martes, 19 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Poco después de la caída de lo que hemos convenido en llamar régimen comunista en Hungría, llegó a Budapest un periodista americano bastante afamado por entonces y hoy bastante olvidado, llamado Fred McClusky. McCluscky había comenzado su carrera haciendo reportajes sobre la América rural de los cincuenta, fue a Vietnam en los sesenta, nos contó el horror de Camboya en los setenta y desde América latina hizo exactamente lo mismo en los ochenta. En cuanto olió lo de la caída del Muro y demás, supo que tenía que estar ahí. Y se trasladó a Budapest con la intención de introducirse en un marasmo en el que las fuerzas de la revolución democrática y los comunistas que quisieran aferrarse al poder o quizás vivir una nueva invasión soviética y la represión y todo aquello que ya se vivió una vez. Y no se vivió de nuevo. Lo único que hizo McClusky en Budapest fue enamorarse de la ciudad. Hasta entonces había vivido en ambientes poco urbanos, rurales, pero Budapest era otra cosa. Tardó mucho tiempo en enviar una primera crónica. Hablaba de una ciudad decadente, pero viva, vieja, pero joven, revolucionaria, pero que miraba atrás. McClusky se aburrió de Budapest y se fue a Oriente Medio. McClusky no escribió nada sobre Budapest. Pero se casó con una húngara. A su edad.
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