Cuidado con esto:
'...y a los pocos minutos de aparecer por la puerta, nuestro amigo Natalicio Oberena comenzó a agitarse de manera frenética, echaba espuma por la boca, gritaba y daba alaridos, a veces parecía querer entonar una especie de himno, movía los brazos arriba y abajo, estaba fuera de sí.
En el despacho todos somos gente normal, menos Natalicio Oberena. Solemos bajar a fumar Delio Laires y yo, casi todos los días, más o menos a las once y media, y comentamos las cosas que hace, lo que dice, cómo se mueve y lo que nos provoca. Natalicio Oberena llegó al despacho hace cosa de un año. Encargado del área de remuneraciones, se mostró desde el primer día como una persona que no entraba en las rutinas habituales de nuestro centro de trabajo. No preguntaba por nada, ni por nadie. No compartía ninguna inquietud. No buscaba compañía para bajar a fumar, porque no fumaba. No desayunaba tampoco. Solamente era capaz de abrir la boca para decir 'buenos días' al chico de Recepción y 'buenas tardes' a la hora de irse a la chica de Recepción, ya que había dos personas distintas para cada turno. El resto del día, Natalicio Oberena se encerraba en su despacho, salía a beber agua, nos miraba, comentaba algo entre dientes y volvía a su cubil.
'Relámpagos', 'asiento trasero', 'bolsa de tela', 'ojos cerrados, ojos abiertos', 'la simiente', 'calor'... palabras que mascullaba, sin sentido alguno, mientras nos iba repasando a todos con la mirada y el vaso de plástico con agua hasta el mismo borde. Quisimos hablar con el Director del Departamento, el señor Mochón, para comunicarle nuestra inquietud. No queríamos que se emprendiera ninguna acción contra Oberena, faltaría más, pero nos parecía que su actitud debía ser estudiada por Regüeldo, perdón, Recursos Humanos, de manera urgente. El señor Mochón recibió nuestra solicitud de reunión, nos citó a Laires y a mí y nos dijo que él no notaba nada raro en Natalicio Oberena y que continuáramos trabajando sin más. Así lo hicimos. Pero si bien durante el trabajo no comentábamos nada, por mor de no entorpecer el normal discurso de la jornada laboral, al salir no podíamos remediarlo. Oberena continuaba con su comportamiento anormal.
Un jueves por la tarde, tuvimos que quedarnos todos un par de horas más porque había habido un follón en un muelle en Tánger y hubo que dedicar plantilla a solucionarlo. Natalicio Oberena no pareció darse por enterado y salió de su despacho a la hora de siempre y se marchó. Al día siguiente fue cuando ocurrió todo. A primera hora del viernes. Oberena venía desencajado. Pensamos que había estallado algo en su cabeza y la locura que presuponíamos se había desatado. Entonces el señor Mochón salió de su despacho, se colocó delante de Natalicio Oberena, le puso la mano en la cabeza durante unos segundos que se nos hicieron eternos y Oberena se calmó. Entró en su despacho y cumplió con su jornada sin más.
Desde ese día sueño con el señor Mochón, con su mano, con un campo de amapolas, con un cerrojo, con una piedra, con un lirio, con crestas... Laires ya no quiere bajar conmigo a fumar.
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