Muy escondido y desconocido entre los poetas del medievo castellano, encontramos a Guenaudio de Fontiñán, del que rescatamos un pequeño texto en prosa que sorprende por su... vaguedad. Lo encontramos en su único volumen encontrado y titulado 'Quae escripta sunt'.
'Partí entonces del villorrio aquel tras haber pasado la noche en el castillo del Señor de aquellas tierras que se encontraban en aquel lugar que se halla en el valle por donde pasa el río que viene de allí, lejos, donde habitan aquellos salvajes de los que hablan las narraciones que recopiló aquel gran erudito que murió recientemente en el sitio de la fortaleza por la que suspiraba nuestro rey. Aquella fortaleza que albergó en su tiempo a una princesa muy bella y regia llamada de la misma manera con la que se han ido llamando las princesas de su casa a lo largo de los siglos y que tiene ese aire entre patricio y lúcido que han tenido siempre las damas de su condición. Aquella fortaleza que ahora mismo se encuentra en manos de un Señor que, aunque no tenga que ver con lo que estaba contando, me permitiré decir sobre él que es un buen Señor. Y lo digo con el convencimiento que me da el haber escuchado a otros caballeros decir que el tal Señor, cuyo nombre se me pierde en la nebulosa de los nombres de buenos Señores que hay en el orbe, es bueno y sabio. Se cuenta de él que, antes de conquistar el tal castillo o fortaleza, no era más que un vulgar aldeano, pero que por una casualidad que no he podido contrastar, convirtió lo que pareciera una insurrección de cuatro pelafustanes en una gesta caballeresca de las que ya no se cuentan. Pero no sabría decirles el nombre del Señor, dado que, ya les digo, son tantos los caballeros que por el mundo andan que a saber si estamos hablando de uno cuando estamos elogiando a otro. Y al fin y al cabo todos somos caballeros y bien es cierto que cuando hablan de uno nos están elogiando a todos. Cuando hablan de uno de nosotros, es a todos a quien elogian. Creo que el concepto queda claro. Mi caballo partió entonces de aquel villorrio y atravesando un par o tres más de aldeas con sus campesinos purulentos y tabernas lamentables, llegué a otro Castillo que se encontraba en la cima de una colina y que se notaba que había sido construido por moros. No siendo experto en artes moriscas, malamente lo podría confirmar, pero algo me decía que aquel castillo no había sido construido por manos cristianas. No quise detenerme en consideraciones y llamé para que me abrieran y preguntando por el amo del castillo, que no podía ser otro que el que yo pensaba que era el amo de aquellas tierras y que seguro que tenía que ser aquel que se me figuraba como el que había oído mentar en los villorrios. El asunto estriba en que pregunté por dicho amo del castillo y me dijeron que ese no era. Y entonces enojéme mucho y decidí poner sitio al castillo, más, como quiera que estaba yo solo, finalmente desistí en mi empeño y me marché. Hacía un tiempo muy malo y quería llover, pero a mí no se me figuraba que esa fuera tierra de lluvias. Quise volver a casa con mis siervos, pero me confundí con algunos mapas mal trazados y con indicaciones creo que maliciosas, por lo que dí con mis huesos en un territorio que, asombrosamente se volvía a parecer mucho al lugar del que yo partí con mi caballo. Sacrifiqué mi caballo.'
Vió el Perro del Hortelano ayer?
ResponderEliminarclaro que sí! ¿se nota mucho? :)
Eliminarji,ji
EliminarPobre caballo. Al final siempre es el que paga el pato, y no hay derecho.
ResponderEliminarPero usted ya había visto el Perro del Hortelano, que me acuerdo yo.
Feliz día
Bisous