No recuerdo bien cómo fue, pero aprovechando que estaba de visita por la ciudad, a uno de nuestros socios se le ocurrió que sería interesante contar con la presencia del viajero profesional, el periodista Amadus Triclini-Johnson, autor de toda una serie de libros de viajes que, a juicio de muchos, entre quienes me incluyo... uy, qué párrafo con tantas comas y tantos qués. Vamos, que a mí no me hizo mucha gracia contar con aquel petulante Triclini-Johnson en nuestro Círculo Projorelov, pero hubo quien dijo que sí y uno no es de discutir. Cada vez hago esto peor. Qué primeras líneas, madre mía.
Bueno, Amadus Triclini-Johnson vino con la condición autoimpuesta de no romper con las normas del Circulo y prometiéndonos que no iba a hacer publicidad de sus trabajos, si no a comportarse como uno más de los integrantes de nuestro 'queridísimo club', tal y como lo llamó. Triclini-Johnson dijo que el Círculo Projorelov era uno de los lugares más respetados por los viajeros de todo el mundo y que, de no ser por su trasiego continuo y 'profesional' -recalcó-, sería muy gustosamente socio. Bueno.
El caso es que, en casa del herrero, cuchillo de palo. O cuchara de palo. Como se diga. Triclini-Johnson vino a contarnos su último viaje, que le había llevado a recorrer la Baja Sajonia durante una semana, hospedándose en toda una serie de hoteles magníficos y comiendo en los restaurantes más representativos de la zona. En cada pueblo que iba atravesando se encontraba con uno de los cronistas locales, que le ayudaba a conocer cada rincón del pueblo, su tipismo, sus costumbres, algunas leyendas de interés para el lector, el porqué de las onomásticas, el esto y el lo otro de cada pueblacho sajón.
Y, tengo que decir, y no sólo lo dije y lo aprecié yo, si no que también lo apreciaron el resto de asistentes a lo que fue una de las fechas más concurridas del Círculo Projorelov, que aquello fue un auténtico coñazo. Triclini-Johnson se eternizaba contando como filetes de ternera se deshacían en su boca, cómo el vino de aquel restaurante le recordaba a cuando en otro local de París, patatín patatán, que el verde caminar por los caminos y las pistas de... media sala mirando para otro lado, que si el simpatíquísimo alcalde de Froposwerthaus o como fuere le enseñó cómo cordar botas de vino como no se hacía en otra parte del globo, que entró en una casa y una señora de nombre que todos olvidamos inmediatamente le enseñó unas gachas riquísimas y él se las comió y todo le parecía fabuloso, y todo era magnífico, y todo era una oportunidad para los ojos, y que se enriquecía uno conociendo a gente tan agradable, y que la Baja Sajonia era el lugar más bonito que había visto, y que el alcalde de otro pueblo, y venga con el alcalde, y con el cronista, y que su querido amigo tal, y su querido amigo, y su querido amigo, y su querido amigo. Un coñazo. Un coñazo mortal.
Murmullos, vistazos al reloj, y el hombre encantado de escucharse. Tres horas tres, tres horas tres, como un parto o sepa Dios lo que dure un parto. A la señora Quiñones, que se había leído todos los libros de Triclini-Johnson y que estaba emocionada cuando le vio llegar, casi nos la dejamos dentro cuando cerramos el local del Círculo, porque se quedó dormida en un rincón y nadie hizo caso de ella hasta que no la oímos chillar 'que me dejen salir, que me dejen salir'.
Yo creo que lo que es de palo en casa del herrero es el cuchillo. Porque si fuera la cuchara, no pasaría nada.
ResponderEliminarY qué cosas, yo creía que en Sajonia comían chuletas. Igual era en la Alta Sajonia, o en la Mediana Sajonia.
Feliz tarde
Bisous
Oiga Tolya, y ud en Rusia? Es que, lo vero allí, no bromeo.
ResponderEliminarA ver, me están dejando uds. anonadada. Pero si este tipo es una celebridad. Pero si el cuadro del chapuzón sale hasta en la sopa.
ResponderEliminarMe parece que me he perdido algún capítulo del círculo ruso, no estoy segura.