concepción de la banda como banda de fiestas, ni nada. Vamos, que una banda de country-pop, de medios tiempos, no es la mejor idea para una fiesta mayor. Lo hecho hecho está y ya está. No tenemos mucho más que añadir sobre esta noche. Mi intención de abundar en la situación política de Andalucía tras las elecciones (igual de apasionante que Los Secretos), con el compañero Bartolo o de emprender alguna conversa interesante con el compañero de Podemos que ha venido de Madrid, no se dan. Porque es que no estoy. Cuando acaban los Secretos, comienza otra orquesta, de pequeño formato, tan pequeño que no es ni orquesta, sino que es un chavalito con las maquinitas y un elenco de cuatro mozos y mozas que bailan y cantan las canciones de moda. La noche promete emociones fuertes ya que no dan tregua y el repertorio es sin duda emocionante, pero nuestros cuerpos no están, nuestras mentes tampoco, y bajamos a reunirnos con nuestras compañeras que con muy buen criterio, etc.
Al día siguiente hacemos la obligatoria visita al cementerio. Vamos a ver al papa, vamos a ver a los abuelos, vamos a ver a los sobrinos, primos, primas, etc. A todo el mundo. Y como no, vamos a ver a la bisabuela Pepa, a la abuela Pepa de mi padre, enterrada en tierra, en la parte alta del cementerio. Una observación sin ánimo de criticar, no pienso criticar nada este año, pero sí que me resultaría menos ofensivo no ver al lado de las tumbas de tierra escombros de cosas varias que no han tenido otro lugar para recogerse. Que esas tumbas tengan los días contados como los tienen, no significa que no existan, ni que no vaya nadie a verlas. Todos los años mi padre nos enseñó a ir a ver a la bisabuela Pepa la Montora y todos los años iremos. Como van mis primas. Y creo que estaría bonito, elegante, cuidar ese espacio como se cuida el resto del cementerio. Nos subimos al castillo, nos hacemos las fotos de rigor, nos preguntamos si la fuente tiene agua que siempre tiene agua, y bajamos caminando preguntándonos cómo puede bajar Nuestra Madre por ese caminurri que resbala tantísimo. Nos tomamos unas cervecitas en Las Olas y nos bajamos a casa, que hoy tenemos invitados a comer, baja la Marina a comer jarapos.
Los jarapos, si no os lo he contado antes os lo cuento ahora, es un plato de esos de caza, con liebre o con conejo, un estofado al que se le hecha una pasta de harina y con muchas especias, hierbabuena si hay, etc. Una parta de la masa se fríe. Una delicia, fuertecita para el verano, pero una delicia al fin. Mi madre lo borda y como todos los años le pedimos que nos diga cómo se hace, que nos tiene que facilitar la receta, ella dice que es muy fácil, que se hace así y así, pero no se nos queda y otro año que pasa Hemos comentado el tema de los bares. Este año hemos ido a los Cazadores. Los Cazadores se habían convertido de un tiempo a esta parte en un bar fetiche para nosotros en el pueblo. Un bar al que ir sin la herencia de mi padre, que no iba nunca. Un bar con algo kitsch, con las servilletas con las banderas españolas, que, de repente, ha perdido precisamente ese halo y se ha convertido en un bar normal. Ya no más banderas españolas en las tarjetas, ni en las servilletas y se ha reducido la decoración 'cazadora'. Punto a su favor, o no. Hemos podido ir cómo no a Las Olas, alegrándonos profundamente de que Loren esté al pie del cañón y alegrándonos también de que el Buen Gusto sirva de contrapunto. Y hemos ido al Ágora, donde se está y se tapea cojonudamente. Y ya está. No hemos ido a ningún sitio más. No hemos probado ese lugar tan mágico donde hacen pescadito en las fiestas. Y tampoco creo que vayamos a ir. No hemos ido a Ginés, cerrado, ni a lo del Rafi, cerrado, tampoco al Pichi, cerrado aunque abrieron para lo de la espuma pero qué va.
Comemos en casa con Marina, y nos vamos preparando para ir a ver el concierto del tributo a Mecano. Nuestros cuerpos no están bien, yo no estoy muy allá, pero es todo cansancio, seguro. Son muchos días, muchas cosas. El tributo a Mecano me hace recordar que, más allá de las tres canciones de rigor, la de Maquillaje, la de en tu fiesta me colé, y la de Venus en un barco, Mecano era el enemigo musical de toda una generación y se demostró. Un repertorio de cortavenadas de tomo y lomo que solo al final se animó con el popurrrí de las antiguas y ya está. La buena voluntad de los músicos y la cantante que clonaba a la Torroja no podía esconder que Mecano, en todas sus formas y maneras, no es ni ha sido más que un intento fallido de crear música comercial para una clase juvenil entonces que quería temas 'del primer mundo' y que no dejaban de ocultar que no eran más que un postizo en un país diferente. Un grupo y una música wannabe que en eso se ha quedado. Después de todo esto, me merecía una hamburguesa, tras haber comentado al fin los resultados andaluces con Bartolo. Nos vamos, que estoy un poco de aquella manera.
Llegar a casa. Dormir. No poder levantarme por la mañana. Fiebre. Covid. La cuñada Covid. Elpako Covid.
Y un mensaje mañanero. Mira lo que ha pasado esta noche.
Mi abuelo Antonio era del PSOE. Estoy y creo que estamos todos en mi casa muy orgullosos de mi abuelo Antonio. Tenemos con orgullo un diploma del PSOE reconociéndole su tarea como concejal del Ayuntamiento de Vilches que no dudamos nunca en enseñar a todos nuestros visitantes. Mi abuelo era socialista y muy socialista. Yo no. Y cuando critico a los socialistas, en mi ciudad, en Vilches o donde sea, siempre les achaco lo mismo. La pérdida de, al menos, del significado primero de lo que es ser socialista. A veces pienso que estoy equivocado y que eso que es ser socialista se parece más a lo que me gustaría ser a mi que a lo que los propios socialistas sienten como su misma esencia. De la misma manera, es posible que yo esté equivocado, como lo pueden estar mis compañeros y compañeras, en las críticas sobre las actuaciones políticas en esto o aquello. Sobre si una fuente echa agua, sobre si hay escombros en el cementerio, sobre la transparencia en las contrataciones, lo normal en la lucha política. Pero hay rayas que no deberían cruzarse. No pueden cruzarse a riesgo de hacer irrespirable la vida de un pueblo. Si durante la dictadura mucha gente se tuvo que ir del pueblo por no aguantar la vida en un lugar donde ser quien eras te marcaba de por vida, sería realmente triste que hoy día alguien tuviera que verse obligado a hacer lo mismo intimidado por que o estás a favor o estás fuera. Y si estás en contra, que no se note, no ser tan vehemente.
Vilches no es un pueblo precioso. Cualquiera que haya viajado por Andalucía verá que hay muchos pueblos con más encanto. Pero a mí es el pueblo que más me gusta. Y no me gusta por el pueblo. El continente me da igual. Me gusta por el contenido. Un ratito con Juanito y la Paqui, con los Robin, con el tito Manolo al que hemos vuelto a ver después de un año y no sé si soy yo pero cada año pasan los años y aunque la esencia se mantenga la edad nos va diciendo cosas, con las sevillanas que nos hemos podido ver un ratillo, con María y la Paqui, con mi primo Sebas con quien no pudimos tomarnos esa cerveza que nos debemos, saludar a Nico, con los primos de la tita Tere, con mis primas Juli y Juani que no he podido ver, esos ratitos con la gente que nos dice que somos como los Zumillos, son el pueblo. Vilches son también y especialmente los recuerdos, la infancia, los juegos en la Estación, una vez que jugué un partido en El Muelle contra los de las casas baratas y he magnificado ese partido convirtiéndolo en una especie de copa del mundo de... pues eso.
El año todavía no ha terminado y aún podemos bajar más veces. Porque Vilches siempre aparece.
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