sábado, 26 de agosto de 2023

Crónica de un viaje a Galicia. Un canto a Galicia, jei.


Jei. Un viaje a Galicia, jei. El viaje a Galicia comienza antes, mucho antes. Un viaje que tiene su historia, una historia que físicamente transcurre en Santa Coloma y en las tiendas de discos de la calle Tallers. Un viaje que tiene que ver con la música, con tres bandas gallegas, de Vigo concretamente. Una banda sonora vital a base de canciones de Siniestro Total, Os Resentidos y Golpes Bajos, por este orden. Una relación con Galicia que viene de lejos, pero que nunca tuvo una plasmación real, una vivencia in situ. Jamás fui a Galicia. Pese a tener más discos de Os Resentidos que muchos descendientes de gallegos en la ciudad, nunca se me ocurrió ir allí, como nunca se me ocurrió ir a tantos sitios. El viaje a Galicia, pues, siempre latente, nunca fue. Pero al final, pasa. La pretensión este año era la de desconectar, no hacer nada, ir a un sitio perdido, desconectado, aislado, sin nada que ver, sin nada que hacer, a ser posible con dificultades para conseguir cobertura. Podría ser Galicia, pero qué Galicia. Porque no es lo mismo. La aldea de nuestro profesor Simón Pazos. Ese podría ser, metafóricamente, el destino. Allá en la aldea. Un sitio distinto, una aldea, cuatro casas, en medio de la nada. Ese era el tema. Buscamos, encontramos. No era realmente la nada, era la Ribeira Sacra, que así tiene un nombre rimbombante y que con la excusa del vino, podría colar como destino atractivo. Desconexión, lejanía, y el banderín de enganche del vino. Efectivamente, una casita más de una semana en A Torre do Mato. Allí. Viaje largo desde Santa Coloma, pero no tan pesado, quizás porque siempre cuando vas todo es mejor, nunca pesa. Entramos en Galicia por Barco de Valdeorras y todas las canciones vienen seguidas. Hubo que poner algunas en el coche. Entramos por Orense, seguimos por Lugo, realmente no sabía ni dónde íbamos. No era Orense, era Lugo. El pueblo más cercano es Escairón. La mujer de la casa nos cuenta las cosas para ver, todo detallado. Mañana hay una Feria del Pulpo en Ferreira do Pantón que está ahí al lado. Mercadillo y feria. Vamos a dar una vuelta por Escairón y el pueblo, sin tener nada del otro jueves, ya nos gusta. Vino blanco y tapita. Dieta. Vemos que el finde va a haber fiestas en el pueblo, con orquestas. Qué más podemos pedir. Cosas que hacer en la Ribeira Sacra. Cosas que te cuentan en Santa Coloma. En Santa Coloma descubrimos que estamos rodeados de personas que son de allí, pero de allí mismo. Al comentar nuestro destino vacacional, iban surgiendo voces que nos iban anunciando que ellos tienen casa allí, que son de allí, y nos hacen sugerencias mil. A ver si finalmente vamos a ir a un lugar con animación... El veredicto es que nos ha encantado y que hemos descubierto que, efectivamente, las vacaciones pueden servir para descansar. Ferias del pulpo en Chantada con Sergi y Sami, bajarte del coche en Ferreira do Pantón y cruzarte con Paco Cordero, rutas en barco, visitas a viñedos, comer en lugares auténticos, moderneo a saco en la Sala Avenida de Escairón, la falsa Praia da Cova, ir a Monforte a asarnos de calor y lavar la ropa, perdernos en Sober, bajar a la Fervenza de Auga Caida y hacerme daño en el pie, una ruta por viñedos a la orilla del Miño, todo precioso, bonito, muy bien. Pero permitidme que me quede con una sensación. El primer día, a las cinco de la tarde, estrené el libro que me llevé. Me planté una silla debajo de un arbolito y me puse a leer. De repente, allí mismo, descubrí el sentido de todo. Era eso. Solo se escuchaba el sonido de alguna mosca no impertinente, y el ruido de alguna pera cayendo al suelo desde la rama del peral de delante. Peral, melocotonero, manzano... silencio, lectura, sombrita buena. En ese momento lo supe, ese era el sitio. Un lugar donde no pasara nada y donde no se te exigiera nada. Leer, abstraerte, mirar el peral. Eso ha sido. Comer, beber, el fresquito de las noches, el frío de las noches, las orquestas, las conversaciones con los lugareños y lugareñas, Los días van pasando y tenemos que marchar. La segunda parte del viaje, cuatro días, nos lleva a la Rias Baixas, pero antes tenemos que pasar por Ourense, el día de más calor en el lugar más caluroso. Raquel de Airiños nos había hecho un trazado de lugares a los que ir, para beber y comer, de vinos, y nos había casi obligado a detenernos una noche allí para disfrutar de algo que a ella le parecía inigualable. Y realmente estaba muy bien, Ourense tiene ambientazo. Mil lugares para hacer el vinito y la tapa y una plaza dedicada a Los Suaves. Qué me dices. Tan bien estuvimos que no fuimos a las pozas. Se nos pasó. Así que después de aquello seguirmos camino de Moaña. Más recuerdos de lugares donde nunca estuviste. La canción Yo ya fui a Cangas del Morrazo de Siniestro. No somos de Monforte, Abdul, la Reclusa, Vigo 92, Hey Hey Vigo. Vigo desde lejos, el puente de Rande, Suso de Moaña, Lalín, Madagascar, tacón punta tacón. Y las tres canciones de Andrés do Barro en la cabeza, claro, O Tren, Pois Eu, y la de San Antón. Llegamos a Moaña y el lugar nos parece encantador. Qué vistas de Vigo desde lejos. El pueblo de Moaña nos dicen que no tiene nada y que es más bonito Cangas, pero finalmente nos quedamos con que nuestro pueblo es Moaña y que el chiringo A ponte da Mosqueira al lado del puerto, en el puerto, un lugar con nada pero donde cenamos tan bien que yo que sé. Fuimos a Cangas, nos quedamos en Moaña, escuchamos a la señora Gloria hablarnos de la reclusión de su padre en la isla de San Simón, buscamos sitios para comer, volvimos a Moaña. Descubrimos que dejarte llevar y aconsejar es lo mejor. Y que si falla un plan, uno mejor surje. Si falló la excursión a las Cíes (no pudimos matar hippies), no pasa nada, la Praia da Barra es mejor. Nudista, pero mejor. Y fuimos. Y tan bien que repetimos. Dos días al mismo sitio en vacaciones, sacrilegio, pero qué playa. Sí, amigos, yo lo digo, qué playa. Y qué agua tan fría. Y cómo me quemé la espalda porque pensé que el cielo nublado no. Pero sí. Y un día cruzamos con barco la ría entre bateas y llegamos a Vigo. Y tuvimos que insistirle a uno que era de Coruña que no, que no éramos de allí. Y callejeamos y compré discos, pocos, y cenamos en un sitio formidable y yo ya puedo decir que he estado en Vigo y que sí, merece la pena ir. Nos faltaba una noche y nos fuimos a A Guarda, en la frontera con Portugal. El sitio más remoto, que no era tal. Estaban también en fiestas. A Guarda es un pueblo grande con un frontal marítimo espectacular. El hotel estaba en el monte de Santa Trega. Las vistas eran alucinantes. Un vinito a la orilla del mar, con el sol cayendo, prácticamente la perfección. Y la Albita radiante durante esas dos semanas gallegas que han sido como un viaje hacia un lugar en el que sabíamos que íbamos a estar bien, pero no sabíamos que íbamos a estar mejor. Muchas.

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