¡Madre mía, madre mía, madre mía! No habíamos puesto los pies en el restaurante y ya la estábamos formando. Llegamos con los críos, con los míos y los de mi cuñada, que no venía con nosotros porque estaba recogiendo al Catedrático de Derecho Económico que nos iba a dar la conferencia. Ay, los críos. En cuanto llegaron y vieron que en el restaurante había un coche de esos que se mueven con la musiquita, se volvieron locos. Pero locos. Qué rebujina formaron. A mi Josecarlos le tuve que dar dos chuletas para que entrase un poquito en razón. Porque se estaba poniendo un poquito insoportable y, o se le corta así, o no hay forma con él. Mi mujer me dice que soy un bestia y que no hace falta pegarle al chaval, que lo voy a traumatizar y que me va a acabar odiando. Mi mujer no les riñe casi nunca. Así están los críos, que parece que han salido de una cueva. Los míos y los de mi cuñada. Al rato llegaron también mis amigos del trabajo, la Conchi y la Reme, que vinieron con los dos chinitos que tienen, el Lluis y la Chin. Ay la Chin. Yo no sé, pero la Chin es una cría que no da un ruido. La llevan, la traen, y no se nota si está o no. Fueron llegando todos hasta que al final nos sentamos todos en la mesa.
Éramos unos treinta al final, contando con los críos. Qué críos, que bulla montaban. Y el peor de todos mi Josecarlos. Ni con las dos tortas se quedó quieto. Peor, le dio por emberrincharse y montó una que me lo tuve que llevar fuera y hablar con él muy en serio. Le dije que o se quedaba quietecito y sin formar números o le iba a dar una cuando llegásemos a casa que se iba a acordar para toda la vida. Medio entró en razón y al cabo de media hora de estar picoteando, finalmente llegó mi cuñada con el Catedrático.
El señor Ansemmo Lupiáñez llegó, se sentó y empezó a desplegar delante de él toda una serie de folios, cartapacios, carpesanos y la madre que lo parió. El señor Lupiáñez debería tener unos sesenta años o así, pero aparentaba más, se le veía realmente cansado. Pero bueno, había accedido a participar en nuestro ciclo de conferencias semanales, y aunque le dijo a mi cuñada en el coche que llevaba un tiempecito que bueno, bueno, al final no había podido decir que no, porque le contó a mi cuñada que era un enamorado de su trabajo y que la iniciativa que habíamos tenido le parecía de lo más interesante.
Le pusimos una botella de vino delante y le servimos un copazo que el señor se bebió de un traguete. Campanillón y a empezar. Y la verdad es que la conferencia que dio, sobre Derecho Patrimonial en el ámbito de las Comunidades Autónomas, fue del todo ilustrativa de muchas cosas que nosotros habíamos pensado. Mi mujer me iba dando codazos cada dos por tres. ¿Ves? ¿Ves cómo es como lo que te estaba diciendo? Y yo, vale, vale, que si, pero a ver si el diablo va a estar en los detalles. Y oye, qué rato más bueno echamos. Hasta los niños, que el día en el que vino la pintora aquella que nos habló del tránsito del figurativo a la abstracción como paso de una sociedad de valores a una sociedad perdida estuvieron bastante impertinentes, estuvieron callados. Y mira que la mujer aquella sacaba láminas y diapositivas y tal. Pero es que el señor Ansemmo era un fiera hablando. Se bajó media botellita de Cuné, el solito, mientras hablaba, pero oiga, qué bien.
Acabó, le aplaudimos, hicimos un poco de rueda de preguntas y al final con los cafés y todo, el señor Ansemmo se puso a hablar con la hermana de mi cuñada, la Rafaela, y yo no sé pero se fueron los dos juntos y ya contará ella qué pasó.
Nada, pues que no asocio la imagen, oiga. Pero la conferencia debió de ser una gozada, sí. Amenísima.
ResponderEliminarFeliz día,monsieur
Bisous
però no era la música el que calmava les feres? encara hauré de portar les meves criatures a una conferència d'aquestes... :)
ResponderEliminarPetons