miércoles, 30 de julio de 2014
Karpov
Mientras mueve o no mueve, voy a hacer como que anoto algo. Este está realmente bueno de lo suyo, también. Se le ha metido en la cabeza que la distancia que existe entre el tablero y el borde de la mesa no es lo suficientemente amplia para poder moverse con comodidad. Claro, el hombre mide casi dos metros y está hecho un morcón y todo le parece pequeño. Pues nada, no hay prisa. Mientras va decidiendo y midiendo, yo voy a anotar mis cositas aquí en la libretita y no hay más que decir. Al final acabaré haciendo dibujos de mi cara. El seis y un cuatro de rigor. Que si los ojos, que si la nariz en medio, que si el flequillo... y después de ese dibujo, otro dibujo igual. Que si los ojos, que si la nariz en medio, que si el flequillo... y van pasando las horas. No es la primera vez que juego contra este buen señor. La verdad es que no sé porqué le siguen dejando participar en estas cosas. Porque no juega. Hoy dice que le molesta la distancia entre el tablero y el borde de la mesa. Otro día empieza a descartar las sillas porque unas son muy duras, otras son muy estrechas, las otras no tienen ruedas, aquellas tienen las ruedas muy grandes. Otras veces es un problema con las fichas, que si con estas fichas no hay quien juegue, que si este tablero insertado en el dibujo de la mesa no es legal, que si los colores blancos y negros no se distinguen realmente unos de otros, que si el rey no tiene una cruz encima de la corona, que si la figura del caballo tiene demasiadas aristas y se nota incómodo. El caso es no jugar. Este buen hombre no juega nunca. Se sienta y empieza el ritual. Como no es la primera vez que pasa, yo dibujo mis cositas, hago como que anoto movimientos para hacer tiempo y cuando llega el juez y le pregunta que si va a jugar o qué cojones hace y éste le dice que encima a él con amenazas, que qué se han creído y coge y se larga. Y yo me pregunto, ¿cómo es que este hombre sigue participando? ¿Por qué le siguen llamando? Un organizador me dijo el otro día que es que el mundo del ajedrez es muy dado a acoger a personajes que se acercan demasiado al concepto de 'personaje', propiamente dicho. Y que, a fin de cuentas, a algunos de nosotros nos separa una finísima línea respecto con la pedrada de este buen hombre, cinco segundos, un momento de concentración, cierto sentido de la obligación o que nuestra locura por el ajedrez es más grande que cualquier otro trastorno que pueda haber. Así que, mientras que a este señor bigotón le puede lo otro más que lo nuestro, a nosotros al final, lo que nos puede es el ajedrez. Yo que sé. Yo creo que lo que me dice el organizador lo dice porque es un buena fe o que conoce al bigotes este de tiempo atrás y... a mí no me suena de nada. No sé. Pero ya está. Ya ha llamado al juez. Que el tablero está torcido y que no lo puede enderezar. Pues nada, se levanta y se va. Andando.
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