No son muy numerosas las ocasiones en las que puedo explayarme con alguno de mis viajes. Hace unos días, tuve la oportunidad de contar un viaje muy querido para mí, en la sede del Círculo Projorelov, pero no quise hacerlo en el salón principal, donde habitualmente contamos nuestras experiencias. Aprovechando que el día era bueno y que estaba uno de cuerpo tranquilo, decidí trasladar mi narración al patio del edificio. Allí me senté en un banco y esperé a que llegasen mis compañeros del Círculo Projorelov. Ya estábamos todos. Podía empezar.
'El viaje que os cuento ahora lo realicé en compañía de mi entonces esposa, doña Frolinda Premiantes, hace ya casi unos treinta años. Decidimos planificar unas vacaciones diferentes, tranquilas, y nos fuimos a Santo Adriano. Santo Adriano, está aquí al lado, ya os veo las caras. Pero estoy seguro de que nadie, o muy pocos de vosotros ha pasado más de unas horas en Santo Adriano. Santo Adriano, como ya os imagináis, no tiene absolutamente nada que la diferencie de nuestra población. Es exactamente igual. Totalmente calcada. Un poco más pequeña, a lo mejor. Tiene realmente puerto de mar, naturalmente. Pero en todo lo demás, no podemos decir que haya muchas diferencias. ¿Y qué?
Fuimos a Santo Adriano planificando el viaje concienzudamente. Queríamos vivir la experiencia de Santo Adriano tal y como la viven los mismos habitantes de Santo Adriano. Como miembro del Círculo Projorelov, me documenté al respecto, estuvimos mi esposa y yo en la sala de la Biblioteca consultando todo lo que sobre Santo Adriano había y establecimos un plan de visitas a los principales punto de interés de Santo Adriano, y establecimos el día de salida, el lugar de alojamiento y todo.
Estuvimos en Santo Adriano cinco días. Los tres primeros días estuvimos muy entretenidos buscando las diferencias que insistíamos en encontrar entre nuestra población y Santo Adriano. No las encontramos. Menos en lo del mar, todo lo demás era igual. El calor húmedo y pegajoso. La gente, los animales, los niños, los automóviles, establecimientos, bares, granjas, bares. Más bares. Hubo un día en el que nos introdujimos a las nueve de la mañana en un bar cuyos propietarios eran de origen gallego, y ya no salimos de allí hasta las doce de la noche. Una jornada inolvidable. Los dos días que nos quedaron quisimos ir al mar, pero por hache o por b, nunca pudimos ir. A veces, pensábamos que el mar no existía. Esto nos ocurrió ya el último día, este pensamiento. Pensamos que realmente querer ir al mar y no encontrar el momento, ni el camino, ni nada, igual significaba que no había mar. Y si no había mar, no estábamos en Santo Adriano. Y si no estábamos en Santo Adriano es que no nos habíamos movido realmente de nuestro pueblo. Y en eso tiramos el último día, en pensar y pensar.
Cuando volvimos, sin embargo, y pese a haber estado en un sitio en todo idéntico a nuestro pueblo querido, enseñamos múltiples fotografías que sacamos, las cuales las tienen ustedes aquí a su disposición, camisetas que compramos, un recuerdo del lugar y qué cosas, hasta unas chanclas que compramos por si veíamos el mar. Mi señora me dijo entonces que había sido un viaje maravilloso y que incluso le estaba costando encontrar de nuevo el ritmo una vez llegados al pueblo. Yo, todo hay que decirlo, nunca me quité de encima la sensación de que no nos habíamos movido realmente de Santo Adriano. Y que todos nuestros souvenirs eran iguales a los que se venden en nuestro pueblo. Miren, miren...'
Seguro que la camiseta tenía escrito "Il mio amico è stato in Santo Adriano e vi ha portato questa maglia".
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous