Corrían tiempos convulsos en el Círculo Projorelov. Algunos de los integrantes pensábamos que podríamos darle otro aire al Círculo, abrirlo a otro tipo de personas que quizás no tuvieran tanto que ver con el viajero al uso y hacernos ver el mundo desde otra perspectiva. La verdad es que muchos de los miembros del Círculo nos aburríamos de escuchar y narrar nosotros mismos las mismas historias que se desarrollaban en escenarios diferentes y nos propusimos alguna variación. En esta línea, Boleslao Archipenko, nos habló de una mujer muy especial que en su casa hacía tareas de mantenimiento, y que, desde tiempos de sus padres, pasaba por casa cada día para hacer comidas, limpiezas y 'hacer faenas'. Boleslao Archipenko vivía solo, había demostrado una inutilidad manifiesta para relacionarse con el bello sexo y, jamás, se había preocupado por nada que no fuera leer, escribir y viajar. El trabajo doméstico no le interesaba y por ello contaba con Doña Pruna para que no se lo comiera la mierda, hablando mal y pronto.
Nos habló de Doña Pruna como una persona que tenía una gracia especial para contar las cosas y que, con ella, cualquier anécdota estaba a la altura del viaje más maravilloso que pudiéramos escuchar. Fascinados con su presentación, invitamos a Doña Pruna a venir un día a contarnos lo que fuera. Y así fue. Decir que la expectación que levantó su visita en el Círculo fue bastante escasa, dado que muchos integrantes consideraban deshonroso que un miembro de la plebe iletrada y tan poco viajada mancillara aquel recinto, pero tontos hay en todas partes y era preferible tenerlos en su casa que dando la paliza por allí.
Doña Pruna ocupó su lugar en el estrado en el que hablaban los viajeros visitantes y comenzó a explicarnos que:
'Yo tengo pocas cosas que explicar, porque ya sabrán que no he ido a casi ningún lugar desde que nací en un pequeño pueblo del interior y con pocos años aquí me vine. Trabajar en casa del señor Archipenko me ha servido para ver la casa del señor Archipenko. Y allí se pueden ver muchas cosas, muy interesantes para el que tenga el gusto de detenerse y contemplarlas, pero yo, estando limpiando, poco puedo apreciar. Estar en casa del señor Archipenko es para mí tan bonito como, qué les diría yo, como ir a casa del señor Archipenko. No tiene mayor diferencia estar yendo que dentro, porque como les digo, no es algo que me haga disfrutar de ninguna manera. Alguna vez, con el paso de los años, he intentado fijarme en algún cuadro, en alguna figurita, en la portada de un libro, por si podría yo imaginar cosas que me llevaran a un lugar lejano que se me escapase del entendimiento a mí, pero nada. Que no. Que no podía. Porque yo tenía ganas de acabar de limpiar, de trabajar, de repasar los filos y volverme a mi casa, tan a gusto. Y es entonces que yo pensé para mí, un momento, si a ti lo que te gusta es estar en tu casa. Más aún, a ti, por mí, lo que te gusta es pensar en que vas a ir a tu casa. No sé si me estoy explicando bien. Que más que estar en mi casa, que a fin de cuentas es algo que tampoco me supone un placer especial ya que vivo sola y pocas distracciones me entretienen, lo que me hace ilusión a mí es abandonar la casa del señor Archipenko, escapar, salir de allí, dejar de hacer lo que estoy haciendo y volver a mi casa a hacer lo mismo o peor, pero lo haré porque me da a mí la gana de hacerlo y total, si lo hago bien o mal, pues no se le importa a nadie. Y ese es mi viaje soñado, volver a casa, salir de la casa del señor Archipenko que no me estimula lo más mínimo y soñar con el retorno. No sé yo si eso le pasará a más gente. A veces, en el mercado, cuando voy a comprar para mí o para el señor Archipenko, veo frutos de otras tierras muy lejanas, o bien originarias de la tierra de mis padres o de aquí mismo y sí, no lo voy a esconder, se me va la cabeza y pienso en qué lugares tan así tiene el mundo y el planeta este que es tan diverso y tan bonito y qué cosa sería esa de viajar, pero lo que más me ilusiona es coger uno de esos frutos y llevármelos a mi casa y comérmelo allí. Tan bien. Y no sé. Si quieren les cuento algo más, pero es que al final siempre estoy hablando de lo mismo, de mi casa y de mi casa'.
Y bueno. Ese fue su relato. Que parecerá que no, pero estuvimos debatiendo sobre el relato de Doña Pruna así como dos meses, porque tenía más fondo de lo que parecía. ¿No?
Sí, esto del blog es un poco como el círculo Projorelov. No me imagino yo a Doña Pruna tan locuaz.
ResponderEliminarEs lo que distingue al buen relato, sí señor. Se escribe en un ratito y luego al lector le lleva dos meses recorrer todo su alcance. Bueno, parte de su alcance, porque al fondo nunca se llega.
ResponderEliminarFeliz comienzo de semana
Bisous